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Historias de Entre Rios
 Libro I Intro Cap 1 Cap 2 Cap 3 Cap 4 Cap 5 Cap 6 Cap 7 Cap 8 Cap 9 Cap 10 Cap 11 Cap 12 Cap 13 Cap 14 Cap 15
 Libro II Intro Cap 1 Cap 2 Cap 3 Cap 4 Cap 5 Cap 6 Cap 7 Cap 8 Cap 9 Cap 10 Cap 11 Cap 12 Cap 13 Cap 14 Cap 15
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  Libro I
Capítulo 9
Portugal

 

Se dice que en la Península Ibérica hay dos países: España, donde se habla el español y Portugal, donde sus habitantes son lucitanos. Ambas afirmaciones son un disparate. Comencemos a poner las cosas en su lugar, para eliminar los errores desde sus raíces.

No existe un solo idioma llamado español. Se lo confunde con el castellano. También son idiomas españoles el gallego, el catalán, el valenciano y el portugués. El vasco es el único idioma de la península que no es español.

El pueblo lucitano es un invento administrativo de los romanos. En el año 27 antes de Cristo, el general y político romano Agripa dividió la península Hispania en tres partes, siendo una de ellas la provincia de Lusitania que comprendía lo que hoy es casi toda Extremadura, Salamanca y una parte de Portugal, menos la faja al norte del río Duero. Lusitania fue una simple división administrativa y temporal de los romanos. Como tan bien lo expresara Rémy de Gourmont, lo malo de usar imprecisiones históricas como apodos o sobrenombres, es que a fuerza de repetirlos la gente se los termina creyendo.

Los actuales portugueses y españoles son una misma raza. No son pueblos diferentes que viven cerca, como los alemanes y los checos; los húngaros y los serbios; los finlandeses y los rusos. Los vascos son el único pueblo racialmente diferente de toda la península.

El historiador griego Herodoto (484-425 antes de Cristo) citaba el topónimo de Iberia para designar a toda la península. Los romanos la llamaron Hispania y en el año 197 antes de Cristo la dividieron en sólo dos provincias: la Citerior, al norte del Ebro y la Ulterior al sur. La larga guerra de la conquista que duró dos siglos, se conoce como el período de romanización, que cortó el curso de la civilización original y la sustituyó por la greco-romana.

Con el tiempo, se comenzó a utilizar el término Spania. Con la decadencia del imperio romano y la dominación visigoda, San Isidoro habló por primera vez de la madre España. En su obra Historia Gothorum, menciona a Suintila como el primer rey de totius Spaniae. Por aquella época, España incluía los actuales territorios de Portugal y era una nación goda.

Con la invasión de los árabes, en los textos de las crónicas y documentos de la alta Edad Media se designa con el nombre de España o Spania, exclusivamente al territorio dominado por los musulmanes.

A partir de los últimos años del siglo XII se comienza a usar el nombre de España para toda la península, sea de musulmanes o de cristianos. Así se habla de los cinco reinos de España: Granada (todavía musulmán), León con Castilla, Navarra, Portugal y la Corona de Aragón con el Condado de Barcelona.

En el siglo XVI, el poeta portugués Camões todavía dice en una de sus obras: castellanos y portugueses, porque españoles lo somos todos.

En todo el período que va desde la muerte de Sancho III en 1035 hasta la consolidación de Carlos I de España en 1418, muchísimos historiadores confunden el reino de Castilla con el país actualmente llamado España. A modo de ejemplo, todos los libros de historia que dicen que el tratado de Tordesillas fue firmado entre España y Portugal están equivocados. Lo correcto es decir que se firmó entre Portugal y Castilla, porque en 1494 todavía no existía la autoridad de un reino llamado España. También se equivocan al decir que los Reyes Católicos eran los “Reyes de España”. Isabel era reina de Castilla y Fernando monarca de Aragón. Cuando murió Isabel en 1505, Fernando nunca fue el monarca de Castilla, sino que hubo varios regentes.

La integración de todos los reinos españoles, menos Portugal, recién se produce con la consolidación de la monarquía del nieto de los Reyes Católicos en 1518. Para ese entonces Castilla ya había absorbido Granada y Navarra. Carlos fue el primer rey de castellanos y aragoneses. Hasta ese entonces, ningún monarca había reinado sobre todo el territorio del país que hoy conocemos como España. Ese nombre había sido exclusivamente el de toda la península.

Entendiendo por España al país que actualmente lleva ese nombre, su primer monarca fue “Carlos I de España”. En 1520 también fue coronado Emperador por el Papa Leon X y desde entonces fue más conocido como Carlos V, porque fue el quinto emperador con ese nombre de los restos del antiguo Imperio Romano.

Como veremos más adelante, después de la muerte de Fernando I, el último de los descendientes del conde de Portugal Enrique de Borgoña, su hermanastro ilegítimo João I asumió el trono portugués en 1385 tras dos años de guerra civil, y dio lugar al nacimiento de la dinastía de Avís. En 1580, Felipe II de España se apoderó del reino, unificando a toda la península bajo un solo poder político. En 1640 los portugueses se sublevaron, recobraron su independencia y proclamaron rey al duque de Braganza, que reinó con el nombre de Juan IV. En 1908 fue asesinado Carlos I y subió al trono Manuel II, que tuvo que abandonar Portugal a consecuencia de una revolución. El 5 de octubre de 1910, Portugal se proclamó República y hasta hoy es un país independiente. Pero los portugueses son y seguirán siendo un pueblo español: ibérico, hispano o godo, según el período histórico que se considere en el tiempo.

  Independencia de Castilla y León

En el año 997, el territorio entre los ríos Duero y Miño fue reconquistado a los árabes por Bermudo II, rey de León. En 1064 Fernando I, rey de Castilla y León, llevó la Reconquista hasta Coimbra. El nombre de Portugal derivó del feudo comitatus Portaculenis, que se extendía alrededor del antiguo puerto romano de Portus Cale (puerto cálido), la actual ciudad de Oporto.

Como ya se dijo en el Capítulo 4 al hablar de todos los españoles, en plena ocupación musulmana y a partir del año 1005 reinó Sancho III Jimeno “El Mayor”. Desde Pamplona ocupó León y extendió su reino hasta Galicia. Incorporó a la corona de Navarra, los condados de Sobrarbe y Ribagorza, el condado de Castilla y el de Aragón. Ganó el vasallaje del conde de Gascuña. Se proclamó a sí mismo Rex Hispaniarum o Rey de Las Españas. Todo el Norte Cristiano era suyo, incluyendo parte de lo que actualmente es territorio de Portugal.

Sancho III repartió su reino entre cuatro hijos gobernadores, que después de su muerte en 1035 se volvieron independientes. Fernando I recibió el reino de Castilla, García III el reino de Navarra y los países vascos, Gonzalo las comarcas de Sobrarbe y Ribagorza en los Pirineos. Su hijo extramatrimonial Ramiro I se quedó con el condado de Aragón, que fue elevado a categoría de reino.

Fernando I de Castilla y León también subdividió el reino entre sus hijos. Sancho que gobernaba Castilla y Alfonso que lo hacía en León se pusieron de acuerdo para privar a su hermano García del gobierno de Galicia. Después, se pelearon entre ellos para quedarse con todo el reino que fuera de su padre. El que ganó fue Sancho, gracias a la eficacia militar de su joven alférez, Rodrigo Díaz de Vivar, también conocido como “El Cid Campeador”. Sancho fue asesinado y Alfonso VI se coronó rey de León y Castilla. El Cid fue desterrado.

En 1093 Enrique de Borgoña ayudó a Castilla en su labor de reconquista y Alfonso VI de Castilla lo nombró conde de Portugal. El Cid se había convertido en un héroe peninsular, que contrastaba con los fracasos militares su rey Alfonso VI, que perdió hasta la ciudad de Lisboa. En 1095, Enrique de Borgoña se reunió con el monarca castellano para definir la frontera del condado de Portugal entre el Miño y el Tajo.

