|
Los primeros españoles que
llegaron a México provenían de Cuba. Para 1517 la isla ya estaba en peligro de
quedar despoblada y un grupo de recién llegados salieron a la busca de nuevas
tierras o aborígenes. La primera expedición fue comandada por Herández de
Córdoba. Un huracán los empujó hacia las costas de Yucatán. Encontraron
indígenas que andaban vestidos, casas de piedra y pirámides sobre las montañas
donde sacerdotes dejaban los restos mutilados de las víctimas de los
sacrificios. En Campeche los españoles fueron atacados por los mayas,
derrotados, forzados a abordar los barcos y emprendieron el regreso curándose
sus heridas.
El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, se interesó sobre estos nuevos
descubrimientos. Al año siguiente organizó otra expedición que puso al mando
de Juan de Grijalva, un hombre de su entera confianza. Este exploró la costa y
recibió una acogida amistosa de los indígenas de Tabasco. Allí oyeron rumores
de un poderoso imperio situado en el interior del continente. Al mismo tiempo,
sus movimientos habían sido meticulosamente reportados a Moctezuma, que
recibió dibujos sobre telas de enequén de los extraños hombres blancos y sus
castillos flotantes con mástiles alados. Grijalva no tenía muchas luces.
Cuando llegó a la isla de San Juan de Ulúa, pensó que quizás era un buen lugar
para establecer una colonia. Mandó de regreso a Cuba a Pedro de Alvarado para
pedirle consejo al gobernador Velázquez. Unas pocas semanas después, el calor,
los mosquitos y la falta de comida convencieron a Grijalba que debía emprender
el regreso a Cuba.
Cansado de los titubeos de Grijalva, el gobernador decidió que debía encontrar
otro dirigente de confianza, pero que además fuera inteligente, con más
audacia y don de mando. La elección recayó en un joven noble que había traído
a Cuba como secretario particular cuando éste sólo tenía 19 años. Después se
había casado, adquirido una encomienda y se estableció como plantador de
azúcar, amasando un modesta fortuna. Desde entonces buscaba diversión en el
juego y en alguna que otra escapada amorosa. Había adquirido una considerable
polularidad por ser un poco liberal y atrevido, pero había sido un buen
secretario privado. Se llamaba Hernando Cortés. Los amigos lo llamaban Hernán.
Cortés aceptó de buen grado contribuír con dos tercios del costo de la
expedición y se dedicó a organizarla con gran energía. Diego Velásquez se dió
cuenta inmediatamente que había juzgado mal a su hombre y decidió retirarle la
comisión. Cortés, que oyó los rumores de lo que pensaba hacer el gobernador,
abordó y levó anclas el mismo día. Durante tres meses estuvo navegando
alrededor de la isla, embarcando provisiones y hombres. Reclutó a la mayoría
de la gente de Grijalva, hasta a su hombre de confianza Pedro de Alvarado. En
febrero de 1519 puso rumbo a Yucatán. Llevaba once barcos, quinientos
soldados, dieciséis caballos, diez cañones de bronce y cuatro falconetes. Se
proponía conquistar un imperio de tres millones de personas.
Hubo pocos hombres como Cortés en la historia de la humanidad. No estaba
dominado por la codicia. Buscaba la romántica gloria de un caballero medieval.
Demostraría la audacia de un jugador, una obstinada renuencia a admitir la
derrota, la habilidad de calibrar a un hombre o una situación, una
personalidad irresistibe cuando usaba la adulación , grandes dotes de
conciliador y era un experto en la intriga. Prestaba una laboriosa atención a
los detalles. No le faltaba voluntad para usar la fuerza sin piedad cuando la
situación lo requería. Su fina inteligencia lo diferenciaba de todos los demás
rufianes que habían conducido otras expediciones españolas. Esto se hizo
evidente cuando la flota arribó a Yucatán [1]. Pedro de Alvarado bajó a tierra
y cuando los nativos huyeron, el empezó a saquear las casas como era
costumbre. Al enterarse Cortés, le hizo devolver el oro, la ropa y las
cuarenta gallinas que había robado. Al regresar a sus casas, los indígenas
recibieron regalos. Cortés destrozó los ídolos de los templos y los reemplazó
por la virgen y la cruz. Los sorprendidos indígenas aceptaron el cambio de
dioses y se convirtieron al cristianismo. Después de todo la cruz era también
el símbolo de Tláloc, dios de la lluvia.
