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Historias de Entre Rios
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  Libro I
Capítulo 6
Los Trastámaras

 

La historia de España es una sucesión de distintos períodos de tiempo, con su particular sistema de vida y de gobierno, que duran desde una guerra civil hasta la siguiente. Hay que entender que España no evoluciona con el tiempo. Salta de un orden establecido al otro, por medio de revoluciones internas.

El período que transcurre entre la guerra civil de 1366/69 y la de 1475/78, fue determinante para el futuro de España y sus conquistas. Se perfeccionó en ese tiempo un modelo efectivo para dar golpes de estado. Se instituyó la propaganda para desprestigiar a la autoridad legítima y promover la sustitución ilegal como la mejor opción para toda la población. Por último, se perfeccionó el sistema de consolidación de la nueva autoridad, usando y repartiendo adecuadamente los beneficios del poder.

Hasta finales de la Edad Media no hubo regimientos, divisiones o cuerpos permanentes. Cuando se convocaba a un ejército feudal, cada vasallo viajaba hasta el lugar de encuentro con los caballeros, arqueros e infantería que le habían solicitado. Una vez en el punto de encuentro, los contingentes eran reagrupados según su papel. Los caballeros y sus escuderos marchaban juntos, al igual que los arqueros y la infantería.

Ser soldado mercenario era una profesión respetable. Los guerreros emprendedores formaban compañías de mercenarios que permitían a un señor rico o a una ciudad, la contratación de tropas ya listas y formadas para combatir. A menudo se las describía por el número de lanzas del que disponían. Este sistema dio origen al término "freelance".

Recién en 1439, Carlos VII de Francia creó las Compañías Reales de Ordenanza, que eran pagadas con el dinero de los impuestos y fueron incluidas en el presupuesto anual. Cada compañía tenía una dotación establecida de hombres. Este fue el inicio de los modernos ejércitos nacionales permanentes de Occidente.

La estrategia militar medieval se centraba en el control de las fuentes de riqueza y la ocupación de las tierras. Esto equivalía básicamente a destruir o defender los campos, ya que toda la riqueza medieval tenía su origen en la labranza, en los pastos y las ovejas. Las batallas campales eran desordenadas, generalizadas, sangrientas y se producían para poner fin a la destrucción provocada por las invasiones enemigas.

  Causas y consecuencias de la Guerra de los Cien Años

Este segmento de la historia española tiene como telón de fondo a la “Guerra de los Cien Años” (1338-1453) entre Francia e Inglaterra. Hasta allá llegan las raíces más profundas de los orígenes de la revolución industrial.

Hilandería La industria textil era la más importante de aquella época. La evolución y el perfeccionamiento de la rueda de hilar, fue la novedad técnica que comenzaría a dividir al mundo entre países tejedores y productores de lana. Con el tiempo, se convertirían en países ricos industrializados y países pobres productores de materias primas.

Hacia el año 1300 los principales centros de producción de paños estaban en ciudades del sur de Flandes: Saint-Omer, Ypres, Douai, Arras o Lille. Los Países Bajos no producían lana y la tenían que importar de Inglaterra en su mayor parte.

En 1336 Inglaterra prohibió las exportaciones de lana, para ruina de los artesanos flamencos. Dos años después estalló la guerra, que fue una interminable sucesión de conflictos. Esta pugna acabó arrastrando a otros reinos occidentales, por lo que puede ser considerada la primera gran guerra continental europea.

La reclamación de los derechos de Eduardo III de Inglaterra al trono de Francia, tradicionalmente fue considerada el origen de la guerra. En realidad estalló debido a diferentes razones político-económicas, como el control de la rica zona de Guyena o Gascuña. Por encima de todo, la chispa del conflicto fue Flandes y su dependencia económica de la lana inglesa. Después de 114 años concluyó la guerra, con la retirada definitiva de los ingleses del territorio continental europeo.

Inglaterra no sólo dejó de exportar lana a Flandes, sino que incrementó la ganadería ovina. Al mismo tiempo fueron llamados artesanos flamencos, que se desplazaron a Inglaterra para poner en marcha la pañería de aquel país. En 1350 los paños ingleses ya eran muy estimados en toda Europa. Hubo, ciertamente, un estancamiento de las exportaciones a causa de los conflictos internacionales, pero la pañería inglesa se recuperó muy pronto. La producción textil de Inglaterra supo adaptarse con gran rapidez a las novedades técnicas y se caracterizaba por su gran dispersión geográfica. Los principales centros productores eran, al filo del año 1400, Bristol, Salisbury y Winchester.

La amarga experiencia de Flandes, dejó una enseñanza histórica que se convertiría en la política internacional de todos los países productores, que a cualquier precio debían evitar que los países proveedores de materia prima desarrollen su propia industria. Este principio fundamental de supervivencia es una constante en la historia de las relaciones internacionales.

En la península Ibérica fueron tempranos los inicios de la pañería en tierras catalanas. Las más antiguas ordenanzas conocidas que tengan relación con la producción textil, son las de los trabajadores de la lana de la ciudad de Barcelona, que están fechadas en el año 1308. Unos años después ya habían adquirido justa fama los "paños negros" de Perpiñán, pero también los tejidos de Tarrasa, Barcelona, Puigcerda o Vic. Por lo demás, pronto comenzó Cataluña a exportar tejidos, básicamente en dirección al norte de África y hacia las islas del Mediterráneo, es decir, hacia las áreas por donde discurría su expansión política.

La industria de la seda, concentrada en el norte de Italia, era mucho menor que la de la lana pero dejaba grandes márgenes de ganancia. Había importantes centros sederos en tierras hispanas, principalmente en la en zona cristiana de Valencia y en territorio musulmán de Granada.

Después del triunfo de la revolución Trastámara, en pocos años Castilla se hizo importadora de tejidos. Desde entonces no consiguió despegar como potencia textil. Quedaron algunos núcleos productores como Toledo, Cuenca, Segovia, Murcia o Úbeda, ciudades en donde se fabricaban tejidos de baja calidad para el consumo local.

  La Peste Negra

En 1338 comenzó la primera guerra continental europea, pero las desgracias no vienen solas. La Peste Negra arrasó en 1348 casi toda Europa, como una ola de dolor y muerte. Llegó además en el momento más inoportuno, junto con la guerra, el hambre y las malas cosechas. Peor que 115 años de guerra, este azote de la humanidad duraría cinco siglos, reapareciendo de tanto en tanto con mortal eficiencia.

La enfermedad era probablemente una variedad de la peste bubónica, que aún afecta entre 1.000 y 3.000 personas por año. Sin embargo, si es detectada tempranamente puede ser curada con antibióticos. Pero en aquella época fue la epidemia más virulenta en los anales de la humanidad. Giovanni Boccaccio, en su prefacio de "El Decameron", estimó que solo en Florencia murieron 100 mil personas entre los años 1348 y 1349. Hecker calcula el número de víctimas en 25 millones, un cuarto de la población de Europa en los primeros ocho años.

Un monje agustino de Anger en 1348 escribió lo siguiente en "La Petite Cronique de St. Aubin": Los más escupían sangre, otros tenían en el cuerpo manchas rojas y obscuras y de éstos ninguno escapaba. Otros tenían apostemas o estrumas en las ingles o bajo las axilas y de éstos, algunos escapaban... y hay que saber que estos enfermos eran muy contagiosos y que casi todos los que cuidaban los enfermos, morían, así como los sacerdotes que recogían las confesiones

La peste tomó su nombre de uno de sus más terribles síntomas, las dolorosas lesiones de aspecto negruzco en la piel que exudaban sangre y pus. Las víctimas eran presa de una fuerte fiebre y deliraban. La mayor parte moría en un plazo de 48 horas. Guy de Chauliac escribía en 1348: El padre no visitaba al hijo ni el hijo al padre, la caridad estaba muerta y la esperanza destruida. Los médicos no osaban visitar a los enfermos por miedo a quedar infectados.

