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Tupã y Arasy
Por primera vez en semanas
todos tuvieron un descanso reparador durante la primera noche en el Delta. El
Tuvichá amaneció sin el ceño fruncido y además sonriente… Igual era más feo
que el hambre, pero ya no espantaba ni al los gurises (niños). En el peligro
de la batalla, si alguien no le obedecía inmediatamente cada una de sus breves
órdenes, el Tuvichá era capaz de arrancarle la cabeza de un garrotazo. Pero en
los momentos de paz y tranquilidad era charlatán, dicharachero, bromista y
encima consultaba a todos los Tevy (jefes de familia) sobre cómo organizar de
la mejor manera el trabajo y la vida cotidiana de su comunidad.
Nadie era Jefe por herencia, por mandato divino ni por acuerdo constitucional.
El Tuvichá tenía que ganarse la simpatía y el respeto de su gente día a día
para no ser destituido y reemplazado por otro más capaz, más popular y mejor
aceptado. En la guerra tenía que ser un déspota que no cometía errores y el la
paz debía consultar a los ancianos y jefes de familia, para mantener el orden
por consenso.
El Tekoa o comunidad, consistía de ocho casas en círculo alrededor de un gran
patio, que era como una plaza pública donde jugaban los gurises a la vista de
sus madres, o se celebraban las fiestas, o se hacían simples reuniones
sociales o de trabajo, o se celebraban los juicios y hasta las ejecuciones de
los delincuentes. También, cada tanto había duelos en la plaza para resolver
algún pleito entre dos hombres, sin armas y a puñetazos, hasta que uno de los
dos se rendía voluntariamente tirándose de espaldas en el suelo. Era una
manera muy práctica de decidir quién tenía razón, cada vez que no se ponían
de acuerdo por las buenas.
Se llamaban a ellos mismos Oikovéva, un hermoso nombre que significa “el
habitante de la tierra”. El Tuvichá, se sentó esa soleada mañana en la plaza
con todos los Tevy o jefes de familia. Había un buen humor generalizado y se
comportaban como felices turistas recién llegados a un “resort” para pasar el
verano. Todos charlaban animadamente mientras tomaban mate. El mate es una
infusión como el té o el café, pero que se debe tomar siguiendo un protocolo
social. La yerba mate se cosechaba de grandes árboles del norte que crecían en
el Jasyretâ. Las hojas tiernas se secaban al sol, se picaban y las servían en
calabacitas de madera que crecían en las plantas de mate, que son una especie
de enredadera. Servían el agua caliente (¡pero sin hervir!) en la calabacita
con yerba y la chupaban por un agujero o “boca” del mate, usando un tubito o
“bombilla” hecha de una caña hueca, con pequeñas perforaciones en el extremo
introducido en la yerba mojada y de la otra punta se chupaba con la boca. Cada
uno chupaba dos o tres tragos, pasaba el mate al vecino y así sucesivamente
hasta que se acababa el agua de la calabacita. Entonces el “cebador” le ponía
más agua caliente al mate y lo devolvía al que se lo había entregado vacío.
Así el mate “daba la vuelta” una y otra vez en todo el círculo de personas,
donde cada uno tomaba dos o tres tragos por turno. A través de este rito
social, quizás milenario, la conversación se hacía mas fluida, amable y
casual.
Las casas del Tekoa albergaban a un centenar de habitantes divididos en ocho
familias. Estaban formadas por armazones de ramas dobladas en curva y atadas
al centro, y estos arcos se unían con varas paralelas a lo largo, de las
cuales se ataban mazos de paja a dos aguas. Las puertas tenían un ancho de
dos, tres y hasta cuatro pasos. Techo y pared eran una misma curva, que una
vez cubiertas con paja, podían llegar a tener 15 pasos de largo, según el
tamaño de la familia que alojaban. Cuando la familia aumentaba, también se
aumentaba el largo de la casa. El frente que daba a la plaza se cubría con
pieles y cueros de animales que hacían la función de puerta y de cortina al
mismo tiempo. El fondo se cerraba con una pared como la de los laterales, de
ramas y paja. El suelo era de tierra firme apisonada y endurecida con agua
salpicada cada vez que se barrían con escobas de ramas. El mobiliario era bien
simple. Dormían sobre cueros o esterillas de mimbre que arrollaban durante el
día. En horquetas clavadas en el suelo colgaban las bolsas tejidas de
caraguatá donde guardaban los utensilios pequeños. Las vasijas de barro se
amontonaban en cualquier rincón, conteniendo agua, vino de maíz, harina de
mandioca, frutas y otros elementos. Los arcos y las flechas se dejaban a mano,
enganchadas en las varas del techo-pared. Algunos también usaban taburetes de
madera liviana para sentarse. Fuera de ese círculo de ocho casas también se
construían otras más pequeñas para los visitantes, habitantes “independientes”
o los recién llegados que todavía no habían sido adoptados por ninguna
familia.