La siguiente parada de Cortés fue en Tabasco [2]. Los indígenas de ese lugar
se habían arrepentido del buen recibimiento que le hicieran a Grijalva, porque
ya habían recibido noticias de Yucatán sobre la naturaleza de los blancos.
Atacaron a la expedición de Cortés en números abrumadores. Los españoles
tenían la ventaja de las armas de fuego, las espadas de acero y sus cotas de
maya. Sin embargo fueron los dieciséis caballos los que hicieron la
diferencia. Los indígenas suponían que hombre y caballo eran un solo animal
sobrenatural. Cortés tomó nota para aprovechar este hecho en el futuro. Al
perder la batalla, los caciques indígenas se sometieron y entregaron regalos.
Cortés les dió un sermón acerca de la cristiandad y después el padre Olmedo
celebró una misa para aceptar a los nuevos vasallos del rey español. Siguiendo
la costumbre de la región, los caciques les entregaron veinte doncellas. Las
muchachas recibieron el bautismo porque que los españoles no se podian acostar
con idólatras y después fueron repartidas entre los oficiales. A Portocarrero
le asignaron la hija de un cacique náhua, llamada Malintzin. Dominaba varios
idiomas. Aprendió el castellano con facilidad y demostró ser una mujer
extraordinariamente inteligente. Muy pronto formo pareja con Cortés.
Deformando su nombre original, era conocida como la Malinche.
Los mensajeros iban y venían llevándole noticias frescas a Moctezuma. Los
hombres blancos poseían animales sobrenaturales, tubos de metal que producían
truenos y relámpagos que mataban al enemigo. Eran siervos de un gran señor que
vivia en el oriente, al otro lado del mar. Habían llegado a México a abolir
los sacrificios humanos y traían nuevos dioses. Todo confirmaba que eran
emisarios de Qetzalcóatl. Si Cortés era agente de un dios tan poderoso era
peligroso ofenderlo, pero se le podría inducir a que se marchara. Si Moctezuma
le enviava regalos, en la misma forma que ofrecía presentes y homenajes a los
dioses aztecas, entonces Quetzalcóatl quedaría contento, lo mandaría a llamar
a Cortés y dejaría en paz a los aztecas.
Los españoles zarparon hacia San Juan de Ulúa [3] y allí por primera vez
entraron en contacto con los aztecas. Estos traían regalos a los españoles y
llevaban más noticias a Tenochtitlan, la capital de los aztecas. Gracias a la
Malinche, Cortés sabía exactamente lo que pensaba Moctezuma y preparaba
cuidadosas demostraciones acerca de lo que sus armas y sus caballos podían
lograr.
Cuando Cortés solicitó permiso para ir a Tenochtitlan, Moctezuma se negó. Para
que Cortés no se ofenda, ordenó que se les suministrara comida a los españoles
y que les construyeran cabañas. Además intensificó los regalos, mandándoles
kilos de oro en polvo, fabulosas joyas y ornamentos. Los más impresionantes
fueron dos discos, uno de oro y otro de plata, grandes como ruedas de carro
que simbolizaban el sol y la luna. Moctezuma había puesto al descubierto la
riqueza de los aztecas. Los españoles se dieron cuenta que en México se podía
encontrar aquel lujo asiático que había sido el sueño de Colón. Cortés había
venido preparado para negociar solamente con salvajes. De todas maneras le
mandó a Moctezuma una poltrona, una gorra roja, un par de camisas , un par de
juguetes y collares de cuentas de vidrio.
