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Historias de Entre Rios
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  Libro I
Capítulo 8
Isabel y Fernando

 

A Isabel no le correspondía ser la reina de Castilla. El heredero al trono era Enrique, quien fue el único hijo que su padre el Rey Juan II tuvo en 1425 con su primera esposa. Al enviudar el Rey, se casó en segundas nupcias con Isabel de Portugal, que si bien estaba loca, su dote servía para pagar las deudas contraídas por la corona en su guerra con los Infantes de Aragón. De este segundo matrimonio, nacieron Isabel en 1451 y Alfonso en 1453. En ese entonces, Isabel quedaba tercera en la sucesión al trono.

A la muerte de Juan II en 1454, su primogénito es coronado como Enrique IV. El nuevo Rey de Castilla y su segunda esposa, tuvieron una hija en 1461 a la que llamaron Juana quien en teoría, era automáticamente la heredera al trono.

Al producirse la muerte de Alfonso en 1468 Isabel quedó como segunda en el orden de sucesión. Sin embargo a la muerte de Enrique IV, Isabel fue coronada Reina de Castilla, en vez de Juana.

Este fue un período muy determinante de la Historia de España, porque la coronación de Juana implicaba la unión de Castilla con Portugal, que estaba destinado a la expansión ultramarina. Isabel, en cambio, significó la unión de Castilla con Aragón, cuya política exterior estaba orientada a las conquistas europeas. Veamos cómo se desarrollaron estos acontecimientos.

De Enrique IV de Trastámara, se dijo era blando, tímido, abúlico, misántropo, displácido y eunocoide, por lo que fue llamado “el impotente”(1). En realidad, su drama fue simplemente ser homosexual en una época en que eso era considerado un vicio nefando. Su reinado resultó confuso, turbulento, complicado e ingrato a los historiadores. Sin embargo, fue una época clave en la Historia de España.

El carácter personal del rey tuvo un papel muy importante en los principales acontecimientos, porque mostraba falta de energía y una dañina tendencia a decirle que sí a todo el mundo. El nuevo monarca acordaba algo y después, con total desfachatez decía todo lo contrario. No es de extrañar que todo terminara en una guerra civil.

Enrique IV Enrique IV se sentía en ocasiones dominado por su preferido Juan Pacheco, pero después del desastroso final de Álvaro de Luna que terminó degollado, los presuntos amantes del rey tenían que ser muy cuidadosos y no podían abusar demasiado de sus influencias con el monarca. Un grupo de jóvenes tuvieron un rápido ascenso. Beltrán de la Cueva, Juan de Valenzuela y Miguel Lucas de Iranzo eran los principales, pero el resto de la nobleza los consideraba unos advenedizos. Además, estos “hombres nuevos” del reino nunca formaron un equipo. No hubo “partido rosa” como en la época de Álvaro de Luna, que fue mucho más hábil e inteligente que estos jovencitos inexpertos.

Se planteaba el hecho que Enrique no tenía sucesor directo. Estuvo casado con su prima Blanca, hija de Juan II de Aragón, durante 13 años sin haber tenido ningún hijo. El 11 de mayo de 1453, mientras don Álvaro de Luna todavía tenía la cabeza pegada al cuerpo en su prisión en Portillo, al otro lado del cerro en el castillo, el arcediano de Segovia anulaba el matrimonio de Enrique con Blanca. La sentencia se dictó a petición de ambas partes y nunca fue protestada por la infanta de Navarra.

La causa de nulidad alegaba la impotencia de Enrique, aunque sólo con respecto a Blanca. El arcediano tuvo el testimonio de ciertas mujeres públicas de Segovia, que habían tenido con Enrique “trato y conocimiento de hombre con mujer”. Se hizo el divorcio “para que libremente pudieran volver a contraer matrimonio y para que dicho señor príncipe pueda ser padre”. Enrique consiguió la anulación de su matrimonio porque no lo pudo consumar y las prostitutas de Segovia estaban dispuestas a jurar que con ellas no era impotente. Y lo peor todavía estaba por llegar.

