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Las Islas Canarias, al borde
del fin del mundo
Las Islas Canarias fueron el
límite del mundo conocido por los europeos desde la época del imperio romano
hasta el año 1436. Decía la leyenda que las siete masas de tierra que
sobresalen en la superficie del Océano Atlántico cerca de la costa de Africa
del Norte, eran los restos del mitológico continente de Atlantis
descrito por Platón, Herodotus y Homero. Las llamaban Islas Afortunadas.
Según Plinio, un general cartaginés llamado Hannón atravesó el estrecho de
Gibraltar y navegó hacia el Sur costeando África. Describieron las Islas
Afortunadas como una montaña blanca muy alta sobresaliendo del océano. El
general romano Sartorio, proscrito en Hispania, se enteró por unos marinos de
la existencia de las islas atlánticas. Según Plinio, el rey Juba de Mauritania
envió una expedición a las Afortunadas e hicieron una descripción muy
detallada de las islas.
Se abrió un gran paréntesis durante la Alta Edad Media. En esa época la
cultura europea sufrió un retroceso, no hubo nuevos descubrimientos
geográficos y hasta se olvidaron los de la antigüedad. La falta de sentido
crítico dió rienda libre a las fábulas, las leyendas y las supersticiones se
multiplicaron. Terminaron creyendo en la existencia de islas míticas, razas
monstruosas y animales maravillosos. La tradición cristiana intentaba
localizar en los mapas, los parajes bíblicos que aparecían en el Viejo
Testamento.
Hasta avanzada la Edad Media las embarcaciones no se atrevían a internarse en
el océano Atlántico, al que también llamaban Océano Tenebroso. Los
miedos, las fantasías y la imaginación crearon los mitos de las islas
perdidas: San Brandán, Antilia y de las Siete Ciudades que según los
navegantes, de pronto aparecían y desaparecían. Infinitas delicias mezclaban
las fantasías orientales de las mil y una noches con los sueños cristianos del
paraíso terrenal. Esas islas figuraron en todos los mapas durante siglos. Al
miedo de atravesar el océano tenebroso lleno de monstruos, se unía el deseo de
encontrar algún lugar paradisíaco.
Además del temor a lo desconocido, leyendas de apariciones y monstruos,
estaban las dificultades reales de la navegación en aquella época: las nieblas
que ocultaban las costas y las islas; los temporales y las terribles calmas
donde el barco no avanzaba durante días; accidentes, ataques de barcos
enemigos, enfermedades, hambre y sed aplacada con agua podrida. Por ejemplo,
en 1402 partió en un corto viaje desde La Rochela hacia las islas Canarias una
expedición formada por unos 250 hombres al mando de Jean de Bethencourty.
Volvieron menos de la mitad.
Las Islas Afortunadas habían pasado al olvido por muchos siglos. Se estima que
los viajes a Canarias se reanudaron entre los años 1200 y 1300. El genovés
Lancelloto Malocello, arribó a la isla Canaria de Lanzarote, a la que
seguramente dio su nombre entre 1320 y 1339. Alfonso IV de Portugal también
envió una expedición en 1341 al mando del florentino Angiolino del Teggia. Las
Canarias ya eran bien conocidas en del siglo XIV y figuraban en las cartas
náuticas de la escuela cartográfica mallorquina-catalana.
Se consideraba legítimo que el Papa dispusiera jurídicamente de los
territorios en poder de los infieles. Podía conceder el dominio a príncipes
cristianos, con la obligación de propagar la fe católica y evangelizar a sus
pueblos. Una bula del papa Clemente VI entregó en 1334 el señorío de las islas
Afortunadas al infante Luis de la Cerda, conde de Clermont, pariente de los
reyes de Castilla y Francia. Los embajadores de Portugal en Aviñón,
protestaron diciendo que por la vecindad, comodidad y oportunidad debían
conquistarla los portugueses. Luis de la Cerda jamás pisó las Canarias por
causas económicas. Dejó una hija llamada Isabel que se casó con el conde de
Fox, señor de Bearne. De ellos fue hijo don Bernal, conde de Medina Celi, que
recibió "en papel" el derecho del reino de las islas Canarias, que por
cierto no estaban deshabitadas.
