historiasvirtuales.com |
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Historias de Entre Rios | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
Documentación Relevante |
Nuestra América Carlos Octavio Bunge Barcelona - 1903 |
LIBRO III LOS HISPANOAMERICANOS [Ver Documento Original] |
I. LA COMPLEJIDAD ÉTNICA DEL CRIOLLO Y SUS TRES CUALIDADES PSICOLÓGICAS CARACTERÍSTICAS (La pereza, la tristeza y la arrogancia) Hállanse hoy bien desigualmente repartidos y combinados en "nuestra América", según los pueblos, las regiones y los climas, los primitivos elementos étnicos: español, indígena y africano. El elemento indígena predomina en las zonas mediterráneas; el negro, en las costas tropicales. Se ha dicho que cuatro quintas parte de la sangre mejicana es india, y una octava, negra... Es que la civilización antigua era tan notable en Méjico que los súbditos de Moctezuma, aunque vencidos, no pudieron ser desalojados ni exterminados; involucráronse en la plebe del virreinato, y luego en el pueblo de la república. Algo semejante ha ocurrido en el Perú y Bolivia con los Quichuas, que produjeron la segunda civilización precolombina; y, en Ecuador y Colombia, con los Chibchas o Muiscas, la tercera, y con otros indios más, que se hallaban en vías de civilizarse en la época de la conquista. En Centro América, en Venezuela y en el Paraguay, favorecidos por el clima, ha quedado también un tanto indígena el plasma de las modernas poblaciones. En Cuba y en las costas del Brasil, los negros, mucho más laboriosos y adaptables a las industrias tropicales, y también favorecidos por una temperatura semejante a la de las costas de Coromandel y Mozambique de donde eran oriundos, hanse expandido y han amulatado las poblaciones hispánicas hasta constituir acaso importantísima base étnica de población. En Chile, por haberse colonizado aquella capitanía general en una forma aristocrática, dividiéndose la tierra en grandes propiedades rurales que se entregaron a las familias españolas colonizadoras, y por haberse introducido pocos negros, elemento democratizante, hase conservado hasta ahora una división radical entre la clase directora, blanca, descendiente de los grandes propietarios coloniales, y la plebe, los rotos, hispanoamericanos, que muchos reputan más araucanos que españoles... Así, aunque en su letra la Constitución de la República de Chile es democrática, en la práctica lo es aristocrática... La revolución que derrocó a Balmaceda puede considerarse el triunfo de un partido históricamente aristócrata en el carácter si no en el nombre, contra la nueva tendencia reaccionariamente demócrata de un gobierno que, resistido por la clase rica y blanca, buscó el apoyo de la clase pobre y mestiza: del pueblo, de los "rotos", quienes, por su absoluta inferioridad de raza, fueron engañados y vencidos, una vez más, por la minoría de los fuertes. Abunda sangre indígena en ciertas poblaciones semieuropeas del interior de la República Argentina; no es tanta en la costa: poquísma, casi ninguna, en las Pampas, y, del Sud, todavía nada puede decirse con certeza, porque aun permanece casi despoblado, o poblado por miserables tribus indígenas que tienden a desaparecer. La ciudad de Buenos Aires -hoy quizá la más europea, por raza, clima y costumbres, de toda Hispano-América-, fue refundada, como hemos visto, por "criollos" procedentes de la Asunción del Paraguay... Y, en 1830, en El Nacional de Montevideo, escribía Rivera Indarte que "llamar mulato a una persona en el Río de la Plata, con la mira de hacerlo desmerecer en el precio público, es un contrasentido histórico y político. Setecientos años de dominación morisca han mezclado en las venas de nuestros progenitores, los españoles, copia no pequeña de sangre africana. Trescientos años de trata de negros, trescientos años en que nuestras poblaciones han sido constantemente compuestas de una tercera parte, cuando menos, de mulatos y negros, deben haber contribuido para que la sangre africana permanezca aún hoy mezclada un tanto con la nuestra". Y así ha sido ello, no sólo en el pueblo, sino también en las mejores familias, por más que se niegue y se desmienta, por pueril vanidad... Hoy el censo señala en Buenos Aires una ínfima proporción de negros. ¿Por qué este descenso? Varias son las causas... El clima les ha diezmado, pues sus pulmones resisten mal el viento pampero; se han mestizado y la raza blanca, como más vigorosa, predomina en las mezclas, que se suponen blancas; y finalmente, por la copiosa afluencia de inmigración europea... En el Uruguay ha pasado algo semejante... Pero, en una y otra parte, aunque la masa de la población parezca absolutamente blanca, hay un factor oculto, de pura cepa africana, que, para un observador hábil, se revela en todo momento: en la política, la literatura, los salones, el comercio... En la administración pública la hiperestesia de la ambición suele, por ejemplo, infatuar de tal modo a los funcionarios amulatados, que sus inferiores blancos merecen tanta compasión como esos ministros negros que, en Africa, para hablar a los tiranuelos de tribu, hunden en el polvo la cabeza... Las distintas amalgamas y combinaciones de estos elementos hispano- indígenas-africanos ha producido la psicología nacional de cada república; y, dentro de esta psicología, las más peregrinas incongruencias que nunca resultan mejor que cuando se aplican rótulos europeos a productos genuinamente criollos... A los cacicazgos suele llamárselos " repúblicas"; a los abigarramientos de formas y colores de estética típicamente africana, "buen gusto" y "belleza"; al servilismo, "lealtad cívica"; a la individualidad que se caracteriza, "extravagancia"; "piedad", a una casi idolatría fetichista; "viveza", a la indelicadeza y a la fanfarronería; "tontería", a la ingenuidad y a la buena fe; y así de seguido, hasta no acabar nunca, porque a cada instante se descubren más contradicciones, más archipiélagos de contradicciones... Y sobre todos los rasgos comunes del carácter de los hispanoamericanos destácanse tres fundamentales; tres cualidades que sostienen, como inconmovibles columnas de piedra, el genio de raza: la pereza, la tristeza y la arrogancia...