A la muerte de Alfonso VI en 1109, el conde Enrique de Portugal invadió León y comenzaron una serie de guerras peninsulares. Alfonso Enríquez, hijo del conde de Portugal Enrique de Borgoña, se autoproclamó rey en 1139 y reconquistó Lisboa en 1147. En 1179, el papa reconoció la independencia de Portugal. La primer capital de Portugal fue Guimarães, pero después del reconocimiento oficial del reino se trasladó a Coimbra.

Ayudado por los Templarios y otras órdenes militares, Alfonso I extendió el límite del reino hacia el sur del Tajo. Más allá se extendía una tierra que fascinaba a los conquistadores cristianos, llena de castillos y ricas ciudades árabes. A esa región que abarca todo el Sur del actual territorio de Portugal, la llamaban Algarve, nombre que deriva del árabe al-Gharb, etimológicamente «al Occidente» de al-Andaluz, hoy Andalucía.

Alfonso I fue sucedido por su hijo Sancho I, quien con ayuda de los cruzados, lanzó una arriesgada campaña militar en 1189 contra la emblemática ciudad de Silves, pero luego de un breve período de dominio, los poderosos almohades lanzaron una reacción fulminante. La reconquista cristiana quedó suspendida por un tiempo.

El rey Alfonso III recién completó la expulsión de los musulmanes del Algarve en 1249 y trasladó la capital de Coimbra a Lisboa. Desde entonces, los monarcas portuguses tendrían el título de "Rei de Portugal e do Algarve".

 

Los caballeros del Temple y la Orden de Cristo

Cruz Encarnada

La Orden del Temple fue fundada por nueve caballeros franceses durante la primera cruzada en Jerusalén en el año 1119. Originalmente la llamaron Orden de los Pobres Caballeros de Cristo. Luego fueron conocidos como caballeros templarios y cuando se instalaron en el antiguo templo de Salomón, se los conoció como los caballeros del templo de Salomón. Adoptaron el hábito blanco al que le añadieron la cruz encarnada.

Por ser un grupo de sólo nueve miembros, solamente se dedicaban a escoltar como simples guías a los peregrinos que acudían a los santos lugares. Sin embargo, su número aumentó de manera significativa cuando la nueva orden recibió la aprobación del Papa durante el concilio de Troyes en 1128 y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple . Al poco tiempo obtuvieron los derechos de la orden sobre el botín obtenido en Tierra Santa, que fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum en 1139, Milites Templi en 1144 y Militia Dei de 1145.

Desarrollaron un fuerte poderío militar para luchar contra los musulmanes y al mismo tiempo implementaron un eficiente sistema bancario en gran parte de Europa. También inventaron el cheque de viajero para proteger a los peregrinos de los saqueadores. En el lugar de origen los cruzados daban su dinero a los caballeros templarios y recibían un documento sellado por el cual podían percibir la cantidad especificada en cualquier castillo templario durante su viaje a Tierra Santa.

Cometieron el espantoso error de prestarle demasiado dinero al rey de Francia. Felipe IV el Hermoso, ante las deudas que había adquirido con los templarios y por la envidia de la riqueza que poseían, convenció al papa Clemente V que los procese por los pecados de sacrilegio a la cruz, sodomía y adoración a ídolos paganos. Se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo, practicar ritos heréticos y de tener contactos homosexuales, entre otras cosas.

El gran maestre de la orden y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta en toda Francia, efectuada el 13 de octubre del año 1307. Bajo horribles torturas o la simple amenaza, la mayoría de los acusados se declaró culpable de todos los crímenes. Como esta razzia se efectuó sin la autorización del papa, Clemente V protestó enérgicamente, anuló el juicio y suspendió los poderes de los obispos franceses y sus inquisidores.

Como los crímenes ya habían sido admitidos por los acusados, sus confesiones continuaron como prueba y los procesos siguieron adelante. Felipe el Hermoso se hizo otorgar por la Universidad de París el título de Campeón y defensor de la fe y manipuló a la opinión pública en contra de los templarios. Preparó las confesiones de 72 acusados bien seleccionados durante la investigación de Poitiers en junio de 1308. El papa tuvo que abrir un proceso que él mismo dirigió. Condenó a los individuos, pero la culpabilidad de las personas aisladas, no incluía la culpabilidad de la orden. Eso no era suficiente para el rey de Francia, porque no cancelaba sus deudas y la orden conservaba sus riquezas.

Aunque la defensa de la orden fue deficiente, no se pudo probar que los templarios profesaran herejías como organización o que tuvieran reglas secretas, distintas de las oficiales. En el Concilio General de Viena del 16 de octubre de 1311 la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden, pero el papa hostigado por el rey de Francia, adoptó una solución increíble: no condenó la orden con una sentencia penal, pero decretó su disolución con la bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312.

El papa asumió personalmente la causa contra el gran maestre y sus tres primeros dignatarios. Como habían confesado su culpabilidad, quería reconciliarlos con la Iglesia y que atestiguen su arrepentimiento con pública solemnidad. Delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para dar lectura a la sentencia, pero en el momento supremo el gran maestre recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus confesiones. Se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como hereje reincidente. Por orden del rey Felipe IV, Jacques de Molay fue quemado vivo en un poste junto a Geoffroy de Charnay frente a las puertas del palacio de Versalles el 18 de marzo de 1314.

En los otros países europeos las acusaciones no prosperaron y sus miembros fueron absueltos, pero a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes en la península ibérica pasaron a las corona de Aragón, Castilla y Portugal. Ninguno de los monarcas españoles aceptaron las riquezas de los templarios. En todos los reinos ibéricos surgieron otras órdenes militares que reemplazaban a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, Montesa, Calatrava o Alcántara y se les concedió la custodia de los bienes requisados.

Portugal fue el primer país de Europa donde se habían instalado los Templarios desde 1128. Contribuyeron a la conquista de Algarve, expulsando definitivamente a los musulmanes del Sur de los territorios. Cuando fueron suprimidos por el Papa Clemente V, todavía estaban defendiendo esta conquista. El rey Diniz, indignado por los juicios a que habían sido sometidos los Templarios en toda la Cristiandad, declaró inocentes a todos los integrantes de la orden en Portugal, por la corte eclesiástica del Obispo de Lisboa.

Para ocupar el lugar de los Templarios, el rey portugués instituyó una nueva orden en 1317, bajo el nombre de Militia Christi o Caballeros de Cristo. También obtuvo la aprobación de esta nueva orden en 1323, mediante una Bula del Papa Juan XXII, que les daba a estos caballeros la regla de los Caballeros de la Orden Militar de Calatrava y los puso bajo el control del Abate Cisterciense de Alcobaca.

En 1323 otra Bula del mismo Papa autorizaba al rey Diniz para entregarles todas las propiedades portuguesas de los extintos Templarios a la nueva Orden de Cristo. Don Diniz nombró inmediatamente Caballeros de Cristo a todos los miembros de la Orden del Temple en Portugal. Primero se instalaron en Castro Marino y desde 1357 se establecieron definitivamente en el monasterio de Thomar, cerca de Santarem.

Para esa fecha Portugal ya había completado la reconquista del territorio musulmán. La orden de los Caballeros de Cristo, con enormes recursos económicos, ya no tenía más razón de ser. Todo cambió cuando el reino decidió llevar la guerra contra los musulmanes al mismo territorio de Africa y en 1415 conquistó el puerto de Ceuta, estratégicamente ubicado frente al Estrecho de Gibraltar. En 1420 el infante Enrique, tercer hijo del rey João I, fue nombrado maestro de la Orden.

Este príncipe abrió un nuevo campo para la utilización de los recursos de la Orden, porque Carabela Portugal necesitaba ampliar y mejorar la flota para luchar en otro continente. En 1437 organizó la conquista de Tánger, que terminó en un rotundo fracaso. Después de este tremendo desprestigio militar, el infante se olvidó de los musulmanes y concentró todos los esfuerzos en las mejoras de la navegación oceánica para conquistar y expander el cristianismo a islas lejanas y tierras hasta entonces desconocidas. El maestre pasaría a la historia con el nombre de "Enrique el Navegante" y los barcos que comenzaron a circular por todo el mundo llevaban una enorme cruz encarnada pintada en sus velas, símbolo de la Orden de los Caballeros de Cristo que fue heredada de los antiguos Templarios.

