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Los reyes homosexuales de
Castilla
Mientras Fernando de Antequera
y Catalina de Aragón se repartían el reino de Castilla para gobernar sin
problemas entre ellos, la custodia del joven heredero quedó en manos de la
nobleza de servicio, Diego López de Estúñiga y Juan Fernández de Velazco.
Juan II fue declarado mayor de edad el 7 de marzo de 1419, cuando sólo tenía
14 años y al fin Castilla volvía a tener monarca. Un año antes lo habían
casado con María de Aragón, una hija de su tío Fernando de Antequera y hermana
de los Infantes de Aragón. El pobre chico, huérfano, casado y rey no tuvo
tiempo de ser niño.
El cronista Fernán Pérez de Guzmán decía de Juan II: “Tenía muchas gracias
naturales; era gran músico; tañía é cantaba é trovaba é danzaba muy bien”.
Otros estudiosos de su persona lo consideraban una persona sin carácter, débil
y pusilánime, lo que explica que estuviera dominado por otros, los cuales
lograban “apoderarse de su voluntad”. También lo llamaban rey de
tablero de ajedrez, porque era una figurita decorativa más que un protagonista
de su reinado.
Los historiadores y cronistas hubieran ahorrado mucho tiempo y esfuerzo con
tantas insinuaciones, si hubieran aclarado de entrada lo que todos sabían pero
no se atrevían a decir: Juan II era homosexual. Más precisamente, el rey era
bisexual. Esta preferencia por el mismo sexo o ambos, es hereditaria o bien lo
que siguió fue una tremenda casualidad histórica.
Álvaro de Luna era 15 años mayor que el rey. Nació como hijo bastardo de uno
de los sobrinos del papa Benedicto XIII. Su familia era de origen aragonés,
pero estaba al servicio de la corona de Castilla. Comenzó a trabajar como paje
del niño monarca cuando éste sólo tenía cinco años y en poco tiempo llegó a
ser el gobernante virtual de Castilla.
El cronista Alfonso de Palencia dijo: “Como quiera que el rey don Juan ya
desde su más tierna edad se había entregado en manos de don Álvaro de Luna, no
sin sospecha de algún trato indecoroso y de lascivas complacencias por parte
del privado en su familiaridad con el Rey”.
El cronista Gonzalo de Inojosa afirma que Juan II tenía un amor tan profundo
por Álvaro de Luna, “que no podía estar sin folgar con él, nin quería que
durmiese otro con él en su recámara”.
En consecuencia, los principales protagonistas de la historia del reinado de
Juan II fueron su amante masculino Álvaro de Luna contra sus primos y cuñados
los Infantes de Aragón que tenían el apoyo de la Liga de la nobleza
castellana. El drama estaba servido.
En Infante Enrique, en un golpe audaz se apoderó del palacio real y convirtió
al niño monarca en un rehén suyo. Este hecho histórico fue conocido como el
atraco de Tordesillas. Enrique contaba con el apoyo de importantes nobles
castellanos como el condestable Ruy López Dávalos, Garcí Fernández Manrique,
el adelantado Pedro Manrique y el obispo de Segovia Juan de Tordesillas. Ese
mismo año de 1420, Enrique convocó a las cortes de Ávila que reconfirmaron su
autoridad y además de casó con la Infanta Catalina, recibiendo el Señorío de
Villena. El golpe de estado parecía que se consolidaba con mucha
facilidad.
Álvaro de Luna no se quedó de brazos cruzados y trabajaba en las sombras con
gran habilidad. Fingió aceptar el sometimiento a Enrique. Aprovechando una
partida de caza, se escapó con el soberano Juan II y se refugiaron en el
castillo de Montalbán. Enrique, que se había declarado “protector” de la
monarquía castellana se quedó sin su rehén y además fue traicionado por su
hermano Juan, que se alió con Álvaro de Luna.
En 1422, Juan II de Castilla convocó a su Consejo Real al cual tuvo que
asistir Enrique, que en el curso del debate recibió fuertes acusaciones y
terminó encerrado en una torre del alcázar de Madrid. Álvaro de Luna y el
infante Juan se repartieron las posesiones de Enrique y sus aliados. Ya en
1423, Álvaro de Luna era nada menos que condestable de Castilla, título que
había ostentado hasta entonces el derrotado Ruy López Dávalos.
El hermano mayor de los Infantes, el rey Alfonso V de Aragón, llegó de Italia
a Barcelona en 1423 y pretendía liberar de la prisión castellana a su hermano
Enrique. También quería romper la alianza de su otro hermano Juan con su primo
y cuñado Juan II. Poco a poco se fue formando un clima bélico entre Castilla y
Aragón. Para complicar más el panorama político-familiar, murió el rey de
Navarra y el infante Juan asume el trono. Tres biznietos del primer Trastámara
ocupaban los tronos de Castilla, Navarra y Aragón, pero llevaban muy mal entre
ellos.