II. LA PEREZA CRIOLLA Clásica es la expresión pereza criolla que, como toda expresión clásica, designa una verdad aburilada por la experiencia en la memoria del público. En los países hispanoamericanos la desidia ancestral de los colonizadores, si la hubo, ha sido reforzada por la apatía de los aborígenes y de los esclavos negros... Simbolízase a sus repúblicas en una joven de lánguidas pupilas negras, que velan sedosas pestañas y profundizan circasianas ojeras, tendida sobre una hamaca que voluptuosamente se balancea colgada a la sombra de dos árboles gigantescos. La pereza europea, lo que más comúnmente se califica en Europa de "pereza", es más bien un derroche de la actividad humana, de suyo escasa, en cosas ociosas; la pereza criolla, una falta innata de actividad. La pereza oriental, la de la princesa Sherezade de las Mil y una noche, representa asimismo una falta de actividad; pero sólo corporal, pues su pensamiento sueña, trabaja... La pereza criolla consiste en una absoluta falta de actividad, física y psíquica. A un gaucho que pasaba los días "siestando" y jugando las noches, exhortóle Darwin, de viaje por la Confederación Argentina, a que empleara mejor su tiempo, a que trabajase... Y el gaucho contestó: "¡Es tan largo el día!" He ahí una contestación bien categórica y bien típica! Equivale a decir: "Dejémoslo todo para mañana, para la semana que viene, para más adelante; tiempo nos sobra..." Un vividor europeo hubiera contestado lo contrario: "¡Es tan corto el día!"... Es tan corta la juventud, tan corta la vida, que hay que aprovecharla, ¡divirtiéndose cuanto se pueda!" Aquel no trabaja porque el día es demasiado largo; éste, porque demasiado corto. El uno está enfermo de pereza total; el otro, si no obra, es por pereza total; el otro, si no obra, es por pereza parcial, por no querer desgastar sus fuerzas sino en placeres... El uno, porque carece de actividad; el otro, da un empleo ocioso a su actividad. Hasta en el lenguaje y la pronunciación se manifiesta la universal pereza criolla. El vocabulario hispanoamericano es mucho más reducido que el español; por no aprender y usar bien el idioma, se le empobrece, se olvidan palabras indispensables... En cuanto a la fonética, ya el afidalgado español la simplifica bastante en los siglos árabes, cambiando las letras difíciles de la pronunciación antigua por otras más fáciles. Ha desdoblado la s (como al hacer de "cassa", "casa"); trocó la r en d ("mentida", "mentira"); la t en d ("venit", "venid"); la f en h ("fierro", "hierro"), etc... Pues el criollo simplifica todavía esta pronunciación facilitada. Quita a la s su sonido silbante, y hasta llega a suprimirla al final de sílaba (dice fóforo por "fósforo"); confunde v con la b; hace perder a la z y a la c líquida su enérgico sonido castizo, y, para colmo, hay quien cuando habla, arrastra las sílabas cantando perezosamente... Aun no contento con todo eso, no falta alguno que pretenda también innovar la ortografía, castrando hasta a la palabra escrita sus atributos etimológicos. Tal un señor Carlos Cabezón, chileno, que escribe y se firma -¡ke kakumen de kabesa!- Karlos Kabesón, así como suena, si no huele, con K. K. La anárquica arrogancia hereditaria y la pereza al hablar producen semejante sistema pseudo ortográfico, semejante monstruo, gigante o kabesudo, de extravagancia y cursilería.
