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Gualeguay
El 28 de mayo de 1837,
Garibaldi fondeó el Luisa en el puerto de Maldonado (Punta del Este)
que está a la entrada del Estuario del Río de la Plata. Esa era tierra de Juan
Manuel de Rosas.
La revolución de la elite intelectual de la ciudad de Buenos Aires en 1810,
había provocado la caída del Imperio español en todo el Cono Sur Sudamericano.
Las desavenencias entre los revolucionarios del Río de la Plata fueron desde
el principio, la forma de gobierno que reemplazaría a la autoridad del virrey
español.
Los que querían conservar el mismo modelo de la dinastía de los Borbones, con
una única autoridad asentada en la ciudad de Buenos Aires, se llamaban
“unitarios”. Desde la capital porteña se querían nombrar a todos los
gobernadores de las provincias, como era facultad del virrey hasta antes de la
revolución. La mayor consecuencia económica de este modelo, era que los
impuestos aduanales de todo el territorio quedarían en Buenos Aires.
En las ciudades del interior habían surgido líderes espontáneos llamados
caudillos, que querían cierta autonomía para las provincias, como la
facultad de nombrar a sus propias autoridades. Se llamaban “federales” y por
supuesto, querían repartir los beneficios de la aduana según quién los
produjera. Se desató una intrincada guerra civil, en medio de la cual se había
ganado la guerra por la independencia de España en 1821.
Desde 1810 el desorden y las guerras civiles provocaron la gran crisis de la
década del veinte. Rivadavia era el líder de los liberales “unitarios”. Buenos
Aires tenía 80.000 habitantes. En el interior había un millón de personas y
doce millones de vacas. Los gauchos eran gente de a caballo que hacían
las tareas propias de la ganadería. La agricultura era prácticamente
inexistente. Sólo existía en las “tierras de pan llevar”, o sea alrededor de
las poblaciones y solamente para el consumo interno. Los productos de
exportación eran los cueros y la carne vacuna salada.
Las estancias eran establecimientos de propiedad privada que abarcaban
grandes extensiones de terreno. Los saladeros y las curtiembres
eran la industrias de las ciudades, que se abastecían de materia prima desde
las estancias.
En Buenos Aires la lucha había terminado violentamente, cuando el líder
unitario Lavalle fusiló injustificadamente al líder federal Dorrego. Los
unitarios cayeron en desprestigio y los federales pidieron ayuda a los gauchos
de la provincia. Don Juan Manuel de Rosas había nacido en Buenos Aires pero
pasó toda su vida en las pampas, como hombre de a caballo. Era un exitoso
estanciero y el líder indiscutido entre los gauchos. Al final de una década
desastrosa, en 1829 se hizo con el poder en Buenos Aires. Gobernaba con mano
de hierro y todos los intelectuales unitarios fueron desterrados. Una gran
parte de ellos estaba en la ciudad rebelde de Montevideo, al otro lado del Río
de la Plata.
El gobierno de Rosas era de corte federal, pero con características muy
peculiares. No era el presidente de todo el país, sino el gobernador de la
provincia de Buenos Aires, que fue nombrada “la hermana mayor” de todas las
provincias argentinas. Por lo tanto, Rosas no pretendía nombrar a todos los
gobernadores desde Buenos Aires, sin embargo, todos los demás gobernadores
debían obedecerle. Por otro lado, la provincia de Buenos Aires se quedaba con
los impuestos de la aduana y Rosas también asumía la Representación Exterior
de todas las demás provincias argentinas.
Cada vez que un caudillo se rebelaba a su autoridad, Rosas le ordenaba a otro
gobernador leal que lo eliminara. El país se llamaba Confederación Argentina y
este modelo había pacificado el territorio, o por lo menos había limitado los
conflictos a la pelea entre dos caudillos solamente. Al evitarse las alianzas
que generalizaban las guerras civiles de todos contra todos, la economía de la
Confederación había mejorado notablemente.
Lo que se llama “libertad de expresión”, eso sí, no existía de ninguna manera.
Su ejército privado, llamado la mazorca por sus oponentes, aterrorizaba
a la clase media de Buenos Aires y asesinaba a los críticos de Rosas durante
la noche, tanto en las calles como en sus casas. Los soldados rosistas usaban
una especie de gorro frigio francés de color rojo. Los domingos, recorrían las
calles después de la misa, aterrorizado a las mujeres que no llevaban la
obligatoria cinta roja en el pelo, que era el símbolo del federalismo. En
Buenos Aires había carteles en todas partes (hasta en las iglesias) que decían
“Mueran los salvajes unitarios”. A todos los adversarios políticos de Rosas,
de cualquier clase que fueran, se los llamaba “unitarios”.