También estaba separada la casa del Payé, que era el médico, brujo y sacerdote
del Tekoa. Los Payés tenían conocimientos sobre enfermedades, utilizaban
remedios provenientes de plantas silvestres: con hongos cortaban las
hemorragias, con yuyos bajaban la fiebre y aliviaban las indigestiones, el
tabaco en emplastos era usado para curar lastimaduras. Con cantos sagrados se
comunicaban con sus dioses y entraban en trance teniendo ensueños en los
cuales averiguaban qué le sucedía al enfermo o incluso podían luchar contra
los demonios para defenderlo. Creían que los dioses se comunicaban con los
Payés y así obtenían sus secretos para conocer y comunicarse con los otros
seres vivos. Los Payés estaban dotados de fuerzas especiales que influían en
los hombres para bien o para mal. Los seres invisibles vinculados con los
animales y las plantas llamados 'porá' podían hacer daño a las personas
enfermándolas, causando accidentes o impedir el éxito en la caza o
agricultura. Por este motivo los Payés podían averiguar las causas una
enfermedad u otros males.
Todas estas construcciones estaban rodeadas por un cerco de ramas espinosas,
palos y lanzas afiladas enterradas en la tierra. Fuera de la empalizada, a
veces también construían un foso que dificultaba aún más el ataque externo de
los enemigos. Continuamente había algunos guerreros vigilando atentamente
desde puntos estratégicos sobre los árboles.
En épocas normales los Oikovéva eran monogámicos. Después de las grandes
guerras entre naciones, los hombres escaseaban y se generalizaba temporalmente
la poligamia para repoblar las tribus y poblados. No se casaban entre miembros
de una misma familia. A veces los Tevy organizaban los casamientos para
intensificar los lazos de unión entre sus familias. La mujer que se casaba, se
iba a vivir con la familia del marido. El Tuvichá y el Payé eran los únicos
que podían tener cuantas mujeres quisieran todo el tiempo, y generalmente
acumulaban dos o tres a lo largo se sus vidas.
El jefe terminó sus capitulaciones con los cabeza de familia y la rueda del
mate se disolvió. Ahora venía la hora favorita del Tuvichá. Se paró en el
medio de la plaza y gritó con potente voz de mando como si estuviera en la
lucha:
- ¡A ver gurises, se vienen todos y se me sientan aquí enfrente! – Se armó una
revolución. Todos los niños y niñas menores de diez u once años se llamaban
unos a otros a los gritos. Salían corriendo de adentro de las casas. Llegaban
en malón desde la costa del río. Se empujaban unos a otros. Algunos cargaban
alzados sus hermanitos menores. El bochinche era ensordecedor y el desorden
descomunal. Mujeres, hombres adultos y hasta algunos viejos se paraban
enfrente de sus casas o miraban de lejos, como al descuido. Otros se sentaban
descaradamente entre los gurises. Nadie se quería perder el espectáculo.
- ¡Se me callan la boca! ¡Se me sientan en orden! – gritaba el jefe y después
amenazó:
-¡O me mando a mudar!
- ¡NOOOOO! – le gritaron felices todos los gurises, que hicieron caso
obedientemente. El Tuvichá, siguiendo una tradición milenaria, continuaba -
muy a su manera - con la transmisión de su cultura, boca a boca y de
generación a generación.
-¡A ver! ¿Quién es el menos bruto de todos ustedes?
- ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!... - le gritaban los gurises. Los mayores - hasta algunos
viejos – se quedaban cerca como al descuido, pero se empezaban a poner más
cómodos. Los hombres cruzaban los brazos, y fingiendo una actitud distraída
apoyaban todo el peso del cuerpo sobre una sola pierna, y torciendo la cadera
dejaban descansar la otra pierna. Ponían cara de “¡qué me van a contar a mí,
que yo no sepa!”; o bien “esto es cosa de gurises”… pero se quedaban. Otros
hasta sacaban taburetes a la puerta de sus casas. Las mujeres continuaban con
lo que estaban haciendo, pero salían afuera de la casa, o se acercaban
disimuladamente un poco más para poder escuchar mejor. Todo ese público
secundario fingía no prestar mucha atención, pero no se perdían una sola
palabra del Tuvichá. Los gurises, después de tan largo y aburrido viaje,
estaban encantados.