III. LA UNIVERSALIDAD DE LA PEREZA CRIOLLA Primera característica de la pereza criolla es su universalidad. No se limita a esta o aquella rama del humano esfuerzo; abarca todo el conjunto de hombres y cosas. Como el manzanillo proyecta mortífera sombra sobre cuanto alcanza; ideales, política, justicia, industria, arte... Analizad, en efecto, oh jóvenes hispanoamericanos, vuestras comunes llagas nacionales... Faltan ideales, ante todo, ¡faltan ideales! Como son esfuerzos del alma, no los han de poseer los pueblos insolentes. No pueden concebirse sin que tiendan a proyectarse, más o menos bien, en la conducta. Un ideal que no se practica no es un ideal. ¡El ideal de un apático no es un ideal! ¡La política criolla! En una pereza colectiva se halla, como lo veréis más adelante, la primera razón de todos los vicios de nuestro sistema político hispanoamericano: el caudillo que se impone por compadrazgos y cohechos; el ciudadano que delega en él su iniciativa y responsabilidad, los pseudoparlamentos, teatros de miserables discordias personales; las grandes mentiras históricas, que el pueblo acepta, por no tomarse la tarea de estudiarlas... Frutos de impunidad por falta de contralor cívico, son los gastos públicos siempre crecientes, los presupuestos generosos en épocas de déficits, los parásitos del erario... Y culpemos menos al niño que roba dulces, que al confitero que se los deja robar; al político que cuenta con el silencio del público, que al público que calla. La falta de una administración judicial que garantice eficazmente la vida, el honor y la propiedad, más que efecto de vicios en las leyes hispanoamericanas -generalmente imitadas de excelentes modelos- lo es la indolencia de los jueces. La pequeñez de la clase grande, la pobreza psicológica de la clase rica, que no funda institutos progresistas ni dota universidades, escuelas, bibliotecas o museos, más que productos del egoísmo humano, lo son de la ignorancia, hija de la apatía. En literatura el palabreo vacío de sentido, la verbosidad ampulosa y sin substancia, la elefantiasis del estilo criollo, consecuencias son de escribidores estérilmente fecundos, que hablan y escriben mucho porque no exige mayor esfuerzo; pero que no piensan, porque eso sí lo exige... son gibosos engendros de viles rebuscadores de desperdicios en los detritus lingüísticos, ¡de banqueros de palabras y mendigos de ideas! En el comercio y en la industria vemos cada día a los extranjeros monopolizar más y mejor los ramos más provechosos, los que requieren constante labor, mientras los criollos dejan deslizarse su vida en cómodos empleos oficiales. Venalidad, caciquismo, flojedad, inconstancia, imprevisión, indiferencia... todo eso es, en cierto modo, lo mismo: la incuria criolla. Reaccionad, oh jóvenes, contra la incuria nacional, que sólo así hallaréis nuestra decantada "Regeneración". El único culto de la patria es el Trabajo. El verdadero patriotismo es algo más que enorgullecerse con los laureles del pasado, ¡es conseguir los del presente y preparar los del porvenir! No consiste sólo en vociferar sobre "el blanco y celeste que nuestros gigantes padres arrancaron ayer al cielo", sino en arrancar hoy a la tierra, regada con el sudor de nuestras frentes, honra y provecho... Quien os diga que seréis más felices sin trabajar, es un traidor. Y, desde este punto de vista, los criollos solemos ser, por ahora, más o menos traidores a nuestras respectivas patrias... (33) Por sus inmensas riquezas naturales y por la incuria de sus pueblos, Hispano América se presenta, pues, como una nueva tierra de Canaán. Codicianla descaradamente imperios poderosos, que hablan ya de una "forzosa repartición de los trópicos". ______________ (33)
La regla general de la "pereza
criolla" tiene sus excepciones. En el litoral de la Argentina, la gente es
trabajadora. Débese ello a un clima ya más frío, al estímulo de la riqueza
ambiente, y también a la inmigración extranjera, que modifica la raza. Algo
semejante pudiera decirse de ciertas regiones de Chile y del Uruguay. "Muchas veces he pensado -y lo tengo dicho en La Educación- que el progreso de las naciones, y aun sus sentimientos y su moral, están en razón directa a la actividad de sus individuos. Aun de la actividad para el mal resulta un recrudecimiento en la lucha por la vida, del que la sociedad gana siempre en disciplina y experiencia. En una palabra, creo que en un pueblo que no ha caído en la locura es más útil un bribón activo que un hombre honesto indolente. A diferencia de éste, aquél provoca reacciones, sentimientos e ideas: estimula el trabajo social. Y del trabajo social depende el progreso" (34) . ______________ (34)
C. O. BUNGE; La Educación, 4º
edición, Buenos Aires, tomo II, pág. 44. Mas no debo terminar este capítulo sin reconocer que, junto a la pereza completa a indiscutible, suele existir otra parcial y discutible, la cual toma a menudo las apariencias de desordenado y aplastante trabajo. Dos formas generales podrían, pues señalarse en la pereza criolla: una absoluta, la absoluta inacción; otra relativa, la falta de disciplina, de método y de higiene en el trabajo. El desorden en el trabajo individual, que es forma la más elevada de pereza, malgasta y neurasteniza frecuentísimamente, en Hispano-América, la vida de ciudadanos útiles. Organizar el propio trabajo es un nuevo trabajo. Criollos de buena fe que se proponen trabajar, los hay y muchos; pero, indolentes por temperamento, dejan frecuentemente atrasarse y acumularse el trabajo, por no atenderlo todo con el orden propio de los caracteres madrugadores e ingénitamente activos... Hombres que no saben metodizar, por falta de actividad bastante, la tarea que su voluntad les impone, se rinden pronto bajo el peso de una labor confusa, que, siendo más diligentes, hubieron metodizado, y que, metodizada les hubiera sido más fácil. La desidia criolla, que anula las fuerzas de los perezosos, porque nada hacen, suele malograr así la de los emprendedores, porque no saben disciplinar su acción. Aquéllos no trabajan, éstos trabajan mal...