Se exponían los cadáveres a la puerta de las casas y a veces los tiraban por las ventanas porque no tenían a nadie para enterrarlos. Los enterradores fueron los primeros en caer víctimas de la peste. Bandadas de niños vagabundos, de ladrones y asaltantes recorrían los pueblos y caminos.

La medicina de la edad media había fracasado contra esta enfermedad y la mayoría de los médicos murieron a causa de ella. Las medidas preventivas y terapéuticas, como el empleo de fuego, el ahumado, la sangría o las dietas, demostraron ser ineficaces. Las ciudades intentaban protegerse con medidas de política sanitaria. El 20 de marzo de 1348, se ordenó en Venecia que la tripulación de los barcos en su puerto permaneciera a bordo durante 40 días antes de desembarcar, debido a que se pensaba que la incubación de la enfermedad duraba ese tiempo. Así nació el término cuarentena para describir el aislamiento de cualquier ser vivo con sospechas de tener una enfermedad contagiosa.

El Papa ordenó que todos los fieles, cuando estornudara un pestoso le dijeran: "Que Dios te bendiga". Finalmente, la costumbre popular terminó siendo que cuando cualquier persona estornuda se le diga “salud” como buen augurio de que ese estornudo no fue provocado por la enfermedad.

Los focos crónicos de peste bubónica más antiguamente conocidos, fueron en las estribaciones del Himalaya entre India y China, el de Africa Central en los Grandes Lagos y los múltiples focos extendidos por las estepas de Eurasia desde Manchuria a Ucrania.

Parece que la epidemia provenía de Asia, probablemente de la India. Hay indicios que llegó a Europa con los navíos genoveses. Las tripulaciones se habrían contagiado en Kaffa, ciudad de la península de Crimea, al norte del Mar Negro hasta donde llegaban desde el Mediterráneo para comerciar los productos de oriente.

Desde Italia, la peste alcanzó en 1348 la Provenza, el Languedoc, La Corone de Aragón, Castilla, Francia y el centro de Europa. En 1349 y 1350 se extendió por Inglaterra, el norte de Europa y Escandinavia. Sólo los Países Bajos, el Béarn, Franconia, Bohemia, y Hungría pudieron escaparse total o parcialmente a los devastadores efectos de la peste. Hasta en la guerra se suspendieron las hostilidades durante estos tres años.

El descenso demográfico fue realmente terrorífico. En algunas zonas de Alemania, entre 1348 y 1352 se perdieron los antiguos dueños de las dos tercera partes de las propiedades agrícolas. Después de la primera ola de la peste, cuando ciudades enteras fueron arrasadas, los sobrevivientes olvidaron la relación social entre el señor feudal y sus siervos. Entonces tomó fuerza el proceso de liberación del trabajador rural. Una vez extinguido el primer ataque de la epidemia, se produjo una emigración masiva del campo a la ciudad. Se abandonaron las granjas debido a la imposibilidad de hacerlas productivas. En toda Europa se marca el fin de la época agraria y el comienzo del predominio de la ciudad. Una profunda crisis económica y social afectó a todo el Occidente.

En toda España el despoblamiento debilitó la defensa de los territorios. Se produjo la defunción de relevantes personalidades de la vida política, notarios, juristas, religiosos, y médicos. Hubo ocupación ilegal de casas abandonadas y muchos campos quedaron sin propietarios. Las fincas deshabitadas eran saqueadas. Se abandonaban las labores del campo, de albergues y de tierras sin herederos. Hubo matanza de Judíos porque los culpaban de haber provocado las epidemias y acusaciones por motivos semejantes se hicieron contra los peregrinos.

En Navarra, el descenso demográfico provocado por las pestes de 1348 y 1362 fue de 78%. Esta caída vertiginosa se agravó como consecuencia de los brotes epidémicos que se produjeron también en 1381, 1383, 1384, 1386 y 1411.

Después de la aparición de la peste, ya sea por esta enfermedad o bien por la falta de médicos, muchos monarcas sucesivos murieron muy jóvenes en Castilla dejando herederos niños, que eran reemplazados por regentes temporales que no ayudaban a mejorar la estabilidad, ni aseguraban la continuidad política del reino.

Hubo una enorme disminución de las rentas públicas. Las autoridades hicieron concesiones de dispensas para contraer nuevas nupcias y de otros privilegios con la finalidad de atraer repobladores. Hasta se estableció una legislación severa para obligar a concluir los contratos laborales establecidos con anterioridad a la peste. Todo esto provocó una gran resistencia señorial, que se oponía a los nuevos cambios y al traslado de la población. La nobleza de todos los reinos españoles estaba en total desacuerdo con todas estas medidas políticas de emergencia. Aunque hubiera menos gente, querían mantener el orden establecido.

En los campos de Castilla faltaba gente para mantener la producción agrícola. El pastoreo de las ovejas requería menos mano de obra y la demanda de lana en Flandes seguía firme, porque ese territorio fue menos afectado por la peste. Todos los propietarios de los diferentes señoríos castellanos, tenían en el exportación de lana casi el único recurso para mantener sus rentas.

El rey castellano Alfonso XI tenía sitiada a Gibraltar en su guerra contra los moros, cuando vio a su ejército afectado por la peste. El mismo rey cayó víctima de la plaga a los 38 años de edad el 26 de marzo de 1350 y fue sucedido por el príncipe heredero que recibió el nombre de Pedro I.

La disminución de las rentas señoriales produjo la petición al monarca de exenciones tributarias. En un sentido paralelo, la disminución de ingresos impidió a amplios sectores de la burguesía urbana hacer frente a las deudas que debían pagar a los prestamistas judíos.

Para hacer frente a los efectos devastadores en la economía y el orden social de la Peste en el reino de Castilla, Pedro I reunió cortes en Valladolid en el año de 1351. Una de las consecuencias del retroceso demográfico fue el aumento de los precios y las reivindicaciones salariales de los campesinos y menestrales. Ello obligó al rey a fijar el precio de los jornales de los trabajadores del campo. La nobleza estaba muy disgustada con estas medidas del monarca.

  Los peregiles

Pedro I El rey de Castilla Pedro I, tras varios años de guerra civil fue destronado y asesinado. En su reemplazo se coronó en 1369 a Enrique de Trastámara, que era uno de los hijos ilegítimos que Alfonso XI había tenido con su amante, la bella dama Leonor de Guzmán. Al enterarse en Inglaterra, el príncipe Eduardo de Gales se preguntó ¿cuándo se ha visto que un bastardo sustituya a un rey coronado?

Mucha gente en Castilla se hacía la misma pregunta, por que todavía no estaban familiarizados con el golpe de estado y veían con buenos ojos al monarca Pedro I. Le eran fieles y leales porque el rey era la última instancia para defenderse de los abusos de las oligarquías nobiliarias locales, como quedó demostrado en las cortes de Valladolid. Los revolucionarios triunfantes, si bien coronaron a Enrique II para reemplazar a su hermanastro asesinado, tuvieron que justificar los hechos tanto para el exterior como hacia el propio pueblo de Castilla. Mucha gente no estaba de acuerdo, así que desplegaron una propaganda genial y tuvieron un éxito formidable.

Dijeron que Pedro I no era hijo verdadero del rey Alfonso XI. Afirmaban que la reina María había alumbrado a una niña y para garantizar la sucesión al trono la cambiaron por el hijo de un judío llamado Pedro Gil. Mataron dos pájaros de un tiro, por que en la España medieval un hijo ilegítimo del rey, era mucho mejor opción como monarca que el hijo de un judío. El problema era cómo diseminar un rumor tan inconcebible.