Como hombre resuelto que era, Cortés decidió en primer lugar desconocer la
autoridad del gobernador de Cuba. Eso no le costó trabajo, porque la tacañería
de Diego Velázquez lo había hecho impopular. Después decidió fundar Veracruz.
Al constituirse como ciudadanos de ese pueblo, asumieron derechos de
autogobierno, quedando bajo el control directo del rey de España. Cortés fue
elegido capitán general. Las ganancias de la expedición se distribuirían en un
quinto para el rey, otro quinto para Cortés y el resto para los
expedicionarios. Cargaron un barco con un quinto de las ganancias y lo
mandaron a España para obtener la aprobación del rey.
Entre las dunas de arena, aparecieron cinco indígenas de una raza diferente a
las que habían conocido los españoles hasta entonces. Eran totonacas, enemigos
acérrimos de los aztecas, porque les exigían pesados tributos y se llevaban a
los mejores jóvenes para ser sacrificados en los altares de Huitzilopochtli.
Cortés dio órdenes estrictas de no molestar a esos nativos y partió a Cempoala,
el pueblo principal de los totonacas. Lo recibieron con ofrendas de frutas y
le colgaron guirnaldas de rosas. El jefe, al cual los epañoles apodaron
Cacique Gordo, les pidió ayuda para defenderse de los aztecas. Poco después,
aparecieron cinco aztecas cobradores de impuestos. Traían flores en las manos
para protegerse del mal olor de los totonacas. Exigieron veinte víctimas para
el sacrificio. Cortés intervino para que los encarcelaran y los totonacas lo
hicieron con mucho gusto. Después Cortés los liberó en secreto y los mandó de
regreso para que le cuenten a Moctezuma.
Los totonacas ya eran aliados irreversibles de los españoles. Entonces Cortés
los cristianizó. Los totonacas tenían la costumbre de subir todos los días
tres o cuatro esclavos a la pirámide para sacrificarlos. Cortés les ordenó
terminar con esa práctica. Cincuenta españoles subieron a la pirámide y
derribaron los ídolos. Los sacerdotes totonacas pedían perdón a los dioses y
el pueblo tomó las armas. Cortés se apoderó de Cacique Gordo y los sacerdotes,
amenazando con matarlos si los españoles eran atacados. Los totonacas
aceptaron la nueva situación, recibieron el bautismo, quemaron los ídolos y
limpiaron la sangre. A los sacerdotes les cortaron el pelo, los lavaron y los
pusieron a cargo de la nueva capilla.
Cuando Cortés regresó a Veracruz [4] sus hombres tenían la moral muy baja.
Asediados por los mosquitos y las fiebres, ya habían muerto treinta españoles.
Tenían muchas más riquezas de las que nunca se atrevieron a soñar. Querían
irse de ese infierno para disfrutar el resto de sus vidas. Moctezuma casi
consigue su propósito, pero la respuesta de Cortés no se hizo esperar. Entre
sus planes para el futuro no figuraba el ocio con relativa opulencia y mandó a
quemar las once naves.
El 19 de agosto de 1519 dejó un pequeño destacamento en Veracruz y emprendió
la marcha hacia el interior. No fue un camino de rosas. Subieron un paso de
tres mil metros de altura en la base del nevado pico del Orizaba, descendieron
al desierto, atravesaron pantanos salados y finalmente llegaron a los fértiles
valles, abundantemente sembrados de maíz y maguey. Su primer objetivo era
Tlaxcala, que segun le habían dicho los totonacas, eran un posible aliado
contra los aztecas. La confederación tlaxcalteca recibió las noticias sobre el
avance de los españoles a través de un mensajero totonaca que había enviado
Cortés. Ya tenían noticias de las frecuentes embajadas intercambiadas con
Moctezuma, por eso los tlaxcaltecas no se fiaban de los españoles. Durante
cincuenta años se estuvieron defendiendo de los aztecas y no iban a aceptar
mansamente a otro posible enemigo. Se les permitió entrar en la muralla de
casi tres metros de alto que protegía la ciudad. Una vez dentro, los españoles
fueron atacados por enormes hordas de guerreros. Los tlaxcaltecas hubieran
triunfado si no hubieran estado tan ansiosos de atrapar prisioneros vivos para
ofrecérselos a los dioses.