IV. LA MENTIRA CRIOLLA Hemos visto que por su universalidad, la pereza criolla presenta múltiples fases: la diversidad aparente en la unidad real. Entre estas fases, una de las más curiosas es la mentira... No me refiero a las grandes "mentiras convencionales", idealizaciones propias de todos los pueblos y los siglos; refiérome a un género especial de mentira, nuestro, propio: la mentira criolla... Dos elementos la constituyen: la exageración imaginativa, tartarinesca, propia de molleras andaluzas caldeadas por el sol del Mediodía, y el poco más o menos, el à-peu-près de los pueblos decadentes, que no fijan sus ideas. De la aleación de ambos factores psicológicos emerge la mentira criolla, desnuda, como Venus entre las ondas. Se me podría argüir que la mentira exige un esfuerzo, un trabajo mental, y que, por lo tanto, no es siempre pereza... ¡Pero hay mentiras de mentiras! La Ficción del Arte y las grandes "mentiras convencionales" son, es verdad, productos, más que de la desidia, de la actividad mental. La mentira criolla es otra cosa: consiste, esencialmente en orillar todas las dificultades de la realidad inventando, a gusto de cada uno, el mundo en que se vive. Es un continuo engaño de acomodamiento a una inacción instintiva; el dejar hacer transformado en dejar fingir; un amable sistema de disfrazar la vida para rehuir toda responsabilidad, todo trabajo... O sea una fase ideológica y general del mal de raza, la pereza. Verdad es que en todas las sociedades modernas se miente a destajo; se vive en una atmósfera de artificioso convencionalismo. Pero la mentira criolla, cuyo efecto es el no hacer o el no hacer bastante, diríase antagónica de la mentira europea, que consiste más bien, a lo menos cuando llega a sus más puras formas, en una sobreexcitada Ficción del Ideal; en proponerse una Perfección mentirosa, para realizarla imperfectamente, como fuere posible... "¡Sed perfectos (por la acción) como es perfecto nuestro Padre que está en los cielos!" Esta es la critianísima mentira de los europeos; la de los hispanoamericanos sería budhista: el Nirvana; ¡el conocimiento por el Nirvana! La mentira europea es la del Infinito positivo, del Ser, de la Acción; la criolla, la del Infinito negativo, el No Ser, la Inacción de Huáscar y de Atahualpa, ¡la Contemplación de los fakires para remontarse a Dios! Los términos más típicos que ha inventado el ingenio hispanoamericano son, a mi juicio, estos dos neologismos argentinos y sus derivados: atorrar y macanear. Atorrar constituye el movimiento de la pereza criolla; macanear, la palabra de la pereza criolla. "Atorrar" significa vagar y descansar sin rumbo y sin objeto, alternativamente, no para hacer ejercicio y reponerse, sino por procurarse el placer de la quietud y del movimiento al acaso; "macanear" quiere decir disertar mintiendo a la criolla, es decir quijoteando y equivocándose en el clásico poco más o menos a un mismo tiempo. Pensar que los vocablos "vagar" y "divagar" corresponden exactamente a uno y otro conceptos, que por ser criollos son nuevos en el idioma, sería como suponer que el gobierno de Méjico es efectivamente republicano, y el de la República Argentina federal... ¡Bien demostrado me parece que no pueden aplicarse, sin desnaturalizarlas, nombres europeos a cosas hispanoamericanas, como no sería correcto que, para representar al Julio César de Shakespeare, se vistiera un actor con indumentaria de mister Chamberlain: frac, clac, boutonnière y monóculo en el ojo derecho!
V. LA PEREZA CRIOLLA EN LA LITERATURA. Infestada está de desidia la literatura hispanoamericana. Los géneros que exigen un esfuerzo serio, poco se cultivan. Excepto unas cuantas obras muy señaladas, sólo se escriben cronicones que pasan por historia y "paisajes" que presumen de "sociología". Los sociólogos y los estilistas, a lo menos los estilistas de fondo, escasean. Autores hay que han escrito mucho, mucho, con tropical frondosidad; no han tenido pereza en la mano... Pero, de ese mucho, ¿dónde está el libro de aliento, meditado, concluido? Si diligencia ha habido en la mano, pereza hubo en el espíritu... Poseen lo que Boileau llama "la estéril fecundidad de los malos escritores". Convengo, pues, en la superficialidad e inconsciencia de la literatura hispanoamericana, mas me atrevo a insinuar también que la culpa no es toda de los autores... Son los lectores quienes, por desidia criolla, si el escritor les obliga a fijar la atención demasiado tiempo, le encuentran "aburrido", y si sus ideas necesitan, por profundas y exactas, un verdadero trabajo de comprensión, le tildarán de "difuso". Quieren, como los dispépticos, alimentos livianos, fáciles y frívolos, y, a veces, como los paladares estragados, piden también picantes condimentos... Hubieran hallado excelentes, por superficiales, los peores artículos de Clarín, y "pesados" los estudios serios de Sainte-Beuve, y archipesadísimas, como las salchichas de Frankfort con Chucrut, las más hondas investigaciones de Schlegel, el "Profeta del pasado". Si Hegel, el semidiós, hubiera nacido en Hispano América -como un albatros que cae a la cubierta de un barco de pescadores, herida la ancha ala por la centella-, el público, ¡oh ilustre público!, calificaría su metafísica, sin leerla naturalmente, de difusa, de