Con licencia del rey castellano Enrique III, en 1393 partió una escuadra de
cinco navíos a las órdenes de Gonzalo Peraza Martel, señor de Almonaster.
Recorrieron las costas de África y saquearon la población original de la isla
de Lanzarote, robaron sus ganados y apresaron al rey Tinguafaya junto con su
esposa y otros 170 isleños. También quedaron documentados otros viajes
posteriores de mallorquines y catalanes de menor importancia.
La primera intervención del Papa para resolver conflictos entre Castilla y
Portugal se produjo en 1435, cuando le entregó la propiedad de las Islas
Canarias a los castellanos. Hasta entonces, para los europeos esas islas
todavía estaban al borde del fin del mundo.
A partir del Cabo Bojador, el Gran Desierto del Sahara se interna en el
océano. A lo largo de unas 20 leguas se encontraban con agua poco profunda y
las naves encallaban en la arena con gran facilidad hasta muy lejos de la
costa. Encontraban que los vientos predominantes eran horribles para la
navegación a vela. Por el efecto de la barrera del Archipiélago al flujo de la
Corriente de Canarias y al alisio, se crean las condiciones para que, a
sotavento de las islas mayores, se establezcan zonas de calmas. Estas zonas de
calmas, generadas por el efecto de vacío de los relieves insulares frente a la
corriente general, están menos batidas por el viento y en ellas las aguas se
mezclan menos con las de la corriente general, dando lugar a la formación de
zonas de aguas más cálidas y estables, como si fueran una gran laguna dentro
del océano. Las zonas de calmas más importantes son las que se producen a
sotavento de Gran Canaria, donde se deja sentir su efecto casi a lo largo de
todo el año. Los temerosos navegantes podían ver una costa desolada y yerma
como una pesadilla . Gil de Eanes reportó que "allí la vida era imposible,
nada crecía, ni tan siquiera las malas hierbas". Hasta el año 1435 Gil de
Eanes había fracasado quince veces tratando de rebasar el cabo Bojador, que
también era llamado cabo del Miedo por muy buenas razones.
Esa zona sin vientos, de aguas quietas, calientes, con traidores médanos bajo
la superficie y frente a una costa desértica, era lo más parecido al fin del
mundo que se le podía presentar a un hombre medieval. Navegando al sur de las
Islas Canarias esperaban encontrar agua cada vez más caliente que hasta
quemaría las naves, una costa con ríos de fuego que descendían de las montañas
y además, los hombres que volvían de aquellas regiones infernales se volvían
negros. Desde el cabo Bojador hacia el sur todo era tan raro, que temían
llegar a lugares donde las leyes físicas y naturales fueran distintas.
Para viajar de un lado a otro, se debe contar con un mapa. La mayoría de los
europeos la Alta Edad Media prácticamente no se movían del lugar donde nacían.
Generalmente permanecían dentro de las posesiones de algún señor feudal que
les
debía resolver todos los problemas prácticos de la vida cotidiana. Sus
pensamientos eran exclusivamente religiosos. La salvación de su alma era mucho
más importante que lo que había detrás del horizonte. Los mapas y
representaciones cartográficas de la época incluían el cielo, el infierno y el
paraíso terrenal. Eran conocidos como "T y O". La "O" era la circunferencia
que envolvía todo el mapa que representaba la tierra y la "T" representaba los
tres ríos que salían del paraíso terrenal, dividiendo a la tierra en los tres
continentes conocidos: Europa, Asia y Africa. Esos mapas fueron creados por
Isidoro de Sevilla en el siglo VII, pero sólo se concocen copias posteriores,
con mucha simbología añadida según iban pasando los años.