A los partidarios de Pedro I se les empezó a llamar peregiles como referencia a Pedro Gil, que desde entonces es sinónimo de ingenuo, término despectivo para cualquier persona en casi todos los países de habla hispana. Quienes creían lo que era más lógico y hasta evidente, pudieron ser acusados de cándidos peregiles por aquellas personas que misteriosamente estaban bien enteradas y conocían la verdad oculta, aunque fuera absurda. En todo el mundo de influencia hispana, hasta el día de hoy nadie quiere pasar por tonto desinformado. Como era de esperar, por más de seis siglos esta mentalidad resultó campo fértil para la propagación efectiva de toda clase de rumores, hasta los más opuestos al sentido común. Los tangos argentinos del siglo XX todavía utilizaban el término gil con el mismo significado. La campaña tuvo un éxito gigantesco, para envidia de los creadores de imagen de toda la historia.

Del finado se dijo: "aquel mal tirano que se llamó rey". Se escribieron frases como: "el bien público está por encima del bien privado" y "aquello que nos atañe a todos, por todos debe ser decidido". ¿Querían una sociedad más abierta? No, simplemente reemplazaron un rey por otro rey y a la nobleza por otra nobleza. Solamente cambiaron las personas beneficiadas, dejando todo lo demás igual que antes. Esta propaganda grandilocuente seguirá siendo efectiva a través de los siglos. No hay nada nuevo bajo el sol. No en vano la revolución Trastámara, casi coincide con el final de la Edad Media y el comienzo de la Historia "Moderna".

También se dijo: "quebrantaba la justicia, haciendo caso omiso de las leyes, fueros, cartas, privilegios, buenos usos y costumbres que significaban las libertades del reino". ¿Qué otra autoridad era diferente a finales de la Edad Media?. Esta acusación se podía aplicar a casi cualquier rey, príncipe o simple señor feudal. Sin embargo funcionó bien por muchos siglos, a pesar de que había que ser muy peregil para creer los argumentos de ideales tan irreales como imposibles. Al repetir y repetir cualquier mentira una y otra vez al final parece verdad, lo cual es la definición de propaganda.

A Pedro I se lo conocería para siempre como "Pedro el Cruel". Es cierto que había mandado a asesinar a su esposa, Blanca de Borbón. Eso no era ninguna novedad en el contexto histórico de los reyes, príncipes y señores medievales. Como no había divorcio y la anulación por el Papa era muy complicada, algunas veces las hacían que decapitar oficialmente, las asesinaban ilegalmente o las envenenaban secretamente. Hasta casi dos siglos después, Enrique VIII de Inglaterra mató a varias de sus esposas porque no le daban un hijo varón y nadie dijo nada, al contrario, lo aceptaron como cabeza de la Iglesia Anglicana en reemplazo de la autoridad del Papa y lo primero que hizo fue oficializar el divorcio.

  Las Mercedes Enriqueñas y el Golpe de Estado

En Castilla había un vasto proceso de interacciones entre una monarquía que se construía y una nobleza que aspiraba a ejercer el poder social. Existía un enfrentamiento constante entre el monarca y los señores territoriales. La sociedad española estaba compenetrada por el "espíritu de caballería" al estilo del Quijote de la Mancha. Castilla era un país de Hidalgos que estaban entre el sacrificio de lo heroico y la nostalgia de una vida más bella, de fama y riqueza. Las peleas familiares y entre los linajes eran permanentes.

La nobleza estaba impulsada por dos tendencias contradictorias. Por un lado necesitaba la afirmación real y por otro quería limitar al soberano en un circulo estrecho de deberes y derechos a favor de privilegios para los linajes nobles.

Las oligarquías urbanas solamente estaban representadas en las cortes, que vendría a ser un embrión de Asamblea Representativa. Se reunían sin plan en el tiempo y en diferentes lugares. Eran convocadas por el rey para discutir los problemas comunes, principalmente los referidos a la recaudación de impuestos. Los "regidores" de las principales ciudades acudían a las cortes a defender sus intereses locales.

Los señoríos eran heredados por un solo hijo. Con el tiempo se fue agrandando una nobleza desheredada pobre, pero con demasiado orgullo como para trabajar: "se gasta lo que se debe, aunque se deba lo que se gasta". El noble tenía que ser despilfarrador y desinteresado del dinero. Sólo alguien de la plebe podía darse el lujo de ser trabajador, ahorrador y hasta tacaño. El buen hidalgo puede pasar hambre, pero saldrá de su casa hurgándose los dientes para disimular que desayunó. Muchos de estos nobles menores serían los caballeros que acompañaron a Enrique II en la guerra civil contra su hermanastro.

Una vez ganada la revolución, atacaron a todos los adversarios de Enrique II a través del desprestigio, la cárcel, el destierro o la muerte. Pero eso no era suficiente para mantener a la nueva autoridad. El golpe de estado se tuvo que hacer con gente que peleó o colaboró en las guerras. Entonces esperaban un premio y ése es el fundamento de las mercedes enriqueñas. Una merced es un "favor" que concedía el líder revolucionario para agradecer la colaboración, para comprar las voluntades de los indecisos o simplemente para favorecer a sus parientes y amigos.

Los más beneficiados con la Revolución Trastámara fueron los “nobles inferiores”, que ayudaron a Enrique desde un primer momento a conquistar el trono. A dicho grupo se lo denominó la nobleza de servicio . Ellos fueron: Pedro Fernández de Velazco, Alvar García de Albornoz, Fernán Sánchez de Tovar, Juan Núñez de Villazán, Pedro Suárez Quiñones, Pedro Ponce, Pedro González de Mendoza, Gonzalo Fernández de Córdoba y Garci Álvarez de Toledo. Pedro López de Ayala, que comenzó la guerra del lado de Pedro I, luego se pasó al bando de Enrique II y por eso también recibió su merced. Quedaron registradas para la historia, numerosas concesiones menores, en beneficio de un alto número de caballeros que habían prestado su ayuda al Trastámara.

La mayoría de las mercedes enriqueñas fueron concedidas antes de 1371, que fue cuando se consolidó Enrique II en el poder. Sin embargo, con posterioridad también se hicieron concesiones a Pedro González de Mendoza, Fernán Sánchez de Tovar, Juan Núñez de Villazán y Fernán Pérez de Andrade. La merced más significativa de esos años fue realizada a favor del almirante Ambrosio Bocanegra, que recibió la villa de Linares. Enrique II entregó a su hijo bastardo Fadrique la villa de Benavente. Juan López de Estúñiga recibió en 1377 el señorío de Bañares. Diego Gómez Manrique recibió en 1379 la villa de Ocón.

La revolución Trastámara no solamente produjo un derrocamiento del rey, sino un recambio de la nobleza. Sucumbieron los linajes "antiguos" que habían prevalecido por muchos siglos. Se creó una "nueva" nobleza que basaba su poder en los señoríos jurisdiccionales. Un siglo después de esta revolución, ninguno de los títulos de grandeza nobiliaria era anterior a 1366.

Todos los cambios de gobierno no son un golpe de estado. La mayoría de las veces son una sucesión dentro del orden establecido, como cuando el heredero legítimo reemplazaba al monarca fallecido. Golpe de estado implica un derrocamiento de las autoridades establecidas o de los herederos legítimos, con un cambio generalizado de los beneficios del poder. Se comienza con la "legitimación" del golpe de estado a través del desprestigio propagandístico de la autoridad constituida o del heredero legítimo. Una vez consumado el derrocamiento, se produce el reparto del beneficio del poder. Este hecho se repite una y otra vez a lo largo de toda la historia de España y en sus territorios conquistados. La institucionalización del golpe de estado es la metodología exitosa de la familia gallega de Trastámara.