archidifusa, de protodifusa, de multiplidifusísima. Hallaría su estilo más indigesto que un cañón Krupp. No obstante, y a pesar de que son muy pocos los capaces de abarcar la construcción de ese pensador, aun no se ha podido medir cuánto, pero cuánto debe hoy la civilización alemana a las ampliaciones del pensamiento de ese estilo cañón y de esos conceptos a veces más obscuros que sombras de tinta china. ¿Qué diría un lector hispanoamericano, de un voluminosísimo tratado filosófico compuesto de frases como la siguiente (no se lea hasta el fin, hojéese): "Cada cual puede observar en sí mismo que las percepciones directas de los sentidos externos, como las imágenes o intuiciones del sentido externo, y las ideas mismas, productos elaborados de la inteligencia, en cuanto vienen a ser reflejadas o contempladas sucesivamente por el yo bajo modificaciones sensitivas diversas, triste o penoso, agradable o fácil, guardan en lo tocante a los grados de claridad o de obscuridad, de movilidad o de persistencia, de confianza o de duda, que imprimen a esas ideas un carácter particular y como una fisonomía propia", etc., etc., etc.?... Sin embargo, el autor de este párrafo no es Duns Escoto, el teólogo y alquimista, y ni siquiera Schelling o Fichte; es una gloria del pensamiento francés, del ático pensamiento francés: Maine de Biran. Ese estilo de abstracciones y generalizaciones y sintetizaciones encierra, en efecto, un concepto claro, preciso y vasto; pero, ¿quién se atrevería, en Hispano-América, a traducirlo en lenguaje concreto y común? Aunque comprenderlo sea rudísima tarea, una vez comprendido y a él acostumbrado entrará el lector en una región luminosa, como el Parsifal de la leyenda, después de atravesar las intrincada y brumosas selvas que circundaban el Santo Graal. El lector criollo, desde las primeras líneas arrojará fastidiado el libro, como la mona que cogió una deliciosa nuez verde y mordió la amarga cáscara... Temiendo algo semejante de sus compatriotas, Maine de Biran buscó el público más paciente del mundo; no sometió su obra a la crítica del país de Pascal, su patria, donde acababan de escribir el clarísimo Condillac, el elegante Laromiguière, el fogoso y galano Royer-Collard, y donde entonces estaban en boga los filósofos burgueses de la escuela de Edimburgo. Como tenía la felicidad de escribir en un idioma universal, presentó su obra a las academias alemanas, con grande éxito. Allí nació su fama que más tarde enalteció Cousin, reivindicándola como una gloria nacional. ¡Y bien vale la pena el trabajo de comprender a un metafísico! Compenetrándose con su Cosmos, figúrasele al lector que el hombre se eleva un grado más en la escala animal... ...Ergo, la desidia criolla, así como anula el trabajo práctico, aniquila la labor del pensamiento, en artes y en letras, circundando sus mejores productos de invadeables tinieblas.
VI. LA TRISTEZA CRIOLLA La Alegría es hija de la Libertad; la Libertad, del Individualismo y la Disciplina. Un pueblo de esclavos, dominado por una religión sanguinaria y tiranizado por un autócrata absoluto, nunca es un pueblo alegre. En su alma nacional domina la resignación, la virtud de la tristeza. Los aborígenes de América fueron gente triste. México, con sus templos de "dioses carniceros alimentados por sacerdotes verdugos", era un pueblo resignado. Cuando llegó Cortés, le creyó un nuevo Dios, Quetzatlcoatl, a quien esperaba; iba a imponerle una nueva resignación. Un puñado de intrépidos aventureros le sometió porque representaba, para sus melancólicas imaginaciones, la fatalidad. Las tierras del Imperio incásico se dividían en tres porciones: una para el culto del Sol, otra para el Inca y su familia, y la tercera para el pueblo. Y tan coercitivo era el poder del Inca que se llama a la política de aquel imperio "autocracia socialista". El autócrata partía y repartía los inmuebles y los muebles, y hasta improvisaba los casamientos sin consultar a los contrayentes... ¡Hasta ese punto era absorbida por el Estado la individualidad de los hombres! Los pieles rojas vivían en plena guerra de venganza, arrancando, a los enemigos, cabelleras que llevaban al cinto como trofeo. Los guaraníes, que no sabían a veces contar más que hasta tres eran tanto o más vengativos que los pieles rojas; después de muchos años de muerto un enemigo desenterraban sus huesos para aplastar el cráneo bajo el talón triunfante. Pero, cuando los jesuitas fundaron sus Misiones en el Paraguay, se sometieron gustosamente; llevaban sobre sus hombros, con la ejemplar docilidad del niño, la mole, para ellos aplastadora, de una vida reglamentada y mecánica, como esos condenados que vio Dante acarreando enormes piedras. Los araucanos fueron los más ferozmente belicosos indios de América. Los pampas vivieron impregnados de la melancolía de la Pampa. Los patagones son hombres mansos, resignados. Los caribes, que por vivir en las costas con holgura y relativa independencia podría suponerse los más alegres indígenas americanos, fueron cobardes débiles y antropófagos. La Tristeza, puede decirse, era así una condición general de estas razas aborígenes: un trait d´union de su psicología, el trait d´union entre su Fatalismo y su Venganza. ¡Y la conquista no les infundió mayores ánimos! Fueron