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Historias de Entre Rios
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  Documentación
Relevante
Nuestra América
Carlos Octavio Bunge
Barcelona - 1903
 
  LIBRO III
LOS HISPANOAMERICANOS
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I.  LA COMPLEJIDAD ÉTNICA DEL CRIOLLO Y SUS TRES CUALIDADES PSICOLÓGICAS CARACTERÍSTICAS (La pereza, la tristeza y la arrogancia)

Hállanse hoy bien desigualmente repartidos y combinados en "nuestra América", según los pueblos, las regiones y los climas, los primitivos elementos étnicos: español, indígena y africano. El elemento indígena predomina en las zonas mediterráneas; el negro, en las costas tropicales. Se ha dicho que cuatro quintas parte de la sangre mejicana es india, y una octava, negra... Es que la civilización antigua era tan notable en Méjico que los súbditos de Moctezuma, aunque vencidos, no pudieron ser desalojados ni exterminados; involucráronse en la plebe del virreinato, y luego en el pueblo de la república. Algo semejante ha ocurrido en el Perú y Bolivia con los Quichuas, que produjeron la segunda civilización precolombina; y, en Ecuador y Colombia, con los Chibchas o Muiscas, la tercera, y con otros indios más, que se hallaban en vías de civilizarse en la época de la conquista. En Centro América, en Venezuela y en el Paraguay, favorecidos por el clima, ha quedado también un tanto indígena el plasma de las modernas poblaciones.

En Cuba y en las costas del Brasil, los negros, mucho más laboriosos y adaptables a las industrias tropicales, y también favorecidos por una temperatura semejante a la de las costas de Coromandel y Mozambique de donde eran oriundos, hanse expandido y han amulatado las poblaciones hispánicas hasta constituir acaso importantísima base étnica de población.

En Chile, por haberse colonizado aquella capitanía general en una forma aristocrática, dividiéndose la tierra en grandes propiedades rurales que se entregaron a las familias españolas colonizadoras, y por haberse introducido pocos negros, elemento democratizante, hase conservado hasta ahora una división radical entre la clase directora, blanca, descendiente de los grandes propietarios coloniales, y la plebe, los rotos, hispanoamericanos, que muchos reputan más araucanos que españoles... Así, aunque en su letra la Constitución de la República de Chile es democrática, en la práctica lo es aristocrática... La revolución que derrocó a Balmaceda puede considerarse el triunfo de un partido históricamente aristócrata en el carácter si no en el nombre, contra la nueva tendencia reaccionariamente demócrata de un gobierno que, resistido por la clase rica y blanca, buscó el apoyo de la clase pobre y mestiza: del pueblo, de los "rotos", quienes, por su absoluta inferioridad de raza, fueron engañados y vencidos, una vez más, por la minoría de los fuertes.

Abunda sangre indígena en ciertas poblaciones semieuropeas del interior de la República Argentina; no es tanta en la costa: poquísma, casi ninguna, en las Pampas, y, del Sud, todavía nada puede decirse con certeza, porque aun permanece casi despoblado, o poblado por miserables tribus indígenas que tienden a desaparecer. La ciudad de Buenos Aires -hoy quizá la más europea, por raza, clima y costumbres, de toda Hispano-América-, fue refundada, como hemos visto, por "criollos" procedentes de la Asunción del Paraguay... Y, en 1830, en El Nacional de Montevideo, escribía Rivera Indarte que "llamar mulato a una persona en el Río de la Plata, con la mira de hacerlo desmerecer en el precio público, es un contrasentido histórico y político. Setecientos años de dominación morisca han mezclado en las venas de nuestros progenitores, los españoles, copia no pequeña de sangre africana. Trescientos años de trata de negros, trescientos años en que nuestras poblaciones han sido constantemente compuestas de una tercera parte, cuando menos, de mulatos y negros, deben haber contribuido para que la sangre africana permanezca aún hoy mezclada un tanto con la nuestra". Y así ha sido ello, no sólo en el pueblo, sino también en las mejores familias, por más que se niegue y se desmienta, por pueril vanidad...

Hoy el censo señala en Buenos Aires una ínfima proporción de negros. ¿Por qué este descenso? Varias son las causas... El clima les ha diezmado, pues sus pulmones resisten mal el viento pampero; se han mestizado y la raza blanca, como más vigorosa, predomina en las mezclas, que se suponen blancas; y finalmente, por la copiosa afluencia de inmigración europea...

En el Uruguay ha pasado algo semejante... Pero, en una y otra parte, aunque la masa de la población parezca absolutamente blanca, hay un factor oculto, de pura cepa africana, que, para un observador hábil, se revela en todo momento: en la política, la literatura, los salones, el comercio... En la administración pública la hiperestesia de la ambición suele, por ejemplo, infatuar de tal modo a los funcionarios amulatados, que sus inferiores blancos merecen tanta compasión como esos ministros negros que, en Africa, para hablar a los tiranuelos de tribu, hunden en el polvo la cabeza...

Las distintas amalgamas y combinaciones de estos elementos hispano- indígenas-africanos ha producido la psicología nacional de cada república; y, dentro de esta psicología, las más peregrinas incongruencias que nunca resultan mejor que cuando se aplican rótulos europeos a productos genuinamente criollos... A los cacicazgos suele llamárselos " repúblicas"; a los abigarramientos de formas y colores de estética típicamente africana, "buen gusto" y "belleza"; al servilismo, "lealtad cívica"; a la individualidad que se caracteriza, "extravagancia"; "piedad", a una casi idolatría fetichista; "viveza", a la indelicadeza y a la fanfarronería; "tontería", a la ingenuidad y a la buena fe; y así de seguido, hasta no acabar nunca, porque a cada instante se descubren más contradicciones, más archipiélagos de contradicciones...

Y sobre todos los rasgos comunes del carácter de los hispanoamericanos destácanse tres fundamentales; tres cualidades que sostienen, como inconmovibles columnas de piedra, el genio de raza: la pereza, la tristeza y la arrogancia...

 

II. LA PEREZA CRIOLLA

Clásica es la expresión pereza criolla que, como toda expresión clásica, designa una verdad aburilada por la experiencia en la memoria del público. En los países hispanoamericanos la desidia ancestral de los colonizadores, si la hubo, ha sido reforzada por la apatía de los aborígenes y de los esclavos negros...

Simbolízase a sus repúblicas en una joven de lánguidas pupilas negras, que velan sedosas pestañas y profundizan circasianas ojeras, tendida sobre una hamaca que voluptuosamente se balancea colgada a la sombra de dos árboles gigantescos.

La pereza europea, lo que más comúnmente se califica en Europa de "pereza", es más bien un derroche de la actividad humana, de suyo escasa, en cosas ociosas; la pereza criolla, una falta innata de actividad. La pereza oriental, la de la princesa Sherezade de las Mil y una noche, representa asimismo una falta de actividad; pero sólo corporal, pues su pensamiento sueña, trabaja... La pereza criolla consiste en una absoluta falta de actividad, física y psíquica.

A un gaucho que pasaba los días "siestando" y jugando las noches, exhortóle Darwin, de viaje por la Confederación Argentina, a que empleara mejor su tiempo, a que trabajase... Y el gaucho contestó: "¡Es tan largo el día!" He ahí una contestación bien categórica y bien típica! Equivale a decir: "Dejémoslo todo para mañana, para la semana que viene, para más adelante; tiempo nos sobra..." Un vividor europeo hubiera contestado lo contrario: "¡Es tan corto el día!"... Es tan corta la juventud, tan corta la vida, que hay que aprovecharla, ¡divirtiéndose cuanto se pueda!" Aquel no trabaja porque el día es demasiado largo; éste, porque demasiado corto. El uno está enfermo de pereza total; el otro, si no obra, es por pereza total; el otro, si no obra, es por pereza parcial, por no querer desgastar sus fuerzas sino en placeres... El uno, porque carece de actividad; el otro, da un empleo ocioso a su actividad.

Hasta en el lenguaje y la pronunciación se manifiesta la universal pereza criolla. El vocabulario hispanoamericano es mucho más reducido que el español; por no aprender y usar bien el idioma, se le empobrece, se olvidan palabras indispensables...

En cuanto a la fonética, ya el afidalgado español la simplifica bastante en los siglos árabes, cambiando las letras difíciles de la pronunciación antigua por otras más fáciles. Ha desdoblado la s (como al hacer de "cassa", "casa"); trocó la r en d ("mentida", "mentira"); la t en d ("venit", "venid"); la f en h ("fierro", "hierro"), etc... Pues el criollo simplifica todavía esta pronunciación facilitada. Quita a la s su sonido silbante, y hasta llega a suprimirla al final de sílaba (dice fóforo por "fósforo"); confunde v con la b; hace perder a la z y a la c líquida su enérgico sonido castizo, y, para colmo, hay quien cuando habla, arrastra las sílabas cantando perezosamente... Aun no contento con todo eso, no falta alguno que pretenda también innovar la ortografía, castrando hasta a la palabra escrita sus atributos etimológicos. Tal un señor Carlos Cabezón, chileno, que escribe y se firma -¡ke kakumen de kabesa!- Karlos Kabesón, así como suena, si no huele, con K. K. La anárquica arrogancia hereditaria y la pereza al hablar producen semejante sistema pseudo ortográfico, semejante monstruo, gigante o kabesudo, de extravagancia y cursilería.

 

III. LA UNIVERSALIDAD DE LA PEREZA CRIOLLA

Primera característica de la pereza criolla es su universalidad. No se limita a esta o aquella rama del humano esfuerzo; abarca todo el conjunto de hombres y cosas. Como el manzanillo proyecta mortífera sombra sobre cuanto alcanza; ideales, política, justicia, industria, arte... Analizad, en efecto, oh jóvenes hispanoamericanos, vuestras comunes llagas nacionales...

Faltan ideales, ante todo, ¡faltan ideales! Como son esfuerzos del alma, no los han de poseer los pueblos insolentes. No pueden concebirse sin que tiendan a proyectarse, más o menos bien, en la conducta. Un ideal que no se practica no es un ideal. ¡El ideal de un apático no es un ideal!

¡La política criolla! En una pereza colectiva se halla, como lo veréis más adelante, la primera razón de todos los vicios de nuestro sistema político hispanoamericano: el caudillo que se impone por compadrazgos y cohechos; el ciudadano que delega en él su iniciativa y responsabilidad, los pseudoparlamentos, teatros de miserables discordias personales; las grandes mentiras históricas, que el pueblo acepta, por no tomarse la tarea de estudiarlas... Frutos de impunidad por falta de contralor cívico, son los gastos públicos siempre crecientes, los presupuestos generosos en épocas de déficits, los parásitos del erario... Y culpemos menos al niño que roba dulces, que al confitero que se los deja robar; al político que cuenta con el silencio del público, que al público que calla.

La falta de una administración judicial que garantice eficazmente la vida, el honor y la propiedad, más que efecto de vicios en las leyes hispanoamericanas -generalmente imitadas de excelentes modelos- lo es la indolencia de los jueces.

La pequeñez de la clase grande, la pobreza psicológica de la clase rica, que no funda institutos progresistas ni dota universidades, escuelas, bibliotecas o museos, más que productos del egoísmo humano, lo son de la ignorancia, hija de la apatía.

En literatura el palabreo vacío de sentido, la verbosidad ampulosa y sin substancia, la elefantiasis del estilo criollo, consecuencias son de escribidores estérilmente fecundos, que hablan y escriben mucho porque no exige mayor esfuerzo; pero que no piensan, porque eso sí lo exige... son gibosos engendros de viles rebuscadores de desperdicios en los detritus lingüísticos, ¡de banqueros de palabras y mendigos de ideas!

En el comercio y en la industria vemos cada día a los extranjeros monopolizar más y mejor los ramos más provechosos, los que requieren constante labor, mientras los criollos dejan deslizarse su vida en cómodos empleos oficiales.

Venalidad, caciquismo, flojedad, inconstancia, imprevisión, indiferencia... todo eso es, en cierto modo, lo mismo: la incuria criolla.

Reaccionad, oh jóvenes, contra la incuria nacional, que sólo así hallaréis nuestra decantada "Regeneración". El único culto de la patria es el Trabajo. El verdadero patriotismo es algo más que enorgullecerse con los laureles del pasado, ¡es conseguir los del presente y preparar los del porvenir! No consiste sólo en vociferar sobre "el blanco y celeste que nuestros gigantes padres arrancaron ayer al cielo", sino en arrancar hoy a la tierra, regada con el sudor de nuestras frentes, honra y provecho... Quien os diga que seréis más felices sin trabajar, es un traidor.