Después de varias batallas, los españoles estaban desmoralizados, hartos de
matar una interminable cantidad de indígenas. No podían derrotar a los
tlaxcaltecas y Cortés pretendía conquistar a los aztecas. Si no hubiera
quemado los barcos, el capitán general se hubiera quedado solo. Finalmente,
los tlazcaltecas quedaron admirados de la valentía de los forasteros y el
consejo de caciques decidió que se podía confiar en ellos. Se terminó la
pelea, los españoles fueron agasajados y como era costumbre les regalaron un
séquito de princesas para ser gozadas, previo bautismo.
La única causa de desacuerdo con los tlaxcaltecas se produjo cuando los
españoles encontraron varias jaulas de prisioneros que estaban siendo
engordados para el sacrificio. Cortés exigió que los liberaran. Sin embargo,
esta vez no se atrevió a destruir los ídolos tlaxcaltecas. El padre Olmedo
tuvo que decir misa con la virgen entreverada entre los dioses paganos.
Moctezuma seguía intercambiando embajadores con Cortés. Se seguía excusando
que no era lo suficientemente digno como para recibirlos. Para que hiciera
algo, sus colaboradores le dijeron que un oráculo había determinado que
Cholula sería la tumba de los extranjeros y Moctezuma se lo creyó. Finalmente
invitó a Cortés a Tenochtitlan, sugiriéndole que pasara por Cholula. Cortés
partió con la escolta de seis mil guerreros tlaxcaltecas. Al llegar a Cholula,
la ciudad sagrada de Quetzalóatl, fue recibido por densas multitudes que lo
saludaban con flores, música, incensarios y los alojaron en los terrenos del
templo. Los mensajeros aztecas iban y venían, sosteniendo reuniones secretas
con los caciques de Cholula. Una mujer del pueblo se hizo amiga de la Malinche
y le contó sobre la conspiración que estaban preparando. Dos mil porteadores
ofrecidos a los españoles saldrían armados secretamente y les darían muerte a
la salida del pueblo. Cortés no tuvo piedad de ellos. Con halagos fueron
atraídos dentro de los terrenos del templo todos los porteadores y los
caciques cholultecos. Los españoles atacaron sin detenerse hasta matartlos a
todos. Los templos fueron quemados y sobre la pirámide se erigió una gran cruz
cristiana. Los tlaxcaltecas estaban ansiosos por destruir todo el pueblo y
esclavizar a la población, pero Cortés determinó que los sobrevivientes serían
súbditos españoles bajo la protección del rey. Moctezuma quedó consternado. Se
resignó a aceptar que los poderes sobrenaturales de Cortés le habían advertido
sobre la conspiración. De allí en adelante, Moctezuma nunca haría algo que
pudiera llegar a ofender a Cortés.
Los españoles partieron acompañados por un séquito de embajadores aztecas.
Escalaron el paso bajo el humeante vocán Popocatepetl y descendieron al valle
de Anáhuac. Lo que vieron los dejó sobrecogidos. Era mucho más maravilloso que
la mejor descripción hablada. Pasaron a lo largo de la ribera de Chalco y
Xochimilco, llegando a Ixtapalapa donde los recibio Cuitláhuac, hermano de
Moctezuma. Allí pasaron la noche y a la mañana siguiente emprendieron la
marcha a lo largo de la calzada sobre el lago Texcoco. En Xoloc los esperaban
los caciques de Texcoco, Tacuba, Coyoacán e Ixtapalapa. Cortés fue recibido
como un representante de dios. A la entrada de Tenochtitlan lo esperaban dos
filas paralelas de nobles aztecas y entre ellos, Moctezuma era llevado sobre
una litera sobrepujada con un dosel adornado en plumas y adornado por finas
joyas. Moctezuma se adelantó apoyándose en los brazos de sus caciques y Cortés
bajó del caballo. Quedaron frente a frente. Moctezuma besó la tierra y Cortés
le colocó un collar de cuentas de vidrio al cuello.