vencidos, perseguidos, esclavizados, aniquilados, exterminados por los centauros invasores, cuyas armas eran serpientes de hierro, que, estallando como el trueno y escupiendo fuego y plomo, fulminaban como el rayo. En vano traían un Cristo que abría en lo alto sus amorosos brazos... Cuando, al marchar al suplicio, los sacerdotes exhortaron a Guatemozín a abrazar la fe cristiana como única vía para llegar al paraíso, sitio de sempiternas delicias, preguntó el indio si los españoles iban a ese cielo; respondiéronle que unos iban y otros no: entonces, negándose a recibir el bautismo por medio de sus intérpretes, repuso que "si había españoles en el paraíso, no quería él ir allí". Es que, para los vencidos, los españoles serían demonios de un infierno ignoto y despiadado, cuyo símbolo era un instrumento de martirio, la cruz, ¡la divina Cruz! No era tampoco alegre la misma raza conquistadora. La vieja risa goda habíase apagado, para siempre, con las libertades comunales, con los últimos fuegos de las libertades hispánicas, en los labios de Padilla y de Lanuza... ¡No! El pueblo Inquisidor por excelencia, el del Escorial, el que artillaba la Invencible Armada y los ejércitos del duque de Alba, ¡no era un país sonriente! Tenía la adustez romana y la adustes teológica... La caprichante Alegría morisca, hermosa virgen que, vestida de colorines, tan graciosamente bailaba al son de panderetas, acusada después de herejía, juzgada y condenada por los tribunales de la Santa Inquisición, murió a fuego lento bajo los arcos de un claustro... Su espectro, el espectro de la Alegría, vagando por todas las Españas, no era ya más que un ánima en pena. Amalgamada la tristeza simple de los conquistados con la compleja tristeza de los conquistadores, no podía producir pueblos... ¡No era caso de aplicar el simili similibus! De ahí una clave de la generalización de la tristeza en los países hispanoamericanos: la herencia psicológica, siempre la herencia, ¿hasta cuándo la herencia?... Y los africanos importados, aunque fuese una raza bullanguera y vivaracha en Cafrería y Hotentocia, en sus terruños, en su clima, no lo parecían en América, donde eran esclavos, raza débil, raza forzada, cosas... Con todo, si hay criollos alegres, lo son los negros cuando, aclimatados ya, abren su ancha boca sensual a las delicias de la civilización, y muestran, en sus dos gruesas hileras de dientes ebúrneos, que tienen el estómago sano de las estirpes nuevas... En los tiempos de las más ingratas tiranías pululan como los hongos en la humedad. Bajo el terror argentino, en la época de Rosas, nadando el país en sangre, sólo los negros y mulatos, siempre acomodaticios, se divertían con sus clásicas ferias de los arrabales de Buenos Aires, llamadas tambos, donde tocaban sus rítmicos candobes en el tamboril y bailaban sus "tangos" lentos y voluptuosos. De esos bailes, hoy injertos en meneos flamencos, ha sacado la plebe gauchesca lo que llama "bailar con corte", con "puro corte a la quebrada"; esto es, "quebrando" y balanceando acompasadamente el cuerpo en un completo contacto de ambos bailarines, entre cuyas personas, tan íntimo es dicho contacto que no siempre, según la expresión popular, "hay luz"... Pero esta alegría lujuriosamente africana, en el carácter criollo, que es de triple origen hispano-indígena-africano parece pasajero, excepcional; desvirtuase, por ser de un factor generalmente en minoría en el proceso de homogenización de las razas. Y, por otra parte, sólo florece regular y espontáneamente en los trópicos, como las orquídeas de vivos esmaltes y delicado perfume...
VII. LA TRISTEZA GAUCHA Diríase que, así como las Pampas impregnaron en su melancolía el alma de los indios pampas, ellos a su vez contagiaron a la plebe gaucha de la campaña, y ésta, al pueblo argentino de las ciudades... ¡El pueblo argentino no sabe reír! La grosería de Polichinela le enfada, la ingenuidad de Perrot le aburre. De las dos máscaras, sólo posee la de Fedra. No sabe divertirse, no sabe holgar con ruido, con simplicidad, con inocencia, con verdadera alegría, como las anónimas turbas francesas, inglesas, alemanas; con los cascabeleos de Arlequín, con las carcajadas de Guignol. Parece una población de blasés que no quieren o no pueden gozar ya del bonheur de vivre; que llevan sobre sus espaldas todos los males de la caja de Pandora, o, por lo menos, la joroba de Rigoletto... Si en una noche de carnaval algunos míseros inmigrantes hartos de cebolla se disfrazan de "condes" y recorren las calles de Buenos Aires o el Rosario, gritando y riendo al son de un destemplado acordeón, al verlos pasar, el criollo se dice: "¡Y a esto llamáis divertiros, a esto, que es cansaros inútilmente, que es sudar y sudar, en una noche de calor, bajo vuestras caretas, ¡oh, imbéciles disfrazados de imbéciles!" Yo os interrumpiría, señor impertinente, para responderos: "¿No es más sano cansarse dando juego a los músculos y calor a las venas, no es más sano sudar como ellos bajo la magullada careta de cartón el sudor de la juventud, del movimiento, de la vida, que sudar como vosotros, bajo vuestras frías máscaras de indiferencia y de desprecio, la sangre senil del cansancio? ¡Oh, bien veo que al oírme vuestros displicentes labios, bajo su máscara de siempre, dibujan la trágica mueca del