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Historias de Entre Rios
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  Libro I
Capítulo 15
El primer inmigrante

 

El Jefe tenía muchos hijos por todos lados, pero sólo dos vivían en ese momento con él. Eran una hermosa muchachita de doce veranos y un machito de catorce. Desde que habían llegado a las chozas todo era rutina y esa tarde había decidido entrenar a su hijo varón en las artes marciales. Por eso, los dos solos, se habían alejado hasta el otro extremo de la isla. No quería avergonzar al muchachito, exponiendo su falta de experiencia frente a los demás. Este ya tenía fuerza suficiente para manejar el arco y las flechas y ésas eran las armas más importantes. A una distancia prudente habían colgado una piel de animal en un árbol y el hijo estaba tratando infructuosamente de dar en el blanco.

Después de un buen rato, el padre ya casi había perdido la paciencia y estaba a punto de dar por terminada la práctica, cuando de de pronto, sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. Hizo un gesto a su hijo para que se ocultara en los matorrales y se dirigió cautelosamente a la orilla. Había escuchado un ruido casi imperceptible. O quizás era el ruido de los pájaros que había cambiado de tono. De algo estaba seguro: alguien se acercaba por el arroyo.

Estaba preparado para ver a una de sus propias canoas, a algún Chaná despistado o hasta la avanzada de una gran invasión, pero no "eso". La embarcación era una piragua normal, como las que usaban los Charrúas. El viejo que manejaba la larga vara en popa era un anciano inofensivo, común. Pero el muchacho que venía adelante parecía de otro mundo. Tenía pelo amarillo y venía despreocupado. Quizás tenía poderes mágicos que lo protegían de los seres humanos normales. El Jefe sintió una mezcla de incertidumbre, temor a lo desconocido y curiosidad. Eso no le gustó. La curiosidad era la forma más fácil de perder la vida. Mejor sería matarlo y después interrogar al viejo. Sin embargo, quizás a propósito, no estaba actuando con la debida rapidez. Eso estaba mal, muy mal. Pensó que probablemente ya estaba perdiendo los reflejos. Eso era peor, mucho peor.

El muchacho lo vió. Eso nunca debió pasar. Ya tendría estar muerto. Tratando de recuperar el tiempo perdido se decidió a tensar el arco, pero antes de que comenzara a hacerlo, el extraterrestre sonrió y levantando los brazos con la manos vacías le dijo:
- Mba'éichapa - Lo había saludado en ava ñe'ê, la lengua del hombre. La pronunciación era muy rara, pero seguramente así era como hablaban los ángeles.

El Jefe inclinó el cuerpo hacia adelante y torció la cabeza hacia un costado. Le salió como una sonrisa, pero para un solo lado de la boca. Nunca se había sentido tan estúpido. Trató de recomponerse. Enderezó el cuerpo y se apoyó en una pierna, sacando la cadera hacia atrás, como para recuperar su dignidad y aplomo. Había perdido tanto tiempo con esas confusiones, que el viejo ya había arrimado la piragua a la orilla y el muchacho estaba desembarcando, desarmado y sin dejar de sonreír: o tenía grandes poderes sobrenaturales o era un idiota.

El Jefe se quedó helado cuando le vió los ojos de color laguna al muchacho. ¿Podría ver como las personas normales? Cuando ya casi podía clavarle la flecha con la mano, sintió que su hijo estaba a sus espaldas. Había dejado la seguridad de su escondite demasiado pronto. El viejo y el muchacho, amigablemente empezaron a hablar al mismo tiempo. Como se dieron cuenta que así nadie les podía entender, los dos comenzaron a reírse. La situación era tan ridícula que todos, incluyendo al Jefe y su hijo, lanzaron grandes carcajadas. Se había roto el hielo en un tiempo récord. Un encuentro así era impensable en esas tierras, mucho menos con el experimentado Jefe, pero la presencia de ese ser tan extraño había cambiado todos los parámetros de conducta.

Los cuatro arribaron a las chozas en la piragua del viejo. Mujeres, hombres y niños abrían la boca sin moverse ni decir nada. Interiormente, el Jefe se divertía como nunca con la reacción de su gente. Caminaba erguido y con el gesto muy serio, como si nada anormal estuviera pasando. Quería demostrarles a todos que, por ser el líder, el nunca perdía la sangre fría. En realidad, estaba perdiendo el tiempo porque nadie lo estaba mirando a él. No le hubieran prestado atención ni aunque se pusiera a caminar con las manos. El muchacho estrafalario no estaba semidesnudo como los demás. Tenía pantalón, camisa y botas. Era toda ropa muy usada, pero el visitante no necesitaba desfilar en una pasarela de modas para impresionar a ese público. El Patio central frente a las chozas quedó chico para tanta gente.

Estuvieron hablando hasta muy tarde en la noche. Cuando los visitantes ya estaban muy agotados, el Jefe les asignó una choza. A los demás les faltaba tiempo para seguir con sus comentarios. Finalmente, poco a poco comenzaron a retirarse para ir a dormir y soñar con otros mundos y gente rara.