-¿Qué historia quieren que les cuente?
- ¡La del tero! ¡La del camalote! ¡La del hornero! ¡La del chajá! – pedían los
gurises más grandes, cada uno su favorita. El jefe sacudía la cabeza como si
estuviera indeciso, fingiendo no saber el tema que les hablaría esa mañana.
- ¡La de las islas! ¡La de las ánimas en pena! – continuaban los gurises sin
parar. Hasta que finalmente uno de los más grandecitos gritó:
- ¡La de Tupã y Arasy!
El jefe lo señaló con cara de asombro, como queriendo decir: “¡Esa está muy
buena!”.
- ¡Tupã y Arasy! ¡Tupã y Arasy! ¡Tupã y Arasy! - Empezaron a gritar todos los
gurises, a pesar de que la mayoría de ellos no tenía la menor idea de lo que
se trataba. El jefe extendió los brazos al frente con las palmas de las manos
hacia abajo, hasta que se hizo silencio. Ya estaba decidida la historia, fuera
lo que fuera eso de “Tupã y Arasy”.
- Tupã existió desde siempre. Tupã tenía todos los poderes. Tupã estaba en
medio de una gran oscuridad. Sus pensamientos eran tan profundos y perfectos
que lo deleitaban en su rica vida interior, sin que nadie lo moleste en sus
cavilaciones. Tenía una vida perfecta, que duraba toda la eternidad… hasta que
un día… ¿Qué fue lo que pasó? ¿Alguno de ustedes lo sabe?
-¡Se repudrió de estar solo! –gritó uno de los gurises más grandes.
-Más o menos –contestó con paciencia el jefe- digamos que sintió el hastío de
la soledad. Necesitaba compartir. Necesitaba ver lo que le rodeaba, pero no
podía… ¿Por qué no podía ver?
-¡Por que no había luz! – gritó otro gurí.
El jefe asintió y se paró teatralmente con las piernas separadas, sus ojos
negros fijaron la mirada en algún punto imaginario arriba y al frente, en el
infinito.
- Tupã se levantó tensando sus poderosos brazos –decía el jefe mientras
extendía sus manos hacia adelante y comenzó a abrir sus puños- y de la punta
de sus dedos sale un resplandor con una furia peor las tormentas -los gurises
ni respiraban- y aparecieron las estrellas y la luna llena iluminando por
primera vez la cara recia del poderoso.
El Tuvichá frunce el seño y continúa hablando teatralmente:
- Tupã hace un esfuerzo más grande y el cielo revienta como una llamarada en
los pajonales. Por primera vez aparece la poderosa luz del sol, que tapa a
todas las demás. Desde entonces, esto se repetirá para siempre: salen las
estrellas y la luna, aparece el sol y otra vez vuelve a caer la noche.
El jefe comienza a mirar a su alrededor con los brazos extendidos a los lados,
como si fuera el verdadero Tupã admirando por primera vez la obra de su
creación. Y continuó:
-¡Tupã había construido su morada para todo el resto de la eternidad! Su poder
era tan grande, que cuando creaba lo que deseaba, también se le aparecía algo
inesperado. Tupã observa con agrado las consecuencias de su obra y descubre,
aún con más agrado, la presencia de otro ser que surgió gracias a su creación.
Tupã siente que el alma se le sale del cuerpo y va al encuentro de la
maravilla que sus ojos contemplan.
El jefe da unos pasos al costado y mirando al suelo, continúa hablando como si
estuviera viendo un ser invisible:
- Allí está ella, sentada sobre una nube, con sus cabellos que caían sobre los
hombros y la mirada baja, como confundida al comenzar tan de golpe su
existencia bajo la luz potente del nuevo sol. Tupã exclama ¡Arasy!. Entonces
ella levanta la mirada y es como si se levantaran todas las estrellas. ¡Arasy!
Tupã la nombra de nuevo y su voz recorre en un susurro enamorado y azul todo
el universo. La ha nombrado y eso es suficiente para que ella sea ahora madre
del azul eterno, Madre de los Cielos. El sol se escondió ante tanto amor y
bajo la luz de las estrellas se amaron intensamente. Tupã jamás estaría solo
durante el resto de la eternidad. Así es como debe ser.