El palacio de Axayacatl, situado en el lado oeste de los terrenos del templo,
fue asignado a los españoles y sus aliados tlaxcaltecas. Después que hubieron
descansado y comido, Moctezuma los visitó llevando vestiduras de algodón y
joyas suficientes para todos sus invitados. Se dirigió a Cortés como
representante de Quetzalcóalt. Explicó que los aztecas ya sabían que no eran
los verdaderos dueños de esas tierras; su auténtico amo y señor se había ido
cruzando el mar hacia el Este y hacía mucho tiempo que lo estaban esperando.
Aceptaría al rey de España como amo y le proporcionaría a Cortés todo lo que
pidiese. Después de salir Moctezuma del palacio, Cortés coloco su artillería
cerca de la entrada para prevenir cualquier ataque por sorpresa. En la
bellísima ciudad en medio del lago, durmieron esa noche cuatrocientos
españoles rodeados por cien mil adoradores de Huitzilopochtli.
Cortés se había convertido en el amo y señor de Tenochtitlan, pero no confiaba
ni en Moctezuma ni en sus propios seguidores quienes eran unos rufianes
indisciplinados, toscos y voraces, que en cualquier momento podían provocar a
los aztecas. Aprovechando la falta de individualismo de los indígenas y sus
hábitos de obediencia, resolvió protegerse secuestrando a Moctezuma. Desde
antes de salir de Cholula, Cortés sabía que hubo un enfrentamiento entre
aztecas y españoles en Veracruz, donde algunos de los suyos resultaron
muertos. Audazmente, confrontó a Moctezuma con una versión distorsionada y le
ordenó que lo acompañe a su palacio de Azayacatl en calidad de prisionero.
Cuando Moctezuma pasó en su litera por las calles escoltado por los españoles
hubo una conmoción, que se aplacó inmediatamente cuando Moctezuma explicó que
iba por su propia voluntad. Otros dirigentes aztecas también fueron detenidos
en el palacio y Cortés pasó a gobernar el imperio usando a Moctezuma como
vocero. Todos los caciques tributarios recibieron la orden de reconocer a los
españoles como sus nuevos amos. Se enviaron expediciones en busca de minas de
oro y buenos puertos. Se recogieron tesoros de todas partes de imperio azteca.
Se separó el quinto del rey, el quinto de Cortés y el resto se distribuyó
entre los españoles. En lo único que Moctezuma no tranzó, fue en el cambio de
dioses. Los dioses españoles podrían se buenos, insistía, pero los propios no
eran malos. Cortés, que era tan pragmático en otras cosas, sin medir los
riesgos subió a la gran pirámide para destrozar a todos los ídolos aztecas.
Fueron reemplazados por la virgen y el padre Olmedo celebró misa. Los
sacerdotes aztecas bramaban y amenazaban con incitar al pueblo a la rebelión.
La fidelidad de Cortés hacia el rey de España era increíble. En ese momento
Cortés podía ser el hombre más rico del mundo y formar su propio imperio
mundial. Tenía recursos para mandar a comprar barcos y formar su propia flota,
su propio ejército con armas europeas y oficiales mercenarios dirigiendo a
millones de bravos guerreros nativos. Podía comenzar apoderándose de Cuba y
Haití comprando la voluntad de su gente y contratando a los filibusteros
franceses. Conocía ambos mundos, era audaz, inteligente, decidido y astuto.
Sin embargo esta idea jamás se le cruzó por la cabeza.