Mientras Enrique no podía tener hijos con su esposa, el padre sí podía con la suya aunque estuviera loca y le dejó dos hermanastros de regalo. Primero nació Isabel en 1451 y dos años después Alfonso, pero su padre no pudo conocerlo porque en 1454 se murió de tristeza porque extrañaba a Álvaro de Luna y la madre se encerró en una profunda y loca depresión porque extrañaba al marido difunto. Desde ese momento, el Principe de Asturias Enrique era el sucesor al trono y lo seguía en la linea de sucesion su hermanastro Alonso.

Cuando ya fue rey, tuvieron que “comprar” una nueva esposa para Enrique IV. El capellán Fernán López de Laorden, que era tesorero de la catedral de Segovia, se fue a Lisboa para negociar un nuevo matrimonio. Se acordó que doña Juana, hermana de Alfonso V, sería recibida sin dote. Esto era totalmente inusual en aquella época, baste recordar que el padre del monarca se había casado en segundas nupcias con el fin de pagar con la dote los gastos de la guerra contra los Infantes de Aragón. Su hijo Enrique, encima que no recibió ninguna dote, tuvo que darle a la novia 10,000 florines en arras de oro, más las rentas de la villa de Olmedo y encima un millón y medio de maravedís cada año. Un desembolso enorme del lado castellano y ninguno del lado portugués. Todas estas absurdas concesiones fueron otorgadas para que doña Juana acepte ser la reina de Castilla, nada menos.

Si bien se había arreglado legalmente la anulación del primer matrimonio, todavía tenían que conseguir la dispensa para que Enrique se casara con Juana, porque sus madres, María y Leonor, eran hermanas. Un arcediano no era suficiente, de modo que necesitaba la aprobación superior. Existe una bula del papa Nicolás V fechada el 1 de diciembre de 1453, en que daba poderes a tres obispos, Carrillo de Toledo, Fonseca de Avila y Sánchez de Valladolid para que juntos o por separado, otorguen la dispensa “si ello les parecía oportuno”.

Sorprendente resulta la confirmación que las negociaciones del casamiento tan favorable a los portugueses, estaban a cargo de un rabino judío llamado Joseph, al que los historiadores todavía no han podido identificar con más detalles. Lo que sí está comprobado, es que el novio tuvo que depositar en las arcas de un banquero de Medina del Campo, la suma de cien mil florines de oro(2), transportados en talegos, que la novia podría cobrar, entre otros motivos “en caso de que el casamiento resulte ninguno”. El rabino no estaba muy convencido de la potencia sexual de Enrique y no era cuestión que vuelva a anular su casamiento por falta de consumación.

En aquella época se acostumbraba a que los novios pasen la noche de bodas vigilados por unas viejas que constataban el acto sexual y al día siguiente mostraran en público la sábana ensangrentada que comprobaba la pérdida de virginidad de la novia. Este trámite no se llevó a cabo después del casamiento de Enrique y Juana.

Al final de la primavera de 1455 se celebró en Córdoba aquella boda inútil. Enrique no atendía mucho a su nueva esposa y los rumores acerca de su virilidad volvieron a tronar con fuerza en todo el reino. Después de cuatro años de matrimonio infecundo, nuestro Enrique IV hace como que enamora a doña Giomar y la agraciada de hermoso parecer se deja querer. Al fin y al cabo era muy bueno ser la amante oficial del Rey de Castilla.

¡El rey tenía una amante! ¡Era un verdadero varón a pesar de todo! Hasta el arzobispo Fonseca de Sevilla se desvivía en complacer a doña Giomar, que era la prueba viviente de la hombría del Rey, aunque mal no sea por una infidelidad públicamente confesada.

La estrategia no funcionó porque la Reina podía soportar una vida sin sexo, pero no con humillación. Viéndola un día a doña Giomar, la Reina la tomó por los cabellos y mientras le gritaba palabras muy feas le pegaba con un chapín por la cabeza y en la espalda.

No le costó ningún trabajo a la Reina encontrar a un favorito, don Beltrán de la Cueva, hombre de escasos méritos pero de rápido ascenso porque complacía al rey y a partir de ese momento a la reina, en todo lo que se les ofreciera. Se dice que hubo entonces consentimiento de Enrique para el ayuntamiento de Don Beltrán con la reina(3).