payaso que, al dar un salto mortal, se disloca un tobillo! ¿Os duele? Sentaos y escuchadme... ¿Sabéis lo que os aconsejo? Que arrojéis vuestra máscara biliosa, la eterna máscara del carnaval de vuestra vida, que demandéis humildemente perdón al inmigrante por vuestro mal pensamiento, que le pidáis prestada su estúpida careta de cartón pintado, que os la pongáis, y sigáis su comparsa, riendo y gritando al son del acordeón, no chuscadas, no maldades, sino tonterías, como un romano ebrio." Condénsase el arte popular de las Pampas en unas canciones llamadas tristes, por su intensa melancolía; están generalmente en tono menor, se cantan prologando ciertas notas, con un monótono acompañamiento de guitarra. Su estilo recuerda la música popular eslava; bien lo comprueba el maestro Arturo Berutti, que ha escrito una ópera polaca, Taras Bulba, y una ópera gaucha, Pampa, sobre temas o "estilos" semejantes... En efecto, los dos tipos más melancólicos que conozco, después del indio pampa, son el paisano ruso y el gaucho argentino. Sin embargo, debe notarse que el primero es místico y el segundo escéptico, y que el primero, bajo una pasividad aparente, oculta un fondo de disimulada pero vigorosa rebelión, y el segundo, bajo una apariencia rebelde y hasta burlona, oculta un fondo de resignación y mansedumbre. No hay más feroces revolucionarios que los nihilistas; no creo que haya soldado más sufrido que el argentino. Quizá ocurra esto porque Rusia es una perfecta autocracia y una democracia la Argentina. Allá la ingénita melancolía parece un fermento de docilidad, porque no sería tan justa la rebelión... Y tanto el paisano ruso como el gaucho argentino, el de la melancolía tétrica como el de la melancolía irónica, el de las estepas como el de las pampas, resultarían entonces típicamente conformes y pasivos, ¡típicamente tristes! La palabra "triste" -¡curioso rasgo!- tiene en el lenguaje de las campañas pampeanas una chocante acepción: la de incapaz, despreocupado, indiferente, impotente. Diríase que el pueblo se echa en cara a sí mismo la mala condición de su "tristeza", con frases no siempre poéticas... También da a los términos "desgraciado" e "infeliz" el significado de cobarde, torpe, inútil... La Fatalidad misma desempeña un papel terrible en la imaginación del gaucho. Insultar a la sociedad, robar, herir, matar, no son delitos voluntarios; son actos involuntarios a que obligan circunstancias críticas: son desgraciarse. Moreira, Cuello, Luna, los héroes-bandidos populares argentinos, no se consideran bandidos, sino héroes perseguidos, como en la tragedia griega, por un hado implacable. Cuando un gaucho "se desgracia" y mata de un dagazo a su antagonista, si es en "buena ley", o sea en caballeresco duelo, a la antigua española, sus congéneres le conceptúan una víctima de su mala estrella; cuando huye de las partidas judiciales y "gana" los montes, halla en cada rancho un hogar y en cada prójimo un hermano. Como los helenos, como los aqueos, los gauchos fraternizan por la Fatalidad. Elocuente es el probable origen etimológico de la palabra "gaucho". Parece derivar del quichúa guacho, que tiene el significado un tanto denigrativo de huérfano, abandonado, desamparado, errante. Háse producido, en el diptongo de la primera sílaba, una lógica inversión de las vocales, anteponiéndose la fuerte a la débil. El gaucho viene, pues, a ser una especie de huérfano de la civilización. Y este pobre gaucho, tan hidalgo, tan melancólico, tan poético, es, por su falta de ánimo, una víctima de la civilización. Las "vaquerías", tropas de ganado vacuno en estado salvaje, bárbara riqueza de antaño, se han extinguido. Las redes de ferrocarriles facilitan al rico propietario, residente en la ciudad, la posesión y goce de sus campos, que antes ocuparon usufructuarios anónimos, gauchos que, por falta de medios de comunicación y vigilancia, apacentaban allí patriarcalmente sus rebaños. Los "alambradas", cercos de postes e hilos de alambres estirados horizontalmente, han dividido, subdividido, delineado, rayado, cuadriculado y cortado en todas direcciones, al gaucho "matrero" o vagabundo, la inmensidad de la llanura. La policía y la justicia, mejor disciplinadas y dotadas que antes, prenden siempre y castigan, como a simples malhechores, a los que "se desgracian"... El alcohol y las enfermedades venéreas son otros lotes que el gaucho debe a nuestra civilización. De hidalgo y señor ha venido a caer en mero peón asalariado de los feudales "estancieros"... Mal alimentado, pues no come vegetales, y sometido a trabajos irregulares y peligrosos, no a la sana disciplina del trabajo continuo y saludable, pronto se desgasta, y muere generalmente de los riñones, del hígado o víctima del tétano. Y, poco a poco, la industria moderna le va aislando en salvajes faenas de analfabeto. El inmigrante, más económico, más constante, más trabajador, le substituye entonces. Esto no impide que él desprecie soberanamente al "gringo", como don Quijote a los palurdos que no habían sino armados caballeros ¡y que tan buenas zurras le daban! Pero todavía sirve para algo, en su ocaso conmovedor, ese curioso tipo del gaucho, mezcla de andaluz, árabe e indio... En las grotescas parodias de la democracia se le arrea, ¡en mesnadas! a la urna electoral. En