Y, desde este punto de vista, los criollos solemos ser, por ahora, más o menos traidores a nuestras respectivas patrias... (33) Por sus inmensas riquezas naturales y por la incuria de sus pueblos, Hispano América se presenta, pues, como una nueva tierra de Canaán. Codicianla descaradamente imperios poderosos, que hablan ya de una "forzosa repartición de los trópicos".

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(33) La regla general de la "pereza criolla" tiene sus excepciones. En el litoral de la Argentina, la gente es trabajadora. Débese ello a un clima ya más frío, al estímulo de la riqueza ambiente, y también a la inmigración extranjera, que modifica la raza. Algo semejante pudiera decirse de ciertas regiones de Chile y del Uruguay.
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"Muchas veces he pensado -y lo tengo dicho en La Educación- que el progreso de las naciones, y aun sus sentimientos y su moral, están en razón directa a la actividad de sus individuos. Aun de la actividad para el mal resulta un recrudecimiento en la lucha por la vida, del que la sociedad gana siempre en disciplina y experiencia. En una palabra, creo que en un pueblo que no ha caído en la locura es más útil un bribón activo que un hombre honesto indolente. A diferencia de éste, aquél provoca reacciones, sentimientos e ideas: estimula el trabajo social. Y del trabajo social depende el progreso" (34) .

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(34) C. O. BUNGE; La Educación, 4º edición, Buenos Aires, tomo II, pág. 44.
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Mas no debo terminar este capítulo sin reconocer que, junto a la pereza completa a indiscutible, suele existir otra parcial y discutible, la cual toma a menudo las apariencias de desordenado y aplastante trabajo. Dos formas generales podrían, pues señalarse en la pereza criolla: una absoluta, la absoluta inacción; otra relativa, la falta de disciplina, de método y de higiene en el trabajo.

El desorden en el trabajo individual, que es forma la más elevada de pereza, malgasta y neurasteniza frecuentísimamente, en Hispano-América, la vida de ciudadanos útiles. Organizar el propio trabajo es un nuevo trabajo. Criollos de buena fe que se proponen trabajar, los hay y muchos; pero, indolentes por temperamento, dejan frecuentemente atrasarse y acumularse el trabajo, por no atenderlo todo con el orden propio de los caracteres madrugadores e ingénitamente activos... Hombres que no saben metodizar, por falta de actividad bastante, la tarea que su voluntad les impone, se rinden pronto bajo el peso de una labor confusa, que, siendo más diligentes, hubieron metodizado, y que, metodizada les hubiera sido más fácil. La desidia criolla, que anula las fuerzas de los perezosos, porque nada hacen, suele malograr así la de los emprendedores, porque no saben disciplinar su acción. Aquéllos no trabajan, éstos trabajan mal...

 

IV. LA MENTIRA CRIOLLA

Hemos visto que por su universalidad, la pereza criolla presenta múltiples fases: la diversidad aparente en la unidad real. Entre estas fases, una de las más curiosas es la mentira... No me refiero a las grandes "mentiras convencionales", idealizaciones propias de todos los pueblos y los siglos; refiérome a un género especial de mentira, nuestro, propio: la mentira criolla...

Dos elementos la constituyen: la exageración imaginativa, tartarinesca, propia de molleras andaluzas caldeadas por el sol del Mediodía, y el poco más o menos, el à-peu-près de los pueblos decadentes, que no fijan sus ideas. De la aleación de ambos factores psicológicos emerge la mentira criolla, desnuda, como Venus entre las ondas.

Se me podría argüir que la mentira exige un esfuerzo, un trabajo mental, y que, por lo tanto, no es siempre pereza... ¡Pero hay mentiras de mentiras! La Ficción del Arte y las grandes "mentiras convencionales" son, es verdad, productos, más que de la desidia, de la actividad mental. La mentira criolla es otra cosa: consiste, esencialmente en orillar todas las dificultades de la realidad inventando, a gusto de cada uno, el mundo en que se vive. Es un continuo engaño de acomodamiento a una inacción instintiva; el dejar hacer transformado en dejar fingir; un amable sistema de disfrazar la vida para rehuir toda responsabilidad, todo trabajo... O sea una fase ideológica y general del mal de raza, la pereza.

Verdad es que en todas las sociedades modernas se miente a destajo; se vive en una atmósfera de artificioso convencionalismo. Pero la mentira criolla, cuyo efecto es el no hacer o el no hacer bastante, diríase antagónica de la mentira europea, que consiste más bien, a lo menos cuando llega a sus más puras formas, en una sobreexcitada Ficción del Ideal; en proponerse una Perfección mentirosa, para realizarla imperfectamente, como fuere posible... "¡Sed perfectos (por la acción) como es perfecto nuestro Padre que está en los cielos!" Esta es la critianísima mentira de los europeos; la de los hispanoamericanos sería budhista: el Nirvana; ¡el conocimiento por el Nirvana! La mentira europea es la del Infinito positivo, del Ser, de la Acción; la criolla, la del Infinito negativo, el No Ser, la Inacción de Huáscar y de Atahualpa, ¡la Contemplación de los fakires para remontarse a Dios!

Los términos más típicos que ha inventado el ingenio hispanoamericano son, a mi juicio, estos dos neologismos argentinos y sus derivados: atorrar y macanear. Atorrar constituye el movimiento de la pereza criolla; macanear, la palabra de la pereza criolla. "Atorrar" significa vagar y descansar sin rumbo y sin objeto, alternativamente, no para hacer ejercicio y reponerse, sino por procurarse el placer de la quietud y del movimiento al acaso; "macanear" quiere decir disertar mintiendo a la criolla, es decir quijoteando y equivocándose en el clásico poco más o menos a un mismo tiempo. Pensar que los vocablos "vagar" y "divagar" corresponden exactamente a uno y otro conceptos, que por ser criollos son nuevos en el idioma, sería como suponer que el gobierno de Méjico es efectivamente republicano, y el de la República Argentina federal... ¡Bien demostrado me parece que no pueden aplicarse, sin desnaturalizarlas, nombres europeos a cosas hispanoamericanas, como no sería correcto que, para representar al Julio César de Shakespeare, se vistiera un actor con indumentaria de mister Chamberlain: frac, clac, boutonnière y monóculo en el ojo derecho!

 

V. LA PEREZA CRIOLLA EN LA LITERATURA.

Infestada está de desidia la literatura hispanoamericana. Los géneros que exigen un esfuerzo serio, poco se cultivan. Excepto unas cuantas obras muy señaladas, sólo se escriben cronicones que pasan por historia y "paisajes" que presumen de "sociología". Los sociólogos y los estilistas, a lo menos los estilistas de fondo, escasean. Autores hay que han escrito mucho, mucho, con tropical frondosidad; no han tenido pereza en la mano... Pero, de ese mucho, ¿dónde está el libro de aliento, meditado, concluido? Si diligencia ha habido en la mano, pereza hubo en el espíritu... Poseen lo que Boileau llama "la estéril fecundidad de los malos escritores".

Convengo, pues, en la superficialidad e inconsciencia de la literatura hispanoamericana, mas me atrevo a insinuar también que la culpa no es toda de los autores... Son los lectores quienes, por desidia criolla, si el escritor les obliga a fijar la atención demasiado tiempo, le encuentran "aburrido", y si sus ideas necesitan, por profundas y exactas, un verdadero trabajo de comprensión, le tildarán de "difuso". Quieren, como los dispépticos, alimentos livianos, fáciles y frívolos, y, a veces, como los paladares estragados, piden también picantes condimentos... Hubieran hallado excelentes, por superficiales, los peores artículos de Clarín, y "pesados" los estudios serios de Sainte-Beuve, y archipesadísimas, como las salchichas de Frankfort con Chucrut, las más hondas investigaciones de Schlegel, el "Profeta del pasado".

Si Hegel, el semidiós, hubiera nacido en Hispano América -como un albatros que cae a la cubierta de un barco de pescadores, herida la ancha ala por la centella-, el público, ¡oh ilustre público!, calificaría su metafísica, sin leerla naturalmente, de difusa, de archidifusa, de protodifusa, de multiplidifusísima. Hallaría su estilo más indigesto que un cañón Krupp. No obstante, y a pesar de que son muy pocos los capaces de abarcar la construcción de ese pensador, aun no se ha podido medir cuánto, pero cuánto debe hoy la civilización alemana a las ampliaciones del pensamiento de ese estilo cañón y de esos conceptos a veces más obscuros que sombras de tinta china.

¿Qué diría un lector hispanoamericano, de un voluminosísimo tratado filosófico compuesto de frases como la siguiente (no se lea hasta el fin, hojéese): "Cada cual puede observar en sí mismo que las percepciones directas de los sentidos externos, como las imágenes o intuiciones del sentido externo, y las ideas mismas, productos elaborados de la inteligencia, en cuanto vienen a ser reflejadas o contempladas sucesivamente por el yo bajo modificaciones sensitivas diversas, triste o penoso, agradable o fácil, guardan en lo tocante a los grados de claridad o de obscuridad, de movilidad o de persistencia, de confianza o de duda, que imprimen a esas ideas un carácter particular y como una fisonomía propia", etc., etc., etc.?...

Sin embargo, el autor de este párrafo no es Duns Escoto, el teólogo y alquimista, y ni siquiera Schelling o Fichte; es una gloria del pensamiento francés, del ático pensamiento francés: Maine de Biran. Ese estilo de abstracciones y generalizaciones y sintetizaciones encierra, en efecto, un concepto claro, preciso y vasto; pero, ¿quién se atrevería, en Hispano-América, a traducirlo en lenguaje concreto y común? Aunque comprenderlo sea rudísima tarea, una vez comprendido y a él acostumbrado entrará el lector en una región luminosa, como el Parsifal de la leyenda, después de atravesar las intrincada y brumosas selvas que circundaban el Santo Graal. El lector criollo, desde las primeras líneas arrojará fastidiado el libro, como la mona que cogió una deliciosa nuez verde y mordió la amarga cáscara... Temiendo algo semejante de sus compatriotas, Maine de Biran buscó el público más paciente del mundo; no sometió su obra a la crítica del país de Pascal, su patria, donde acababan de escribir el clarísimo Condillac, el elegante Laromiguière, el fogoso y galano Royer-Collard, y donde entonces estaban en boga los filósofos burgueses de la escuela de Edimburgo. Como tenía la felicidad de escribir en un idioma universal, presentó su obra a las academias alemanas, con grande éxito. Allí nació su fama que más tarde enalteció Cousin, reivindicándola como una gloria nacional. ¡Y bien vale la pena el trabajo de comprender a un metafísico! Compenetrándose con su Cosmos, figúrasele al lector que el hombre se eleva un grado más en la escala animal...

...Ergo, la desidia criolla, así como anula el trabajo práctico, aniquila la labor del pensamiento, en artes y en letras, circundando sus mejores productos de invadeables tinieblas.

 

VI. LA TRISTEZA CRIOLLA

La Alegría es hija de la Libertad; la Libertad, del Individualismo y la Disciplina. Un pueblo de esclavos, dominado por una religión sanguinaria y tiranizado por un autócrata absoluto, nunca es un pueblo alegre. En su alma nacional domina la resignación, la virtud de la tristeza.

Los aborígenes de América fueron gente triste. México, con sus templos de "dioses carniceros alimentados por sacerdotes verdugos", era un pueblo resignado. Cuando llegó Cortés, le creyó un nuevo Dios, Quetzatlcoatl, a quien esperaba; iba a imponerle una nueva resignación. Un puñado de intrépidos aventureros le sometió porque representaba, para sus melancólicas imaginaciones, la fatalidad. Las tierras del Imperio incásico se dividían en tres porciones: una para el culto del Sol, otra para el Inca y su familia, y la tercera para el pueblo. Y tan coercitivo era el poder del Inca que se llama a la política de aquel imperio "autocracia socialista". El autócrata partía y repartía los inmuebles y los muebles, y hasta improvisaba los casamientos sin consultar a los contrayentes... ¡Hasta ese punto era absorbida por el Estado la individualidad de los hombres! Los pieles rojas vivían en plena guerra de venganza, arrancando, a los enemigos, cabelleras que llevaban al cinto como trofeo. Los guaraníes, que no sabían a veces contar más que hasta tres eran tanto o más vengativos que los pieles rojas; después de muchos años de muerto un enemigo desenterraban sus huesos para aplastar el cráneo bajo el talón triunfante. Pero, cuando los jesuitas fundaron sus Misiones en el Paraguay, se sometieron gustosamente; llevaban sobre sus hombros, con la ejemplar docilidad del niño, la mole, para ellos aplastadora, de una vida reglamentada y mecánica, como esos condenados que vio Dante acarreando enormes piedras. Los araucanos fueron los más ferozmente belicosos indios de América. Los pampas vivieron impregnados de la melancolía de la Pampa. Los patagones son hombres mansos, resignados. Los caribes, que por vivir en las costas con holgura y relativa independencia podría suponerse los más alegres indígenas americanos, fueron cobardes débiles y antropófagos. La Tristeza, puede decirse, era así una condición general de estas razas aborígenes: un trait d´union de su psicología, el trait d´union entre su Fatalismo y su Venganza.