Los golpes de estado se justifican con ideales utópicos y promesas imposibles, que por supuesto caían en el olvido después el reparto de la torta del poder. Las nuevas autoridades se consolidaban a través de las mercedes y se sucedían entre ellos hasta el próximo golpe de estado. Este concepto no ha variado con el tiempo.

Permanentemente existían fermentos para producir un golpe de estado, como la nobleza menor empobrecida, oligarquías ignoradas o resentidos en general. Sin embargo, estos ingredientes solos no producían ninguna revuelta organizada. La chispa que provocaba la explosión era algún interés económico muy poderoso - local o extranjero - que estaba siendo seriamente afectado por las decisiones de la autoridad establecida.

  La lana de Castilla

Un hecho histórico innegable es que antes de este golpe de estado, Castilla era productora textil y en un par de décadas resultó importadora de paños. Lo demás, son fábulas históricas para consumo de los peregiles. El error fundamental que le costó el trono y la vida a Pedro I, es que se creyó el cuento que era un rey absoluto.

Cuando Pedro I ascendió al trono en 1350, ya hacía doce años que se había consolidado una relación comercial con Flandes para reemplazar el abastecimiento de lana de Inglaterra, que no excluía el apoyo militar. Castilla y Flandes estaban unidas por un vínculo inamovible que duraría varios siglos. La oligarquía textil de Flandes y la nobleza pastoril ovejera de Castilla estaban hermanadas. Ningún monarca se podía interponer entre ellos. La lana de los señoríos debía ser exportada a Flandes, con beneficio para los señores feudales y la nobleza local. El golpe de estado Trastámara se produjo para amalgamar esta relación.

Hubo una perfecta congruencia entre el predominio nobiliario y la estructura económica del reino de Castilla. Después de la peste, gran parte del campo estaba ocupado por las pasturas para la ganadería ovejuna. Durante los próximos dos siglos, la lana fue el principal producto de exportación y sus precios marcaban el índice de la prosperidad.

Desde 1273 la ganadería ovejuna castellana había formado “la Mesta”, que era una organización dotada de poderes judiciales para garantizar los derechos de los pastores y regular el tránsito por las cañadas. Poco a poco la riqueza lanar fue considerada como riqueza pública del reino, antes que riqueza particular. El “Honrado Consejo de la Mesta amplió con el tiempo el ámbito de su jurisdicción y se transformó en una gran fuerza sociopolítica, enteramente al servicio de la nobleza que la controlaba. El desarrollo de la economía favoreció las Ordenes Militares Calatrava, Alcántara y Santiago. Esta última les permitió la explotación de regiones más extensas, producto de la reconquista.

Hacia el año 1400, Castilla ya superaba en territorio, población y riqueza a todos los demás reinos cristianos juntos. Los documentos extrapeninsulares comenzaron a usar indistintamente los nombres de Castilla y España como si fueran lo mismo. Castilla era el único reino capaz de bastarse a sí mismo en materia alimenticia, pero sus exportaciones consistían casi exclusivamente materias primas.

Los beneficios del comercio quedaban en las manos de los señores, quienes se convirtieron en un freno a la creación de la industria, que florecía en otras regiones de Europa. Los nobles tenían tierras y ganado, además de rentas jurisdiccionales sobre los caminos. Se opusieron abiertamente a las limitaciones de exportación de materias primas y a cualquier tipo de proteccionismo para desarrollar la industria textil. Se formó entonces una clase privilegiada, desarraigada de las tierras pero que instalada en el poder, vivía del producto de ese sector primario cobrando sus rentas.

Cervantes, en su famoso Quijote de la Mancha decía a finales del siglo XVI que el ideal de todo español, todavía era “tener un juro en hierbas de Extremadura”. La renta aseguraba un ingreso sustancial sin necesidad de trabajar y al mismo tiempo garantizaba prestigio social. Los oficios “mecánicos” eran simplemente menospreciados. Hasta mucho después que los señoríos dejaron de ser rentables, eran fácilmente vendidos porque aseguraban el ingreso en la lista social de la nobleza.

No debe confundirse el señorío español con el dominio feudal de los germanos. El señor feudal tenía la propiedad de la tierra y su gente, pero tenía que producir riqueza en su feudo para poder vivir. El señorío español es una delegación de los poderes reales, que permitía administrar la justicia, cobrar rentas sin producir nada y disfrutar de antiguas inmunidades. La concesión de los señoríos no afectaban a la propiedad de sus moradores, solamente les imponía sus autoridades regionales. Con los Trastámaras se fortalecieron los señoríos, pero tantas mercedes al final debilitaron el poder central de la corona.

Fueron nueve los señoríos con grandeza en Castilla: el Ducado de Benavente, el Marquesado de Villena y siete Condados: Vizcaya; Medinaceli; Alburquerque; Noreña y Gijón; Trastámara; Carrión y Niebla. El proyecto había concluido al reunirse las cortes de Toro en 1371, donde se acordó el esquema de la nueva monarquía. Salvo Guzmán y Bearne, ninguno de esos linajes sobreviría.

Aclarados estos conceptos, es muy fácil entender lo que pasó. Veamos a continuación un relato clásico, que podría ser la copia de cualquier texto de historia.

  Consolidación del linaje Trastámara

Enrique II originalmente sólo había recibido los señoríos de Noreña y Gijón y el condado de Trastámara, de donde vino el nombre de la dinastía. Se casó muy joven (1350) con Juana Manuel hija del infante Juan Manuel. Del matrimonio nacieron: Juan luego rey de Castilla; Leonor, esposa de Carlos III de Navarra, y Juana.

Cuando se sublevó un gran sector de la nobleza contra Pedro I, al frente de los cuales se había puesto el príncipe Enrique, fracasaron rotundamente en las primeras sublevaciones. Enrique pasó a Francia donde contrató las Compañías Blancas de Bertrand du Guesclin. Al mismo tiempo pactó con Pedro el Ceremonioso de Aragón (Binéfar, 1363), en guerra con el rey de Castilla. En la primavera de 1366 penetró en Castilla por la Rioja, avanzó de Burgos a Sevilla y obligó a huir a Pedro I.

Enrique fue proclamado rey en Calahorra por sus partidarios. Pero la ayuda permitió al rey legítimo recuperar el trono después de vencer al príncipe bastardo (Nájera, 1367). Sin embargo, Enrique regresó de nuevo a finales de 1367 y pudo reconquistar Castilla gracias a los apuros económicos y a la impopularidad de Pedro I frente a la nobleza. La guerra civil terminó cuando Pedro I fue asesinado (Montiel 1369). No obstante aún resistieron durante algún tiempo los petristas Zamora y Carmona.

El establecimiento de la dinastía Trastámara en Castilla, supuso en el panorama internacional el reforzamiento de la alianza franco-castellana. La marina de Castilla intervino al lado de Francia en la guerra de los Cien Años, obteniendo algunos éxitos resonantes (La Rochela, 1372). La rivalidad con Inglaterra era a la vez económica y política, pues el duque de Lancaster, casado con una hija de Pedro I, reclamaba la corona de Castilla.

Enrique II negoció la boda de su hijo Juan, heredero de Castilla, con Leonor, hija de Pedro el Ceremonioso de Aragón. Después cayó enfermo en Santo Domingo de la Calzada, y allí murió, el 30 de mayo de 1379, a la edad de cuarenta y seis años.

El nuevo rey Juan I, decidió trasladar la corte a Burgos. En septiembre de 1382 murió la reina de Castilla, Doña Leonor de Aragón, de la que tuvo tres hijos: Enrique, su sucesor al trono; Fernando de Antequera, que fue rey de Aragón, y Leonor.