las revoluciones, es el primero en hacerse matar. ¿Por qué? ¿Por quién? No se lo preguntéis. Obedece a un capataz negrero, encargado de cumplir las órdenes de un caudillo regional, que a su vez sirve a un político urbano... Su ira, cuando su gaucho, su "elemento electoral", le es infiel, se manifiesta, si triunfa su partido, en una cascada de venganzas, cuya ejecución reside, en última instancia, en el patrón y en la alcaidía local. El patrón expulsa al gaucho rebelde o simplemente reacio, le deja sin techo y sin pan, y en la policía le prenden por cualquier causa -vagabundez, desorden, alcoholismo-, y le doblan, en el cepo, el lomo a cintarazos, ¡para que aprienda a obedecer mejor a sus caciques políticos! Tal es el sombrío cuadro de la tristeza gaucha... Y el mal parece que ha pasado aunque en formas menos crueles del campo a la ciudad. En las clases bajas urbanas y en las dirigentes, la misma conformidad, la misma indiferencia, la misma falta de franca alegría. Los jóvenes parecen viejos gastados: no cantan, no beben, no ríen. Ni siquiera saben respetar con galantería y delicadeza a la mujer; la aman venal y materialmente. No la aman, la desean... Y no es sólo por jactancia, sino también por temperamento. Calificarían de vulgares y de tontas las francachelas de Bonn, de Oxford, del Barrio Latino. Los estudiantes alemanes les replicarían con este dístico popular, atribuido nada menos que a Lutero:
"Quien no ama el vino, la mujer y el canto, será un zonzo toda su vida..." Pero éstos, los nuestros, les podrían contrarreplicar que no tienen estómago para el vino, que no tienen imaginación para la mujer, que no tienen garganta para el canto... ¡No tienen juventud para la vida! Y he aquí que de sus defectos y debilidades -ello es la más humana de las cosas humanas- hacen una condición, una superioridad aristocrática... ¡No aman esas puebladas, porque todos han nacido príncipes de Gales! Ferias de cruelísimas vanidades suelen ser, en Hispano-América, las fiestas mundanas... Ni siquiera se realiza el sano ejercicio de la danza en los "bailes": se exhiben lujos, se toman actitudes, se satiriza... La única diversión social parece el juego; pero ¿es el juego una diversión?... Oh, Tristeza, diosa de la Derrota, que agostas el espíritu de la producción y del trabajo, ¿por qué has contagiado nuestras patrias, como con mortal epidemia?... Los argentinos, que aplican una vacuna para curar esa enfermedad en las bestias de su rica ganadería, ¿por qué no se preocupan de atenderla en los hombres, para quienes sus consecuencias son tanto más nocivas?... Con todo, justo es reconocer que, en la República Argentina, a lo menos en las provincias agrícolas y de clima templado, por la grande afluencia de la inmigración, hay, a diferencia de otras naciones hispano-americanas, una población extranjera o semiextranjera de modestos trabajadores que van, como los clásicos labriegos de Chipre a la vendimia, cantando a sus faenas... ¡Ojalá esta excepción sea alguna vez la regla! VIII. ORIGEN Y EXALTACIÓN DE LA ARROGANCIA
CRIOLLA |
|
Si buscáramos cuál es la cualidad madre en las tres
condiciones del carácter criollo, hallaríamos que la pereza; en el europeo
(ideal), la diligencia. Para llegar a este resultado podríamos proceder
según el método de las concordancias de la lógica inglesa. "Si tomamos
cincuenta crisoles de materia fundida que se dejan enfriar y cincuenta
soluciones que se dejen evaporar, todos cristalizan. Azufre, azúcar, alumbre,
cloruro de sodio; las diversas materias, las temperaturas, las circunstancias
son todo lo diferentes que cabe... Encontramos allí un hecho común, y no más
que uno: el tránsito del estado líquido al estado sólido; de ahí deducimos que
este tránsito es el antecedente invariable de toda cristalización. Tal es la
aplicación que, con un ejemplo físico, se ha dado al "método de la
concordancia", cuya regla fundamental es: "si dos o más casos del fenómeno en
cuestión no tienen más que una circunstancia común, esa circunstancia es su
causa o efecto". Tomemos, pues, muchos datos y rasgos de la psicología
hispanoamericana: hombres, instituciones, guerras, libros, ideas... Las
épocas, los países, las circunstancias son todo lo diferentes que cabe...
Encontramos, entremezclado, un hecho común, y no más que uno: la
pereza. De ahí deducimos que esa ubicua pereza criolla es la cualidad madre
del carácter hispanoamericano, hasta el punto de que, marcando la línea MN una
división entre éste y el europeo, podríase construir el siguiente cuadro
ampliativo de la figura anterior:
En una palabra, el trabajo es progreso; la
pereza, rutina o decadencia ... 2º. Por la doble potencia de su ardiente clima y
sus antecedentes étnicos, el argentino de tierra adentro se ha formado un
carácter típico, lleno de claroscuros. Sus rasgos más notables son la astucia
y la audacia; sus principales defectos la indolencia y la versatilidad. Posee
la inteligencia grave y doble de pueblos tropicales, siendo su temperamento
más práctico y positivo que soñador y poético. Tiene donde gentes, admirable
sentido de orientación y agudísimo olfato político...
Apliquemos ese engranaje de enunciados a la
pereza criolla; vistamos, ¡oh poder creador de la pluma!, de músculos y de
piel el esqueleto eurítmico de la teoría...
|
|