  La dinastía de Avís

La nueva dinastía Avís fue producto de una revolución provocada por la burguesía portuguesa. A finales de la Edad Media, éste no era un detalle menor. En aquella época se conocía con el nombre de "burguesía" a los comerciantes que se instalaban en las afueras de las fortalezas o burgs. Se los empezó a llamar bourgois o burgueses. Al industrializarse los medios de producción, la burguesía fue adquiriendo riquezas y desarrollando una oposición de tipo político a los señores feudales que ya empezaban a decaer. Mucho tiempo después la burguesía desplazaría del poder político al feudalismo durante la revolución francesa, dando paso a otra época histórica diferente, conocida como capitalismo.

A finales del siglo XIV, Europa se encontraba en medio de una época de crisis y revolución. La guerra de los cien años devastaba Francia, epidemias de peste negra y la inestabilidad política dominaban todo el continente [ Ver el Capítulo 6].

En Castilla, después que Pedro I quisiera aumentar el salario de los campesinos diezmados por la peste, este rey fue asesinado y se coronó en 1369 a Enrique de Trastámara, uno de los hijos ilegítimos de Alfonso XI. Una "nobleza nueva" castellana, beneficiada por las mercedes del nuevo monarca, mantuvo la economía castellana de tipo feudal, productora y exportadora de la lana. A Enrique lo sucedió Juan I, que se casó con la hija del rey de Portugal.

En 1383, el rey Fernando de Portugal murió sin dejar hijos varones que heredasen la corona. Su única hija era la infanta doña Beatriz de Portugal, que a su vez había tenido un hijo varón con el rey Juan I de Castilla. Según el tratado de Salvaterra de Magos, el primogénito de ese matrimonio sería el heredero de ambos tronos, lo que significaba la anexión automática de Portugal a Castilla. Hasta que el niño fuera mayor de edad, se nombraron regentes de Portugal a la reina viuda doña Leonor Teles y al conde Andeiro.

La regente Leonor Teles hizo aclamar a su hija Doña Beatriz, la esposa del monarca castellano, como reina de Portugal. El alto clero y la nobleza portuguesa apoyaban la regente y al rey de Castilla, pero los comerciantes e incipientes empresarios portugueses no estaban de acuerdo con el sistema feudal castellano.

Las gentes se levantaron en Lisboa y el conde Andeiro fue muerto. Los que luchaban por la independencia pidieron a João, maestre de la Orden de Avís e hijo natural de Pedro I de Portugal, que fuese el regente de Portugal. El periodo de interregno (entre dos reinos) que siguió, es conocido como la guerra civil de 1383-1385.

João había nacido en Lisboa el 11 de abril de 1357, siendo hijo ilegítimo del rey Don Pedro I y de la dama gallega Teresa Lorenço. Por ser bastardo, los primeros años de su vida transcurrieron fuera de la Corte. Siendo un niño lo entregaron para su educación a Nuño Freire de Andrade, maestro de la Orden de Cristo (ex Templarios). Con sólo seis años de edad João fué nombrado caballero, investido en la dignidad de maestro de la orden de Avís. A los 25 años, un año antes de la muerte de su hermanastro el rey, João fue encarcelado porque ya tenía desavenencias con su cuñada, la reina Leonor Teles.

La guerra civil se decantó en favor de João y cuando finalmente fue nombrado regidor del reino de Portugal en diciembre de 1383, Juan I de Castilla invadió Portugal y cercó Lisboa desde mayo hasta septiembre de 1384, pero el ejército castellano tuvo que retirarse porque se desató una epidemia de peste negra entre sus tropas.

Los portugueses convocaron las Cortes en Coimbra, para resolver el problema de la sucesión al trono, que fue declarado vacante. El 6 de abril de 1385, las cortes aclamaron rey a João I.

El rey de Castilla no renunció a la posibilidad de anexión de la corona portuguesa. Invadió Portugal al frente de su ejército, auxiliado por un contingente de caballería francesa. Las tropas portuguesas consiguieron la victoria en Aljubarrota y se consolidó en Portugal la nueva dinastía de Avís. La paz definitiva con Castilla, recién se firmaría el 31 de octubre de 1411.

En la política exterior portuguesa, la alianza con Inglaterra predominaría durante los próximos cinco siglos. Ya en 1294 se había firmado el tratado de Windsor donde se selló la alianza, que luego fue confirmada en Aljubarrota con un pacto de amistad perpetua entre ambos países. Cuando el hijo del rey Eduardo III de Inglaterra, Duque de Lancaster, invadió Galicia para reclamar el trono de Castilla, sus fuerzas expedicionarias recibieron ayuda de los portugueses. El duque falló en su intento pero su hija Filipa de Lancaster contrajo matrimonio en febrero de 1387 con João I.

João I fue el padre de una generación de príncipes que el poeta Luís de Camões llamó la “generación maravillosa” que condujo a Portugal a su edad de oro (7). Duarte heredó el trono en 1433 porque el primogénito Don Alonso había muerto. Pedro adquirió sabiduría en sus largos viajes y fue regente cuando la peste mató a su hermano Duarte en 1438; gobernó hasta mediados de 1448 cuando asumió Alfonso V.

El más destacado de todos los hijos de João I y Filipa de Lancaster se llamó Enrique (1394-1460), que nunca fue monarca porque estaba tercero en la línea de sucesión, pero en cambio fue maestre de la Orden de Cristo, sucesora de los Templarios y utilizó sus enormes recursos financieros para promover la navegación oceánica, originalmente con el objetivo de continuar la guerra contra los musulmanes.

El menor de todos los hijos de João I se llamó Fernando, que se convirtió en cruzado y participó del ataque a Tanger en 1437.

 

  Las Islas Canarias, al borde del fin del mundo

Las Islas Canarias fueron el límite del mundo conocido por los europeos desde la época del imperio romano hasta el año 1436. Decía la leyenda que las siete masas de tierra que sobresalen en la superficie del Océano Atlántico cerca de la costa de Africa del Norte, eran los restos del mitológico continente de Atlantis descrito por Platón, Herodotus y Homero. Las llamaban Islas Afortunadas.

Según Plinio, un general cartaginés llamado Hannón atravesó el estrecho de Gibraltar y navegó hacia el Sur costeando África. Describieron las Islas Afortunadas como una montaña blanca muy alta sobresaliendo del océano. El general romano Sartorio, proscrito en Hispania, se enteró por unos marinos de la existencia de las islas atlánticas. Según Plinio, el rey Juba de Mauritania envió una expedición a las Afortunadas e hicieron una descripción muy detallada de las islas.

Se abrió un gran paréntesis durante la Alta Edad Media. En esa época la cultura europea sufrió un retroceso, no hubo nuevos descubrimientos geográficos y hasta se olvidaron los de la antigüedad. La falta de sentido crítico dió rienda libre a las fábulas, las leyendas y las supersticiones se multiplicaron. Terminaron creyendo en la existencia de islas míticas, razas monstruosas y animales maravillosos. La tradición cristiana intentaba localizar en los mapas, los parajes bíblicos que aparecían en el Viejo Testamento.

Hasta avanzada la Edad Media las embarcaciones no se atrevían a internarse en el océano Atlántico, al que también llamaban Océano Tenebroso. Los miedos, las fantasías y la imaginación crearon los mitos de las islas perdidas: San Brandán, Antilia y de las Siete Ciudades que según los navegantes, de pronto aparecían y desaparecían. Infinitas delicias mezclaban las fantasías orientales de las mil y una noches con los sueños cristianos del paraíso terrenal. Esas islas figuraron en todos los mapas durante siglos. Al miedo de atravesar el océano tenebroso lleno de monstruos, se unía el deseo de encontrar algún lugar paradisíaco.