La imagen de Rosas en todo el mundo, al principio había sido francamente muy
mala. Raramente salía de su palacio en Palermo, que estaba a las orillas del Río de la
Plata y a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, tenía
una hija que era encantadora. Organizaba los eventos sociales más destacados y
patrocinaba todas las organizaciones de caridad. Invariablemente se ganaba la
simpatía de los embajadores del cuerpo diplomático en la ciudad de Buenos
Aires.
Como era habitual en aquella época, cada caudillo organizaba su aparato de
propaganda y Rosas tenía el mejor. Su periódico de publicación diaria era
La Gaceta Mercantil. También tenía el Archivo Americano que se
publicaba trimestralmente en castellano, inglés y francés, para que circularan
en Inglaterra, Francia y Estados Unidos. El British Packet de Thomas
Love, seguía la misma línea de las demás publicaciones, pero con la ventaja
que pretendía representar a la opinión de la comunidad inglesa en Buenos
Aires.
Rosas también había formado un poderoso lobby en Londres, dirigido por Alfred
Mallalieu. Sin embargo, los numerosos intelectuales unitarios en el destierro
le dejaban poco terreno para mejorar su imagen. La mayoría de ellos, cuando
llegó Garibaldi en 1837, estaban viviendo en Montevideo.
Los uruguayos también habían formado dos facciones políticas, los “blancos” y
los “colorados”. El líder de los colorados era el General Fructuoso Ribera y
era apoyado por los unitarios argentinos. El líder de los blancos era el
General Manuel Oribe y era un aliado de Rosas, al estilo de todos los
gobernadores argentinos. En 1837 los blancos estaban en el poder y Oribe era
el presidente de Uruguay.
Los límites entre Uruguay y Rio Grande do Sul eran imprecisos, porque no
tenían un río o montañas que los separen. El límite teórico era invisible para
la gente de la llanura y muchas veces pasaba en el medio de sus estancias. Los
habitantes del Norte del Uruguay seguían con mucho interés la lucha de
independencia de los Riograndenses.
Los colorados de Ribera y los intelectuales unitarios argentinos eran
partidarios de los revolucionarios independentistas de Río Grande do Sul. La posición de los
blancos del presidente Oribe y los federales de Rosas, era un poco más
compleja porque estaban en el poder. Ideológicamente eran contrarios a las
ideas separatistas de los Riograndenses, pero estaban felices del problema que
le ocasionaban al Imperio de Brasil. Por lo tanto habían adoptado una actitud
de total neutralidad.
Cuando Garibaldi bajó a tierra en Maldonado, encontró que las autoridades
uruguayas eran muy amistosas. Rossetti se fue por tierra a Montevideo,
distante unos 120 kilómetros al Oeste. Su misión era tratar de vender el café
que traían en el barco y hacer contacto con Cuneo y otros miembros de
l’Italia Giovane. Garibaldi vendió parte del café a un comerciante de
Maldonado. Había arribado un ballenero francés y a la noche ambas
tripulaciones estuvieron de fiesta.
Cuando el embajador de Brasil en Montevideo se enteró que el Luisa
estaba en Maldonado, le pidió a Oribe que lo requisara y le entregara a los
piratas para enviarlos prisioneros a Brasil. El presidente estuvo de acuerdo y
mandó las órdenes correspondientes a sus oficiales en Maldonado. Al conocer
esta noticia, el gobierno de Brasil envió a Maldonado a su buque de guerra
Imperial Pedro.
Como era habitual, la noticia de la decisión de Oribe llegó a Maldonado
mucho antes que la orden de arresto oficial y el primero en enterarse fue
Garibaldi. Inmediatamente fue a cobrarle el café que le había vendido al
comerciante uruguayo. Como éste también se había enterado de los problemas que
tenía Garibaldi, le dijo que no tenía el dinero para pagarle. No tuvo suerte.
Con un revólver apuntándole a la cabeza, recorrió todas las habitaciones de la
casa hasta que juntó la cantidad que le debía.
Según informó la prensa de Río, el Imperial Pedro tuvo vientos
contrarios y llegó a Maldonado cuando el Luisa ya había partido. Ese
“viento contrario” era el Pampero, que sopló fuerte aquel 30 de
junio de 1837 y produjo una de las típicas sudestadas del Río de la
Plata, que a Garibaldi le impidió salir a mar abierto. No tuvo más remedio que
navegar hacia la boca del Río Paraná. Cuando aminoró el viento y como ya había comenzado el invierno, el
Río de la Plata estaba cubierto de niebla y el Luisa no pudo ser
divisado por los brasileros.