La reina quedó embarazada en Aranda del Duero en 1461 y tuvo una hija a la que llamaron Juana. Alfonso, el hermanastro del rey, quedó "descoronado" a los nueve años de edad, porque a esta nueva niña le correspondía ser la futura reina de castilla.

A partir de ese momento se formaron dos bandos en Castilla, una división que llegó hasta los historiadores del presente. Por un lado estaban los que afirmaban que Juana era la heredera del trono por ser la hija legítima del rey y por el otro, los que decían que esa niña no era hija verdadera del rey y por lo tanto la corona le correspondía a Alfonso.

El único que sabía la verdad era Enrique IV y por lo tanto le correspondía hacer el testamento en favor de su hija o de su hermanastro. Además, por ser el rey de Castilla tenía suficiente poder de decisión y nadie lo podía contradecir. Si hubiera tomado una determinación y la hubiera mantenido toda su vida, probablemente nadie hubiera podido cambiar la historia. Lamentablemente, por su carácter, Enrique IV un día decía una cosa y después otra diferente. El monarca fue el único culpable de la guerra civil por la sucesión.

La reina embarazada llegó a Madrid y el rey llamó también a sus hermanastros Alfonso e Isabel. Doña Juana dió a luz ante personajes cortesanos que certificaron el nacimiento de la heredera al trono. Una semana después la niña fue bautizada con el nombre de Juana, como su madre. Los padrinos fueron el Marqués de Villena y el conde de Armagnac. Isabel, la hermanastra del rey, fue la madrina. El rey nombró a don Beltrán de la Cueva conde de Ledesma y el hidalgo llegó por fin a la nobleza titulada, a la aristocracia, a pesar de que no era bien querido por los demás cortesanos.

A los dos meses de edad, la niña doña Juana fue nombrada princesa heredera de Castilla con la aprobación de la nobleza, el clero y los pecheros. En 1462, el rey y todos los demás parecían aceptar a Juana como la legítima heredera al trono de Castilla. Sin embargo, las actas de estas cortes "se perdieron" o alguien las hizo desaparecer. A pesar de todo, nadie niega este hecho histórico, porque se realizaron grandes fiestas en Madrid para festejar el acontecimiento.

  La reunión de Guadalupe y el memorial de Burgos

El primer papelón de Enrique IV se produjo luego de la sublevación de los catalanes en contra del rey Juan II de Aragón. Se involucraron hasta los reyes de Francia y Portugal. Los catalanes se ofrecieron al rey de Castilla, pero inesperadamente, Enrique IV se retiró de la negociación y todo terminó en un espantoso ridículo general.

El rey de Portugal se reunió en Guadalupe con Enrique IV, quien acudió acompañado de la reina y sus hermanastros Alfonso e Isabel. El motivo principal del encuentro era situar a Portugal por encima de Aragón en los futuros enlaces reales y se decidió el casamiento de Isabel con el rey de Portugal. Todo esto lo hizo Enrique IV sin consultar con los poderosos, como el marqués de Villena y el arzobispo de Toledo. Desde Alcalá de Henares, ambos coordinaron la sublevación de los aragoneistas en contra del rey castellano. Los principales partidarios de Aragón eran el conde de Benavente, el obispo de Coria, el conde de Plascencia o el conde de Alba de Listres. Planearon apresar al rey, asaltando el palacio, pero Enrique IV logró escabullirse sin ser visto y pudo refugiarse con don Beltrán de la Cueva.

El marqués de Villena trató de intervenir como mediador en el desacato de la nobleza, pero el rey premió a su favorito don Beltrán de la Cueva con el maestrazgo de la orden de Santiago, que era la cabeza económica de la orden militar. Villena se indignó y el conde de Benabente decidió asesinar a don Beltrán para arrebatarle el maestrazgo que, en realidad le correspondía a Alfonso por testamento de Juan II, pero en esos días no se respetaba a nada ni nadie, comenzando por el mismo rey de Castilla.