Además del temor a lo desconocido, leyendas de apariciones y monstruos, estaban las dificultades reales de la navegación en aquella época: las nieblas que ocultaban las costas y las islas; los temporales y las terribles calmas donde el barco no avanzaba durante días; accidentes, ataques de barcos enemigos, enfermedades, hambre y sed aplacada con agua podrida. Por ejemplo, en 1402 partió en un corto viaje desde La Rochela hacia las islas Canarias una expedición formada por unos 250 hombres al mando de Jean de Bethencourty. Volvieron menos de la mitad.

Las Islas Afortunadas habían pasado al olvido por muchos siglos. Se estima que los viajes a Canarias se reanudaron entre los años 1200 y 1300. El genovés Lancelloto Malocello, arribó a la isla Canaria de Lanzarote, a la que seguramente dio su nombre entre 1320 y 1339. Alfonso IV de Portugal también envió una expedición en 1341 al mando del florentino Angiolino del Teggia. Las Canarias ya eran bien conocidas en del siglo XIV y figuraban en las cartas náuticas de la escuela cartográfica mallorquina-catalana.

Se consideraba legítimo que el Papa dispusiera jurídicamente de los territorios en poder de los infieles. Podía conceder el dominio a príncipes cristianos, con la obligación de propagar la fe católica y evangelizar a sus pueblos. Una bula del papa Clemente VI entregó en 1334 el señorío de las islas Afortunadas al infante Luis de la Cerda, conde de Clermont, pariente de los reyes de Castilla y Francia. Los embajadores de Portugal en Aviñón, protestaron diciendo que por la vecindad, comodidad y oportunidad debían conquistarla los portugueses. Luis de la Cerda jamás pisó las Canarias por causas económicas. Dejó una hija llamada Isabel que se casó con el conde de Fox, señor de Bearne. De ellos fue hijo don Bernal, conde de Medina Celi, que recibió "en papel" el derecho del reino de las islas Canarias, que por cierto no estaban deshabitadas.

Con licencia del rey castellano Enrique III, en 1393 partió una escuadra de cinco navíos a las órdenes de Gonzalo Peraza Martel, señor de Almonaster. Recorrieron las costas de África y saquearon la población original de la isla de Lanzarote, robaron sus ganados y apresaron al rey Tinguafaya junto con su esposa y otros 170 isleños. También quedaron documentados otros viajes posteriores de mallorquines y catalanes de menor importancia.

La primera intervención del Papa para resolver conflictos entre Castilla y Portugal se produjo en 1435, cuando le entregó la propiedad de las Islas Canarias a los castellanos. Hasta entonces, para los europeos esas islas todavía estaban al borde del fin del mundo.

Cabo Bojador A partir del Cabo Bojador, el Gran Desierto del Sahara se interna en el océano. A lo largo de unas 20 leguas se encontraban con agua poco profunda y las naves encallaban en la arena con gran facilidad hasta muy lejos de la costa. Encontraban que los vientos predominantes eran horribles para la navegación a vela. Por el efecto de la barrera del Archipiélago al flujo de la Corriente de Canarias y al alisio, se crean las condiciones para que, a sotavento de las islas mayores, se establezcan zonas de calmas. Estas zonas de calmas, generadas por el efecto de vacío de los relieves insulares frente a la corriente general, están menos batidas por el viento y en ellas las aguas se mezclan menos con las de la corriente general, dando lugar a la formación de zonas de aguas más cálidas y estables, como si fueran una gran laguna dentro del océano. Las zonas de calmas más importantes son las que se producen a sotavento de Gran Canaria, donde se deja sentir su efecto casi a lo largo de todo el año. Los temerosos navegantes podían ver una costa desolada y yerma como una pesadilla . Gil de Eanes reportó que "allí la vida era imposible, nada crecía, ni tan siquiera las malas hierbas". Hasta el año 1435 Gil de Eanes había fracasado quince veces tratando de rebasar el cabo Bojador, que también era llamado cabo del Miedo por muy buenas razones.

Esa zona sin vientos, de aguas quietas, calientes, con traidores médanos bajo la superficie y frente a una costa desértica, era lo más parecido al fin del mundo que se le podía presentar a un hombre medieval. Navegando al sur de las Islas Canarias esperaban encontrar agua cada vez más caliente que hasta quemaría las naves, una costa con ríos de fuego que descendían de las montañas y además, los hombres que volvían de aquellas regiones infernales se volvían negros. Desde el cabo Bojador hacia el sur todo era tan raro, que temían llegar a lugares donde las leyes físicas y naturales fueran distintas.

Para viajar de un lado a otro, se debe contar con un mapa. La mayoría de los europeos la Alta Edad Media prácticamente no se movían del lugar donde nacían. Generalmente permanecían dentro de las posesiones de algún señor feudal que les Mapa T y O debía resolver todos los problemas prácticos de la vida cotidiana. Sus pensamientos eran exclusivamente religiosos. La salvación de su alma era mucho más importante que lo que había detrás del horizonte. Los mapas y representaciones cartográficas de la época incluían el cielo, el infierno y el paraíso terrenal. Eran conocidos como "T y O". La "O" era la circunferencia que envolvía todo el mapa que representaba la tierra y la "T" representaba los tres ríos que salían del paraíso terrenal, dividiendo a la tierra en los tres continentes conocidos: Europa, Asia y Africa. Esos mapas fueron creados por Isidoro de Sevilla en el siglo VII, pero sólo se concocen copias posteriores, con mucha simbología añadida según iban pasando los años.

En el siglo XIV la escuela mayorquina, probablemente fundada por Raimon Llull, produjo los mejores Atlas y Portolanos de su época. Los Atlas eran mapamundis que trataban de englobar todas las tierras conocidas, con descripciones más o menos detalladas. Los portolanos eran de uso práctico y solamente indicaban las costas y ciudades costeras. Ambos incluían las líneas de vientos, información que era indispensable para la navegación.

Hacia fines del siglo XIV ya predominaba el concepto de la forma y dimensiones terrestres de la obra de Claudio Ptolomeo, astrónomo, matemático y geógrafo griego del siglo II. Este científico pensaba que la tierra era una esfera y que desde Portugal hasta la India se recorría la mitad del mundo, o sea unos 180º sobre un total de 360º. Por lo tanto se creía que había la misma distancia a la India, viajando hacia el Este o por el Oeste. La única distancia conocida era hacia el Este, por que se hacía por tierra. En realidad, desde Portugal hacia el Este hay solamente unos 100º de circunferencia hasta la India. Por lo tanto, al usar los cálculos de Ptolomeo se creía que la tierra tenía un poco más de la mitad de su tamaño real.

Ptolomeo también pensaba que África se prolongaba hacia el sur hasta alcanzar el polo y se unía al continente asiático. Por lo tanto en su mapamundi, el océano Indico era un mar cerrado como el Mediterráneo, sin paso marítimo desde el Atlántico.

Hacia el año 1400, la navegación en el Mediterráneo ya había incorporado el uso del timón. Los barcos eran un poco más grandes, maniobrables, y con una velocidad aceptable para los largos viajes. La navegación a vela había sustituído progresivamente a los barcos de remo, que requerían gran cantidad de prisioneros bajo la cubierta. Desarrollaron la vela triangular, a la que llamaban "vela latina".

La navegación en el cerrado ámbito del Mar Mediterráneo, requería del contacto visual con la costa de tanto en tanto para conocer la posición y rumbo. Los primeros navegantes con espíritu aventurero se animaran a salir al océano, pero debían navegar cerca de las costas a fin tener alguna referencia sobre su posición. Esto limitaba los viajes a las costas de Europa. Hacia el Sur del estrecho de Gibraltar, no se alejaban de las costas de Afica, ni podían navegar más allá de las Islas Canarias.