En el siglo XIV la escuela mayorquina, probablemente fundada por Raimon Llull,
produjo los mejores Atlas y Portolanos de su época. Los Atlas eran mapamundis
que trataban de englobar todas las tierras conocidas, con descripciones más o
menos detalladas. Los portolanos eran de uso práctico y solamente indicaban
las costas y ciudades costeras. Ambos incluían las líneas de vientos,
información que era indispensable para la navegación.
Hacia fines del siglo XIV ya predominaba el concepto de la forma y dimensiones
terrestres de la obra de Claudio Ptolomeo, astrónomo, matemático y geógrafo
griego del siglo II. Este científico pensaba que la tierra era una esfera y
que desde Portugal hasta la India se recorría la mitad del mundo, o sea unos
180º sobre un total de 360º. Por lo tanto se creía que había la misma
distancia a la India, viajando hacia el Este o por el Oeste. La única
distancia conocida era hacia el Este, por que se hacía por tierra. En
realidad, desde Portugal hacia el Este hay solamente unos 100º de
circunferencia hasta la India. Por lo tanto, al usar los cálculos de Ptolomeo
se creía que la tierra tenía un poco más de la mitad de su tamaño real.
Ptolomeo también pensaba que África se prolongaba hacia el sur hasta alcanzar
el polo y se unía al continente asiático. Por lo tanto en su mapamundi, el
océano Indico era un mar cerrado como el Mediterráneo, sin paso marítimo desde
el Atlántico.
Hacia el año 1400, la navegación en el Mediterráneo ya había incorporado el
uso del timón. Los barcos eran un poco más grandes, maniobrables, y con una
velocidad aceptable para los largos viajes. La navegación a vela había
sustituído progresivamente a los barcos de remo, que requerían gran cantidad
de prisioneros bajo la cubierta. Desarrollaron la vela triangular, a la que
llamaban "vela latina".
La navegación en el cerrado ámbito del Mar Mediterráneo, requería del contacto
visual con la costa de tanto en tanto para conocer la posición y rumbo. Los
primeros navegantes con espíritu aventurero se animaran a salir al océano,
pero debían navegar cerca de las costas a fin tener alguna referencia sobre su
posición. Esto limitaba los viajes a las costas de Europa. Hacia el Sur del
estrecho de Gibraltar, no se alejaban de las costas de Afica, ni podían
navegar más allá de las Islas Canarias.
La brújula permitía conocer el rumbo. Se sabe que los chinos ya la usaban en
el siglo XI. Los árabes la mencionaron por primera vez en 1220 y probablemente
fueron ellos quienes la introdujeron en Europa, donde muy pronto fue adoptada
por los vikingos. En su versión primitiva, la brújula flotante consistía en
una aguja magnética montada sobre un flotador que se colocaba en un recipiente
con agua.
Para internarse aguas adentro en el océano, sin referencias visuales, de nada
sirven los mapas y la brújula si la tripulación no sabe dónde está. Entonces
se inventaron las coordenadas, que son tan útiles como complicadas de
entender. En términos sencillos, consiste en saber la posición entre el
ecuador y los polos más la distancia hasta un puerto conocido.
La posición entre el ecuador y los polos se llama latitud. Hacia el año
1400 ya se podía calcular la latitud con relativa facilidad usando el
astrolabio y las cartas estelares. Este instrumento permite calcular a que
altura del horizonte se encuentra alguna estrella conocida. Para navegar de
Este a Oeste hay que mantener esa altura. Se dividió la circunferencia del
mundo que pasa por los polos en cuadrantes de 90º cada uno. El Ecuador está a
0º y los polos a 90º al Sur o al Norte. Por ejemplo, si alguien está a 45º de
latitud Norte, entonces el Ecuador y el Polo Norte están a la misma distancia.
A 30º de latitud Sur, la distancia al polo Sur es el doble que la distancia al
Ecuador.