El Tuvichá era un excelente actor y los gurises estaban con ojos de guanaco
degollado, la boca medio abierta y todo el Tekoa guardaba un profundo
silencio. El Jefe continuó:
- A la mañana siguiente, Tupã y Arasy, con un brillo nuevo sobre sus cuerpos
contemplan el universo azul. Arasy señala hacia abajo, a una colina verde, y
dice: “ésa puede ser la morada para nuestros hijos”. Tupã la mira con ternura
y asiente: “que así sea” y bajan desde las nubes a los cerros del Areguá. Ante
su sola presencia divina los valles explotan en bosques como llamaradas
verdes. Se abrazan y surge agua como mares. Se besan y todas las aguas de la
tierra se llenan de peces. Donde caminan van surgiendo las flores. Se toman de
las manos y surgen bandadas de pájaros que escapan hacia el cielo. Las
golondrinas buscan los lugares más altos para hacer sus nidos. Los cóndores
buscan las montañas mas altas del mundo. La pareja suspira de felicidad y
surgen todos los jurumi, los mborevi, los tagua, los jakare, los aguara, los
ciervos de los pantanos, los karaja, los ka’i, los flamencos, las garzas, las
cigüeñas, los koati, los gua’a, los mua, los guasu, los carpinchos, las
nutrias, los kure ka’aguy, los ñandú y todos los demás animales. ¡Qué gran día
fue ése gurises! Todo surgió de golpe, perfecto y para siempre… ¡Pero todavía
faltaba lo mejor!
El Tuvichá hace una pausa, observando el estado de hipnotismo de su audiencia,
se siente feliz y prosigue:
- Parte del valle se llena con las aguas mágicas del lago Ypakarai, entonces
Tupã y Arasy miran hacia abajo y de su reflejo divino nace un hombre como Tupã
y una mujer como Arasy. La pareja recién creada se echa de espaldas al suelo
en señal de obediencia y respeto a sus creadores. Les ordenan que se levanten
y Tupã pone la mano derecha en el hombro del hombre y le dice: “Desde hoy,
todas las cosas que fueron creadas estarán a tu servicio. Te llamarás Rupave,
padre de los Oikovéva. Cumplirás tu misión respetando todas las cosas de la
Tierra. Procrearás con la mujer. Buscarás tu propia felicidad. Te alimentarás
de las hierbas y de los animales que he puesto en este reino. Deberás vivir
entre el bien y el mal. Para recordártelo siempre, he creado a Angatupyry,
espíritu invisible del bien y a Tau, espíritu invisible del mal. En el
equilibrio de sus fuerzas encontrarás guía. La presencia de Tau te obligará al
esfuerzo y de esa manera comprenderás el valor de todas las cosas. La
presencia de Angatupyry te compensará la maldad de Tau y su fuerza te sacará
de las enfermedades y otras calamidades”. Arasy puso la mano sobre el hombro
de la mujer y le dijo: “Como has nacido a mi reflejo, te impongo por nombre
Sypave, madre de los Oikovéva. Procrearás con el hombre. Cuidarás de tus hijos
y de la Tierra. Guardarás especialmente el fruto de arasa que aquí te entrego
y que enriquecerá a tu vida”. Dicho ésto Tupã y Arasy abandonaron la Tierra y
en ese mismo momento los tajy, los jacarandá y los chivatos se cubrieron de
flores. Los mangos, las papayas y los aguacates, maduros y enormes colgaron de
las ramas de sus árboles. Rupave y Sypave se abrazaron tiernamente y se
entregan al amor sobre la hierba. Entonces comenzó la vida.
La voz del Tuvichá llegaba clara hasta la choza del Payé, que sentía una
envidia incontrolable. El Jefe hablaba muchas lenguas y además, dominaba
maravillosamente a su propio idioma. El guaraní era muy completo, rico en
palabras y expresiones, que el Tuvichá utilizaba a la perfección. Cada vez que
el Payé trataba de contar lo mismo la gente se aburría. En cambio ahora
estaban embelezados.
El Payé no podía morir en las batallas. Su conocimiento y habilidades eran muy
valiosos para el resto de la gente. Por eso debía soportar la humillación de
viajar en la canoa de las mujeres. No lo degollaban en la derrota. Lo
adoptaban como a un niño. En cambio el Tuvichá tenía que defender la comunidad
establecida con su propia vida. Por eso lo respetaban, lo amaban y le
obedecían. Al Payé, solamente le tenían temor. Hablaba con Angatupyry, con Tau
y los demás espíritus invisibles. Todas las mujeres querían ser hembras del
Tuvichá voluntariamente. El Payé las tenía que obligar y después se sentían
desgraciadas. El día que el Jefe encuentre la horma de su medida y le den su
merecido, el Payé estará feliz. Los malos instintos estaban extendidos en
mucha gente ladina que habitaba este continente.
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