La brújula permitía conocer el rumbo. Se sabe que los chinos ya la usaban en el siglo XI. Los árabes la mencionaron por primera vez en 1220 y probablemente fueron ellos quienes la introdujeron en Europa, donde muy pronto fue adoptada por los vikingos. En su versión primitiva, la brújula flotante consistía en una aguja magnética montada sobre un flotador que se colocaba en un recipiente con agua.

Para internarse aguas adentro en el océano, sin referencias visuales, de nada sirven los mapas y la brújula si la tripulación no sabe dónde está. Entonces se inventaron las coordenadas, que son tan útiles como complicadas de entender. En términos sencillos, consiste en saber la posición entre el ecuador y los polos más la distancia hasta un puerto conocido.

La posición entre el ecuador y los polos se llama latitud. Hacia el año 1400 ya se podía calcular la latitud con relativa facilidad usando el astrolabio y las cartas estelares. Este instrumento permite calcular a que altura del horizonte se encuentra alguna estrella conocida. Para navegar de Este a Oeste hay que mantener esa altura. Se dividió la circunferencia del mundo que pasa por los polos en cuadrantes de 90º cada uno. El Ecuador está a 0º y los polos a 90º al Sur o al Norte. Por ejemplo, si alguien está a 45º de latitud Norte, entonces el Ecuador y el Polo Norte están a la misma distancia. A 30º de latitud Sur, la distancia al polo Sur es el doble que la distancia al Ecuador.

Para poder determinar la posición Este-Oeste, no es tan sencillo y recién se resolvería en el siglo XVIII. Hasta entonces, todos los marineros del mundo tuvieron que calcularla a ojo de buen cubero. Tenían que estimar el recorrido de un día, de acuerdo con la experiencia de cada uno: adivinando la intensidad del viento y observando el movimiento relativo entre el barco y el agua. Como podían saber cuánto se habían desplazado en dirección Norte-Sur, la distancia Este-Oeste se calculaba con un simple cálculo de trigonometría plana. Por supuesto que en un viaje largo, en cada mes las diferencias diarias se sumaban 30 veces y al final los errores eran enormes. Por eso los mapas de aquella época estaban tan deformados de Este a Oeste.

La posición Este-Oeste se llama longitud y consiste en dividir el mundo en husos horarios. No se pudo calcular hasta que se inventó el cronómetro. El método consiste en determinar el momento en que el sol ocupa la posición del mediodía, que se puede establecer fácilmente con el método de la sombra. En el puerto de origen, al mediodía se ponía el cronómetro a las 12 en punto. Durante la navegación, cada mediodía se anotaba la hora del cronómetro y se efectuaba el cálculo. La esfera de la tierra se divide en 360º y un día dura 24 horas. A cada hora le corresponden 15º. Es decir, cuando el mediodía ocurría a las 11 de la mañana de la hora del puerto de origen, se habían desplazado 15º al Oeste. Para facilitar esas mediciones, la latitud se mide en grados, minutos y segundos.

Para calcular las distancias es fácil de Norte a Sur, pero no es tan simple de Este a Oeste. En primer lugar hay que saber que la circunferencia de la tierra es de 40070 kilómetros. Los meridianos son las circunferencias que pasan por los dos polos y son todos iguales. A sus 360º le corresponden 40070 kilómetros. Cuando las estrellas indican que el barco se desplazó un grado, la distancia recorrida de Norte a Sur fue de 11130 metros.

El ecuador es el único paralelo que tiene la misma medida que los meridianos (*). Un barco que por el sistema del mediodía se desplazó un grado de longitud en el ecuador, la distancia recorrida también sería de 11130 metros. Sin embargo, si el barco se desplazó por cualquier otro paralelo, la distancia recorrida sería menor, dependiendo de la distancia al polo. Por eso se usan tablas para determinar la distancia Este-Oeste de acuerdo a cada posición Norte-Sur.

(*) En realidad no es cierto, pero para simplificar la explicación no vamos a ocuparnos de la esfericidad de la tierra.

Para hacer mapas de pequeños lugares, como el plano de las calles de una ciudad, se puede asumir que la tierra es plana y al usar las coordenadas cartesianas la manitud del error sería insignificante. Pero cuando se hacen mapas de grandes regiones de la tierra, no podemos olvidar que el mundo es redondo. Esa cuadrícula de meridianos y paralelos que aparecen en todos los mapas, en realidad no son cuadradas y deforman todas las distancias. Un mapa dibujado en coordenadas cartesianas se ve muy diferente a una fotografía satelital. Para ello hay que usar coordenadas esféricas, que por supuesto no voy a explicar aquí porque nuestro tema es la historia.

Lo que sí deben recordar todos los historiadores que odian las matemáticas, es que las distancias Este-Oeste eran muy imprecisas. Por lo tanto, cuando en el tratado de Tordesillas se acordó la distancia de trescientas setenta leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde, esas leguas eran de de caucho. Cualquiera las podía estirar o acortar a gusto y placer de cada uno y todos tenían razón. Los portugueses dirían por mucho tiempo que la línea de Tordesillas pasaba por el Río de la Plata y los españoles señalando al Este, les contestaban que estaba mucho más allá.

  El Infante Enrique "El Navegante"

João I (1357-1433), primer rey de la dinastía de Avís, tuvo cuatro hijos adultos maravillosos. A diferencia de tantos otros príncipes en la historia de la península española, ellos nunca se pelearon por el trono y siempre se ayudaron entre sí. La madre, Filipa de Lancaster, nieta del rey Eduardo III de Inglaterra, les dió una esmerada formación humanística y especialmente notable en disciplinas como la política y la literatura. Además recibieron instruccion sobre el arte de la guerra, como se estilaba entonces.

Duarte (1391-1438), fue el heredero al trono desde la muerte de su hermanito mayor Don Alfonso. Cuando tenía 21 años, su padre João I lo asoció a la gobernación y participó en la toma de decisiones muy importantes, tales como ir a la guerra. Se casó con Doña Leonor, Infanta de Aragón, lo que agradó a la alta nobleza portuguesa. De ellos nació el futuro monaraca Don Alfonso.

El Infante Don Pedro (1392-1449) tuvo una vida muy intensa. Desde los 16 años comenzó a acumular un importante patrimonio. João I le dió la villa de Penela, los realengos de Campores y Rabaçal, el Castillo de Lousa, los Pazos de Tentúgal y muchos otros señoríos. A los 23 años fue armado caballero y nombrado duque de Coimbra. A los 25 años Inglaterra le concedió la Orden de Jarretera y al año siguiente el emperador Segismundo le concedió el ducado de Treviso. A los 32 años comenzó un viaje por Castilla, Aragón, Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania, Hungría e Italia. Sus viajes por Europa le proporcionaron una formación poco común entre los príncipes de su tiempo. Observó los hábitos de otras regiones, estudió el vigor económico de Flandes y el poder comercial de Venecia. También participó en diversas operaciones militares, como la guerra de los Husitas, al servicio del rey de Hungría. A su regreso se casó con Isabel de Urgel y continuó aumentando su patrimonio con donaciones de la Corona. Fue el consejero de todos sus hermanos.

Portugal firmó la paz con Castilla el 31 de octubre de 1411, terminando un largo conflicto que estaba pendiente desde la batalla de Aljubarrota por la sucesión del trono en 1385. João I se había mantenido a la defensiva durante un cuarto de siglo y ahora podía utilizar sus bien entrenadas tropas en nuevos emprendimientos y conquistas que avergonzarían a los débiles monarcas del poderoso reino de Castilla, que fueron incapaces de reconquistar Granada en la península hasta 1492.