Se intentó secuestrar a Enrique IV por segunda vez, pero la conjura fracasó y el marqués de Villena se tuvo que refugiar en Parral. Hubo un tercer intento de apresar al rey en la Meseta en 1464 aprovechando una reunión del monarca con los aristócratas, pero nuevamente fracasaron y el rey se refugió en Segovia. Según el cronista Galíndez "si el rey quisiera como varón tener osadía de rey [...] los pudiera prender y destruír, porque ellos estaban derramados, mal proveídos y sin orden".

Los sublevados se reunieron en Burgos y redactaron un memorial al rey en que los aristócratas le exigían al rey ser los tutores de Alfonso que en ese entonces tenía sólo once años. También se denunciaba al rey por no cumplir con sus obligaciones, de rodearse de personas aunque cristianos de nombre, muy sospechosos en su fe. También lo acusaban de hacer "poca guerra a los moros". En nombre de todos, amenazaban con guerra si no era prendido don Beltrán y también se le exigía que "no casara a Isabel sin consejo y acuerdo de todos los tres estados de dichos vuestros reinos". La parte sobresaliente del memorial de Burgos, era desconocer a doña Juana como heredera del reino por que "es bien manifiesto ella no es hija de vuestra señoría" y pedían restituír los derechos suscesorios de don Alfonso.

Enrique IV recibió este memorial en Valladolid y aceptó entregar al infante Alfonso a Villena para ser jurado príncipe, pero a cambio negoció que Alfonso se casara con Juana. También aceptó que don Beltrán renunciara al maestrazgo de Santiago. Finalmente, Enrique IV estuvo de acuerdo con la constitución de un consejo de regencia de cuatro miembros. Era la primera vez que ¡con el rey vivo! se constituía un consejo de regencia.

  La farsa de Avila

Enrique IV había aceptado que Juana no era su hija y también ser reemplazado en el gobierno por un consejo de regencia. Como si todo eso no fuera suficiente humillación también entregó a la reina Juana -su propia esposa- como rehén a los aristócratas. El rey era sólo rey de nombre. Enrique IV acudió personalmente a la procalmación de Alfonso como príncipe heredero en Cabezón.

La cambiante opinión del monarca arrastró Castilla a una guerra civil. Se decía que Enrique IV sufría como nunca antes se le había visto sufrir. Los grandes aristócratas ya estaban dispuestos a deponer al monarca. Algunos querían procesarlo y otros acusarlo ante el Papa por hereje.

Dentro de ese ambiente de rebelión, el 5 de Junio de 1465 se levantó un cadalso en extramuros de la ciudad de Avila. Colocaron un monigote vestido de negro, sentado en una silla real con todos los atributos regios y uno a uno se los fueron quitando el arzobispo de Toledo, el marqués de Villena, el conde de Plasencia y los condes de Benavente y Paredes. Finalmente el mariscal de Castilla, Diego López de Estúñiga, de una patada derribó al muñeco gritando ¡a tierra puto!. Acto seguido, ante todo el público que vio todo aquello "con muy grande gemido y lloro", se proclamó al infante Alonso rey de Castilla.

El caos se apoderó de toda Castilla. Enrique IV comenzó a dar elevadas proclamas y a exigir obediencia. La disidencia se expandió a todos los rincones y diudades del reino. Estando el rey de campaña en Zamora pidió que se le traiga a su hija Juana y tuvo un "recibimiento de princesa". ¡Otra vez el monarca había cambiado de opinión!

En Cardeñosa, cerca de Avila, estaban juntos el niño Alfonso y su hermana Isabel. Después de la cena se retiraron a dormir. Al día siguiente, Alfonso amaneció en coma. Durante unos días intentan recuperarle pero no vuelve en sí. Finalmente Alfonso murió el 5 de Julio de 1468. Sus partidarios dijeron que fue envenenado y sus adversarios que murió por causa de la peste.

  Pacto de los Toros de Guisando

Con la muerte de Alfonso reinó la confusión en Castilla. Los enemigos del rey se habían quedado sin su heredero y exigían que el reino fuera entregado a su hermana Isabel.

La infanta Isabel, que para ese entonces tenía 17 años, tomó la determinación de no tomar la gobernación mientras viviera su hermanastro, a quien reconocía como "el rey Don Enrique". Al mismo tiempo prometió que "procuraría con todas sus fuerzas que el rey tuviera otra forma mejor de gobernación de estos reinos". En realidad estaba posponiendo la toma del poder hasta la muerte de su hermano, "que Dios no quisiese".

