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El Cid Campeador
Al igual que su padre,
Fernando I de Castilla había repartido en vida su reino entre los hijos. El
mayor, Sancho, gobernaba Castilla y el segundo, Alfonso, lo hacía en León.
Otros hijos tenían partes menores. A la muerte de Fernando I, los hijos
mayores se pusieron de acuerdo para privar a su hermano García del gobierno de
Galicia. Después, se pelearon entre ellos para quedarse con todo el reino. El
que ganó fue Sancho, gracias a la eficacia militar de su joven alférez,
Rodrigo Díaz de Vivar, que desde entonces recibió el nombre del “El
Campeador”.
Sancho I fue proclamado rey de León y Castilla, mientras que su hermano
Alfonso quedó preso en Burgos. Luego Sancho I puso cerco a la ciudad de
Zamora, que le había correspondido a su hermana doña Urraca. Un caballero de
la ciudad sitiada se infiltró en el campamento del rey y lo mató a lanzazos.
Rodrigo Díaz lo persiguió, pero tuvo que conformarse con que el hermano del
rey que él mismo había derrotado, fuera llamado de su prisión para hacerse
coronar rey de León y Castilla como Alfonso VI.
La hermana Urraca estaba feliz, y los nobles de León, de Galicia y Portugal
aceptaron a Alfonso, pero una parte de los castellanos exigió que el nuevo rey
jurara en la iglesia de Santa Gadea, que no tuvo nada que ver con el asesinato
de su hermano. El encargado de tomarle juramento, fue Rodrigo Díaz de Vivar,
humillación que tampoco le perdonó el nuevo monarca. Muy pronto “El Campeador”
tuvo que buscar nuevos horizontes. Alfonso VI lo mandó bien lejos en misión
regia a la ciudad mora de Sevilla y luego lo desterró por primera vez cuando
Rodrigo entró sin aprobación previa a las tierras de Toledo.
Rodrigo Díaz de Vivar se llevó una fuerte y leal mesnada y ofreció sus
servicios a varios potentados de toda la península. Intervino en las guerras
sucesorias del reino árabe de Zaragoza. Tuvo que combatir con el conde de
Barcelona, que antes no lo había querido recibir. Rodrigo lo venció, lo tomó
prisionero y luego lo dejó en libertad. Poco a poco Rodrigo se hizo famoso
como guerrero y los moros lo comenzaron a llamar “Sidi” que significaba el
señor. Los españoles lo bautizaron como “El Cid”.
El alcalde moro de Rueda le tendió una emboscada a Alfonso VI y El Cid acudió
en su ayuda. Ante la lealtad de su vasallo, el rey le levantó el destierro.
Sin embargo, El Cid permaneció en Zamora, donde prestaba sus servicios al
monarca moro.
Sabiendo que El Cid no lo atacaría desde Zamora, Alfonso VI apretó el cerco de
Toledo, que se rindió en 1085. Esa victoria le dio tremenda fama al rey
castellano, que se autoproclamó emperador. Los nobles de Cataluña le pedían
arbitrajes en sus disputas y los musulmanes de Sevilla lo llamaban “el
emperador de las dos Españas”. Alfonso VI ejercía su potestad soberana en casi
toda la península. Tampoco duraría mucho ese intento de unión cristiana.
Siguieron varios años de continuas guerras entre moros y cristianos, al cabo
de los cuales, El Cid se había convertido en una potencia peninsular, que
contrastaba con los fracasos militares del monarca Alfonso VI, que perdió
hasta la ciudad de Lisboa.
En 1095, Enrique de Borgoña se reunió con el vapuleado monarca castellano para
definir la perdida frontera entre la vasta extensión del Miño y el Tajo. Así
nació el reino independiente de Portugal.
En contraste con las derrotas de Alfonso VI, Rodrigo reconquista por sí mismo
la ciudad de Valencia, bien adentro del territorio musulmán, donde gobernó
hasta su muerte en el año 1099. Valencia se había convertido en el centro
estratégico peninsular, pero los reyes cristianos no pudieron mantenerla y fue
recuperada por los moros. Se formó entonces, para siempre, la leyenda del Cid
Campeador, que fue desde entonces el prototipo del héroe español.
El Cid era como un matador que se jugaba la vida en cada pase al toro
bravo despertando una admiración sin límites, pero sin ninguna finalidad
práctica ni consecuencia de largo plazo. Tenía una lealtad inconmovible hacia
un monarca que lo aborrecía. Con sus proezas resaltaba los fracasos militares
del rey, que nunca lo quiso tener a su servicio. La valentía del Cid y su
arrojo personal, eran admirados hasta por el enemigo. Su propia gente lo
seguía como si fuera un dios infalible en la tierra. Su cuerpo muerto sobre el
caballo, era capaz de inspirar a todo el ejército para lograr la victoria.
Participó activamente en las guerras civiles de los cristianos y en el
destierro fue un mercenario que servía a los musulmanes en sus disputas
internas. Hasta luchó contra nobles cristianos pero nadie se lo reprochó.
El embajador del Cid le dijo a Alfonso VI: "El Cid conquistó a Valencia,
señor, y os la regala", pero sus conquistas fueron un desperdicio después
de su muerte. Simplemente fue un héroe individual que no necesitaba de
alianzas ni de grupos de apoyo. El solo era capaz de conquistar hasta la luna.
Muchos españoles notables se inspirarían en el Cid Campeador, para realizar
hazañas increíbles y aceptar después la ingratitud del monarca con hidalguía y
resignación.
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