En el día de Santiago, el 25 de Julio de 1415, partió de Lisboa una flota de más de 200 barcos transportando 50.000 marineros y hombres de armas. Corrían rumores que el objetivo sería Gibraltar, Ceuta y hasta Holanda. Era muy grande la inquietud en los reinos de Castilla, Aragón y del Norte de Africa. Solamente Don João, sus infantes y el Consejo sabían que el verdadero objetivo era Ceuta, un enclave africano de los musulmanes en el Mediterráneo, ubicado estratégicamente en el Estrecho de Gibraltar y principal emporio comercial del reino de Fez que gobernaba Salah bin Salah. La ciudad fue conquistada en Agosto de 1415, otorgando al reino de Portugal el dominio del comercio de la ciudad. La burguesía portuguesa, que por entonces estaba pasando momentos difíciles, de pronto se encontró con una gran oportunidad para expandir sus negocios, a pesar que suponía la entrada de Portugal en el comercio del oro y esclavos africanos.

Enrique (1394-1460), tercer hijo de João I, participó de la conquista de Ceuta con sólo 21 años. De regreso a Portugal, ese mismo año fue nombrado caballero y recibió el título de Duque de Viseu y señor de Covilha. Posteriormente fue nombrado gobernador de Ceuta. En 1416 inició la construcción de la “Ciudad del Infante” que hoy se conoce como Sagres, junto al Cabo de San Vicente en el sudeste del Algarve. La ciudad creció rápidamente como centro de la más elevada tecnología para la navegación y cartografía de la época. Creó además la primera escuela de Europa para el estudio de geografía y navegación, en la cual se formarían casi todos los marinos que pasaron a la historia. El puerto de Lagos, a poca distancia al Este de Sagres, se convirtió en el centro de construcciones navales.

En 1419 los capitanes del prícipe Enrique, João Gonçalves Zarco y Tristao Vaz Texeira descubrieron de Madeira. Las islas fueron colonizadas y se cubrieron de cañaverales. Enrique instituyó métodos de colonización burgueses tales como la factoría, la donación, la compañía y el monopolio. La burguesía portuguesa comenzó a vivir en perfecta simbiosis con las conquistas de su prícipe.

El 25 de Mayo de 1420, don Enrique fue nombrado maestro de la Orden de Cristo, cargo que mantendría hasta el final de sus días. Solamente podemos estimar los objetivos de Enrique por sus acciones y emprendimientos. Podríamos decir que en la primera etapa, necesitaba construír una flota para transportar tropas en su cruzada contra los musulmanes. Como gobernador de la Orden de Cristo, heredera de la antigua y poderosa Orden del Temple, Enrique disponía como nadie de un enorme capital para promover la navegación. Entre 1427 y 1431 fueron descubiertas la mayoría de las Islas Azores.

La Orden de Cristo había sido creada como instrumento de combate contra los árabes. Enrique había heredado la tarea de eliminar el dominio islámico desde Africa del Norte hasta el Cercano Oriente y enfrentaba ese proyecto con entusiasmo. Esto explica los extraordinarios favores otorgados por los papas a la Orden de Cristo . El papa Martín V, por una Bula otorgó al principe Enrique como Gran Maestro de la Orden de Cristo, el derecho de representación de todos los beneficios eclesiásticos para ser instituidos más allá de los mares, junto con una completa jurisdicción y la disposición de ingresos de iglesia en esas regiones. Naturalmente, en aquella época se referían a Africa y sus islas cercanas.

Duarte asumió el trono a la muerte de su padre en 1433. Comenzó la recuperación de muchas tierras abandonadas por la Corona. En 1434 decretó la llamada "Ley Mental", que estableció la herencia indivisible del hijo varón promogénito para las tierras cedidas por la Corona. Con esta medida pretendía evitar los minifundios en la península, pero al mismo tiempo desheredó a muchísimos varones portugueses que se verían obligados a emigrar para emprender nuevas empresas más alla de los mares.

El rey Duarte procedió a la colonización de las Azores y también decretó que su hermano Enrique recibiera un quinto de todos los beneficios comerciales con las zonas descubiertas, así como el derecho a explorar más allá del Cabo Bojador, que por fin había sido sobrepasado en 1435. Ese mismo año sufrió un gran fracaso diplomático en su polítca exterior, cuando el papa le entregó la propiedad de las Islas Canarias a Castilla.

Enrique y Fernando, en las cortes de Evora de 1436 estaban entusiasmados con el proyecto de otra expedición militar al Africa para conquistar Tánger. El rey los apoyó, pero el Infante Don Pedro - el hermano sabio de la familia - no estaba de acuerdo. Al año siguiente los portugueses perdieron esa guerra. Para colmo de males el hermano más pequeño, Fernando llamado el Infante Santo, fue hecho prisionero. Don Pedro era partidario de devolver Ceuta en trueque por la vida de su hermano. El menor de la familia, permaneció en cautiverio durante 11 años hasta su muerte.

Como las desgracias no vienen solas, Don Duarte murió en Tomar, víctima de la peste el 10 de septiembre de 1438. Su hijo de cinco años fue coronado como Alfonso V. De acuerdo con el testamento del monarca, durante la minoría de edad de su hijo, la regencia debía quedar a cargo de la madre, Doña Leonor de Aragón. Que una infanta de Aragón fuera regente del reino era impensable para la burguesía portuguesa. El agravamiento de las divergencias produjo el alejamiento de la reina, que se exiló en Castilla. Don Pedro asumió la regencia y se enfrentó con una política hostil a la nobleza que había apoyado a Doña Leonor.

Después de la dolorosa experiencia de la campaña de Tánger en 1437, se produjo un cambio fundamental en las actividades de Don Enrique. Su hermano estaba cautivo de los musulmanes y muy probablemente sentía una gran culpa por haber sido uno de los principales instigadores de esa cruzada. Don Enrique se olvidó de hacerle la guerra a los árabes por mucho tiempo (exactamente hasta 1458) y orientó su cruzada exclusivamente a las conquistas marítimas, para evangelizar al resto del mundo.

Los marinos portugueses finalmente habían cruzado el Cabo Bojador y reportaban que más allá del desierto comenzaba una espesa jungla habitada por una gran cantidad de hombres negros. Enrique comenzó a esbozar programas utópicos para esos hombres, que después de ser bautizados tenían que ser devueltos a su país para que hicieran proselitismo entre los que se habían quedado allí. Estos programas no prosperaron, pero contribuyeron para que el catolicismo considerara a los africanos negros como hombres verdaderos. El príncipe Enrique hizo devolver a Africa a algunos negros bautizados, con la esperanza de ganar así pueblos enteros para la fe cristiana. Pero los cristianos negros desaparecían rápidamente en la selva y no volvían a dar señales de vida. Los burgueses y comerciantes del reino, en vez de cristianizarlos inútilmente, preferían venderlos como esclavos.

Muchos historiadores se equivocan al decir que Enrique el Navegante fundó un centro naval en Sagres recién en el año 1438. Hay una razón para esta confusión. Inmediatamente después del desastre de Tánger, Sagres incrementó sus actividades a un ritmo febril. El infante en persona abandonó la capital Lisboa para coordinar desde Sagres la gran empresa marítima portuguesa. Ya no trasladarían guerreros al Norte de Africa, sino que buscarían nuevos territorios mucho más alejados y eso implicaba tener la capacidad de internar las naves profundamente en el océano.

En Sagres se contrataron a sabios astrónomos, cartógrafos, navegantes, marinos y hombres entendidos en cuestiones náuticas de todas las nacionalidades. Comenzaron a construír los mejores astrolabios, cuadrantes y agujas naúticas. Se confeccionaban los mapas más precisos y detallados de ese tiempo. El astillero del puerto de Lagos experimentaba nuevas embarcaciones. Establecieron un completo sistema de información y pesquisa de noticias, así como un amplio servicio de intérpretes. Se lanzaron expediciones por tierra para hacer entrevistas o para corroborar toda clase de conocimientos específicos.

En el año 1440 salió del astillero de Lagos la primera carabela, nuevo modelo de embarcación que navegaría alrededor del mundo por los próximos 300 años. Era un barco de madera, de 25 a 30 metros de largo (eslora) por alrededor de un tercio de ancho (manga). En la proa (adelante) y a popa (atrás) tenían “castillos” que servían de alojamiento a los oficiales. El resto de la tripulación dormía bajo la cubierta y quedaba espacio para una carga entre 60 y 100 toneladas. Normalmente las tripulaban entre 15 y 30 marineros. El diseño del casco se basaba en una embarcación que por su maniobrabilidad se había generalizado en el río Duero. Se le instaló un timón nórdico que se movía sobre un eje.