El rey castellano de 24 años de edad, decidió casarse con Beatriz, heredera de Portugal, que sólo tenía 10 años. Como no se deseaba la unión de las dos coronas, se decidió que el primogénito de Juan I herede Castilla y los hijos que tuviera con Beatriz sean reyes de Portugal. En ese mismo año murió el rey de Portugal, Fernando I, y la pequeña Beatriz se convirtió en heredera al trono.

Juan I de Castilla intentó conquistar a Portugal. Estando el grueso del ejército castellano concentrado en la toma de Lisboa, apareció la peste negra entre las tropas castellanas. En 1385, las Cortes de Coimbra reconocen como rey de Portugal a João I, bastardo de Pedro I de Portugal y maestre de la orden de Avís. En el terreno militar, los castellanos sufrieron una estrepitosa derrota y el mismo Juan I de Castilla, a duras penas, salvó su vida.

En Alcalá de Henares, a la edad de treinta y dos años, murió Juan I de Castilla el 9 de octubre de 1390 a consecuencia de un desgraciado accidente que sufrió mientras probaba un caballo que le habían regalado. El noble animal, al que el monarca había puesto al galope, tropezó y cayó, arrastrando a Juan I, que quedó muerto en el acto.

Segundo rey Trastámara, con Juan I se afianzó definitivamente esta dinastía en Castilla, aunque durante todo su reinado había tratado de limitar los excesivos privilegios conseguidos por la nobleza durante el reinado de su padre Enrique II.

El príncipe heredero Enrique III, solamente tenía 11 años. En el orden político hubo problemas en el modo de organizar la regencia. Los altos magnates deseaban dominar la situación y las Cortes se hallaban en efervescencia. Las disputas no cesaron en los años siguientes.

En 1393 Enrique III tomó personalmente las riendas del gobierno, al ser declarado mayor de edad cuando sólo tenía 14 años. En los años sucesivos tuvo lugar la eliminación práctica del grupo de grandes nobles emparentados con el rey (el duque de Benavente y el conde de Noreña, entre otros) a favor de la nobleza de servicio (Juan Hurtado de Mendoza, Diego López de Stúñiga y el condestable Ruy López Dávalos).

  El Cisma de Occidente

Cisma deriva del griego schisma, que significa separación o división. En el lenguaje de la teología y el derecho canónico, es la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas. San Pablo ya condenaba los partidos religiosos formados en la comunidad de Corinto (I Cor x, 12) : «Os ruego, hermanos no haya cisma entre ustedes; antes sean acordes en el mismo pensar y en el mismo sentir».

En total hubo 23 Cismas en la Iglesia Cristiana. Quizás los más conocidos sean el Gran Cisma de Oriente que separó la Iglesia Ortodoxa; el Cisma de Enrique VIII que formó la Iglesia Anglicana y el Cisma de Utrecht que produjo las Iglesias Protestantes.

El Cisma de Occidente duró desde 1378 hasta 1414. No se trató de una división de la Iglesia Católica por razones doctrinarias, sólo fue un problema electoral. El Papa Gregorio XI había trasladado la sede papal a Aviñon. A su muerte, los cardenales romanos eligieron al papa Urbano VI. A muchos cardenales no les gustó y proclamaron a Clemente VII. Eso provocó que por varias décadas hubiera un papa en Aviñon y otro en Roma.

Se intentó llegar a un acuerdo con la apertura de un concilio en Pisa (1409) donde se eligió a un nuevo pontífice, Alejandro V. Como los otros dos no renunciaron, tener tres papas no fue ninguna solución al conflicto. Convocaron un nuevo concilio, esta vez en Constanza (1414) donde fueron declarados depuestos los tres pontífices y elegido Martín V, lo que supuso la extinción del Cisma.

Esta situación produjo mucha confusión en los reinos españoles. Enrique II de Castilla ya tenía suficientes problemas y no quería agravarlos tomando partido por alguno de los grupos en que se habían dividido todos los reyes y príncipes de Europa. Las gestiones tomaban tanto tiempo que Enrique II murió y su hijo Juan I heredó el problema.

A sugerencia de Pedro IV “el Ceremonioso” de Aragón, se aceptó la idea que los cuatro reyes españoles tenían que ponerse de acuerdo y tomar una sola decisión. Esto no era fácil, porque con el telón de fondo de la Guerra de los Cien Años, Portugal estaba a favor de Inglaterra y Castilla, por supuesto, seguía del lado francés.

La conclusión de todas las sesiones fue el apoyo al Papa Clemente VII de Aviñon. El rey de Portugal no se sentía muy feliz de contradecir a Inglaterra, pero finalmente todos se pusieron de acuerdo. La declaración formal de obediencia al papa Clemente VII se demoró por varios meses, pero finalmente se realizó en la catedral vieja de Salamanca el 19 de mayo de 1310.

Durante esta época se afianzó una unidad española entre los cuatro reinos cristianos. Ya que estaban reunidos, los reyes firmaron toda clase de acuerdos de paz, de amistad y hasta de tregua entre ellos. Incluyeron la libertad de comercio y la protección legal a los mercaderes. Se fortalecían los lazos de parentesco a través de bodas acordadas. Reglamentaron y ordenaron aduanas, diezmaos de la mar y alcabalas. Admitieron la igualdad de todos los súbditos españoles frente a los impuestos. Desde 1379 las coronas de Castilla y Aragón acordaron que sus ciudadanos quedaban amparados bajo las leyes del reino donde negociaban. Galeras catalanas y mallorquinas comenzaron a llevar la lana de Castilla a Flandes.

La solidaridad de entre los reyes españoles fue uno de los resultados mas notables del Cisma de Occidente. Las querellas, los enfrentamientos e intereses tomaron el tono de una disputa entre parientes repartiéndose una herencia. Eso no impedía que algunas veces "se fueran a las manos", como cuando Juan I y su esposa niña se consideraban herederos del reino de Portugal. En el futuro cercano, éste será el marco solidario que permitirá firmar el Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal.

  Los Infantes de Aragón

Enrique III, enfermo y delicado, murió el 25 de diciembre de 1406, dejando sucesor a un bebé: el que sería Juan II, hijo de Catalina de Lancaster.

A la muerte del rey, su hermano Fernando de Antequera respetó la herencia de su sobrino Juan II, de poco más de un año de edad, y gobernó como corregente junto con la reina madre. En posesión de una fabulosa fortuna privada, pudo financiarse unas posibilidades políticas extraordinarias. Como era el segundo hijo de Juan I de Castilla y de Leonor de Aragón (hija de Pedro el Ceremonioso), entonces fue Rey Aragón (1412) y de Sicilia (1414).

Toda oligarquía necesita un partido como plataforma sobre la cual moverse y Fernando de Antequera se encargó de esta tarea. A lo largo del tiempo, invitó por distintos motivos a todos los nobles importantes a Zaragoza, Cataluña o Sicilia, donde los recibía con gran agasajo. En esos viajes les daba una visión europea de su política internacional y los introducía en los grandes problemas como el Cisma y la expansión de Aragón sobre el mediterráneo. El partido aragonés o Liga de nobles se empezó a formar cuando se juntaron con motivo de las fiestas del casamiento de Alfonso V con María de Castilla en junio de 1416.

El objetivo principal del partido aragonés era utilizar los recursos de Castilla para ejecutar una política de expansión e influencia política sobre el Mediterráneo, Sicilia, Nápoles y desde allí al resto de Europa. Hay que recordar que Castilla tenía más habitantes, territorios y producción, que todos los demás reinos juntos de la península.

A Fernando de Antequera le faltó tiempo para consolidar el poder de su partido, porque falleció a la edad de treinta y siete años. En 1418 también murió la reina madre, lo que provocó gran presión sobre el príncipe heredero de Castilla, para que se hiciera mayor de edad y ascienda al trono de una buena vez. Alfonso V

Los hijos de Fernando de Antequera, se conocieron como los Infantes de Aragón. Tenían fabulosas posesiones. Juan era duque de Peñafiel, conde de Mayorga, señor de Lara, Castrogeriz y Medina, y rey de Navarra desde 1425. Enrique era maestre de Santiago y señor de Alburquerque, Madellín, Ledesma, Ureña, etc.