Para poder determinar la posición Este-Oeste, no es tan sencillo y recién se
resolvería en el siglo XVIII. Hasta entonces, todos los marineros del mundo
tuvieron que calcularla a ojo de buen cubero. Tenían que estimar el recorrido
de un día, de acuerdo con la experiencia de cada uno: adivinando la intensidad
del viento y observando el movimiento relativo entre el barco y el agua. Como
podían saber cuánto se habían desplazado en dirección Norte-Sur, la distancia
Este-Oeste se calculaba con un simple cálculo de trigonometría plana. Por
supuesto que en un viaje largo, en cada mes las diferencias diarias se sumaban
30 veces y al final los errores eran enormes. Por eso los mapas de aquella
época estaban tan deformados de Este a Oeste.
La posición Este-Oeste se llama longitud y consiste en dividir el mundo
en husos horarios. No se pudo calcular hasta que se inventó el cronómetro. El
método consiste en determinar el momento en que el sol ocupa la posición del
mediodía, que se puede establecer fácilmente con el método de la sombra. En el
puerto de origen, al mediodía se ponía el cronómetro a las 12 en punto.
Durante la navegación, cada mediodía se anotaba la hora del cronómetro y se
efectuaba el cálculo. La esfera de la tierra se divide en 360º y un día dura
24 horas. A cada hora le corresponden 15º. Es decir, cuando el mediodía
ocurría a las 11 de la mañana de la hora del puerto de origen, se habían
desplazado 15º al Oeste. Para facilitar esas mediciones, la latitud se mide en
grados, minutos y segundos.
Para calcular las distancias es fácil de Norte a Sur, pero no es tan
simple de Este a Oeste. En primer lugar hay que saber que la circunferencia de
la tierra es de 40070 kilómetros. Los meridianos son las circunferencias que
pasan por los dos polos y son todos iguales. A sus 360º le corresponden 40070
kilómetros. Cuando las estrellas indican que el barco se desplazó un grado, la
distancia recorrida de Norte a Sur fue de 11130 metros.
El ecuador es el único paralelo que tiene la misma medida que los meridianos
(*). Un barco que por el sistema del mediodía se desplazó un grado de longitud
en el ecuador, la distancia recorrida también sería de 11130 metros. Sin
embargo, si el barco se desplazó por cualquier otro paralelo, la distancia
recorrida sería menor, dependiendo de la distancia al polo. Por eso se usan
tablas para determinar la distancia Este-Oeste de acuerdo a cada posición
Norte-Sur.
(*) En realidad no es cierto, pero para simplificar la explicación no vamos a
ocuparnos de la esfericidad de la tierra.
Para hacer mapas de pequeños lugares, como el plano de las calles de una
ciudad, se puede asumir que la tierra es plana y al usar las coordenadas
cartesianas la manitud del error sería insignificante. Pero cuando se hacen
mapas de grandes regiones de la tierra, no podemos olvidar que el mundo es
redondo. Esa cuadrícula de meridianos y paralelos que aparecen en todos los
mapas, en realidad no son cuadradas y deforman todas las distancias. Un mapa
dibujado en coordenadas cartesianas se ve muy diferente a una fotografía
satelital. Para ello hay que usar coordenadas esféricas, que por supuesto no
voy a explicar aquí porque nuestro tema es la historia.
Lo que sí deben recordar todos los historiadores que odian las matemáticas, es
que las distancias Este-Oeste eran muy imprecisas. Por lo tanto, cuando en el
tratado de Tordesillas se acordó la distancia de trescientas setenta leguas al
Oeste de las islas del Cabo Verde, esas leguas eran de de caucho. Cualquiera
las podía estirar o acortar a gusto y placer de cada uno y todos tenían razón.
Los portugueses dirían por mucho tiempo que la línea de Tordesillas pasaba por
el Río de la Plata y los españoles señalando al Este, les contestaban que
estaba mucho más allá.
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