Como Garibaldi había cobrado el café vendido en Maldonado a último momento, no
tuvo tiempo de cargar provisiones. Cuando avistó un ranchito en la costa,
bajaron para comprar lo que pudieron. Después se encontraron con otro barco y
estaban negociando en medio del río cuando los identificó el buque de guerra
uruguayo María. En el intercambio de balazos, uno de los tripulantes
murió y Garibaldi tomó su posición. En ese momento recibió un tiro debajo de
la oreja y la bala se le alojó en el cuello.
El Luisa se batió en retirada y el buque uruguayo, con varios heridos a
bordo, decidió volver a Montevideo. En el camino encontró al Lobo que
también estaba buscando a Garibaldi y más adelante al Imperial Pedro. A
ambos les indicó la dirección en que huía el Luisa.
Cuando Garibaldi volvió en sí, los tripulantes estaban esperando
instrucciones. En medio de un inmenso dolor, les indicó que vayan a Santa Fe,
porque fue el primer nombre que vio en el mapa. El marinero Carniglia, a pesar
de no tener suficiente experiencia, se hizo cargo de dirigir el barco. Estaban
en un lugar desconocido, sin provisiones y dos barcos de guerra los perseguían
de cerca. A Garibaldi le llevaron café, que era lo único que tenían en
abundancia.
Llegaron hasta la isla Martín García, donde se cruzaron con otro barco al que
le compraron vino. Después se internaron en el río Paraná. Ni los brasileros
ni los uruguayos se atrevieron a seguirlos en pleno territorio argentino sin
el permiso de Rosas.
Después de navegar varios días llegaron a la confluencia del Paraná con el río
Gualeguay. Allí se encontraron con un barco de Buenos Aires al que le
quisieron comprar provisiones. El capitán les dijo que no tenía, pero que si
navegaban al Norte por ese pequeño río, encontrarían a la ciudad de Gualeguay,
que el era el lugar más cercano donde podían comprar provisiones. A esa
altura, a Carniglia le daba lo mismo Santa Fe que Gualeguay. Al fin y al cabo
eran ciudades del mismo país.
Llegaron a Gualeguay el 27 de junio de 1837, doce días después que Garibaldi
recibiera el balazo en el cuello. Era un pueblito de 2.000 habitantes. Estaba
gobernado por el Mayor Leonardo Millán, un tape bastante ordinario,
como la mayoría de los milicos de entonces. El pueblito estaba dentro de la
Provincia de Entre Ríos, llamada así porque formaba parte de una mesopotamia
dentro del continente, a la que solamente se podía llegar navegando en aquella
época. Esa provincia tenía un inmenso territorio, casi del tamaño de Portugal,
cubierto de pastos verdes y espinosos montes bajos, donde había más vacas que
gente. No se podía andar más de una legua sin tener que cruzar algún arroyo.
En toda la provincia había 7 pueblitos. El más grande era Paraná con 5.000
habitantes. El resto de la población vivía en estancias, pero la mayor parte
del centro de la provincia estaba deshabitado y servía de refugio a toda clase
de fugitivos y desertores. El gobernador de Entre Ríos era el Coronel Pascual
Echagüe, buen amigo y leal servidor de Rosas.
Por casualidad, cuando el Luisa llegó a Gualeguay, el gobernador
Echagüe estaba de visita en la ciudad. La bala en el cuello de Garibaldi fue
el problema más urgente que tuvieron que solucionar. El gobernador envió a su
propio médico personal para que atendiera al herido. El joven médico Ramón del
Arco, primero lo alojó en la casa de un comerciante catalán, Don Jacinto
Abreu. Allí le extrajo la bala en una operación (lógicamente sin anestesia)
que duró media hora. Sus enfermeros fueron Carniglia y la señora de Abreu.
Después de unos pocos meses, Garibaldi estaba completamente recuperado. Ramón
del Arco, unos años más tarde se convertiría en un eminente cirujano de Buenos
Aires.
Garibaldi le pidió asilo político a Echagüe. Por tratarse de un asunto de
política exterior, el gobernador le pasó el pedido a Rosas. La solicitud
estaba fechada el mismo día que llegó a Gualeguay. La tuvo que dictar cuando
todavía tenía la bala en el cuello. Eso no le impidió expresar ampliamente sus
sentimientos sobre la libertad e independencia de Río Grande do Sul de la
tiranía del Imperio. Recapitulaba además una detallada descripción de todos
los acontecimientos desde que había partido de Río de Janeiro.
La decisión de Rosas fue devolver el barco y su carga a los brasileros y
liberar a toda la tripulación, menos a Garibaldi que quedaría retenido en
Gualeguay bajo palabra que no se escaparía. La tripulación partió a Montevideo
en el primer barco que tuvo ese destino, menos Carniglia que se quedó para
cuidar a Garibaldi hasta que su herida estuviera completamente sana. Todos los
italianos volvieron a Río Grande do Sul y se reincorporaron a las tropas
repubicanas. Nunca más se supo de los dos malteses y los cinco negros.