El primogénito Alfonso le sucedió a Fernando de Antequera en el trono aragonés y fiel a las directrices paternas, Alfonso V apoyó a sus hermanos, Juan y Enrique, en los intentos de dirigir el gobierno castellano. Fácilmente lo hubieran conseguido de no haber rivalizado entre sí. Además, el primito Juan II de Castilla, tuvo una ayuda inesperada.

  Los reyes homosexuales de Castilla

Mientras Fernando de Antequera y Catalina de Aragón se repartían el reino de Castilla para gobernar sin problemas entre ellos, la custodia del joven heredero quedó en manos de la nobleza de servicio, Diego López de Estúñiga y Juan Fernández de Velazco.

Juan II fue declarado mayor de edad el 7 de marzo de 1419, cuando sólo tenía 14 años y al fin Castilla volvía a tener monarca. Un año antes lo habían casado con María de Aragón, una hija de su tío Fernando de Antequera y hermana de los Infantes de Aragón. El pobre chico, huérfano, casado y rey no tuvo tiempo de ser niño.

El cronista Fernán Pérez de Guzmán decía de Juan II: “Tenía muchas gracias naturales; era gran músico; tañía é cantaba é trovaba é danzaba muy bien”. Otros estudiosos de su persona lo consideraban una persona sin carácter, débil y pusilánime, lo que explica que estuviera dominado por otros, los cuales lograban “apoderarse de su voluntad”. También lo llamaban rey de tablero de ajedrez, porque era una figurita decorativa más que un protagonista de su reinado.

Los historiadores y cronistas hubieran ahorrado mucho tiempo y esfuerzo con tantas insinuaciones, si hubieran aclarado de entrada lo que todos sabían pero no se atrevían a decir: Juan II era homosexual. Más precisamente, el rey era bisexual. Esta preferencia por el mismo sexo o ambos, es hereditaria o bien lo que siguió fue una tremenda casualidad histórica.

Álvaro de Luna era 15 años mayor que el rey. Nació como hijo bastardo de uno de los sobrinos del papa Benedicto XIII. Su familia era de origen aragonés, pero estaba al servicio de la corona de Castilla. Comenzó a trabajar como paje del niño monarca cuando éste sólo tenía cinco años y en poco tiempo llegó a ser el gobernante virtual de Castilla.

El cronista Alfonso de Palencia dijo: “Como quiera que el rey don Juan ya desde su más tierna edad se había entregado en manos de don Álvaro de Luna, no sin sospecha de algún trato indecoroso y de lascivas complacencias por parte del privado en su familiaridad con el Rey”.

El cronista Gonzalo de Inojosa afirma que Juan II tenía un amor tan profundo por Álvaro de Luna, “que no podía estar sin folgar con él, nin quería que durmiese otro con él en su recámara”.

En consecuencia, los principales protagonistas de la historia del reinado de Juan II fueron su amante masculino Álvaro de Luna contra sus primos y cuñados los Infantes de Aragón que tenían el apoyo de la Liga de la nobleza castellana. El drama estaba servido.

En Infante Enrique, en un golpe audaz se apoderó del palacio real y convirtió al niño monarca en un rehén suyo. Este hecho histórico fue conocido como el atraco de Tordesillas. Enrique contaba con el apoyo de importantes nobles castellanos como el condestable Ruy López Dávalos, Garcí Fernández Manrique, el adelantado Pedro Manrique y el obispo de Segovia Juan de Tordesillas. Ese mismo año de 1420, Enrique convocó a las cortes de Ávila que reconfirmaron su autoridad y además de casó con la Infanta Catalina, recibiendo el Señorío de Villena. El golpe de estado parecía que se consolidaba con mucha facilidad.

Álvaro de Luna Álvaro de Luna no se quedó de brazos cruzados y trabajaba en las sombras con gran habilidad. Fingió aceptar el sometimiento a Enrique. Aprovechando una partida de caza, se escapó con el soberano Juan II y se refugiaron en el castillo de Montalbán. Enrique, que se había declarado “protector” de la monarquía castellana se quedó sin su rehén y además fue traicionado por su hermano Juan, que se alió con Álvaro de Luna.

En 1422, Juan II de Castilla convocó a su Consejo Real al cual tuvo que asistir Enrique, que en el curso del debate recibió fuertes acusaciones y terminó encerrado en una torre del alcázar de Madrid. Álvaro de Luna y el infante Juan se repartieron las posesiones de Enrique y sus aliados. Ya en 1423, Álvaro de Luna era nada menos que condestable de Castilla, título que había ostentado hasta entonces el derrotado Ruy López Dávalos.

El hermano mayor de los Infantes, el rey Alfonso V de Aragón, llegó de Italia a Barcelona en 1423 y pretendía liberar de la prisión castellana a su hermano Enrique. También quería romper la alianza de su otro hermano Juan con su primo y cuñado Juan II. Poco a poco se fue formando un clima bélico entre Castilla y Aragón. Para complicar más el panorama político-familiar, murió el rey de Navarra y el infante Juan asume el trono. Tres biznietos del primer Trastámara ocupaban los tronos de Castilla, Navarra y Aragón, pero llevaban muy mal entre ellos.

Mientras tanto el joven monarca Juan II que estaba casado desde hacía seis años con la hermana de los Infantes, fue padre de un niño en 1425 al que llamaron Enrique, que sería Príncipe de Asturias y heredero de la corona de Castilla.

En 1427, el rey de Aragón ya se había enfrentado al de Castilla pero ya estaba reconciliado con el de Navarra y el tercer hermano Enrique fue liberado de la prisión castellana, recibiendo compensaciones económicas por los bienes que le habían confiscado. Álvaro de Luna fue "desterrado" a la villa de Ayllón. El llamado partido aragonés de los Infantes estaba ganando terreno nuevamente.

En Castilla se presentó entonces una especie de vacío de poder porque Juan II era incapaz de manejarse por sí mismo. Tres meses bastaron para obligar a una urgente reconciliación entre Alfonso V y sus hermanos con Álvaro de Luna, quien regresó de su destierro con gran pompa y demostración de riqueza.

Se formó el Consejo Real de Castilla, que tomó funciones administrativas y judiciales. Estaba formado por dos obispos, tres nobles y dos doctores. El rey seguía siendo un títere y los Infantes de Aragón pretendían gobernar Castilla a través de su influencia en el Consejo. También contaban con Álvaro de Luna, pero la reconciliación no duraría mucho tiempo.

Para mediados de 1428, el condestable Álvaro de Luna ya había comprado la voluntad de la mayoría del Consejo Real y gobernaba con mano de hierro cubierta de terciopelo. Dando muestras de gran habilidad, se puso al frente de la nobleza castellana. A través de las cortes de Illesca en 1429, había conseguido el dinero para gastos militares, en teoría contra los moros. De hecho, Alfonso V estaba en pie de guerra y sus ejércitos invadieron Castilla, pero se vieron obligados a replegarse.

No se trataba sólo de una pelea entre parientes. Al partido aragonés de los Infantes con su política exterior dirigida al expansionismo hacia el Mediterráneo e Italia, se oponía el grupo monárquico de Álvaro de Luna, con su política exterior dirigida a Portugal y Francia. En otras palabras, unos quería usar los recursos de la exportación de la lana de Castilla para conquistar Europa y los otros los querían para beneficio de los castellanos solamente. Ninguno de los dos partidos pretendía industrializar las hilanderías españolas.