¡Y la conquista no les infundió mayores ánimos! Fueron vencidos, perseguidos, esclavizados, aniquilados, exterminados por los centauros invasores, cuyas armas eran serpientes de hierro, que, estallando como el trueno y escupiendo fuego y plomo, fulminaban como el rayo. En vano traían un Cristo que abría en lo alto sus amorosos brazos... Cuando, al marchar al suplicio, los sacerdotes exhortaron a Guatemozín a abrazar la fe cristiana como única vía para llegar al paraíso, sitio de sempiternas delicias, preguntó el indio si los españoles iban a ese cielo; respondiéronle que unos iban y otros no: entonces, negándose a recibir el bautismo por medio de sus intérpretes, repuso que "si había españoles en el paraíso, no quería él ir allí". Es que, para los vencidos, los españoles serían demonios de un infierno ignoto y despiadado, cuyo símbolo era un instrumento de martirio, la cruz, ¡la divina Cruz!

No era tampoco alegre la misma raza conquistadora. La vieja risa goda habíase apagado, para siempre, con las libertades comunales, con los últimos fuegos de las libertades hispánicas, en los labios de Padilla y de Lanuza... ¡No! El pueblo Inquisidor por excelencia, el del Escorial, el que artillaba la Invencible Armada y los ejércitos del duque de Alba, ¡no era un país sonriente! Tenía la adustez romana y la adustes teológica... La caprichante Alegría morisca, hermosa virgen que, vestida de colorines, tan graciosamente bailaba al son de panderetas, acusada después de herejía, juzgada y condenada por los tribunales de la Santa Inquisición, murió a fuego lento bajo los arcos de un claustro... Su espectro, el espectro de la Alegría, vagando por todas las Españas, no era ya más que un ánima en pena.

Amalgamada la tristeza simple de los conquistados con la compleja tristeza de los conquistadores, no podía producir pueblos... ¡No era caso de aplicar el simili similibus! De ahí una clave de la generalización de la tristeza en los países hispanoamericanos: la herencia psicológica, siempre la herencia, ¿hasta cuándo la herencia?...

Y los africanos importados, aunque fuese una raza bullanguera y vivaracha en Cafrería y Hotentocia, en sus terruños, en su clima, no lo parecían en América, donde eran esclavos, raza débil, raza forzada, cosas... Con todo, si hay criollos alegres, lo son los negros cuando, aclimatados ya, abren su ancha boca sensual a las delicias de la civilización, y muestran, en sus dos gruesas hileras de dientes ebúrneos, que tienen el estómago sano de las estirpes nuevas... En los tiempos de las más ingratas tiranías pululan como los hongos en la humedad. Bajo el terror argentino, en la época de Rosas, nadando el país en sangre, sólo los negros y mulatos, siempre acomodaticios, se divertían con sus clásicas ferias de los arrabales de Buenos Aires, llamadas tambos, donde tocaban sus rítmicos candobes en el tamboril y bailaban sus "tangos" lentos y voluptuosos. De esos bailes, hoy injertos en meneos flamencos, ha sacado la plebe gauchesca lo que llama "bailar con corte", con "puro corte a la quebrada"; esto es, "quebrando" y balanceando acompasadamente el cuerpo en un completo contacto de ambos bailarines, entre cuyas personas, tan íntimo es dicho contacto que no siempre, según la expresión popular, "hay luz"...

Pero esta alegría lujuriosamente africana, en el carácter criollo, que es de triple origen hispano-indígena-africano parece pasajero, excepcional; desvirtuase, por ser de un factor generalmente en minoría en el proceso de homogenización de las razas. Y, por otra parte, sólo florece regular y espontáneamente en los trópicos, como las orquídeas de vivos esmaltes y delicado perfume...

 

VII. LA TRISTEZA GAUCHA

Diríase que, así como las Pampas impregnaron en su melancolía el alma de los indios pampas, ellos a su vez contagiaron a la plebe gaucha de la campaña, y ésta, al pueblo argentino de las ciudades... ¡El pueblo argentino no sabe reír! La grosería de Polichinela le enfada, la ingenuidad de Perrot le aburre. De las dos máscaras, sólo posee la de Fedra. No sabe divertirse, no sabe holgar con ruido, con simplicidad, con inocencia, con verdadera alegría, como las anónimas turbas francesas, inglesas, alemanas; con los cascabeleos de Arlequín, con las carcajadas de Guignol. Parece una población de blasés que no quieren o no pueden gozar ya del bonheur de vivre; que llevan sobre sus espaldas todos los males de la caja de Pandora, o, por lo menos, la joroba de Rigoletto...

Si en una noche de carnaval algunos míseros inmigrantes hartos de cebolla se disfrazan de "condes" y recorren las calles de Buenos Aires o el Rosario, gritando y riendo al son de un destemplado acordeón, al verlos pasar, el criollo se dice: "¡Y a esto llamáis divertiros, a esto, que es cansaros inútilmente, que es sudar y sudar, en una noche de calor, bajo vuestras caretas, ¡oh, imbéciles disfrazados de imbéciles!"

Yo os interrumpiría, señor impertinente, para responderos: "¿No es más sano cansarse dando juego a los músculos y calor a las venas, no es más sano sudar como ellos bajo la magullada careta de cartón el sudor de la juventud, del movimiento, de la vida, que sudar como vosotros, bajo vuestras frías máscaras de indiferencia y de desprecio, la sangre senil del cansancio? ¡Oh, bien veo que al oírme vuestros displicentes labios, bajo su máscara de siempre, dibujan la trágica mueca del payaso que, al dar un salto mortal, se disloca un tobillo! ¿Os duele? Sentaos y escuchadme... ¿Sabéis lo que os aconsejo? Que arrojéis vuestra máscara biliosa, la eterna máscara del carnaval de vuestra vida, que demandéis humildemente perdón al inmigrante por vuestro mal pensamiento, que le pidáis prestada su estúpida careta de cartón pintado, que os la pongáis, y sigáis su comparsa, riendo y gritando al son del acordeón, no chuscadas, no maldades, sino tonterías, como un romano ebrio."

Condénsase el arte popular de las Pampas en unas canciones llamadas tristes, por su intensa melancolía; están generalmente en tono menor, se cantan prologando ciertas notas, con un monótono acompañamiento de guitarra. Su estilo recuerda la música popular eslava; bien lo comprueba el maestro Arturo Berutti, que ha escrito una ópera polaca, Taras Bulba, y una ópera gaucha, Pampa, sobre temas o "estilos" semejantes... En efecto, los dos tipos más melancólicos que conozco, después del indio pampa, son el paisano ruso y el gaucho argentino. Sin embargo, debe notarse que el primero es místico y el segundo escéptico, y que el primero, bajo una pasividad aparente, oculta un fondo de disimulada pero vigorosa rebelión, y el segundo, bajo una apariencia rebelde y hasta burlona, oculta un fondo de resignación y mansedumbre. No hay más feroces revolucionarios que los nihilistas; no creo que haya soldado más sufrido que el argentino. Quizá ocurra esto porque Rusia es una perfecta autocracia y una democracia la Argentina. Allá la ingénita melancolía parece un fermento de docilidad, porque no sería tan justa la rebelión... Y tanto el paisano ruso como el gaucho argentino, el de la melancolía tétrica como el de la melancolía irónica, el de las estepas como el de las pampas, resultarían entonces típicamente conformes y pasivos, ¡típicamente tristes!

La palabra "triste" -¡curioso rasgo!- tiene en el lenguaje de las campañas pampeanas una chocante acepción: la de incapaz, despreocupado, indiferente, impotente. Diríase que el pueblo se echa en cara a sí mismo la mala condición de su "tristeza", con frases no siempre poéticas...

También da a los términos "desgraciado" e "infeliz" el significado de cobarde, torpe, inútil... La Fatalidad misma desempeña un papel terrible en la imaginación del gaucho. Insultar a la sociedad, robar, herir, matar, no son delitos voluntarios; son actos involuntarios a que obligan circunstancias críticas: son desgraciarse. Moreira, Cuello, Luna, los héroes-bandidos populares argentinos, no se consideran bandidos, sino héroes perseguidos, como en la tragedia griega, por un hado implacable. Cuando un gaucho "se desgracia" y mata de un dagazo a su antagonista, si es en "buena ley", o sea en caballeresco duelo, a la antigua española, sus congéneres le conceptúan una víctima de su mala estrella; cuando huye de las partidas judiciales y "gana" los montes, halla en cada rancho un hogar y en cada prójimo un hermano. Como los helenos, como los aqueos, los gauchos fraternizan por la Fatalidad.

Elocuente es el probable origen etimológico de la palabra "gaucho". Parece derivar del quichúa guacho, que tiene el significado un tanto denigrativo de huérfano, abandonado, desamparado, errante. Háse producido, en el diptongo de la primera sílaba, una lógica inversión de las vocales, anteponiéndose la fuerte a la débil. El gaucho viene, pues, a ser una especie de huérfano de la civilización.

Y este pobre gaucho, tan hidalgo, tan melancólico, tan poético, es, por su falta de ánimo, una víctima de la civilización. Las "vaquerías", tropas de ganado vacuno en estado salvaje, bárbara riqueza de antaño, se han extinguido. Las redes de ferrocarriles facilitan al rico propietario, residente en la ciudad, la posesión y goce de sus campos, que antes ocuparon usufructuarios anónimos, gauchos que, por falta de medios de comunicación y vigilancia, apacentaban allí patriarcalmente sus rebaños. Los "alambradas", cercos de postes e hilos de alambres estirados horizontalmente, han dividido, subdividido, delineado, rayado, cuadriculado y cortado en todas direcciones, al gaucho "matrero" o vagabundo, la inmensidad de la llanura. La policía y la justicia, mejor disciplinadas y dotadas que antes, prenden siempre y castigan, como a simples malhechores, a los que "se desgracian"... El alcohol y las enfermedades venéreas son otros lotes que el gaucho debe a nuestra civilización. De hidalgo y señor ha venido a caer en mero peón asalariado de los feudales "estancieros"...

Mal alimentado, pues no come vegetales, y sometido a trabajos irregulares y peligrosos, no a la sana disciplina del trabajo continuo y saludable, pronto se desgasta, y muere generalmente de los riñones, del hígado o víctima del tétano. Y, poco a poco, la industria moderna le va aislando en salvajes faenas de analfabeto. El inmigrante, más económico, más constante, más trabajador, le substituye entonces. Esto no impide que él desprecie soberanamente al "gringo", como don Quijote a los palurdos que no habían sino armados caballeros ¡y que tan buenas zurras le daban!

Pero todavía sirve para algo, en su ocaso conmovedor, ese curioso tipo del gaucho, mezcla de andaluz, árabe e indio...

En las grotescas parodias de la democracia se le arrea, ¡en mesnadas! a la urna electoral.

En las revoluciones, es el primero en hacerse matar. ¿Por qué? ¿Por quién? No se lo preguntéis. Obedece a un capataz negrero, encargado de cumplir las órdenes de un caudillo regional, que a su vez sirve a un político urbano... Su ira, cuando su gaucho, su "elemento electoral", le es infiel, se manifiesta, si triunfa su partido, en una cascada de venganzas, cuya ejecución reside, en última instancia, en el patrón y en la alcaidía local. El patrón expulsa al gaucho rebelde o simplemente reacio, le deja sin techo y sin pan, y en la policía le prenden por cualquier causa -vagabundez, desorden, alcoholismo-, y le doblan, en el cepo, el lomo a cintarazos, ¡para que aprienda a obedecer mejor a sus caciques políticos!

Tal es el sombrío cuadro de la tristeza gaucha... Y el mal parece que ha pasado aunque en formas menos crueles del campo a la ciudad.

En las clases bajas urbanas y en las dirigentes, la misma conformidad, la misma indiferencia, la misma falta de franca alegría. Los jóvenes parecen viejos gastados: no cantan, no beben, no ríen. Ni siquiera saben respetar con galantería y delicadeza a la mujer; la aman venal y materialmente. No la aman, la desean... Y no es sólo por jactancia, sino también por temperamento. Calificarían de vulgares y de tontas las francachelas de Bonn, de Oxford, del Barrio Latino. Los estudiantes alemanes les replicarían con este dístico popular, atribuido nada menos que a Lutero:

Wer nicht lieb Wein, Weib und Gesang,
der bleib ein Narr sein Leben lang.