Mientras tanto el joven monarca Juan II que estaba casado desde hacía seis
años con la hermana de los Infantes, fue padre de un niño en 1425 al que
llamaron Enrique, que sería Príncipe de Asturias y heredero de la corona de
Castilla.
En 1427, el rey de Aragón ya se había enfrentado al de Castilla pero ya estaba
reconciliado con el de Navarra y el tercer hermano Enrique fue liberado de la
prisión castellana, recibiendo compensaciones económicas por los bienes que le
habían confiscado. Álvaro de Luna fue "desterrado" a la villa de Ayllón. El
llamado partido aragonés de los Infantes estaba ganando terreno
nuevamente.
En Castilla se presentó entonces una especie de vacío de poder porque
Juan II era incapaz de manejarse por sí mismo. Tres meses bastaron para
obligar a una urgente reconciliación entre Alfonso V y sus hermanos con Álvaro
de Luna, quien regresó de su destierro con gran pompa y demostración de
riqueza.
Se formó el Consejo Real de Castilla, que tomó funciones administrativas y
judiciales. Estaba formado por dos obispos, tres nobles y dos doctores. El rey
seguía siendo un títere y los Infantes de Aragón pretendían gobernar Castilla
a través de su influencia en el Consejo. También contaban con Álvaro de Luna,
pero la reconciliación no duraría mucho tiempo.
Para mediados de 1428, el condestable Álvaro de Luna ya había comprado la
voluntad de la mayoría del Consejo Real y gobernaba con mano de hierro
cubierta de terciopelo. Dando muestras de gran habilidad, se puso al frente de
la nobleza castellana. A través de las cortes de Illesca en 1429, había
conseguido el dinero para gastos militares, en teoría contra los moros. De
hecho, Alfonso V estaba en pie de guerra y sus ejércitos invadieron Castilla,
pero se vieron obligados a replegarse.
No se trataba sólo de una pelea entre parientes. Al partido aragonés de los
Infantes con su política exterior dirigida al expansionismo hacia el
Mediterráneo e Italia, se oponía el grupo monárquico de Álvaro de Luna, con su
política exterior dirigida a Portugal y Francia. En otras palabras, unos
quería usar los recursos de la exportación de la lana de Castilla para
conquistar Europa y los otros los querían para beneficio de los castellanos
solamente. Ninguno de los dos partidos pretendía industrializar las
hilanderías españolas.
El rey aragonés tuvo que pedir la paz, firmada en Julio de 1430, conocida como
las treguas de Majano. La victoria de Álvaro de Luna sobre los Infantes
de Aragón fue completa. En el Consejo Real ya se había decidido el reparto de
los bienes de los Infantes y de algunos de sus seguidores.
Todos los parientes del rey fueron eliminados de los puestos de mando y
también se reemplazaron a los nobles de la grandeza. Las verdadera
autoridad de Castilla era Álvaro de Luna, ayudado por Pimentel y Manrique.
Surgen tres nuevos linajes de grandeza con las promociones de Pedro
Fernández de Velazco, Pedro de Stúñiga de Ledesma y Pedro Ponce de León.
El sistema establecido por el primer Trastámara, Enrique II, había sufrido un
cambio fundamental y cualquier noble o simple caballero ya podía aspirar a un
título de grandeza. Sin saberlo, Álvaro de Luna estaba creando un
formidable precedente que sería el sueño y la esperanza de innumerables
conquistadores, en tantos lugares distantes, todavía desconocidos por los
europeos: "No hay aplazaos, ni escalafón, los inmorales nos han igualado.
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón".
A partir de 1430, se abrió un nuevo camino de ascenso y promoción, que
multiplicó el número de títulos y señoríos en los próximos doscientos
años. Al final, la sociedad española se hizo esencialmente nobiliaria. El
móvil principal de todas las luchas políticas sería de allí en adelante,
conseguir el título de señor, conde, marqués o duque. El sueño de casi todos
los españoles con dos dedos de frente, fue desde entonces alcanzar la bella
fama nobiliaria que le permitiera disfrutar de la buena vida sin hacer ningún
esfuerzo. Un triunfador era el que alcanzaba la grandeza y el verdadero
trabajo quedaba para los peregiles. Desde entonces cualquiera podía
ser un señor en Castilla.
En todos los pueblos actuales de Latinoamérica sin excepción, se debería
festejar el aniversario del año 1430, como el nacimiento de la idiosincrasia
nacional. ¿No es interesante leer y comprender la historia? Este tema está
ampliamente analizado en el Capítulo VII del libro "Nobleza y Monarquía" de
Luis Suárez Fernández (La esfera de los libros SL, Madrid, 2003).