El rey aragonés tuvo que pedir la paz, firmada en Julio de 1430, conocida como las treguas de Majano. La victoria de Álvaro de Luna sobre los Infantes de Aragón fue completa. En el Consejo Real ya se había decidido el reparto de los bienes de los Infantes y de algunos de sus seguidores.

Todos los parientes del rey fueron eliminados de los puestos de mando y también se reemplazaron a los nobles de la grandeza. Las verdadera autoridad de Castilla era Álvaro de Luna, ayudado por Pimentel y Manrique. Surgen tres nuevos linajes de grandeza con las promociones de Pedro Fernández de Velazco, Pedro de Stúñiga de Ledesma y Pedro Ponce de León.

El sistema establecido por el primer Trastámara, Enrique II, había sufrido un cambio fundamental y cualquier noble o simple caballero ya podía aspirar a un título de grandeza. Sin saberlo, Álvaro de Luna estaba creando un formidable precedente que sería el sueño y la esperanza de innumerables conquistadores, en tantos lugares distantes, todavía desconocidos por los europeos: "No hay aplazaos, ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón".

A partir de 1430, se abrió un nuevo camino de ascenso y promoción, que multiplicó el número de títulos y señoríos en los próximos doscientos años. Al final, la sociedad española se hizo esencialmente nobiliaria. El móvil principal de todas las luchas políticas sería de allí en adelante, conseguir el título de señor, conde, marqués o duque. El sueño de casi todos los españoles con dos dedos de frente, fue desde entonces alcanzar la bella fama nobiliaria que le permitiera disfrutar de la buena vida sin hacer ningún esfuerzo. Un triunfador era el que alcanzaba la grandeza y el verdadero trabajo quedaba para los peregiles. Desde entonces cualquiera podía ser un señor en Castilla.

En todos los pueblos actuales de Latinoamérica sin excepción, se debería festejar el aniversario del año 1430, como el nacimiento de la idiosincrasia nacional. ¿No es interesante leer y comprender la historia? Este tema está ampliamente analizado en el Capítulo VII del libro "Nobleza y Monarquía" de Luis Suárez Fernández (La esfera de los libros SL, Madrid, 2003).

Álvaro de Luna había quedado viudo de su primera esposa y en Enero de 1431 se casó con Juana Pimentel, hija del conde de Benavente y sobrina del adelantado Pedro Manrique. Así comenzó un "gobierno civil" en nombre de rey, que como siempre, seguía siendo una figurita decorativa. El valido se dio el lujo de hacer su propia campaña contra los moros y ese mismo año obtuvo la victoria en La Higueruela.

En 1534 Alfonso V de Aragón regresó a Italia y Álvaro de Luna consiguió que su hermano Juan de Cerezuela fuera nombrado arzobispo de Toledo. El mismo se adjudicó la orden de Santiago y los éxitos se sucedían. La hegemonía en el gobierno de Álvaro de Luna, era tan evidente que ya se confundía con la autoridad del rey y finalmente provocó el descontento de innumerables linajes tradicionales de la nobleza en Castilla, incluyendo hasta los favorecidos como Manrique, Pimentel y Enríquez.

El adelantado Pedro Enríquez fue detenido en 1437 y su villa de Medina de Río Seco se convirtió en un centro de rebelión. La resistencia de la nobleza fue tomando cuerpo lentamente pero con fuerza. Juzgaban que la política de Álvaro de Luna ya estaba perjudicando a sus intereses y empezaron a acercarse nuevamente a los Infantes de Aragón.

La gota que rebalsó el vaso, fue que el príncipe heredero Enrique ya tenía 14 años y también era homosexual, hasta más descaradamente que su padre. Además, su amante Juan Pacheco empezaba a demostrar ambiciones políticas. Dos generaciones seguidas con el mismo problema, era mucho más de lo que la oligarquía y la nobleza castellanas estaban dispuestos a soportar.

Juan de Navarra comenzó a tomar fuerza en Castilla y en 1439 se celebró una conferencia en Castronuño, donde se decidió el "destierro" de Álvaro de Luna por seis meses en su villa de Escalona. No dejaron de ser unas merecidas vacaciones, porque en la corte de Juan II seguían gobernando sus hombres de confianza. Pero fue un precedente que alentó a la nobleza en rebeldía.

Como era de esperar, en 1441 los Infantes de Aragón lograron la sentencia de Medina del Campo que ordenaba un nuevo "destierro" para Álvaro de Luna, esta vez por seis años. Esa era la parte fácil de conseguir. Lo difícil era que el rey lo aceptara voluntariamente. En realidad Álvaro de Luna no estaba sentenciado a salir fuera de Castilla. Decían "destierro" para evitar decir "divorcio" o separación física del rey. En la sentencia le prohibían específicamente a Álvaro de Luna que le escribiera cartas o enviara mensajes a Juan II.

Comenzó una buena época para Juan de Navarra, que tenía al rey de Castilla poco menos que prisionero y gobernaba a través del Consejo Real, del que también formaba parte su hermano Enrique. Se creía el nuevo hombre fuerte del gobierno y demostró cierta arrogancia, lo que alimentó muchas envidias y rencores en el resto de la nobleza. Tras quedar viudo de su primera esposa, Juan de Navarra se casó en 1443 con Juana Enríquez, que fue madre del futuro rey de Aragón Fernando el Católico. En la Edad Media era admirable la suerte de tantos hombres, que se quedaban viudos en los momentos más convenientes de sus vidas.

El único hilo suelto en el plan de los Infantes de Aragón fue Juan Pacheco, que provenía de una familia nobiliaria de origen portugués. Sin duda era el amante favorito del príncipe de Asturias y contaba con toda su confianza. A finales de ese mismo año se juntaron Juan Pacheco, Álvaro de Luna y el obispo Lope de Barrientos. Formalizaron el bando monárquico (se debería llamar el bando rosa) para oponerse al partido aragonés de los Infantes.

Comenzó entonces una guerra de los más extraña, que fue una verdadera mariconería. Se peleaban por aquí y por allá, ganaba uno u otro bando y decretaban alguna tregua pero igual seguían con las hostilidades. Todo terminó el 19 de mayo de 1445 con la Batalla de Olmedo, de la cual el cronista Pérez de Guzmán nos cuenta: los unos e los otros pelearon tan valientemente que la victoria estuvo muy dudosa. En la batalla participaron como ocho mil "valientes" soldados pero sólo hubo 22 muertos. Debe ser verdad que la victoria estuvo muy dudosa.

Lo cierto es que el rey Juan II envió cartas a todas las ciudades y villas de su reino: "haciéndoles saber la victoria que Dios le había dado, por la cual en todo el Reyno se hicieron grandes alegrías", según relata el susodicho Pérez de Guzmán. Después se procedió al reparto de los despojos de los Infantes y todas sus posesiones y títulos cambiaron de mano por enésima vez.

  Nacen Isabel y Alfonso: el fin de los hombres influyentes

Los gastos de la guerra contra los Infantes de Aragón habían endeudado a la corona. Como Juan II ya había quedado viudo, entonces Álvaro de Luna arregló su casamiento en 1447 con Isabel de Portugal. Esta mujer estaba loca, pero su dote alcanzaba para pagar las deudas, que al fin y al cabo era la única finalidad del matrimonio. El rey ya tenía al Prícipe de Asturias Enrique, su hijo de 22 años, como heredero a la corona de Castilla.

A mediados de 1449 llegó a Castilla el Almirante Fadrique Enriquez con instrucciones precisas del rey Alfonso V de Aragón. Se trataba de poner en pie nuevamente a la Liga de la nobleza, con la participación de Juan II de Navarra y el Príncipe de Asturias Enrique. Finalmente se realizó el pacto en Coruña del Conde, con el apoyo de los nombrados más los condes de Haro, Placencia y Benavente, el marqués de Santillana y muchos otros linajes menores. El objetivo de esta alianza era “liberar” al rey de Castilla de la influencia de Álvaro de Luna.