"Quien no ama el vino, la mujer y el canto, será un zonzo toda su vida..." Pero éstos, los nuestros, les podrían contrarreplicar que no tienen estómago para el vino, que no tienen imaginación para la mujer, que no tienen garganta para el canto... ¡No tienen juventud para la vida! Y he aquí que de sus defectos y debilidades -ello es la más humana de las cosas humanas- hacen una condición, una superioridad aristocrática... ¡No aman esas puebladas, porque todos han nacido príncipes de Gales!

Ferias de cruelísimas vanidades suelen ser, en Hispano-América, las fiestas mundanas... Ni siquiera se realiza el sano ejercicio de la danza en los "bailes": se exhiben lujos, se toman actitudes, se satiriza... La única diversión social parece el juego; pero ¿es el juego una diversión?...

Oh, Tristeza, diosa de la Derrota, que agostas el espíritu de la producción y del trabajo, ¿por qué has contagiado nuestras patrias, como con mortal epidemia?... Los argentinos, que aplican una vacuna para curar esa enfermedad en las bestias de su rica ganadería, ¿por qué no se preocupan de atenderla en los hombres, para quienes sus consecuencias son tanto más nocivas?...

Con todo, justo es reconocer que, en la República Argentina, a lo menos en las provincias agrícolas y de clima templado, por la grande afluencia de la inmigración, hay, a diferencia de otras naciones hispano-americanas, una población extranjera o semiextranjera de modestos trabajadores que van, como los clásicos labriegos de Chipre a la vendimia, cantando a sus faenas... ¡Ojalá esta excepción sea alguna vez la regla!

VIII. ORIGEN Y EXALTACIÓN DE LA ARROGANCIA CRIOLLA

En la antigua monarquía española, la exagerada arrogancia de los vasallos no anarquizaba el reino, porque llevaba adjunto un principio de cohesión y armonía: la lealtad caballeresca a Dios, al rey, a la dama. Por arrogante que un hidalgo fuera, jactábase de fiel a su legítimo soberano, cuya autoridad emanaba, según las ideas del siglo, del mismo Dios. Dios, el sentimiento religioso, tan sincero en la edad media, reforzábase en España por una necesidad terrible: la cruzada morisca. Sagrada guerra en la guerra de los moros, Jesús contra Mahoma. Como vimos en el Libro I, halláronse en este dilema los españoles de aquellos tiempos: u oponer la exaltación cristiana a la exaltación islamita y triunfar del incómodo invasor, o dejarse vencer, y morir, por indiferencia religioso-política, bajo la sangrienta media luna. Y optaron por la lucha, continuando la legendaria, la ininterrumpida lucha ibérica. La antigua arrogancia geográfica de los numantinos se transforma así en la arrogancia religiosa de los castellanos.

Esta arrogancia religiosa, como hemos visto también, lejos de ser un principio anárquico y antisocial, da unión y solidaridad al pueblo español, llegando hasta hacer de él, contra sus ingénitas tendencias de indefinida individuocracia, una entidad uniforme sometida a un fuerte despotismo religioso político.

Pero los criollos perdieron pronto, en su nuevo medio, los viejos sentimientos clásicos... Y la guerra de la Independencia después de la Revolución francesa, cuando ya ésta podía contaminarles su jacobinismo agudo, quitándoles lo poco que les quedara del viejo sentimiento de la lealtad española. Conservaban la arrogancia, que de tan hondo les venía, mas una arrogancia, ¡ay!, sin religión y sin lealtad. El sentimiento ancestral había ido destiñendo poquito a poco el tinte religioso-caballeresco en las colonias, donde no hubo tradiciones ni instituciones feudales arraigadas, ni cruzadas contra fanáticos moriscos, sitio artificiosas hechuras políticas del metropolitano absolutismo y exterminio de débiles y resignados indios. La evolución de la antigua arrogancia hizo, pues, de Hispano-América predispuestísimo campo para que cundiera la rabia jacobina, que, en su esencia, es también un sentimiento individualista.

Transplantadas de Francia las nuevas ideas, el irritante monopolio español fue poderosísimo acicate de rebelión a outrance... Por todo ello, la arrogancia española, al trocarse en criolla, perdidos ya los frenos medievales y religiosos que antes le morigeraban y contenían, se hace una idea fuerza social de incontrastable violencia... Llega a generar una egolatría o autolatría desesperada, anárquica, disolvente; el ensimismamiento del hombre solo de Nietzsche, falto y hasta contrario a la piedad cristiana; la pasión del nombre propio, del mando personal, del Ego...

Hay en los hispanoamericanos descendientes puros de europeos un innato sentimiento de cristiana piedad, que templa los rigores de la egolatría criolla. No vive miles de años raza alguna bajo el imperio de una determinada moral, sin que esta moral deje en su alma sólido sedimento...

Por falta de este sedimento de caridad, de este moderador psicológico, en quienes más fuerte se demuestra la egolatría es en los mestizos, especialmente en los mulatos (incluyéndose en esta designación a los que llevan en sus venas pequeñas fracciones de sangre africana, un dieciseisavo y hasta un treintaidosavo, cantidad todavía sospechosa para los yanquis, sobre todo cuando el atavismo reproduce notables rasgos del exótico abolengo). En ellos suele la arrogancia tomar el colorido de una suprema Envidia, más rastrera y voraz que la serpiente. Sobre todo en ciertos mulatos o amulatados, y por ciertas razones...

Hemos visto ya, en efecto, que es un fenómeno bastante general en la psicología del mulato inteligente una intensa, sobreexcitación de sus ambiciones, eso que bien o mal he llamado hiperestesia de la ambición; y hemos visto también que, por capaz que el mulato sea, difícilmente alcanza al criterio maduro y elevado de los hombres blancos superiores... Ya tenemos dos elementos para explicar su envidia: las intensas aspiraciones del sujeto en sobrepasar a los mejores, y su impotencia. Pero interviene todavía un tercer elemento: lo que he llamado inarmonía de la psiquis del mulato, inarmonía proveniente de que se amalgaman mal en él las tendencias de sus abuelos blancos con las de sus abuelos negros. Esta inarmonía se manifiesta a veces, en esos mulatos inteligentes, por dos inclinaciones contradictorias: el servilismo africano y la exaltada arrogancia española. Trabada en su alma, desde la adolescencia, interna lucha entre los dos sentimientos ancestrales, frecuentemente vence, por influencia del medio o por su mayor intensidad, la arrogancia. Para mantener esta arrogancia en su victoria, el mulato tiene que sacrificar la otra mitad de su alma, y este doloroso sacrificio acaba por agriar y enardecer su egolatría hasta la locura. Para adquirir el valor de su personalidad y vencer su servilismo -cual el medroso niño que silba en la noche para dominar su miedo-, la gran arma que usa instintivamente en su lucha interna es la autosugestión. Se sugestiona a sí mismo que es originariamente un imperator ¡y guay de los que no le reconozcan su carácter augusto! Abrigarán contra ellos un odio, acaso vergorzosamente, y tal vez por lo mismo, de bizantina maldad. Sabe que arrastra cola de paja y teme que se la quemen. Como envidia a quien le sobrepuja, odia a quien lo reverencia. Por eso, tiene odio, ¡tiene envidia hasta el Pasado!. Por eso nadie es más que él de novarum rerum cupidissimus...

Pero, antes de proseguir, convendría hacer notar que no en todos los mulatos triunfa y se caracteriza tan descarada autolatría. No. En unos, en los inferiores, vence el servilismo, que es su gran cualidad para medrar; en otros, los superiores, tal vez los menos, priva la adoración de sí mismos, que a veces les es tan funesta en sus mismas personas como a sus víctimas; y, en los medianos, por fin, suele alternarse y contrapesarse el servilismo y la autolatría, según los casos y las oportunidades... ¡Y más temibles que los superiores son éstos, porque saben disimular mejor sus ponzoñosos colmillos, mostrando sólo, en su sensual sonrisa, la doble hilera de sus dientes de marfil!



IX. FORMA PELIGROSA DE LA ARROGANCIA CRIOLLA: EL DESPRECIO DE LA LEY, LA ENVIDIA, LAS SOFISTICACIONES LITERARIAS, EL NAPOLEONISMO, EL EROSTRATISMO

Manifiéstase la arrogancia, la egolatría o autolatría criolla, que esencialmente es una furiosa exaltación de efímeras vanidades, en todos los órdenes de la vida social. En las costumbres rurales engendran un soberano desprecio de la ley, singularmente de la penal, porque cada cual se pone sobre la ley.

En la ciudad, donde la ley se hace respetar mejor, suele ser agudo donjuanismo, y, más que todo, envidiosa difamación. Lo que no puede vencerse, se difama. Si A no es capaz de subir hasta B, hará bajar B hasta A.Y lo malo del caso es que, como B representa a menudo la excepción, la mayoría pudiera estar con A. La personal emulación de los A viene a ser, pues, doblemente perjudicial a la sociedad, porque tiende a desvirtuar y hasta a destruir la influencia benéfica positiva de los B, y porque para ello pugna hacia un descenso de la cultura ambiente.

Cómicas, archicómicas suelen ser las proyecciones de la egolatría criolla en la crítica literaria, y estériles, ultraestériles, en la producción literaria. Como cada poetastro se considera un Goethe, cada mentecato un Flaubert, cada cagatinta de periódico un Menéndez y Pelayo, y se ofenden y cobran mortal ojeriza al osado que lo reconozca, no es posible la crítica literaria sensata y depuradora. Contra ella está la intimidación, y, para el bienintencionado que se atreva, el vacío, pues, siendo este crítico severo el enemigo común, todos se confabularán en su contra. La comandita de la mediocridad hará entonces de legión batalladora; la tropa de gallináceos, hinchando y coloreando la cresta y el colgante moco y abriendo en abanico la formidable rabadilla, la emprenderá a iracundos picotazos... Luego, la moralizadora censura resulta amordazada; no habrá estímulo para el verdadero mérito, ni acicate para la capacidad sobresaliente. En caótico montón se confundirán los sanos y los leprosos; la lepra se contagiará a los sanos...

¡Y en la historia, la egolatría criolla! Sainetesca furia ha sido el napoleonismo. Los militarejos se hacen cacicotes, los cacicotes emulan a Napoleón, y la sangre de los carneros de Panurgo corre a raudales... ¡Que siga la comedia del mármol y el laurel!

En el fondo, esa autolatría de los mejores suele ser un desmedido deseo de sobrevivirse a toda costa, de "inmortalizarse" en lo que se pueda, aunque fuere como Eróstato, quemando del templo de Delfos. Es, pues, una especie moderna del antiguo erostrastismo. (Omnia vanitas!). Representa el principio generador del nunca bastante ponderado exhibicionismo criollo...

En las costumbres que diríamos privadas, la autolatría se refleja a veces en cada acto, en cada palabra, en cada gesto... Es un ponzoñoso sentimiento anticristiano que hace desdeñar y oprimir a los débiles, engañar a los ignorantes, burlar a los ingenuos, fusilar a los vencidos y despreciar e insultarse a todos.

Si se forma una "comisión directiva" cualquiera, la autolatría obligará a quienes la constituyen a poner dos o tres presidentes honorarios, un presidente efectivo, dos vicepresidentes segundos, cinco secretarios, múltiples tesoreros, y otros muchos títulos honoríficos, aunque no haya secretos, ni tesoros, ni honores... ¡ni siquiera un verdadero espíritu de asociación! La cuestión es no dejar como simples vocales más que a los descalificados, los enfermos, los pobres de espíritu, los adolescentes. ¿Nadie quiere ser uno de tantos!

La así en líneas generales, podrá parecer humana más que criolla... No lo creáis. Hay casos de casos. En su forma ególatra es genuinamente criolla; y para comprenderlo sería eficaz comparar este sentimiento indisciplinado y anárquico con la cristiana y viril disciplina de los norteamericanos. Son dos cosas tan distintas... Representan dos polos opuestos del carácter de los hombres.

Es admirable en Norte América el espíritu de tolerancia, de bondad, de resignación al anónimo. Cada uno de los ochenta y tantos millones de ciudadanos trata de ser feliz como puede, haciendo también felices a los demás y sirviendo a la patria, sin absurdas preocupaciones de erostratismo. Comprendo lo vano, lo torpe de semejantes sentimientos cuando no se nace hombre de genio, y cada cual vive resignado a no serlo. Los políticos se habitúan mejor a hacer de soldados sin aspirar al generalato; los hombres de letras casi ni firman sus producciones en los periódicos, dejando eso para los Mark Twain y los Walt Whitman, es decir, para los grandes elegidos; los hombre de iniciados se contentan con pasarlo bien y divertirse, sin emular a Lovelace... Cada cual, en fin, comprende la pequeñez humana y siente el ridículo de las petulancias funambulescas y despampanantes de quienes viven como en la calle y sólo para las apariencias.