La reina doña Juana, que había sido dada como rehén por su propio marido, estaba presa en Alaejos y se escapó con su nuevo amante don Pedro de Castilla, que era sobrino de su carcelero, el arzobispo de Fonseca. Para ese entonces estaba embarazada de siete meses y luego dio a luz un varón al que se llamó Andrés "el Apostólico" y que fue criado por unas monjas. A nadie se le ocurrió decir que este varoncito era hijo del rey.

Finalmente doña Juana pasó a Cuéllar y se refugió con don Beltrán de la Cueva. Esto fue un verdadero revés para los juanistas y terminó con la discutida moralidad de la reina, que desde entonces se la tuvo como adúltera. Enrique IV se olvidó totalmente de su probable hijita Juana y de los Mendoza de Guadalajara, que eran sus custodios.

Toros de Guisando En 1468 se celebró un Pacto que tuvo lugar en el cerro de Guisando, junto a un grupo escultórico en la actual localidad abulense de El Tiemblo, compuesto por cuatro grandes volúmenes construidos con piedra granítica, llamado el grupo de los Toros de Guisando. Este es uno de los mayores exponentes de la cultura celtibérica peninsular y su significado constituye aún una incógnita. Ese pacto fue un acuerdo entre Enrique IV y su hermana, donde el rey nombraba a Isabel como legítima heredera a la corona de Castilla.

También se acordó en Guisando que Juana se mantuviera separada de su madre y que fuera custodiada en algún monasterio fuera de Castilla para que no creara problemas. Afortunadamente para esa inocente criatura de 6 años esto no se cumplió, pero de todas maneras la niñez de Juana fue un continuo descalabro. Mientras fue la posible heredera del trono de Castilla la casaron dos veces y dos veces fueron declarados nulos sus matrimonios. Hubo tan numerosos proyectos matrimoniales para ella como posibles apoyos a su causa para ser reina de Castilla. Su nombre y su persona fueron siempre manipulados por parte de todos los interesados en ella. Para obtener el apoyo portugués se proyectó casarla con Juan, el heredero al trono. Pero la casaron con el duque de Guyena, hermano del rey de Francia. En ese momento ella tenía 8 años y el matrimonio no llegó a consumarse. Finalmente trataron de casarla con su tío el rey Alfonso V de Portugal, que también era mucho mayor que ella.

La infancia de Isabel, tampoco fue muy fácil. El Rey Juan II de Castilla había puesto sus dos hijos menores Isabel y Alonso al cuidado de un hombre recto, Gonzalo Chacón, comendador de Montiel, que estaba casado con una encantadora joven que luego resultó ser una de las criadas más cercanas de la infanta. El padre de Isabel murió cuando ella tenía sólo tres años y su madre cayó en un profundo pozo depresivo, así que su educación y la del hermanito menor Alonso, había quedado en manos de un consejo de regencia. Los niños se criaron poco menos que como huerfanitos de lujo. La niña vivía en una burbuja de inocencia y gozando de la felicidad del ignorante en un mundo perfecto. La crió la Señora Chacón, que tenía buen carácter, estaba siempre de buen humor y era extremadamente servicial. Además era muy inteligente, sagaz y estaba permanentemente informada de todo lo que pasaba en el reino… ¡y por aquella época pasaban tantas cosas!

La Señora Chacón fue una fecunda fuente de información confidencial para Isabel, quien le hacía preguntas que jamás se hubiera atrevido formular a cualquier otra persona. Hablaban con confianza, de mujer a mujer. La camarera, jovial y tranquila, le explicaba con lujo de detalles los espantosos hechos que la Infanta jamás hubiera imaginado que podrían ocurrir en este mundo, en su reino, y mucho menos en el seno de su propia familia. Así fue que con el tiempo, todos creían que la infanta estaba muy desinformada y ella pretendía no saber nada frente a los demás. Era la eterna historia repetida en casi todos los niños y jóvenes de todos los tiempos, que siempre saben mucho más de lo que el resto de la gente se imagina(4).