El gobernador de Cuba Diego Velazquez consiguió el apoyo del obisco Fonseca de
España y totalmente ignorantes del nuevo poder adquirido por Cortés, habían
decidido suprimir al rebelde. Mandaron a Pánfilo Narvaez al mando de una
expedición de quince navíos, novecientos hombres y ochenta cañones. Era el
mayor armamento destinado a las Indias hasta ese entonces. Se instalaron en
Cempoala. Gonzalo de Sandoval, quien estaba al mando de Veracruz, tomó
prisioneros a dos emisarios de Narvaez y los mandó a Tenochtitlan. Cuando
llegaron Cortés los liberó, les mostró la ciudad, les regaló joyas y los mandó
a Cempoala a decir a sus compañeros que si se unían a él, también tendrían su
parte del botín y podrían gozar de los agasajos y de las doncellas aztecas.
Hasta con mucho menos podía comprar sus voluntades.
A los seis meses de gobernar el imperio Azteca, Cortés cometió su primer
error. Dejó la mitad de sus hombres en Tenochtitlan al mando de Alvarado y él
partió con el resto hacia la costa para apoderarse personalmente de la
expedición española. Eso fue fácil. Llego a Cempoala, venció a los centinelas,
tomó prisionero a Narváez y la expedición completa estuvo de acuerdo en
unírsele. Dejaron a Narváez encadenado en Veracruz y después desmantelaron los
barcos para evitar que las noticias llegaran a Cuba. Cortés se preparaba para
el regreso cuando llegaron dos talxcaltecas con noticias desastrosas.
Alvarado, que era un hombre bruto, impetuoso y violento, había quedado en
Tenochtitlan con miedo de ser otra víctima del sacrificio en la pirámide de
Huitzilopochtli. A medida que pasaban los días su pánico iba en aumento.
Durante un festival, los terrenos del templo estuvieron llenos de aztecas
ceñidos de flores que cantaban himnos y danzaban en círculo. Alvarez recordó
entonces lo acontecido en Cholula cuando mataron a los porteadores para evitar
una traición. Ordenó a sus hombres ocupar las cuatro puertas de acceso y
desenvainando las espadas los mataron a todos. Varios miles de indígenas
inocentes e indefensos fueron masacrados.
Al enterarse, Cortés se puso furioso. Regresó rápidamente a Tenochtitlan con
mil españoles y un número aún mayor de tlaxcaltecas. Al llegar, nadie intentó
impedirle la entrada. Las calles estaban silenciosas y desiertas. Los
españoles estaban amenazados por el hambre, atrincherados el el palacio de
Axayacatl. Cortés cometió entonces su segundo error: decidió liberar a
Cuitláhuac para que ordenara abrir los mercados. Poco después los españoles
comenzaron a oír el salvaje grito de guerra de millares de guerreros.
Cuitláhuac había asumido el mando de los aztecas.
Después de una semana de furiosos combates, Cortés decidió usar a Moctezuma
para para que los aztecas permitieran la retirada de los españoles. Al salir,
Moctezuma recibió una lluvia de piedras arrojadas por su propia gente. Murió a
los tres días a causa de las heridas recibidas. Los cañones españoles hacían
estragos entre los guerreros aztecas pero éstos eran una cantidad
interminable. La reserva de comida en el palacio se terminó. La pólvora se
agotó. Durante la noche lluviosa del 30 de Junio de 1520, los españoles y sus
aliados tlaxcaltecas huyeron furtivamente. Nadie dió la alarma en las calles
de la ciudad, pero había centinelas en las calzadas. Los españoles se vieron
rodeados de miles de aullantes aztecas. Un puente portátil que habían
preparado se rompió en el primer canal de la calzada. Los fugitivos morían a
montones en el segundo, tercer y cuarto canal. Menos de la mitad de los
espanoles llegaron a Tacuba. Casi todos los tlaxcaltecas estaban muertos o
eran reservados como víctimas de Huitzilopochtli. La Malinche y otras dos
mujeres se salvaron. Cortés se sentó debajo de un ciprés contando los
sobrevivientes y llorando la pérdida de Tenochtitlan. Esa fue conocida desde
entonces como la "noche triste".