Pero podrá creerse, siguiendo a Nietzsche, que ese sentimiento yanqui de disciplina democrática y cristiana es una prueba de debilidad presente y pasada, y se verá que, lejos de ello, es un indicio de nacional fortaleza. Parece que cada hombre posee una limitada dosis de actividad vital propia, que debe ejercer y no podrá exceder... Pues bien; el fenómeno de la autolatría criolla absorbe y malgasta esa intrínseca e invariable dosis de actividad en sentimientos y tareas tan estériles y hasta esterilizadoras como los rencores personales y la maledicencia furibunda. Por el contrario, el espíritu de fraternidad yanqui tiende a dar el empleo más útil y fecundo a la actividad de cada ciudadano, apartándola de pequeñas y bajas preocupaciones. Pongamos un ejemplo gráfico, un símil que nos sea familiar a todos. Chocan con violencia, por casualidad, dos vehículos en las calles de Nueva York; sus conductores se piden mutuamente disculpa y siguen su camino. Chocan con violencia y por casualidad otros vehículos en las calles de Buenos Aires; sus conductores se detienen, se injurian ferozmente, se acusan de recíprocos destrozos; fórmase un tumulto de desocupados mirones que, por el solo hecho de mirarlos, los provocan... Viene la policía, con toda su afidalgada altivez, y, en tanto se dirime la contienda, el tráfico se suspende, con una larga hilera de carruajes, carros y tranvías parados, "haciendo cola" durante diez interminables minutos... Ved cómo la disciplina yanqui no causa perjuicio a nadie, y cómo la arrogancia de dos plebeyos cocheros porteños hará perder, a crecido número de transeúntes, un tiempo precioso. ¡Y time es money! En la vida, todos somos transeúntes más o menos apresurados.

Podrá también argüirse, contra esa fraternidad norteamericana que achata el espíritu artístico e intelectual, democratizándolo, nivelándolo con la plebe... Pienso al efecto que un pueblo, cuanto más civilizado, mejor hace la diferenciación de sus funciones y de sus órganos, y que, por consiguiente, es notable rasgo de civilización avanzadísima el saber especializar los órganos de progreso artístico y mental en las intelectualidades superiores, apartando de tales funciones a los mediocres. ¡Constituyen éstos tan terrible rémora en Hispano-América!... Pero puede observarse que, al dejar a los pocos elegidos esas funciones progresistas, cierran tales costumbres sociales la puerta de la gloria a muchas personalidades del montón anónimo dignas de franquearla... ¡No lo penséis, lectores! Si la vocación de gloria suele existir falsa e infructuosamente en el mediocre, no falta jamás, y sobreaguda, en el hombre de genio, siendo precisamente la característica de su psicología. Ninguna preocupación humana hubiera impuesto silencio a Poe o a Emerson. Como el ruiseñor, el verdadero genio antes levanta su canto que calla cuando, con punzón de hierro, se le arrancan las pupilas.

En estado salvaje el hombre es tan egoísta como cualquier bestia feroz, hasta que las necesidades y la incipiente cultura, dominando sus instintos antisociales, le sociabilizan. Así, largo años de aprendizaje ha costado a los anglosajones, y en general a los otros antiguos bárbaros de Europa, transformar en fraternal disciplina el innato individualismo propio e todos los pueblos incultos, y especialmente de los teutónicos. A través de prolongadísima experiencia histórica, el cristianismo, las instituciones caballerescas, la Reforma y el Renacimiento han suavizado las almas y las costumbres británicas. No se crea, pues, que espontáneamente, de buenas a primeras, llegaron los angloamericanos a ser la democracia cristiana que hoy son. Famosa es aún la intemperancia de los ingleses de los tiempos de Mac Carthy. De esa primitiva rudeza todavía quedan, aunque van cayendo en desuso, supervivencias tan elocuentes como el fagging de las más aristocráticas escuelas inglesas, el boxing, la riña de gallos.

Con todo, no hay que confundir el individualismo bárbaro con la refinada egolatría. El primero es propio de pueblos jóvenes que progresan; la segunda, de viejos pueblos que decaen. Marcada diferencia hay entre la lucha de los patricios y los plebeyos de la Roma antigua y la contienda de los verdes y los azules de la oriental Bizancio. Aquélla fue guerra varonil, abierta, leal; ésta, mortal duelo de mentiras, estratagemas y monstruosas perversidades. Y es curioso observar que, cuanto más débil y servil se hace un pueblo con sus enemigos extraños, tanto más desleal y pérfido se muestra, en la vida interna, con los propios hombres. Si la Roma antigua dominaba a los cartagineses, a los galos, a los iberos, a todo el mundo conocido, la moderna Bizancio pagaba tributos, sufriendo interminables humillaciones, a cuanta nación la hostilizara.

Los mismos norteamericanos, tan fraternales individualmente entre sí, han sido feroces con los esclavos negros, arrebataron Texas a Méjico, y hoy siguen una política internacional agresiva y dominadora. Diríase que el cristianismo internando expansivo vigor al pueblo al cohesionarlo y encauzar las individuales actividades, le hace anticristiano y nietzschista en lo externo...

Por desgracia, la egolatría criolla se acerca a veces más al degenerado odio bizantino que a la cándida barbarie primitiva de los romanos y los anglosajones. Es burlona y falsa; tiene la suma ironía y la falacia suma de las decadencias. Compárense, por ejemplo, las viejas costumbres carnavalescas de los ingleses con la de los actuales criollos. Una de las más mentadas y clásicas diversiones de aquéllos, en las aldeas, consistía en sortear entre los paisanos uno para que llevase un gallo vivo amarrado a las espaldas; los demás debían correrle armados de palos, para matar al gallo. En cambio, los criollos mantienen en vigor la diversión de enmascararse, y, en efecto, apenas se ponen una careta, insultando y vejando a cuantos puedan, desenmascaran el alma... Compárense, digo, la grosera risa del rústico que acribilla a palos el lomo del compañero, con la traidora mueca del ciudadano que se aprovecha del anónimo antifaz para vomitar sobre el prójimo, en ocasión tan propicia, los sapos y culebras que lleva todo el año metidos en el estómago. Comparad, lectores, y decidme qué es más noble y viril, si la carcajada brutal como la espada del rey Arthur o la venenosa sonrisa de Lucrecia Borgia...


X. FORMAS LEVES DE LA ARROGANCIA CRIOLLA: ARROGANCIA LITERARIA, CULTO DEL VALOR, DONJUANISMO

En la literatura hispanoamericana ha producido también la arrogancia típicas páginas, llenas de grandilocuente oratoria, como las de Facundo o Civilización y Barbarie por Domingo Faustino Sarmiento, a quien Menéndez y Pelayo llamó "el gaucho de la República y de las Letras". La amalgama de la indeleble arrogancia ancestral con un cierto galicispio de importación produce hoy en Hispano-América un estilo híbrido, verdaderamente "decadente"; un culteranismo tan chocante como lo serían manolas vestidas de marquesitas Pompadour, y, ¡para colmo!, adornadas asimismo con dijes indios, diademas de plumas tropicales y collares de dientes.

Y en la literatura popular gauchesca son características las payadas de contrapunto, torneos de arrogancia en los cuales los cantores "se trucan y retrucan", con el objeto de vencerse a donosidades y hasta a insolencias, en versos que se improvisan cantando en la guitarra, como los trovadores medioevales en sus concursos al son de mandolinas. Pero jamás se presenta una Santa Isabel que, desde el estrado, elevando la emulación de las musas, otorgue con su mano hierático al vencedor, ya Wolfram, ya Tannhaüser, una corona de laurel... ¡Bajo el alero de la cabaña criolla decide la victoria soez coro de carcajadas!

Después de poner la palabra finis al Quijote, cuelga Cervantes, ¡muy alto!, la pluma de águila de Cide Hamete Benengeli, exclamando:

Tate, tate, folloncicos,
de ninguna sea tocada,
porque esta empresa, buen rey,
para mi estaba guardada.

Y José Hernández, el cantor gaucho de Martín Fierro, del más hermoso poema popular quizá de Hispano-América, lo termina con esta estrofa:

Echó un trago como un cielo
dando fin a su argumento,
y de golpe el estrumento
lo hizo astillas contra el suelo.

"Ruempo, dijo, la guitarra
por no volverme a tentar;
ninguno la ha de tocar,
por siguro tengaló,
pues naides ha de cantar
cuanto este gaucho cantó".

Ambos, el novelista y el payador -es de observar- acaban con la misma altivez architípica, y hasta emplean la misma expresión: tocar... ¡Alto ahí, perversos malandrines, afeminados retóricos, alto ahí, que ya nadie se atreverá a "tocar", ni la péñola del hidalgo manchego, ni la guitarra del ministril de las Pampas! ¡Si aquélla se colocó donde jamás alcanzará una mano, ésta, más frágil, fue rota en mil pedazos!

Ni aun la coreografía popular se libra de la hereditaria epidemia de arrogancia. En el "gato" y la "zamacueca" bailes populares de Sud América, los danzantes interrumpen de cuando en cuando el zapateo para burlarse, desafiar y hasta insultarse, buscando el aplauso de la rueda de público en versos de oportunidad que se llaman "relaciones"; y luego, ¡que siga la danza!... No hay que enfadarse: como la "payada", las "relaciones" no son un duelo sino un asalto con caretas de alambre y floretes embotados. Es la eterna edad media, ¡pero ya no con la lanza y el broquel de Amadís de Gaula!

En el lenguaje de los criollos, a los menos en el de ciertas regiones, se perpetúa, aunque singularizado, y sincopado para pronunciarlo más fácilmente, el antiguo trato del "vos" plural de los magnates, tanto más arrogante y ceremonioso que el moderno "tú" singular...

¡Qué si vos sois caballero,
caballero también soy!

Nadie acaso conserva mejor en Hispano-América, y acaso en todas las Españas, el antiguo espíritu de arrogancia castellana, que el gaucho, por su aislamiento... Al gaucho suele llamársele "compadre"; y con la palabra compadrada se expresa una idea de réplica contundente, de gesto desafiante, de pretencioso insolencia, de irónica jactancia. Hay que ver todo lo que el criollo acumula en el verbo compadrear... El "que si vos sois caballero" se traduce en las Pampas, cuando riñen dos rústicos, por un "¡a ver si sos tan gaucho!" También llaman los argentinos guarango al plebeyo de las ciudades; y al adjetivo guarango se le adjunta la idea de insolencia, como a sus derivados guaranguear y guarangada. Despojando de su airón caballeresco a las más valientes réplicas del teatro clásico español, y aplicándoles a nuestras democráticas costumbres modernas, obtiénense... guarangadas.

La heráldica hispanoamericana, nos da elocuentísimas pruebas de arrogancia... Un buen obispo, Trejo y Sanabria, funda en el siglo XVII, en una pobre y mediterránea villa de las provincias del Río de la Plata, Córdoba, una universidad; fórjasele un escudo, y, en el escudo, un lema. ¿Qué lema? Los lemas Universitarios en el extranjero son generalmente humildes, como el de Oxford: Dominus iluminatio mea... Pues no; el de Córdoba, ciudad que llamaron la "docta", fue nada menos que éste, en el corvo pico de un cóndor de alas abiertas: Ut portet nomen meum coram gentibus!

Un poco más, si es posible, y vence en orgullo al de la misma Salamanca papal: Omniam scientiarum princeps, Salamantica docet! ¿Y el lema del escudo de la República de Chile? Es posible nada más arrogante? "¡Por la razón o por la fuerza!" Es decir: "¡Yo siempre triunfaré, porque llevo en mis manos, como Júpiter, el rayo, la Razón y la Fuerza!" Comparadlo con el Dieu et mon droit del escudo inglés: "Yo no me meto con nadie sino con los derechos que Dios me permite". Esto es, precisamente, el individualismo cristiano. Ingerirse e imponerse, "por la Razón o por la Fuerza", constituye el principio de conquista de los pueblos gentiles, ¡de las águilas de Roma!

En las costumbres de "nuestra América" la arrogancia asume dos formas características: la rural y la urbana. La rural, más ranciamente española, pues que en los campos se conservaron mejor las tradiciones coloniales, proyectase, como en los tiempos del Cid, en el culto del coraje, simétrico pendant del "desprecio de la ley" antes descripto. El talento, el oro y la estirpe son, para los gauchos argentinos y los llaneros colombianos, méritos infinitamente menores al del valor personal. De ahí una tácita y teológica reprobación al comercio, a la literatura, a la ciencia.