Si bien el príncipe de Asturias había dado la palabra, su amante favorito Pacheco estaba convencido que los estaban utilizando en beneficio de los integrantes de la Liga de la nobleza. Pacheco ordenó a los participantes del pacto que se presentaran con sus ejércitos en el campo, dentro del plazo irrazonablemente corto de dos semanas. Por supuesto que nadie pudo prepararse en tan corto tiempo. Entonces el príncipe Enrique “dio por terminado” su compromiso pactado con la Liga. ¿Cómo podían poner su confianza en el Príncipe de Asturias de ahí en adelante, si con tanta facilidad deshonraba sus compromisos?

La Liga se desarmó completamente. El conde de Benavente se refugió en Portugal. El príncipe Enrique, no devolvió el Alcázar de Toledo al rey como había prometido, sino que lo entregó a Pedro Girón, el hermano de su amante Pacheco. Al repostero Sarmiento se le dio un castigo ejemplar. El clima de pánico alcanzaba a todos los lugares, especialmente en Andalucía. Por razones que desconocemos, se produjo una fuerte ruptura entre el Príncipe Eduardo y el marqués de Villena. Pacheco abandonó la corte y se fue a Toledo, junto a su hermano. También se produjo una separación definitiva entre el Príncipe de Asturias Enrique y el rey Juan II de Navarra. El único ganador resultó don Álvaro de Luna.

Si Álvaro de Luna pensaba retornar a las mieles del poder como en su glorioso pasado, estaba muy equivocado. En primer lugar, ya tenía 57 años y contando, lo cual no estaba mal para gobernar, pero no para satisfacer al rey como en sus años mozos. En segundo lugar, el príncipe de Asturias y su amante Juan Pacheco ya tomaban sin su permiso una parte del espacio político y hasta formaron una corte paralela. Finalmente, Juan II seguía en el limbo pero se llevaba muy bien con su esposa loca, Isabel de Portugal. Ni hablar de la nobleza, que ya estaba hasta la coronilla de Álvaro de Luna. Este tuvo un respiro cuando en 1450 se produjo una ruptura temporal entre el príncipe Enrique y su amante Juan Pacheco.

Juan II y su nueva esposa tuvieron una hija en noviembre de 1451 a la que bautizaron Isabel. En 1453 vuelvieron a tener otro hijo varón al que llamaron Alfonso. Este varoncito le dió un soplo de esperanza a la nobleza, por que a partir de ese momento ya contaban con un príncipe heredero de recambio para el Príncipe de Asturias Enrique por si éste insistiera en seguir los pasos de su padre, dando muchas alas a su favorito Juan Pacheco.

La cabeza visible e los nobles rebeldes era Pedro de Stúñiga, conde de Benavente. Álvaro de Luna preparó un golpe de fuerza sobre Béjar para apoderarse de él. El golpe falló por la traición de Alfonso Pérez de Vivero, que le avisó al conde lo que planeaban en su contra. Perdido por perdido, Stúñiga invita a la rebelión a los Mendoza, Velazco y Pimentel. Comenzaron a acercarse a la reina Isabel que estaba realmente enamorada de su esposo Juan II de Castilla y deseaba honradamente recuperar la autoridad de su marido. Finalmente la reina le hizo saber a Pedro de Stúñiga, que el rey estaba dispuesto a prescindir de Álvaro de Luna. Los miembros de la Liga no podían dar crédito a esta noticia.

La cabeza visible e los nobles rebeldes era Pedro de Stúñiga, conde de Benavente. Álvaro de Luna preparó un golpe de fuerza sobre Béjar para apoderarse de él. El golpe falló por la traición de Alfonso Pérez de Vivero, que le avisó al conde lo que planeaban en su contra. Perdido por perdido, Stúñiga invita a la rebelión a los Mendoza, Velazco y Pimentel. Comenzaron a acercarse a la reina Isabel que estaba realmente enamorada de su esposo Juan II de Castilla y deseaba honradamente recuperar la autoridad de su marido. Finalmente la reina le hizo saber a Pedro de Stúñiga, que el rey estaba dispuesto a prescindir de Álvaro de Luna. Los miembros de la Liga no podían dar crédito a esta noticia.

En 1453 la reina Isabel les dio a los nobles rebeldes un documento que autorizaba la prisión de Álvaro de Luna, que en ese momento estaba con el rey en Uclés. La corte viajó de Valladolid a Burgos, donde el castillo estaba entonces en poder de los Stúñiga. Los soldados entraron sigilosamente en la noche del 1 al 2 de Abril.

Aquellas fueron horas angustiosas para el rey Juan II, que luego lo llevaría a decir que “mas le hubiera valido ser hijo de labrador y fraile en el Abrojo, que no rey de Castilla”. En la tarde del 2 de Abril, presionado por quienes le rodeaban, el rey ratificó la orden de prisión de Alvaro de Luna y se la entregó al hijo mayor de Stúñiga. Antes del amanecer del 3 de Abril de 1453 el ilusgtre detenido fue trasladado al castillo de Portillo.

En lo que iba del siglo, en Castilla nadie había sido ejecutado por razones puramente políticas. El 9 de mayo el rey estaba en Arévalo y el día 22 había llegado a Fuensalida, cerca de Toledo. Entre esas dos fechas el rey se enfureció al recibir una carta durísima de Juana Pimentel, donde protestaba por la prisión de su marido Álvaro de Luna y hasta amenazaba al monarca con las armas, pidiendo ayuda a los moros y a los diablos, si era preciso.

En Fuensalida fue formada una comisión de diez legistas que proporcionarían al rey los fundamentos para dictar una sentencia de muerte, aprovechando las graves alteraciones de sus sentimientos. Tras diez días de intenso debate, ellos llegaron a la conclusión que no tenían argumentos legales para dictar la sentencia capital. Si se deseaba la ejecución de Álvaro de Luna, debía disponerse por mandato basado en la autoridad absoluta del rey. Ese mandato con la firma de Juan II de Castilla, llegó a Portillo el día 31 de mayo.

Álvaro de Luna nunca fue notificado de su condena. Lo trasladaron desde el castillo de Portillo hasta Valladolid y en el camino, al pasar cerca del monasterio del Abrojo, salieron a su encuentro dos frailes. Uno de ellos, llamado Alfonso de Espina, le dijo que “Dios le daba ese martirio para la salvación de su alma”. Así se enteró Álvaro de Luna que iba a ser ejecutado.

Álvaro de Luna pasó la noche del 2 de junio, detenido en la casa de Alonso Estúñiga y a la mañana siguiente lo llevaron montado en una mula hasta la plaza mayor de Valladolid. El condestable mantuvo todo el tiempo su serenidad. Según el relato de Juan Pérez del Guzmán, “el verdugo pasó el puñal por su garganta, é cortóle la cabeza, é púsola en el garavato”. La cabeza de Álvaro de Luna estuvo expuesta al pueblo por nueve días.

Arrepentido de su justicia, Juan II enfermó de melancolía y murió al año siguiente de la ejecución de don Álvaro de Luna. Acosado por el triste recuerdo del desastroso fin del que durante cuarenta años fuera su fiel compañero, se trasladó a Ávila, luego a Medina del Campo en busca de alivio, pero sintiéndose peor, marchó a Valladolid, donde se encontraba su esposa doña Isabel. Finalmente murió lleno de remordimientos y sin encontrar consuelo.

Dos siglos después, en 1658 el Consejo de Castilla declaró a don Álvaro de Luna inocente de los muchos crímenes, excesos, delitos, maleficios, tiranías y cohechos por los que había sido juzgado.

 

 

 

 

 

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