Para su hermanastro Enrique, Isabel siempre fue sólo una infanta más en el reino y la había ofrecido constantemente como moneda de cambio ante cualquier coyuntura que se le hubo presentado. A los siete años ya la propuso en matrimonio con el hijo de Juan II de Navarra para confirmar la paz. A los nueve años la ofreció a Carlos, príncipe de Viena para conseguir la alianza de los nobles castellanos, pero muy oportunamente se murió su pretendiente. A los trece años la ofreció a Alfonso V, pero en ese momento el rey de Portugal no la aceptó. Lo peor de todo lo hizo Enrique IV al ofrecerla a un viejo para que traicione a sus amigos, los partidarios de su hermanito Alonso y se pase al bando de los Enriquistas. Afortunadamente para Isabel, Dios se apiadó de ella y se llevó a Don Pedro de Girón al otro mundo cuando ya viajaba a Madrid para desposarla. Así llega Isabel al año 1468, milagrosamente soltera y sin compromiso, siendo la heredera oficial a la corona de Castilla. Pero todavia le quedaba un largo camino por recorrer, que no era un lecho de rosas precisamente.

El pacto de Guisando había dejado conforme a todos los bandos. El Rey Enrique IV se vengaba de las públicas infidelidades de doña Juana que "de un año a esta parte no ha usado limpiamente de su persona". Desconocía el monarca a su hija como propia “por el bien y sosiego del reino para atajar las guerras” y para que “en estos reinos no hayan de quedar ni queden sin legítimos sucesores del linaje del dicho señor rey”.

La nueva heredera Isabel recibía el principado de Asturias más las rentas de Medina del Campo, Huerte, Molina, Ubeda, Alcaraz y Escalona. Pero Isabel, a su vez, se comprometía a casarse con el consentimiento previo del rey de Castilla y de tres destacados nobles castellanos: Juan Pacheco, Alfonso de Fonseca y Álvaro de Estúñiga. El casamiento de Isabel pasaba a ser una cuestión de estado. Este no era un compromiso menor en el pacto de Guisando.

Castilla era el reino más importante, con más habitantes y riqueza que la suma de los demás reinos de la Península Ibérica. No es de extrañar que toda Europa se haya preocupado por el futuro casamiento de la heredera al trono.

Pronto surgieron grandes diferencias entre los magnates de la corte. El arzobispo Carrillo defendía el casamiento de Isabel con Fernando, heredero a la corona de Aragón y rey de Sicilia. De esta manera, Castilla se sumaría a la alianza antifrancesa. Por otro lado el Marqués de Villena y Juan Pacheco eran partidarios del casamiento de Isabel con el Rey Alfonso V de Portugal.

 

 

  El Casamiento de Isabel y Fernando

Isabel no cumplió con lo acordado. Desde principios de 1469, Gonzalo de Chacón y Gutierre de Cárdenas comenzaron a negociar en secreto el casamiento de Isabel con Fernando de Aragón, a sabiendas que el propio monarca y Juan Pacheco jamás lo aprobarían.

Isabel y Fernando no se casaron por amor porque ni se conocían personalmente. El se desplazó hasta Dueñas el 12 de Octubre de 1469 y ella llegó dos días después. Se vieron por primera vez en las casas de Juan de Vivero en el villa de Valladolid. Gutierre de Cárdenas le mostró a Isabel su futuro marido diciéndole simplemente “ése es”. El 18 de Octubre se casaron. Como eran primos, necesitaban una dispensa del Papa y utilizaron una bula falsa. Según Luis Suárez, “Aquella noche, marido y mujer consumaron matrimonio cumpliendo las rudas formas entonces acostumbradas. Para que hubiera evidencia de cómo la pricesa entregara su virginidad al marido y al reino, fue exhibida la sábana del tálamo, anulando de este modo el precedente que en sus dos matrimonios Enrique IV estableciera”.

La pública consumación de la boda no dejaba dudas sobre la virginidad, pureza y moralidad cristiana que supuestamente debía guardar una infanta como Isabel, ni la potencia sexual masculina de Fernando que tanto le faltaba al rey de Castilla, pero sorprendió y descolocó a todos los castellanos partidarios de la unión con Portugal. Aunque hubieran podido anular la boda porque se usó una bula falsa del Papa, la imagen pública de esa boda consumada hacía imposible un nuevo casamiento de Isabel con otro candidato.