La arrogancia urbana suele manifestarse, entre hombres, por el respeto hacia la potencia sexual. El fenómeno es español, como que don Juan es español, y no menos arrogante que García del Castañar o Sancho Ortiz de las Roelas. Pero, en España, el catolicismo contenía esas jactancias; el dedo de piedra de la estatua del Comendador estaba siempre alzado en actitud amenazante... No así en Hispano-América, donde las viejas creencias han sido menospreciadas, para obedecer a las modas de la Revolución francesa... Por eso ha podido observar algún viajero puritano que, desde niños, las más íntima ambición de los criollos es llegar, sino a Tenorios, siquiera a Mejías.

XI. SUPREMACÍA DE LA PEREZA CRIOLLA SOBRE LA TRISTEZA Y LA ARROGANCIA

La pereza, la tristeza y la arrogancia criollas, esas tres cualidades típicas de los hispanoamericanos, están vinculadas tan íntimamente entre sí que forman un todo compacto y homogéneo: el carácter de raza. Este podría considerarse inverso del europeo, al menos del genio ideal de los pueblos más ricos y fuertes de Europa; cuyas tres condiciones capitales serían: diligencia, alegría y democracia. Contra pereza, diligencia; contra tristeza, alegría; contra arrogancia, modestia, que se traduce prácticamente por igualdad y la igualdad, en política, por democracia. Tracemos un cuadro gráfico (fig. 6): el círculo íntegro presenta el espíritu humano; el semicírculo superior el carácter criollo, el inferior el carácter europeo, separados ambos por la línea MN...

  Grafico

 

Si buscáramos cuál es la cualidad madre en las tres condiciones del carácter criollo, hallaríamos que la pereza; en el europeo (ideal), la diligencia. Para llegar a este resultado podríamos proceder según el método de las concordancias de la lógica inglesa. "Si tomamos cincuenta crisoles de materia fundida que se dejan enfriar y cincuenta soluciones que se dejen evaporar, todos cristalizan. Azufre, azúcar, alumbre, cloruro de sodio; las diversas materias, las temperaturas, las circunstancias son todo lo diferentes que cabe... Encontramos allí un hecho común, y no más que uno: el tránsito del estado líquido al estado sólido; de ahí deducimos que este tránsito es el antecedente invariable de toda cristalización. Tal es la aplicación que, con un ejemplo físico, se ha dado al "método de la concordancia", cuya regla fundamental es: "si dos o más casos del fenómeno en cuestión no tienen más que una circunstancia común, esa circunstancia es su causa o efecto". Tomemos, pues, muchos datos y rasgos de la psicología hispanoamericana: hombres, instituciones, guerras, libros, ideas... Las épocas, los países, las circunstancias son todo lo diferentes que cabe... Encontramos, entremezclado, un hecho común, y no más que uno: la pereza. De ahí deducimos que esa ubicua pereza criolla es la cualidad madre del carácter hispanoamericano, hasta el punto de que, marcando la línea MN una división entre éste y el europeo, podríase construir el siguiente cuadro ampliativo de la figura anterior:
 

 

M

 

Acción . . . . . . . . .
Disciplina . . . . . .
Carácter. . . . . . . .
Constancia. . . . . .
Verdad . . .  . . . . .
Democracia. . . . .
República . . . . . .
Alegría . . . .  . . . .
Decisión . . . .. . . .
Etc. . . . . . . . . .. . .

. . . . Inacción
. . . . Indisciplina
. . . . Veleidad
. . . . Inconstancia
. . . . Mentira
. . . . Arrogancia
. . . . Caudillismo
. . . . Melancolía
. . . . Indiferencia
. . . . Etc.
 

N

 

En una palabra, el trabajo es progreso; la pereza, rutina o decadencia ...
 

Se me podrá objetar que hay exageración, y hasta cierto parti pris al poner todo lo malo del lado del genio criollo, y todo lo bueno como propio del carácter europeo. Desde luego... Mas téngase en cuenta que el trabajo representa sólo un ideal europeo de carácter; la pereza, un hecho en el carácter criollo. Además, mis esquemas, como todos los esquemas sociológicos, evidencian una fase simple de cosas que en realidad son muy complejas; su mérito, si lo tienen, no estribaría más que en señalar la importancia de la fase esquematizada... Es la tarea de los grandes clínicos de consulta: hacer un diagnóstico general, para que luego los especialistas curen por partes al paciente, quién los riñones, quién el estómago, quién los bronquios.

Pero, ¿existe una verdadera oposición entre el carácter criollo y el europeo? Por lo menos existe diversidad y, en psicología, como todo es relativo al criterio que se adopte, siempre puede hacerse oposición de la diversidad. El carácter humano es un todo tan elástico como un calcetín; o se estira por el derecho, o se estira por el revés.

Y entiéndase que sólo con el objeto de presentar claramente mi diagnóstico he idealizado, sin duda en demasía, una vaga tendencia hacia la sobreactividad de los pueblos más cultos del mundo, a lo menos de sus mejores hijos, suponiéndola típica del "carácter europeo", si es que lo hay... En cambio, y vaya lo uno por lo otro, no debemos olvidar que el genio criollo tiene sobre el europeo la inaccesible superioridad de una inocente ausencia de dolorosas pasiones tradicionales y de egoístas prejuicios. El alma europea es, en cierto modo, una estatua de sólido y bien fundido metal; ni el cincel del mejor artista puede modificarla... El alma criolla es un río de metal en fusión; el escultor, construyendo sus moldes, puede darle todavía una suprema belleza que jamás vieron los siglos.

XII. CORRELACIóN FORZOSA DE LA PEREZA, LA TRISTEZA Y LA ARROGANCIA

La pereza y la arrogancia son dos mellizos siameses unidos, como es muy frecuente, por el hígado; cualquier cirujano, cortando el exceso teratológico, puede separarlos. La tristeza y la pereza son también dos mellizos siameses; pero vinculados, tanto más íntimamente, a la altura del pecho, por un puente de arterias y venas que unifica las dos circulaciones. Ni el más hábil cirujano puede separarlos en vida, porque los dos no tienen más que un corazón. Ni el más sutil psicólogo podrá así desligar, con el bisturí del análisis, la tristeza y la apatía...

Lo enseñan los viejos teóIogos. "Acidia, en su propia significación, quiere decir tristeza; más porque el triste y perezoso son tan hermanos, que por maravilla se aparta uno de otro. Al fastidio y pereza que a los tristes se consigue llamamos acidia, dando el nombre de la causa por el efecto, como en otras muchas cosas acontece." Así dice profundamente un teólogo español del siglo XVI, fray Melchor Cano, obispo de Canarias, en un capítulo del Tratado de la victoria sobre sí mismo, capítulo que se titula De la acidia y versa casi exclusivamente sobre la tristeza.

Lo enseña la moderna psicofisiología, que equipara la actividad vital al placer, la inactividad al dolor, la inacción a la muerte. El placer es la energía de la vida; el dolor, si no se reacciona, el debilitamiento o la extinción de la vida. Esta verdad es el eje de las célebres leyes de Groote, hoy experimentalmente comprobadas por Weber, Fechner, Wundt.

Lo enseña la experiencia diaria... Aquel individuo que allí veis, vegetando, sin ideales, sin ideas, sin iniciativas, aunque ría rodeado de bulliciosos camaradas, es un triste solitario en cuyo corazón aletea un vampiro. Y este otro, que comercia, que calcula, que escribe, que lucha por un ideal de gloria y de riqueza, aunque llore en la soledad, lleva en su pecho un ruiseñor.

La pereza es una flor venenosa que abre su cáliz en el corazón del indolente. En sus pétalos liba la avispa de la maledicencia, a su sombra duerme el áspid de la muerte.

Así como la caballería significó la arrogancia y justifica la indolencia, el romanticismo ha poetizado la tristeza... ¡No creáis en el romanticismo! Más que espontánea eflorescencia de almas superiores fue una moda del siglo XIX, nada más que una moda, y no menos ridícula que la de los miriñaques. Fue una pose de novedad pour épater le bourgeois; una superchería de escuela contra el viejo epicureísmo de los clásicos, ya tan conocidos, ¡tan "gastados"!

Hase creído leer en las Santas Escrituras que, en castigo del peccatum originale, Jehová impuso al hombre la ley del trabajo. Tengo para mí que el texto ha sido mal glosado: debe decir que Jehová impuso la ley del dolor, y, como único medio de redención, el trabajo. Esto es lo que nos dice la naturaleza humana, que es el mejor intérprete de los designios de Dios. Y también se lee en las Santas Escrituras que hay un pecado misterioso, satánico, incógnito, el más grave, el innominable, el irredimible... ¿Sabéis cuál es? El homicidio, el robo, la fornicación, la idolatría, son todos redimibles por el trabajo de la penitencia... ¿Sabéis cuál es? ¡Creedme, es la Tristeza! ¿Qué penitencia puede redimirnos de la Tristeza? Creedme, sí, creedme, es la Tristeza.

XIII.  LA ARROGANCIA CRIOLLA, ORGULLO DE LA PEREZA

A primera vista, pereza y arrogancia son dos cualidades diversas, casi antagónicas. Pero observémoslas con detención, analicémoslas, disequémoslas, descompongámoslas en sus partes constituyentes; apliquémosles el microscopio y los rayos Roentgen... Y llegaremos a esta inopinada conclusión: ¡ambas son gajos de un mismo tronco!

¿En qué consiste esencialmente la arrogancia? En atribuirse una superioridad indeleble, o mejor dicho innata. Es decir, una superioridad intuitiva, infusa, inspirada, obtenida por obra y gracia del Espíritu Santo, sin esfuerzos, sin trabajo. Es el arma de los ricos holgazanes, de los degenerados de razas conquistadoras, de los aristócratas impotentes. Es el boato que da prestigio a la psicología de los que, sin valer por sus propios méritos, se valen de los ajenos: la gloria de sus antepasados, la riqueza de sus padres... Es el orgullo de la pereza.

Me diréis que arrogancia tuvieron también los magnates que se encumbraron por el valor de su brazo, los improvisados del comercio, los sobresalientes de la ciencia y del arte... Y os replicaré que no debéis confundir el amor propio y la satisfacción de sí mismo con la arrogancia. Son dos cosas harto diferentes. El hombre que se goza en sus méritos es un avaro que tiene un tesoro oculto, para que no se lo roben, en el último fondo de sus arcas, el corazón; pero el hombre que hace alarde de riquezas, el arrogante, es generalmente un pobre diablo que, sin poseerlas, quiere igualar y hasta superar en apariencia a quienes las posee. Es la inofensiva bestia que, para defenderse de sus enemigos o apoderarse de su presa, simula órganos ofensivos de que carece, hinchándose como si erizase púas, abriendo sus desdentadas mandíbulas como si poseyera venenosos colmillos. Hay en la India una débil culebra que, cuando se ve atacada, ínflase hasta tomar las siniestras formas de la cobra. Los grandes mastines no ladran tan agresivamente como los perrillos falderos... La arrogancia es, en los animales, el instinto de conservación de los indefensos; en los hombres, al menos cuando alcanza su aspecto máximo, el de los perezosos. Es la simulación de una actividad ausente, el monstruo terrorífico estampado en el escudo de los pueblos medrosos.

La impotencia para el trabajo engendra el desprecio del trabajo y de los trabajadores... Por otra parte, las tradiciones latinas y caballerescas corroboran, en Hispano-América, este orgullo de la pereza, ensalzándole como rasgo característico de superioridad de casta, o sea como forma pasiva de la antigua arrogancia ancestral.

Típico caso es uno que me contó el gerente de una empresa ferroviaria inglesa de la República Argentina. Por no haberse realizado a tiempo un cambio de rieles chocaron dos trenes en horrible catástrofe, en que murieron muchas personas, se destrozaron muchos vagones y se quemaron muchos fardos de lana... El descuido fue de un empleado de pura estirpe criolla. Llamáronle a declarar ante la comisión directiva de la empresa, preguntándole cómo pudo descuidarse, cuando se le había telegrafiado que iban los dos trenes en direcciones opuestas por la misma vía única, para que hiciese a tiempo el "cambio reglamentario"... -Es que el peón cambista estaba enfermo en cama, repuso, y yo no tenía entonces otros peones... ¿Y por qué no lo hizo usted? -Le mandé avisar al cambista, y si él no lo hizo... Pero sabiendo que el cambista estaba enfermo y no teniendo otros peones, ¿por qué no lo hizo usted mismo, con sus propias manos? -¡Yo! ¡Yo soy el jefe de la estación! ¿Cómo iba a hacerlo yo? Cada uno tiene también su dinidad".