Hasta ese entonces se viajaba en barineles, que eran barcos de una vela cuadrada y frecuentemente había que moverlos con remos, lo que retrasaba el viaje y reducía los víveres a bordo. Viajando contra el viento lo hacían en un zigzag apretado de no más de 67 grados. Las carabelas tenían un mástil sobre el castillo de proa (adelante) con velas cuadradas y dos o tres palos más de velas latinas (triangulares) que eran usadas por los árabes desde el siglo X. Aún llevando mucho más carga, las carabelas triplicaban la velocidad de los barineles y realizaban un zigzag contra el viento de solamente 55 grados. Resistían mucho mejor la mar gruesa y eran mucho mas confortables para la tripulación, especialmente para los oficiales que viajaban en casitas de madera con vista al mar.

Rápidamente comprobaron que el zigzag más abierto acortó la travesía entre Cabo Verde y las Azores. A partir de allí, con corrientes venidas de los cuatro puntos cardinales, les resultó sencillo dirigirse hacia el estrecho de Gibraltar o Marruecos. El modelo de la carabela de 1440 fue utilizada por Colón para cruzar el atlántico y por Vasco de Gama para viajar alrededor de la costa africana y hasta la India. Casi todas las demás embarcaciones que se construyeron por varios siglos, fueron adaptaciones y modificaciones de la carabela original portuguesa diseñada en Sagres.

Enrique comenzó a lanzar sus modernas naves exploratorias a un ritmo febril. Se multiplicaron las factorías, donaciónes, compañías y monopolios. Las islas y territorios remotos se llenaron de cañaverales. Se construyeron los primeros castillos y fortificaciones en el Africa ecuatorial. Sagres brillaba como un centro de estudios náuticos, geográficos y astronómicos, por el que pasaron los más destacados navegantes y cartógrafos de la época y desde donde el príncipe organizaba diversas expediciones oceánicas, empresas que combinaban el comercio con la evangelización. Estas actividades no pudían pasar desapercibidas. Los portugueses comenzaron a inundar Europa de azúcar, oro, esclavos, marfil y caucho, arruinando el negocio de intermediación de los árabes en el Norte de Africa.

La alta nobleza de Portugal seguía buscando la oportunidad de retomar su rol de poder desde el comienzo de la dinastía de los Avís. El futuro rey Alfonso V y su tío el regente, parecían mantener una buena relación. Sin embargo los hidalgos que rodeaban al niño soberano se enfrentaban cada vez más con Don Pedro. En 1448, por influencia del conde de Barcelos, el regente fue retirado de su cargo y se marchó a Coimbra. Se produjeron nuevas intrigas en la corte y el 20 mayo 1449 las tropas fieles a Don Pedro se enfrentaron a las del rey en la batalla de Alfarrobeira. Don Pedro fue derrotado y muerto. El Infante Enrique el Navegante tuvo que abandonar Sagres para asumir la regencia del reino en 1449 hasta que su influenciable sobrino tuviera la edad suficiente para gobernar.

Casi al mismo tiempo, tras el ocaso del califato de Bagdad el poder del mundo islámico pasó a manos de los osmanlíes turcos que conquistaron Constantinopla en 1453. Desde el punto de vista histórico terminaba la Edad Media y comercialmente se había cortando la ruta de las especias. Lo que para Europa fue una crisis, para Portugal significaba una oportunidad.

Dos años antes de su muerte, Enrique reemprendió la guerra contra los marroquíes y les quitó Alcazarseguer en 1458. Su flota y su Orden de Cristo siguieron la cruzada por inercia propia y tomaron Tánger y Arcila en 1471, Azemmur y Magazán en 1502, y Safi en 1508. El comercio con Guinea era tan fructífero que la sola iniciativa privada mantenía las guerras. El largo cautiverio y muerte de Fernando de Avís había sido vengado con creces. El monopolio del comercio con la India, Malaka y las Molucas hicieron el reino de Portugal uno de los más ricos de Europa, que aún así quedaba pequeño en comparación con su colonia americana de Brasil.

  Las "descobertas" Portuguesas

Los mapas de Dalorto (1325) y Dulcert (1339) prueban que los portugueses tenían noticias de las tierras del interior tales como la zona del Sahara próxima al Mogreb. Igualmente conocieron las referencias de los viajes de Ibn Batuta hasta Timbuctú, de Benjamín de Tudela, el Edrisí, Ibn Haukal e Ibn Jaldún. Noticias más directas suministraron mercaderes y viajeros sobre el Sudán, como Anselmo de Isalguier que, en 1413, regresó a su ciudad natal con una negra sudanesa por esposa, hijos y esclavos, y Antonio Malfante, que residió en el oasis sahariano de Tuat y vino a morir, en 1448, a Mallorca; Benedetto Dei, mercader florentino, llegó en sus andanzas entre 1462 y 1467 hasta la región del Níger. Rodrigo Reinel, a quien João II envió a Mauritania, le proporcionó a su vez noticias de este país hasta Timbuctú.

Como consecuencia de los nuevos descubrimientos marítimos que muy pronto se producirían, los papas promulgarían varias bulas en favor de Portugal. La bula “Dum diversas”, otorgada por el papa Nicolás V les daba autorización para hacer la guerra a los infieles, conquistar sus tierras y reducirlos a esclavitud. El mismo papa, en otra bula de 1454, les garantizaba la propiedad de las tierras descubiertas. La bula de Calixto III de 1456 le otorgaba a la Orden de Cristo la jurisdicción espiritual de las islas , puertos, tierras y lugares, desde el cabo Bojador hasta Guinea, y más allá de sus playas meridionales hasta la India.

Azurara, cronista de la expansión portuguesa durante los primeros tiempos, señaló como razones principales que movieron la actitud del Infante, las siguientes: deseo de conocer las tierras existentes más allá del cabo Bojador y de las Canarias (descritas desde 1312 por Lanceroto Malocello), comprobar si había cristianos con quienes comerciar, saber hasta dónde llegaba la autoridad de los moros y difundir la fe cristiana convirtiendo a los infieles que se encontrara.

Tanto ir y venir hacia el sur, los navegantes portugueses descubrieron algunas islas dentro del océano. A causa de una tempestad, en 1418 a Juan Gonçalves Zarco y Tristán Vaz Teixeira llegaron a Madeira. Las Azores fueron descubiertas entre 1427 y 1431.

Muchas expediciones habían fracasado tratando de pasar hacia el sur del Cabo Bojador. Gonçalo Velho, Comendador de la Orden de Cristo, nunca pudo conseguirlo. En 1435 Gil Eanes, escudero del Infante Don Enrique nacido en el Algarve, después de quince intentos infructuosos consiguió llegar hasta Angra dos Ruivos, unas 30 millas mas al sur del cabo Bojador. Eanes navegó al sur mar adentro y después volvió a la costa, que resultó un poco más acogedora. Hasta pudo arrancar unas plantas que florecían y las llevó a Portugal para ofrecérselas a Don Enrique. A su regreso fue recibido con honores por el Infante "com aquele prazer que se tem das cousas tao desejadas e por tanto tempo e trabalho requeridas".

Descubrimientos Portugueses

En 1436 Alfonso Gonçalves Aldaia llegó hasta el Río de Ouro, en cuya bahía había grandes manadas de lobos marinos -más de 5.000 dice el cronista Azurara-. Los hombres de Gonçalves mataron a todos los que pudieron y con un buen botín de pieles regresaron a Portugal.

Cuatro años más tarde Antao Gonçalves, en compañía de Nuño Tristao, navegó también al Río de Ouro y después de haber conseguido un gran cantidad de pieles capturaron nativos de la zona y los llevaron a Portugal. El Infante ordenó que fueran devueltos a su lugar de procedencia, pero Gonçalves los entregó a cambio de oro en polvo. Puede decirse que este fue el primer acto de trata de esclavos.