Cortés decidió regresar a Tlaxcala. En las cercanías de las ruinas de
Teotihuacan los esperaba un ejército azteca. Después de varias horas de
combate, Cortés identificó el jefe azteca en su litera y abriéndose paso entre
las filas de indígenas lo mató con sus propias manos. Los aztecas se rindieron
y los españoles pudieron llegar a Tlaxcala. Allí curaron sus heridas los
cuatrocientos españoles sobrevivientes. Al llegar a Veracruz se encontraron
con un hervidero de barcos. Algunos los había enviado Velázquez, otros eran de
Haití y de Jamaica, más unos pocos que habían llegado a realizar intercambios
comerciales. Cortés los reclutó a todos y para fines de año contaba con
novecientos soldados, cien caballos y suficientes cañones y municiones.
Cuitláhuac no los iba a recibir como representantes de dios, pero Cortés ya
conocía todas sus fortalezas y debilidades. El fin del imperio de los aztecas
ya había sido anunciado y esta vez, Cortés tendría que tomarlo a la fuerza.
Cortés promovía la amistad, como con sus aliados los taxcaltecas, pero no
tenía piedad contra aquellos que alojaban guarniciones aztecas o que mataban
españoles. Después de cada batalla, a los tlaxcaltecas se les permitía
asesinar a los hombres mientras que los españoles buscaban oro y mujeres. Los
españoles habían traído la viruela y los indígenas no tenian inmunidad contra
esta enfermedad. Sucumbieron por millares, y entre las víctimas estuvo
Cuitláhuac. Lo sucedió Cuauhtemoc, sobrino y yerno de Moctezuma. Los españoles
llegaron a Anáhuac en diciembre de 1520 y establecieron sus cuarteles en
Texcoco, donde se aliaron con Ixtlixochitl. Empezaron a reducir
sistemáticamente a todos los pueblos del valle. Eso fue fácil. Los aztecas,
después de los seis meses de gobierno de Cortés, habían comenzado otra vez con
los sacrificios humanos. Eso no los hacía muy populares con el resto de las
poblaciones.
Cortés tenía que enviar frecuentes destacamentos de españoles para proteger
sus nuevos aliados contra los ataques de los aztecas, pero no pudieron evitar
que Ixtacalapa y muchos otros pueblos fueran quemados. Cortés había mandado a
construír trece bergantines con velas y remos. Para fines de mayo comenzó el
asedio a la ista de Tenochtitlan. El sitio duró tres meses. Los aztecas
pelearon con todo el obstinado valor que los había convertidos en amos de
Anáhuac. Los españoles cortaron la corriente del acueducto que llevaba agua
potable a la isla. Cuautehmoc no toleró ninguna sugerencia de rendición. El
final llegó el 13 de agosto de 1521. Cinco sextas partes de la ciudad estaban
en ruinas. Cuautehmoc fue tomado prisionero.
Cortés desplegaría ahora la misma energía e ingenio en la tarea de
reorganización, como antes lo había hecho en la destrucción. Había conquistado
Tenochtitlan y todo el imperio Azteca para España como un aventurero libre.
Escribió una carta al rey justificando sus acciones. Le envió tambien un
cargamento de los tesoros aztecas pero el barco fue capturado por los
corsarios franceses. A los ojos de la corte española, Cortés era un aventurero
que se estaba convirtiendo en alguien demasiado poderoso. La sospecha sería,
durante siglos, el principio que guiaría las decisiones de la corona de
España. La lealtad de Cortés al rey de España era uno de los elementos
dominantes de su carácter, pero el monarca solo recibía informacion de los
celosos intrigantes. Cortés fue nombrado Gobernador de Nueva España, que era
el nombre de la nueva provincia. Cuatro funcionarios nombrados para supervisar
las finanzas reales fueron enviados para vigilar a Cortés.
|