XIV. CONSECUENCIAS TRASCENDENTALES DE LA PEREZA

En síntesis, inclínome a creer que siempre los progresos y las decadencias pueden reducirse a la mayor o menor actividad de los pueblos... Pienso que no sólo la arrogancia, el valor de los débiles, y la tristeza, dolencia de vencidos, han de originarse en la pereza, sino que los demás males de las naciones latinoamericanas son también causados o agravados por la desidia. Pereza de la sensibilidad y la imaginación es la falta de ideales. Pereza de la voluntad, la falta de iniciativas prácticas. Pereza de la inteligencia, la ausencia de originalidad, de previsión y de precisión. Pereza de los músculos, la decadencia física. Pereza en el ejercicio de los derechos y deberes políticos, las ridículas parodias de democracia... El odio "godo" al extranjero es pereza, porque comprenderle y emularse serían trabajo. El culto del valor es el culto de la pereza, pues ninguna hazaña exige menos esfuerzos que las impulsivas de la cólera la propia defensa, que son las más valientes. El orgullo de la riqueza nacional es un sentimiento de perezosos, que prefieren contemplar a producir... Pereza, pereza y pereza; todo es pereza en South America. ¡Pereza la indiferencia, pereza la inacción, pereza la soberbia, el desenfado, la gracia criolla! Pero, para demostrar esto último -la pereza del esprit criollo-, lo que acaso parezca paradojal, necesito extenderme en ciertos razonamientos...

Hay, en efecto, dos categorías de imaginación: la grande y la pequeña.

La grande es la que sueña, la que aspira, la que produce la que todo el mundo llama, por antonomasia, imaginación. Es la facultad activa, trabajadora por excelencia del intelecto humano, cuando comprende como cuando crea. Exige un grande esfuerzo de la atención, penoso a veces. Entender la Divina Comedia, la Crítica de la Razón pura o Tristán e Isolda representa toda una tarea y una gran tarea: la de identificarse con el pensamiento de un superhombre. No basta para ello una inteligencia natural, un espontáneo gusto artístico: se necesita un dominio especial sobre nuestro espíritu, que no siempre se amolda fácilmente a una obra maestra.

La pequeña imaginación es una cosa muy distinta: constituye el esprit frívolo y simple; una irónica y vivaz flexibilidad intelectual, que reacciona como la sensitiva a cualquier choque exterior, casi por un involuntario movimiento mecánico, casi por acto reflejo. Tan diferentes son una y otra, que parecen excluirse. La pequeña imaginación es propia de los analfabetos e indiferentes; la grande, de la ciencia, del arte, de la política. Para todo lo digno y lo bello, hasta para la llamada causerie de la gente culta, se requiere ésta, porque aquélla se reduce a frases entrecortadas e impertinentes. El más chusco chulo andaluz no será nunca un causeur... ¿Qué es, por tanto, el esprit criollo? No, no es la divina imaginación, la facultad intelectual, trabajadora por excelencia: es el vacío en el cerebro, el cansancio en el pecho y... la rapidez en la lengua. Es la habilidad de los desocupados, que destilan el veneno de su impotencia en frases agudas como el aguijón de una avispa.

En Alemania hase podido considerar como "mal del siglo" la dualidad de una voluntad débil para ejecutar y de una vasta imaginación especulativa. Este es un mal muy relativo: pueblos que piensan, no importa que a veces fracasen en el hecho. Pensar es obrar. Mal mucho más grave, el mayor mal de los países hispanoamericanos, no sería, a mi juicio, la ausencia de iniciativas, sino la falta de imaginación. De todas las consecuencias de la desidia, ésta es la que más trascendente conceptúo... ¡Los hispanoamericanos parecen no comprender la verdadera imaginación, la gran imaginación! Exaltando como todos los hombres sus debilidades, suelen reputarla enfermiza sensibilidad, cuando no descabellado lirismo. Creen que los yanquis carecen de imaginación, ¡los yanquis, que construyen casas de treinta pisos, que intentan las más arriesgadas empresas, que cultivan a Hegel, que inventan con Edison, que piensan con Emerson, que sienten con Poe y con Walt Whitman! La imaginación se revela en algo más, señores indiferentes, que en dejarse crecer romántica melena y escribir pequeñas poesías escépticas...

La falta de imaginación en las clases directoras, del poder y la fortuna; he ahí un enemigo mortal del progreso. En muchas sociedades hispanoamericanas es fácil observar esa deficiencia, más desoladora que la peste y la derrota. Buscad en ellas las grandes concepciones financieras, políticas, literarias; buscad la generosidad de los magnates para la educación y la beneficencia públicas; buscad, por fin, en el comercio, en la cancillería, en las letras, algo que revelé una emulación de raza que se sacrifica y triunfa en las vastas empresas que imagina... Y me temo que no encontréis ni siquiera la imaginación de la riqueza, que es la más grande de las virtudes de los angloamericanos. Los hispanoamericanos ni llegamos a reconocer esta virtud, que suponemos venalidad... Venalidad, oh, aristarcos, es la pasión de un propietario que, con un millón de pesos de capital, sólo piensa en divertirse en el extranjero; venalidad, el avaro sentimiento de un hacendado que no es capaz de arriesgar un céntimo en ninguna empresa progresista y sólo aspira a guardar lo posible de sus rentas... Pero la acción del capitalista que, con quinientos mil dólares, trata de ganar, aunque sea en el comercio de suelas o de tocino, unos veinte o treinta millones, con los cuales se lanzará luego a grandes obras y favorecerá las artes y las ciencias..., eso no es venalidad de salchichero, ¡es la imaginación de la riqueza! Si vosotros la tuvierais, vosotros, los "conservadores", que sois más mercachifles que los "envenenadores" de Chicago, ya intentaríais, por ambición si no por patriotismo, rescatar de las manos extrañas que las explotan ciertas empresas financieras que, a veces, como en el caso del Ferrocarril del Sud de la República Argentina, implican un monopolio y hasta un peligro para la nacional integridad política. Por alguna razón, aunque harto débil, se ha pintado a tan rico y vasto país, en el mapa de las posesiones inglesas puesto en la carátula de un libro popular escrito en Francia, del mismo color que el Cabo y Egipto.

Así como en las grandes cosas, también en las pequeñas se sintomatiza ese capital defecto de la clase directora de algunas sociedades hispanoamericanas. Preséntase en sus salones una mujer de belleza exótica con el peinado que conviene a su tipo, y la maledicencia le hinca el diente tildándola de "estrafalaria" y "ridícula", como que el medio no tiene imaginación bastante para apreciar lo que no se somete estrictamente a los últimos clisés de la moda... Destácase un hombre dotado de ciertas concepciones que no son lugares comunes y que emplea al hablar un vocabulario un poco más rico que el miserable argot mundano: tampoco se le entiende... ¡Desgraciado si se empeña en hacerse comprender!... Salvo el caso de que se imponga por la fortuna o el poder político, nunca deberá aventurarse en esos deliciosos salones el hombre de pensamiento cuyo cerebro vive poblado de ciertas ideas que exigen un esfuerzo mental, y que, en otros centros, pudieran dar realce a la vida elegante. Aquí parecerá un pobre hombre, sin esprit, distraído, indefenso, impermeable... Podrá ser un buen causeur (en los corrillos criollos se le llamará desdeñosamente "solista", vengándose así la gente de que la obligue al terrible trabajo de pensar); pero no será nunca -es demasiado intelectual, demasiado generoso para ello-, un buen guasón criollo andaluz, de oído despierto y malicioso, de réplica pronta y contundente... Por eso, el grupo de insolentes fashionables le sentenciará con este calificativo, inapelable como un fallo de última instancia, indeleble como un sacramento, absoluto corno el juicio de Dios: "Es un zonzo".

Pero, ¿qué es un zonzo? Un zonzo debería ser un hombre desprovisto de condiciones intelectuales, un idiota incipiente, un incapaz cualquiera, un inepto para la lucha por la vida... Y es grotesco, es trágico, es cómico, es sangrientamente cómico el uso que hacen esos zánganos criolloandaluces -esos divinos "vivos", cuya ignorancia es tal que no tienen ortografía y no saben sumar correctamente-, el uso que hacen esos despreciables parásitos del calificativo lápida de "zonzo"... Introdúcese en su ambiente un diplomático fino e instruido; se le hace corro; se abusa de su ignorancia en ciertos matices regionales del idioma; se le zahiere vaga, cobarde y simuladamente... Y el veredicto está hecho: "Es un zonzo". Llega de Europa un joven artista o compositor nacional, que expuso sus cuadros en el Salón de París o que ha compuesto una ópera editada por Ricordi y aplaudida en Italia... Y, ¿qué halla en esta mezquina jeunesse dorée si no el vacío más absoluto, porque no ha traído corbatas de Charvet, y no parte sus cabellos en dos bandos elegantes y simétricos, a lo Cleo de Mérode? "Es un zonzo". Y zonzo es todo lo que representa buena fe, altura moral, imaginación, trabajo... ¡Cuánto más fácil es despreciar a los que sienten, a los que piensan, a los que obran, que sentir, pensar y obrar!

...Ergo, la falta de imaginación en las clases directoras constituye una de las formas más graves de la desidia hispanoamericana, porque, lejos de estimular, dificulta el progreso.

XV. EL CARÁCTER ARGENTINO

El carácter argentino es todavía una nebulosa. Habiendo convergido en el país tantas razas -americanas, blanca, negra-, y tantos climas, desde el tórrido del Chaco hasta el casi glacial de la Tierra del Fuego, el pueblo presenta un caos de tendencias y pasiones. La actual inmigración europea; por lo copiosa y varia, aumenta aún la heterogeneidad del conjunto. Ninguna nación de ninguna época, en fin, poseyó jamás tan difusa psicología...

Sin embargo, pudiérase acaso esbozar esa psiquis si al efecto se dividiese el pueblo en grupos más o menos caracterizados por la afluencia combinada de su etnografía, clima y tradiciones. Recordando lo expuesto al trazar más atrás mis esquemas etnogeográficos de la República Argentina, estos grupos serían hoy tres: 1º. la antigua clase directora residente en las grandes ciudades; 2º. la gente rural del interior; 3º. el elemento inmigratorio radicado preferentemente en el litoral, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

1º. Dolorosa y bien pesimistas páginas me ha inspirado, en otra oportunidad, la psicología de la clase directora, especialmente de la juventud rica, tan ociosa, frívola y burlona. (35) Su carácter no es, sin duda, simpático; con ella "no se hace patria". Posee todos los defectos de la psicología criolla, y refinados, aguzados por la vanidad y el boato... Felizmente, si su ejemplo y su influencia preponderan aún, mañana caerán, y de pronto, como piedra en el abismo. No sabiendo estos jóvenes pseudoaristócratas conservar sus bienes, sus despilfarros los van dejando ya sin fortuna; sin fortuna, merma su prestigio, mientras el elemento inmigratorio adquiere, para sustituirlos, los bienes que ellos pierden y la cultura que nunca tuvieron...

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(35) La Educación, 3º ed., Madrid, 1903, tomo II, pág. 361.
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2º. Por la doble potencia de su ardiente clima y sus antecedentes étnicos, el argentino de tierra adentro se ha formado un carácter típico, lleno de claroscuros. Sus rasgos más notables son la astucia y la audacia; sus principales defectos la indolencia y la versatilidad. Posee la inteligencia grave y doble de pueblos tropicales, siendo su temperamento más práctico y positivo que soñador y poético. Tiene donde gentes, admirable sentido de orientación y agudísimo olfato político...

3º. Contra esos dos grupos primeros cada vez se acentúa más la importancia del tercer grupo, el de origen inmigratorio, y tanto que se diría fuera éste el destinado, después de adaptarse y argentinizarse suficientemente, a hacer casta en el país. Pasmoso es el poder de atracción y de absorción que ejerce sobre el extranjero la nacionalidad argentina. Su política generosa, sus leyes liberales, su riquísima producción, su eterno cielo azul atraen y conquistan para siempre los corazones y las voluntades. Ello es que el extraño se nacionaliza con harta rapidez: los hijos del inmigrante no quieren ya ni oír la lengua de sus padres. Son aparentemente los más criollos; se apegan como lapas al nuevo terruño; lo cultivan, lo aman, lo pueblan... Y este nuevo terruño, como si agradeciera, se transforma en dócil arcilla bajo sus dedos activísimos.