Álvaro de Luna había quedado viudo de su primera esposa y en Enero de 1431 se
casó con Juana Pimentel, hija del conde de Benavente y sobrina del adelantado
Pedro Manrique. Así comenzó un "gobierno civil" en nombre de rey, que como
siempre, seguía siendo una figurita decorativa. El valido se dio el lujo de
hacer su propia campaña contra los moros y ese mismo año obtuvo la victoria en
La Higueruela.
En 1534 Alfonso V de Aragón regresó a Italia y Álvaro de Luna consiguió que su
hermano Juan de Cerezuela fuera nombrado arzobispo de Toledo. El mismo se
adjudicó la orden de Santiago y los éxitos se sucedían. La hegemonía en el
gobierno de Álvaro de Luna, era tan evidente que ya se confundía con la
autoridad del rey y finalmente provocó el descontento de innumerables linajes
tradicionales de la nobleza en Castilla, incluyendo hasta los favorecidos como
Manrique, Pimentel y Enríquez.
El adelantado Pedro Enríquez fue detenido en 1437 y su villa de Medina de Río
Seco se convirtió en un centro de rebelión. La resistencia de la nobleza fue
tomando cuerpo lentamente pero con fuerza. Juzgaban que la política de Álvaro
de Luna ya estaba perjudicando a sus intereses y empezaron a acercarse
nuevamente a los Infantes de Aragón.
La gota que rebalsó el vaso, fue que el príncipe heredero Enrique ya tenía 14
años y también era homosexual, hasta más descaradamente que su padre. Además,
su amante Juan Pacheco empezaba a demostrar ambiciones políticas. Dos
generaciones seguidas con el mismo problema, era mucho más de lo que la
oligarquía y la nobleza castellanas estaban dispuestos a soportar.
Juan de Navarra comenzó a tomar fuerza en Castilla y en 1439 se celebró una
conferencia en Castronuño, donde se decidió el "destierro" de Álvaro de Luna
por seis meses en su villa de Escalona. No dejaron de ser unas merecidas
vacaciones, porque en la corte de Juan II seguían gobernando sus hombres de
confianza. Pero fue un precedente que alentó a la nobleza en rebeldía.
Como era de esperar, en 1441 los Infantes de Aragón lograron la sentencia de
Medina del Campo que ordenaba un nuevo "destierro" para Álvaro de Luna, esta
vez por seis años. Esa era la parte fácil de conseguir. Lo difícil era que el
rey lo aceptara voluntariamente. En realidad Álvaro de Luna no estaba
sentenciado a salir fuera de Castilla. Decían "destierro" para evitar decir
"divorcio" o separación física del rey. En la sentencia le prohibían
específicamente a Álvaro de Luna que le escribiera cartas o enviara mensajes a
Juan II.
Comenzó una buena época para Juan de Navarra, que tenía al rey de Castilla
poco menos que prisionero y gobernaba a través del Consejo Real, del que
también formaba parte su hermano Enrique. Se creía el nuevo hombre fuerte
del gobierno y demostró cierta arrogancia, lo que alimentó muchas envidias y
rencores en el resto de la nobleza. Tras quedar viudo de su primera esposa,
Juan de Navarra se casó en 1443 con Juana Enríquez, que fue madre del futuro
rey de Aragón Fernando el Católico. En la Edad Media era admirable la suerte
de tantos hombres, que se quedaban viudos en los momentos más convenientes de
sus vidas.
El único hilo suelto en el plan de los Infantes de Aragón fue Juan Pacheco,
que provenía de una familia nobiliaria de origen portugués. Sin duda era el
amante favorito del príncipe de Asturias y contaba con toda su confianza. A
finales de ese mismo año se juntaron Juan Pacheco, Álvaro de Luna y el obispo
Lope de Barrientos. Formalizaron el bando monárquico (se debería llamar
el bando rosa) para oponerse al partido aragonés de los
Infantes.
Comenzó entonces una guerra de los más extraña, que fue una verdadera
mariconería. Se peleaban por aquí y por allá, ganaba uno u otro bando y
decretaban alguna tregua pero igual seguían con las hostilidades. Todo terminó
el 19 de mayo de 1445 con la Batalla de Olmedo, de la cual el cronista Pérez
de Guzmán nos cuenta: los unos e los otros pelearon tan valientemente que
la victoria estuvo muy dudosa. En la batalla participaron como ocho mil
"valientes" soldados pero sólo hubo 22 muertos. Debe ser verdad que la
victoria estuvo muy dudosa.
Lo cierto es que el rey Juan II envió cartas a todas las ciudades y villas de
su reino: "haciéndoles saber la victoria que Dios le había dado, por la
cual en todo el Reyno se hicieron grandes alegrías", según relata el
susodicho Pérez de Guzmán. Después se procedió al reparto de los despojos de
los Infantes y todas sus posesiones y títulos cambiaron de mano por enésima
vez.
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