Gonçalves se dedicó a ese negocio durante más de diez años, consiguiendo una importante fortuna. En 1441, Nuño Tristao consiguió llegar a Cabo Blanco, en donde logró capturar un buen número de nativos, que vendió en Portugal como esclavos. En el viaje siguiente (1443) llegó a la bahía de Arguim, en donde se fundó la primera "feitoría", al estilo de las que fundaban los fenicios y más tarde los genoveses.

Desde 1426 los portugueses habían descubierto y estudiado la corriente de Canarias y las experiencias aumentaron al adoptar la carabela como navío más adecuado para las expediciones. Tuvo gran resonancia la obra de Duarte Pacheco, "Esmeraldo de Situ Orbis" (1505), que es una exacta descripcion de las costas de Guinea, lo que los portugueses denominaban un roteiro. Duarte Pacheco dio como medida del grado ecuatorial 106,54 km, con un error inferior al 4 por ciento, y mucho más aproximado que los anteriores autores.

La factoría no sólo se utilizaba para el comercio de objetos, el comercio de esclavos fue también algo habitual. En 1444 Tristao consiguió llegar a la desembocadura del Senegal, a la que llamó "Terra dos Negros" como dice Azurara. En el Senegal, el paisaje árido y desértico de las costas de más al norte había sido sustituido por las extensas zonas verdes de la sabana tropical, por eso un cabo prominente de esa zona fue bautizado por Dinis Dias con el nombre de Cabo Verde. Azurara, lo describe así:

"Vieron un país muy distinto del anterior, pues aquel era arenoso y sin cultivos, pelado de árboles, como en una tierra en la que no hay agua, mientras que el otro estaba cubierto de palmeras y otros árboles hermosos".

En 1445, Diego Alfonso manda a colocar en el Cabo Blanco un "Padrao". Es el primer mojón que irá jalonando la ruta de los descubrimientos portugueses. En 1446 Alvaro Fernández alcanzó Sierra Leona. Durante algunos años parece que las exploraciones sufren un parón, quizás debido a otras cuestiones o tal vez porque la Corona portuguesa pretende obtener un respaldo legal a sus pretensiones, que de alguna manera son sancionadas con la bula de Nicolás V "Romanus Pontifex", que en la práctica ponía todas estas tierras en manos de Portugal.

Casi coincidiendo con el documento papal apareció en Lisboa un aventurero veneciano llamado Alvise Cadamosto. Había emprendido con anterioridad numerosos viajes comerciales por las costas del Mediterráneo y del Atlántico. Llegó a un acuerdo con las autoridades portuguesas y en 1455 salió en una expedición que comandaba oficialmente Vicente Días, aunque no cabe duda de que Cadamosto era el que encabezaba la aventura. Después de tocar en Madera, partieron hacia las Canarias cuya exploración había sido pactada con Don Enrique, y más tarde se dirigieron a las costas del continente y navegaron por las de Senegal y Gambia. En esas costas se les habían unido a la expedición dos carbelas, mandadas por Antonio da Noli también conocido como Antoniotto Urso di Mare (Usodimare). Llegaron hasta un lugar donde "la estrella polar está casi en el horizonte".

Al año siguiente (1456) descubrieron la desembocadura del Gambia y las islas Bissagos, pero los duros vientos los arrastraron hacia el oeste e inopinadamente descubriron el archipiélago de Cabo Verde. Como señala Céspedes del Castillo ésta será la ruta que los alisios del Sureste obligarían a seguir a los portugueses en su viaje de retorno. Tocando primero las islas de Cabo Verde y ya más al norte y con la ayuda de los alisios del Nordeste llegar a las Azores para luego dirigirse a Lisboa. Debe notarse que cualquier pequeño desvío de esta ruta hacia el este, indefectiblemente los harían llegar a las ignotas tierras sudamericanas.

En 1463 Pedro da Sintra continuó la exploración hasta más allá de Sierra Leona, que apareció relatada en 1507 en "El libro de la primera navegación por el océano a las tierras de los negros". Pedro da Sintra fue el último expedicionario de esta época puesto que cuando regresó a Lisboa en 1461, el Infante Don Enrique había fallecido. Tras su muerte se produciría un aplazamiento en nuevas expediciones.

Durante algún tiempo se mantuvieron en sigilo los descubrimientos portugueses, practicando la política del monopolio y la exclusividad de los descubrimientos, amparados en las bulas pontificias. Por eso después del Tratado de Toledo de 1480, Alfonso V promulgó un decreto por el que se ordenaba que todo navío que se encontrase más allá de los límites estipulados en aquél (Canarias) fuese confiscado y sus tripulantes arrojados al mar para que no pudiesen divulgar datos sobre las tierras descubiertas.

  El divorcio de Castilla

Desde la Reconquista de Lisboa, el nuevo reino de Portugal sólo había ganado los terrenos árabes al Sur de su territorio. La frontera principal con el reino de Castilla casi no cambió desde el siglo XIII. Era imposible practicar una política de expansión continental a expensas de Castilla, que era reino más fuerte de toda la península. Por lo tanto, Portugal siempre estuvo ligado al mar. Desde el principio, las clases dirigentes portuguesas de toda clase de empresas económicas, estaban de acuerdo con la idea de una expansión oceánica fuera de Europa.

Durante toda la Edad Media, Europa siempre tuvo déficit en la balanza comercial con Asia. Se importaba seda, porcelana, piedras preciosas, lana, drogas y especias. En el trueque, los mercaderes europeos sólo entregaban oro y plata. Esta situación agotaba el sistema monetario europeo y a finales de la la Edad Media adquirió catastróficas proporciones. La economía europea estaba ahogada por falta de circulante.

Dentro de este panorama global, el pequeño reino de Portugal estaba relativamente sobrepoblado. Escaseaba el trigo y crecía la demanda de pescado, cuero, tintóreos y especias orientales. Los europeos también comenzaban a consumir azúcar y la empobrecida burguesía de Portugal estaba en búsqueda de tierras nuevas, para cultivar caña de azúcar. Los molinos de azúcar, a su vez, demandaban esclavos.

Los caballeros portugueses arruinados por la crisis económica, aprovecharon en 1415 la conquista del puerto africano de Ceuta para expandir sus negocios. A partir de 1419 los burgueses también organizaron la colonización de los archipiélagos de Madeira y desde 1431 las Azores. La nobleza comenzó la guerra con Marruecos. Durante la regencia del Infante Pedro, duque de Coimbra, Madeira y las Azores se cubrieron de campos de trigo y de plantaciones de caña. También se establecieron relaciones comerciales con el África negra.

Reinos EspañolesCuando Isabel Trastámara de Castilla se convirtió en la heredera al trono de su desdichado hermanastro Enrique IV, tuvo dos reinos candidatos para su boda, que significaría el casamiento de Castilla con el reino de Portugal o el de Aragón [ Ver el Capítulo 8]. En aquel entonces, Portugal le ofrecía cañaverales en islas remotas, comercio de esclavos y relaciones con el África negra. Aunque el casamiento estuviera arreglado por otros, Portugal no podía competir a los ojos de una mujer con el aristocrático reino de Aragón, gobernado por los elegantes infantes Trastámaras, con expansiones territoriales hacia las islas del mediterráneo y el sur de Italia.

Por la razón que fuera, Isabel le dió un portazo en la nariz a Portugal con su apurado casamiento, casi secreto y casi ilegal con su primo Fernando de Aragón. La inútil guerra del monarca portugués contra el poderoso reino de Castilla, fue sólo una reacción de despecho porque no tenía ninguna posibilidad de ganarla. La firma del tratado de Alcáçovas en 1479 garantizaba la paz eterna entre Castilla y Portugal, que en términos prácticos, quedaron divorciados para siempre. Castilla continuaría sumergida en su pasado feudal y Portugal comenzaría una nueva era capitalista.

 

 

 

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