A diferencia del interior, el pueblo de Buenos Aires manifiesta desde 1810 marcadísima tendencia a simpatizar con todo lo exótico, a adoptar todo lo exótico, a sentir el filantropismo del siglo XVIII y de la Revolución francesa como si él solo los hubiera inventado y realizado. Por eso al llegar a sus playas el inmigrante se siente, no en su casa, mejor que en su casa. Sabe que el criollo, especialmente el porteño y el del litoral, aunque se burle andaluzamente de sus costumbre y trajes, luego que él sepa adaptarlos al país, le tenderá los brazos como a antiguo amigo. Sabe que, por su temperamento poco luchador, el gaucho no le hará nunca sombra en sus empresas. Sabe, además, que él será uno de tantos fundadores de su nueva patria, como si antes sólo estuviera fundada a medias...

Pues ese elemento inmigratorio, una vez nacionalizado y acriollado, amoldándose a los sentimientos e ideas del litoral, los mejora y tiende a formar una psicología argentina, la más bella y poderosa, la que amalgamará y refundirá en su crisol todos los factores y regiones para que fluyan en purísimo oro. Esta psicología especial se aparta de la genérica de los pueblos criollos y se insinúa ya en ciertos rasgos iniciales más o menos transitorios...

Y lo curioso es que los nuevos rasgos suelen contrastar ricamente con las viejas pasiones criollo andaluzas... La arrogancia, en tierras feracísimas y libres de prejuicios, toma un tinte de candor que jamás tuvo en España, y ni siquiera en América. La pereza, ante tantas nuevas vías y formas de actividad, se trueca en trabajos, aunque indisciplinados todavía, múltiples y audaces. La misma tristeza gaucha se derrite como la helada de las Pampas cuando, en las frías mañanas de mayo, se levanta el sol...

¡La nebulosa del carácter argentino se condensa así en radiante sol!... Yo te saludo, ¡oh sol de mayo! Tus rayos han penetrado en mi pecho y las tinieblas de mi melancolía han huido como tropel de espectros. Tú enciendes en mi corazón de patriota la luz de la esperanza. Tus caricias a la madre tierra, derritiendo la escarcha de la noche, harán brotar la semilla de mis deseos. ¡Salve, sol plenipotente que surges en la mañana gloriosa! Sólo me amarga la conciencia de que, cuando subas triunfante sobre los pueblos e irradies desde el cenit, entre él blanco y el celeste de nuestro cielo, mis pobres huesos yacerán pulverizados por el tiempo. Pero tu beso brotará sobre mi tumba una azucena blanca; ella será el símbolo de mis votos y predicciones. Ella, elevando su litúrgico cáliz lleno de lágrimas de la aurora, te saludará una vez más: "¡Salve, oh sol de mayo!"

XVI. TEORIA DE LA PEREZA COLECTIVA

Todas las explicaciones que se dan sobre el origen y la naturaleza de la indolencia humana pueden sintetizarse en dos: la económica y la fisiopsicológica. Pienso que ambas, lejos de oponerse, se complementan, pudiéndose reunir en una sola y primera: la biológica.

En su influencia sobre los hombres y las razas, tan "previsora" ha sido la madre naturaleza, que hace pensar en una "armonía preexistente", en un determinismo de armonía... Al prodigar sus dádivas en los trópicos invita al hombre, que sólo necesita estirar la mano para alimentarse de opimos frutos -invita al hombre, por la influencia del excesivo calor sobre su organismo-, al descanso. A la inversa, en las zonas frías, donde es tanto más mezquina, incítale, para que su organismo, para su calórico vital de mamífero reaccione contra el ambiente destemplado, al movimiento, al trabajo rudo y continuo.

Ahora bien, ¿por qué es el hombre indolente en los países tropicales: porque habiendo abundancia de frutos no necesita ser activo, o porque la temperatura deprime su actividad? ¿Por qué es el hombre tan trabajador en los países fríos: porque si no se moviera tanto se moriría de hambre, o porque su cuerpo necesita del movimiento para reaccionar contra el frío? He aquí dos explicaciones... La económica: es la abundancia lo que da al hombre, en los países cálidos, el hábito de la pereza. La fisiopsicológica: es el excesivo calor lo que causa en el organismo la depresión de la pereza.

¿Qué resulta, por tanto, la pereza de los pueblos de clima cálido? ¿Hábito voluntario o depresión involuntaria? Exagerando el concepto de la depresión involuntaria es como, psicológicamente, lo parece... Exagerando el concepto del hábito voluntario es como, económicamente, lo simula...

En rigor, el hábito y la depresión coinciden... ¿Por qué? ¿Por una "armonía preexistente", un determinismo de armonía?...

Acaso... Más esa preexistencia, es fatalismo, que pueden ser una idea religiosa, metafísica, subjetiva, se objetiva en principios científicos: los biológicos. La incógnita ideal es, en últimos términos, la del origen de la vida; la cuestión positiva la de las leyes de la vida. Dejemos de lado, por incognoscible, el origen de la vida, y observemos lo cognoscible, las leyes de la vida. Pues, precisamente, son leyes o por lo menos aspectos de la vida, los fenómenos que en este libro se han expuesto...

Y se han expuesto según un esqueleto eurítmico, cuyas articulaciones serían las siguientes:

  • Todas las manifestaciones de la vida de los pueblos son producto de su psicofisiología.
  • Su psicofisiología lo es de la herencia.
  • La herencia lo es del medio natural.
  • El medio natural obra de dos formas, ya directamente sobre el organismo, estimulando por sí sus actividades, ya indirectamente, estimulándolas para la alimentación. Cuando estimula por sí al organismo, lo hace en un orden puramente fisiológico y psicológico; cuando lo estimula para la alimentación, en un orden doble, al propio tiempo fisiológico y económico. Esto es todo.

Apliquemos ese engranaje de enunciados a la pereza criolla; vistamos, ¡oh poder creador de la pluma!, de músculos y de piel el esqueleto eurítmico de la teoría...

Pero consultemos antes, para asegurarnos bien del fenómeno, a los "viajeros... Pues bien; los viajeros de razas oriundas de climas templados o fríos ponderan sobremanera la pereza de las razas tropicales, siendo la "pereza criolla" un eterno lugar común de sus escritos.

Consultemos a los políticos... "Cada pueblo tiene el gobierno que merece, nos dicen. No es posible hacer verdaderas democracias de pueblos insolentes." De ahí la "política criolla."

Consultemos a los críticos, a los artistas, a los abogados, a los médicos, a los sacerdotes, a los banqueros, comerciantes, industriales, trabajadores... Todos, en fin, afirman de común acuerdo que existe la pereza criolla.

¿Es éste hábito voluntario o depresión involuntaria? Según la teoría ecléctica que adopto, según la genérica solución biológica, es, al propio tiempo, hábito remediable e irremediable depresión... ¿Puede entonces curarse en todo o en parte?... ¿Cómo?...

XVII. EL PROBLEMA HISPANOAMERICANO

La vida fluctúa entre la inconsciencia casi absoluta de las plantas y la conciencia casi absoluta del hombre, especialmente del superhombre. Así la pereza: en su fase fisiológica raya en lo inconsciente involuntario (la pereza-depresión); en su fase económica, en lo consciente-voluntario (la pereza-hábito).

Llega, pues, el momento de preguntarnos si es curable, y cómo lo es... ¿Resulta realmente incurable la desidia de los hispanoamericanos, generadora de todos sus defectos?... (He aquí el punto más doloroso de mi llaga... ¿Hay gangrena?)

El problema, categóricamente planteado, a la escolástica, no es otro que el del... libero arbitrio. Pero dejemos, como irresoluble, este problema del libero arbitrio, y, eludiendo la región de la metafísica, vengamos al "realismo ingenuo" de la práctica... Pues bien; el "realismo ingenuo" de la práctica nos dice que dentro de nosotros hay algo que quiere, que puede querer; y que este algo, ilusorio o verdadero, "puede querer" mejorarnos... Admitámoslo, si no por ese "realismo ingenuo" de los mediocres y pequeños, siquiera por la "dignidad humana" de los grandes... Admitámoslo, digo, suponiéndonos capaces de mejoramos, capaces de voluntad consciente, si no siempre libre... Pero, ¿cómo mejoramos? ¿Cómo y hacia dónde deberemos guiar, los hispanoamericanos, nuestra voluntad de hombres conscientes ya que no absolutamente libres?...

Ante todo, ¡trabajemos! Ante todo, sobre todo, por todo, ¡trabajemos! Y no me objetéis que decir que trabaje a un indolente es como decir a un enfermo que tenga salud... No me lo objetéis, porque eso sería caer en el execrable maremagnum del servo arbitrio.

Asimismo, a un enfermo puede decírsele "que tenga salud", prescribiéndole un régimen adecuado de vida, una acertada terapéutica. A un indolente puede decírsele también, por lo menos, que esfuerce su ánimo en ejercitar la poca actividad de que dispone, en tal o cual forma útil. A este respecto hay que aconsejarle que sepa aplicar su escaso trabajo a producir y mantener la riqueza natural de sus dominios...

Uno de los primeros si no el primer índice de civilización es, hoy por hoy, la riqueza... La civilización es la riqueza, la riqueza es el trabajo, el trabajo es el frío. Luego, el frío, mientras no anonade como en Laponia, ¡es la civilización!...

Con estas premisas, el mal, nuestro mal, ¿es curable? ¡No podemos cambiar el clima ni la sangre!... Me diréis que en las colonias anglosajonas de los trópicos, los colonizadores llevan una vida activa y europea. Pero debernos tener en cuenta que esos colonos han establecido transitoriamente su home en la India o el Cabo; que conservan sus costumbres ancestrales, para volver cuanto antes al país de sus abuelos... El caso es harto diferente.

Y con todo, el mal, nuestro mal, ¡no debe ser incurable! Sugiérenmelo estos consoladores pensamientos: en Hispano-América hay muchas razas y muchos climas; la reacción puede y venir de acá o de allá; y, además, las convicciones de la historia cambian con frecuencia. En tiempo de los grandes imperios orientales debió creerse que la civilización era el calor...

No hallo, pues, sino un remedio, un solo remedio contra nuestras calamidades: la Cultura, alcanzar la más alta cultura de los pueblos europeos... ¿Cómo? Por el Trabajo. Trabajar la tierra, la escuela, la imprenta, la opinión, el arte, desgranar el trigo, despojar de su cándido vellón a la oveja, sangrar la vena de carbón y de oro, mover los motores de la industria, provocar el estímulo de las letras, alcanzar los descubrimientos de las ciencias, modelar la piedra, colorear el cuadro... Nunca nos será dado trocar nuestra sangre, ni nuestra historia, ni nuestro clima; pero sí podemos europeizar nuestras ideas, sentimientos, pasiones... No contentarnos con tomar las formas de la cultura europea, como tomaron los escolásticos las de la cultura grecolatina; antes bien penetrarnos de su espíritu, que luego ya adquiriremos nuestro propio espíritu, como lo adquirieron -¡después de cuánto esfuerzo!- esos escolásticos laboriosísimos que engendraron en el vientre de Europa el Renacimiento... Engendremos también nosotros la reacción en los fecundos flancos de América... ¡Civilicémonos por el trabajo!

El trabajo no será eficaz sin una orgánica división del trabajo... Para alcanzarla y mantenerla no hay más que una virtud, la virtud sociable por excelencia: la Modestia. Mas la modestia, como generalmente impone trabajos anónimos y obscuros podría quitar a la actividad el suficiente estímulo... Para no perderlo hay un solo tratamiento: cultivar ante todo y sobre todo, nuestra humana Alegría. Por tanto, mi Fórmula de la Regeneración puede bien conceptuarse ésta: La Cultura por el Trabajo, la división del trabajo por la Modestia, el estímulo del trabajo por la Alegría.

Sólo así nos haremos nuestro sitio en la civilización europea, en la civilización universal... Y no me digáis que civilizándonos a la europea violentamos nuestro carácter, y que luego, por falta de sinceridad nada eficiente producimos... La indolencia no da, ¡quita carácter!

Si el carácter de los hispanoamericanos es no tener carácter, ¡hagámonos un carácter! Inventémoslo, improvisémoslo, imitemos, forjemos, remachemos; y, si no pudiéramos crearlo del vacío, ¡vive Dios, robémoslo a quienes lo tengan como arrancaran los romanos sus hembras a los sabinos! ¡Sorprendamos a la Historia, tendámosla sobre la grupa de nuestros corceles, hinquemos nuestros dedos como garras en sus senos de virgen, y, bebiéndole la vida por los desmayados labios, adelante! Ensangrentemos los ijares del hipógrifo, clavémosle la espuela hasta la entraña, que, en la noche de lo Desconocido, hambrienta jauría de siglos nos persigue!
¡Adelante! El Tiempo no espera... (Nota: recordar que esto fue publicado en 1903)

 

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