Una tripulación brasilera llegó a Gualeguay para llevarse al Luisa
intacto y con toda su carga. Sin embargo, el precio del café nunca estuvo tan
barato en esa parte de Entre Ríos como en el año 1837. El ancla del barco y el
telescopio de Garibaldi, actualmente están en el museo de Gualeguay.
Durante su permanencia de seis meses en Gualeguay, Garibaldi se alojó en la
casa de los Abreu. Su encantadora personalidad, le abrió las puertas de casi
todas las familias del pueblo. Además, durante este tiempo aprendió dos cosas
que serían muy importantes para el resto de su vida: comenzó a hablar
fluidamente el castellano y aprendió a andar a caballo como un experto jinete.
Con avidez leía los diarios de Francia con cuatro meses de atraso y escribió
numerosas cartas. Hubiera sido feliz en Gualeguay si hubiera tenido un
temperamento más tranquilo. Los eventos que siguieron fueron causa de trágicos
malentendidos por mucho tiempo. Todos los oficiales de los distintos ejércitos
europeos, consideraban que quebrar la palabra empeñada era causa de deshonor y
una acción imperdonable. Tanto Rossetti como Cuneo se habían ofrecido para
ayudarlo a escapar de Gualeguay. Garibaldi se había negado, por razones de
honor.
Los amigos de Gualeguay le explicaron a Garibaldi que en estas tierras
existían otros códigos. Las autoridades le habían dado la libertad bajo
palabra porque querían que se escapara. Si no se fugaba sería un tonto por no
aprovechar la oportunidad que se le presentaba y además, le estaba creando un
problema a las autoridades argentinas por no hacer lo que se esperaba de él.
Aunque Garibaldi lo negaría siempre, los locales afirmaban que Abreu le
proveyó un caballo y una pistola. Bernardo Gallo y Gregorio Correa le
planificaron la fuga. Le pagaron a Juan Pérez, un baqueano conocedor de
la zona, para que lo guíe en su viaje hacia el Oeste hasta encontrar el río
Paraná, donde podía embarcarse rumbo al extranjero.
Garibaldi y Juan Pérez partieron cuando ya había oscurecido y viajaron toda la
noche, gran parte al galope, bajo la lluvia y fuertes vientos. Estaban a fines
de 1837 y era pleno verano. Tenían planificado llegar hasta la estancia de un
inglés. Cuando amaneció, el baqueano le dice a Garibaldi que ya
llegaron y que espere escondido entre los árboles mientras él iría a verificar
que no había peligro en la estancia. Exhausto por haber cabalgado toda la
noche, Garibaldi se tiró a dormir en el suelo. No había pasado mucho tiempo,
cuando se despertó rodeado por una partida de soldados.
Los soldados ataron las manos de Garibaldi, lo subieron al caballo y le ataron
los pies por debajo del caballo. Al poco tiempo, ya habían llegado a
Gualeguay, porque Juan Pérez lo había hecho cabalgar en círculos durante toda
la noche. Cuando entraron a la comandancia, Millán lo cruzó de un fustazo en
la cara, como se estilaba entonces. Lo comienza a interrogar sobre quiénes lo
habían ayudado y proveído para la fuga. Garibaldi no decía nada y Millán le
seguía pegando con una fusta en la cara, hasta que le quedó roja como un
tomate. Finalmente Millan se canso del silencio de su prisionero y ordenó que
lo torturen hasta que confiese.
Lo llevaron a un edificio separado de la comandancia. Allí le ataron las manos
por las muñecas con dos sogas que pasaron por encima de una viga del techo.
Entró Millán y se le paró enfrente haciendo la misma pregunta y Garibaldi lo
escupió. Entonces Millán enfurecido, ordenó que lo cuelguen y lo dejaran en
esa posición. El dolor de estar colgado por las muñecas era intenso y
permaneció así por dos horas, hasta que se desvaneció. Cuando despertó estaba
en el suelo, encadenado a otro prisionero.
Toda la gente de Gualeguay estaba consternada porque en su corta estancia,
Garibaldi había hecho muchos amigos, que ahora eran todos sospechosos para
Millán y estaban aterrados. La señora Rosa Sanabria de Alemán, fue la única
que se atrevió a visitarlo en al cárcel y le llevó todo el confort que le fue
permitido.
Al cabo de unos pocos días, Garibaldi fue trasladado a una cárcel provincial
en Paraná. Allí se curó de los efectos de las torturas de Millán, aunque le
quedarían algunas secuelas para el resto de su vida. Después de dos meses, fue
puesto en libertad sin restricciones, para que vaya donde quiera. Se embarcó
en el primer barco que salió rumbo a Montevideo.
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