Juan Pacheco fue el primero en desconocer el Pacto de los Toros de Guisando, por la violación de Isabel con respecto a lo acordado sobre su matrimonio. Consideró que el mal menor era volver a declarar a Juana como heredera al trono, a pesar de que ya la habían declarado hija ilegítima del monarca. El propio rey y gran parte de la nobleza Castellana estuvo de acuerdo y decidieron la boda de Juana con el Duque de Guyena, hermano del monarca francés, con el entusiasta apoyo de Luis XI, debido a sus conflictos con la familia de Fernando.

En Octubre de 1470 los monarcas castellanos juraron que Juana era su hija legítima y la declararon Princesa de Asturias. Los Mendoza se llevaron a la princesa Juana a Segovia. Isabel replicó acusando a su hermano de perjuro. Así comenzó una guerra civil de pequeñas batallas feudales en una época de malas cosechas, de inflación de la moneda circulante y mientras a la cabeza del reino estaba un monarca incapaz, débil y poco confiable.

Siguiendo la tradición Trastámara, Isabel comenzó una propaganda muy efectiva a su favor. En primer lugar cubrió sus espaldas y el 1 de diciembre de 1471 consiguió una bula de dispensa verdadera del Papa. Se resaltó que el padre de Fernando ganó la guerra civil de Cataluña. Se impuso definitivamente el mote de Juana la Beltraneja para destacar que la princesa no era hija del rey sino del amante de la reina, don Beltrán de la Cueva. Isabel consiguió el apoyo del arzobispo Alfonso Carrillo y hasta de los Mendoza que estaban a cargo del cuidado de Juana, quienes también la declararon hija ilegítima del rey y se cambiaron de bando.

Para mala suerte de Juana, se quedó sin candidato porque se murió el Duque de Guyena. Sus partidarios quedaron confusos, pero Juan Pacheco trataba de arreglar su boda con Alfonso V, monarca de Portugal. No se pudieron terminar las negociaciones porque Juan Pacheco murió en octubre de 1474.

Según don Ramón Carande, en la segunda mitad del siglo Castilla ya contaba con una postrada industria. Enrique IV era un decidido partidario a impulsar la producción textil. Tuvo todo el apoyo de los cristianos nuevos, como se llamaba en ese tiempo a los judíos conversos. El rey aceptó la demanda de los industriales, para que Castilla exporte a Gales e Inglaterra solamente un tercio de la producción de lana. Los grandes terratenientes y propietarios de rebaños se opusieron abiertamente a la autoridad del rey.

Durante todo el reinado de Enrique IV el poder de los judíos fue en declive y se dieron los primeros pasos encaminados a la gestación de la Inquisición. La violencia popular en contra de los conversos fue en continuo aumento. El estallido mas grave ocurrió en 1473, en el Valle de Guadalquivir. En la ciudad de Córdoba, casi todas las casas de los conversos fueron saqueadas y quemadas. Esta violencia se propagó a Montoso, Bujalance, La Rambla, Ecija, Andujar, Baeza y Jaén. Mosén Diego de Valera escribió: “todos juntos fueron robar é matar los conversos” Un año después, el ataque se extendió a la Meseta norte.

En la noche del 11 al 12 de Diciembre de 1474 murió Enrique IV en el alcázar de la villa de Madrid. La versión oficial fue que sufrió un flujo de sangre. Su hija Juana mandó una carta al consejo de la villa de Madrid diciendo que “le fueron dadas yerbas y ponzoña”. El cronista Diego Enríquez del Castillo escribió que el rey de Castilla “quedó tan desecho en las carnes que no fue menester embalsamarlo”.

Isabel desplegó una energía sorprendente para su edad y consiguió ser proclamada reina de Castilla en Segovia. Allí se dejó bien claro la concordia que Isabel era la reina propietaria de Castilla, lo que incluía la administración del reino. Fernando sólo recibió de la reina la facultad de gobernar conjuntamente con ella.