El muchacho hablaba un guaraní casi perfecto, pero sin embargo no le entendieron nada. Describía muchas cosas demasiado raras, que no tenían nombres. El viejo, en cambio, era mucho más claro en sus explicaciones. Les contó a todos que durante el verano pasado vieron tres canoas inmensas, navegando en el medio del gran río. Las embarcaciones eran del alto de varios guerreros y no tenían remeros. Los troncos con los que las fabricaron habían sido tan grandes, que les pudieron hacer enormes huecos como chozas donde se metían los hombres. Del medio de esas canoas salían varios palos altísimos de donde colgaban unas pieles muy delgadas de algún animal desconocido, pero de gran tamaño.

Unos pocos Charrúas comenzaron a seguir las embarcaciones desde la costa, pero durante el recorrido se fueron juntando más. Cuando ya eran suficientes guerreros, algunos empezaron a mostrarse para desafiarlos mientras el resto preparaba sus armas, ocultándose en la maleza. Siguieron así por mucho tiempo, hasta que un día, los desconocidos aceptaron el desafío. De una gran canoa bajaron otra más pequeña que se movía normalmente con remos y menos forasteros que los dedos de ambas manos se dirigieron a la costa. Los demás guerreros se quedaron en las canoas grandes, que estaban quietas a gran distancia en el río. Cuando la canoa pequeña llegó a la costa, la orden fue: "maten a todos, menos al gurí". Así lo hicieron, fue facilísimo, hasta les sobraron flechas.

Poco tiempo después las grandes canoas se fueron y no regresaron más. El muchacho quedó a cargo del viejo. Los demás estaban mucho más interesados en arrancar las pieles y las cáscaras duras que usaban los forasteros para cubrirse. Después les sacaron los corazones, que eran como los de los seres humanos normales, y se los comieron. El muchacho se llamaba Francisco. Era un nombre raro y sin significado, pero así lo llamaban en la tribu de donde venía. Como él tambien era muy raro, decidieron que era apropiado que no tenga nombre de persona.

Aunque Francisco trataba por todos los medios, no podía comunicarse con los demás. De esto ya hacía casi un año y la situación era desesperante. Se dió cuenta que aprender el idioma no era suficiente. Era inútil decirles que venía de España, a qué distancia quedaba, cuánto se demoraba en llegar y por qué había venido. Los demás tampoco le decían con precisión donde estaba el Rey Blanco del que todos hablaban y que, según decían, vivía sobre una montaña de plata. No les interesaba medir el tiempo ni las distancias. Necesitaba establecer un protocolo de comunicación. Lo intentó con los mayores pero sin éxito. Tampoco le había ido bien con los jóvenes. Sin embargo, por alguna razón desconocida, los hijos del Jefe eran mucho más perceptivos e inteligentes que los demás. Por eso, Francisco se concentró en ellos totalmente. Como tenían casi la misma edad, a nadie le llamó la atención que pasaran tanto tiempo juntos.

Los hijos del Jefe aprendieron primero a contar con los dedos de la mano. Después que dos veces diez eran veinte y así hasta que diez veces diez eran cien. Luego que diez veces cien eran mil. Cuando aprendieron todos los números intermedios ya hablaban castellano fluidamente. Además contaban con entusiasmo cuántas canoas había; cuántos patos estaban en la laguna; cuántas frutas tenían, cuántas comían y cuántas les quedaban. Siguieron con el inventario de las chozas y de las personas del grupo. Luego empezaron con juegos más imaginativos: cuántas chozas se necesitarían para que vivan de a dos, de a tres o de a cuatro personas en cada choza. Desde antes conocían muy bien las estaciones y las fases de la luna. Eso era un buen comienzo. Supieron que el período lunar duraba 28 días, divididos en cuatro fases de siete días. Eso se llamaba una semana. Trece períodos lunares más un día eran un año. Ya sabían que cada estación duraba trece semanas. El tiempo se empezaba a contar desde que nació el Hijo de Dios hecho Hombre, hacía ya 1517 años.

Francisco les enseñó a distinguir el mediodía con la sombra de una vara a la luz del sol. Verificaban los puntos cardinales durante la noche con las estrellas. Lo más interesante fue cómo aprendieron a medir las distancias. Francisco caminó mil pasos en línea recta por la isla. Cinco veces esa distancia era una legua. Y a partir de ese momento comenzó a explicarles dónde estaba España y a qué distancia. Aprendieron a hacer croquis en la arena y a imaginar las distancias, hasta que supieron lo que era un dibujo a escala. Mirando un plano muy detallado de la isla donde estaban, Francisco les preguntó a que distancia relativa estaba el lugar de donde habían partido al terminar el invierno. El hijo del Jefe comenzó a caminar para mostrarle, y cuando ya casi se había perdido de vista, Francisco lo llamó, dibujó una isla mucho más pequeña y repitió la pregunta. También tenían que aprender a usar el sentido común de la gente como Francisco. Eso no era tan fácil.

Para ese entonces, Francisco y la hija del Jefe ya estaban enamorados. Los descendientes del hombre de Cromagnon, que habían viajado por más de ochenta mil años, unos al Oeste y otros hacia al Este, volvían a encontrarse en la tierra fecunda de este delta para comenzar una nueva raza de seres humanos.

Continúa...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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