Como era de esperar, Portugal le declaró la guerra a Castilla, que duró cinco años. Isabel formó un nuevo ejército real, que no dependía del aporte de los nobles. Alfonso V invadió la cuenca del Duero, pero fue derrotado por el joven rey Fernando, quien tomó la iniciativa desde 1476 hasta la victoria en la batalla de Toro. Isabel y Fernando comenzaron sus célebres viajes por la comarca castellana para imponer el orden y la autoridad real. El rey portugués atacó nuevamente en 1479 y otra vez fue derrotado por Fernando en Albuera. La parte de la nobleza Castellana que había apoyado a la unión con Portugal, quedó descalificada.

En 1479 Fernando asciende al trono de Aragón. Isabel y Fernando no quisieron consumar oficialmente la unidad de los reinos bajo su Corona, tratando de evitar la suspicacia de los portugueses que hasta ese entonces se habían llamado “españoles”. Sin embargo, las grandes empresas comunes de Castilla y Aragón durante este matrimonio, fueron las bases suficientes para consolidar la unidad definitiva de sus reinos.

  El tratado de Alcáçovas

Los portugueses no pudieron evitar que Isabel fuera la reina de Castilla y su esposo Fernando también había asumido la corona de Aragón. Las dos coronas quedaban prácticamente unidas. Era un hecho consumado que Portugal y Castilla no podrían navegar en los océanos bajo una misma bandera.

Alfonso V había perdido la guerra en favor de Juana "la Beltraneja" y ahora debía controlar las pérdidas de ese desastre. La paz llegaría con el tratado de 1479. Previamente se reunieron el Alcántara la reina Isabel y la infanta Beatriz de Avís, por parte de Portugal. Se propuso cambiar la lucha entre las dos coronas por la cooperación. A Isabel le interesaba un acuerdo de paz perpetua con Portugal, como reconocimiento a la legitimidad de su corona. Portugal quería un acuerdo en torno a la navegación por el Atlántico, de manera que no hubiese discrepancias futuras en el dominio de las rutas ultramarinas.

Los documentos del Tratado se firmaron el la villa de Alcáçovas el 4 de septiembre de 1479. La Reina Católica lo firmó en Trujillo el 17 de septiembre y la ratificación solemne por parte de Castilla se hizo en Toledo el 6 de marzo de 1480. El acuerdo recibió la confirmación del papa Sixto IV por la bula Aeterni regis en 1481.

Portugal obtenía Madeira, las Azores, Cabo Verde y Guinea, mientras que Castilla recibía las Islas Canarias. Portugal se quedaría además con todas las tierras descubiertas y cuantas se hallasen en adelante "de las islas de Canaria para abajo contra Guinea". De esa manera, Isabel renunciaba a las conquistas en África y se comprometía a no enviar expediciones hacia aquellas zonas sin el consentimiento de los reyes de Portugal.

Al monarca Alfonso V le quedaba el camino libre para rodear Africa y concretar el gran negocio de las especies. A Isabel le quedaban las manos libres para expulsar definitivamente a los moros de Granada. Todos quedaron felices, pero nada se había acordado sobre la navegación océano adentro, hacia el Oeste.

 

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(1) 

El príncipe Don alfonso y su itinerario. La contratación de Guisando (146-1468), J. Torees Fontes, Editorial Universidad de Murcia, 1968 - Página 41 [Volver al Texto]

(2) 

Además de estos cien mil florines, Juana recibió otros cincuenta mil abonados por la tesorería del rey. AGS, Patronato Real, Legajo 49, folios 34 y 35 [Volver al Texto]

(3) 

Crónica de Enrique IV, L. Galíndez de Carvajal, Editorial de Juan Torres Fontes CSIC, Murcia, 1946 - Página 111 [Volver al Texto]

(4) 

La inquebrantable lealtad de Gonzalo Chacón y su esposa hacia Isabel, sería recompensada con creces. Los restos de la pareja reposan en San Juan de Ocaña y sus hijos consolidarían el linaje de los Fajardo en Murcia, llegando a ser los famosos marqueses de los Vélez. El tercer marqués de Vélez sería un amigo muy cercano de Antonio Pérez [Volver al Texto]