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Lo poco que sabemos sobre los
habitantes originales de este suelo, es a través de los europeos que
escribieron sobre ellos. Muchos años después del encuentro de las
civilizaciones, los invasores comenzaron a escribir sobre los nativos. La
mayoría de estos historiadores eran sacerdotes que realmente apreciaban a los
nativos americanos como si fueran verdaderos seres humanos y hasta
objetaban el trato de semiesclavitud a que eran sometidos por sus
compatriotas. Sin embargo, no podían entenderlos ni comprenderlos.
El primer error histórico, es que los guaraníes se llamaban “carios”. Los
españoles oían que los carios mencionaban a menudo el vocablo "guaraní"
(realmente era guarini, que significa guerra), por lo que creyeron que
era el nombre de su raza y así la denominaron. A eso le tenemos que agregar la
equivocación española de haber llamado y perpetuado en nombre de “indios” a
los nativos americanos, desde cuando Colón creyó haber llegado a la India. Así
fue como a los carios, nativos originales de la tierra, les quedó para siempre
el nombre de indios guaraníes.
Un sacerdote de cultura casi medieval, aunque fuera muy bien intencionado,
resultó un espantoso interlocutor para explicar una cultura tan diferente a la
de ellos. Estos historiadores estaban convencidos que poseían toda la verdad y
la razón más absoluta. Es más, opinar algo diferente a lo establecido
oficialmente por la iglesia, era un crimen que frecuentemente se castigaba con
la muerte en la hoguera. Cuando Galileo Galilei (1554 -1642) dijo que la
tierra daba vueltas alrededor del sol, lo enviaron a la inquisición de Roma y
tuvo suerte por que solamente lo condenaron a prisión perpetua. No es de
extrañar que unos pocos años después, el padre José Guevara (nacido en 1720)
escribiera textualmente sobre los nativos de estas tierras: “Yo no sé qué
ideas tan bárbaras formaban sobre los astros, planetas y constelaciones, ni
cuál era el reconocimiento con que correspondían a sus luces o influencias.”
Los nativos tenían libertad para pensar, pero no sabían escribir y los que
podían escribir tenían prohibido pensar. Mala suerte para la historia.
Por supuesto que los originales americanos tenían otra forma de vivir distinta
a la del europeo medieval. En su
Historia el padre Guevara nos dice:
“Leyes para el arreglamiento de las costumbres no consta que tuviesen, y
siendo tan escandaloso el desgarror de su vida, superfluas parecían y vanas
las reglas del bienvivir.”
Los sacerdotes se escandalizaban por el tremendo amor entre padres e hijos.
Les recriminaban a los mayores que no castigaran físicamente a los niños como
parte de su educación:
“A los padres más les importa ser amorosos con ellos, sufriendo los
atrevimientos de sus primeros años”. Por si no estuviera claro: “Este
amor y esta afición de padres a hijos, tan expresivo como desreglado,
precipita a los unos en permisiones indecorosas, y a los otros en osados
atrevimientos. Los padres permiten a sus hijos toda libertad y soltura […] En
lo demás los crían a su modo bárbaro e incivil, acostumbrándolos a los
ejercicios propios de la nación, al arco, a la flecha, y ligereza de la
carrera”. ¿Qué hubiera escrito el padre Guevara observando a un campamento
actual de Boy Scout?.
El sexo, para el europeo medieval era una de las aberraciones más grandes de
la humanidad. Al llegar a estas tierras, un sacerdote con voto de castidad,
sólo podía escribir consternado:
“Como es gente inocente usa el traje de la inocencia, y andan enteramente
desnudos”. O más gracioso todavía: “Algunos acostumbraban taparse con
un cuero a manera de manta que pendía desde los hombros hasta más abajo de las
rodillas. Otros usaban tejidos a manera de redecillas que servían poco a la
decencia y menos para el abrigo”.
Los sacerdotes, aunque realmente eran los europeos que mejor trataron a los
habitantes de estas tierras, no podían dejar su tono despectivo al referirse a
la organización social nativa: “Su gobierno era de los más infelices que
pueden caer en la humana
aprensión. Toda se reducía al cacique que hacía cabeza, y a algunas
parcialidades de indios que le seguían”. Aunque algo bueno les reconocían:
“una cosa loable tenían estos soberanos, que no agravaban con imposiciones
y pechos los trabajos y laboriosidad de sus vasallos”. ¡Vaya! Eran tan
salvajes que todavía no habían aprendido a explotarse entre ellos.
El Padre Guevara, cuando escribía sobre esta gente, usaba la frase “barbarie
inculta” hasta para decir algo bueno de ellos:
“En medio de una extrema pobreza y barbarie inculta, hacían aprecio de lo
noble, y se gloriaban de ser señores de vasallos, que los miraban con respeto,
y servían con fidelidad”.
Sin embargo, filtrando todos los prejuicios medievales de los relatores,
podemos usar a esas fuentes como información y conocimiento, casi de primera
mano.
Sabemos que al principio, dos pueblos comenzaron a destacarse sobre los demás:
los tupíes y los guaraníes. Formaron los primeros poblados agrícolas al Norte
de los esteros del Iberá, entre los ríos Paraguay, Alto Paraná y Alto Uruguay.
Al ser pueblos semisedementarios, durante sus recorridos los poblados se
dividían permanentemente y algunos grupos hasta quedaban aislados en los
territorios de otras gentes. Al tiempo que un centenar de lenguas se
mezclaban, poco a poco se fue formando una cultura común en toda la zona, con
similares patrones de comportamiento.
Los tupíes preferían las zonas cálidas desde el Alto Paraná hasta la costa
oceánica y aún más al Norte. Los guaraníes, en cambio, se deslazaban a las
zonas más templadas al Sur del gran estuario, sin detenerse en el Paraná medio
ni en el Uruguay medio, que ya estaban habitados por pueblos muy belicosos.
La economía de los guaraníes estaba basada en la caza, la pesca, y la
agricultura. El comercio era rudimentario y las comunidades autosuficientes.
La administración social y de los bienes producidos en cada aldea estaba a
cargo de una autoridad patriarcal, el Cacique o Tuvichá y bajo la
fiscalización de un Concejo de Ancianos.
En cuanto a la religión, se sabe que los guaraníes creían en la existencia de
una tierra sin mal, donde alcanzaban la inmortalidad. No creían
precisamente en un alma inmortal, o vida después de la muerte, sino en una
vida inmortal en la Tierra. Esa búsqueda de la tierra prometida parece ser la
principal razón de sus grandes migraciones.
Practicaban la democracia, ya que los caciques eran elegidos, y en casos
necesarios, también destituidos. Para promover su candidatura, los aspirantes
realizaban justas de oratoria, esforzándose cada uno por convencer a la
mayoría y resultar el más popular.
No existe vestigio alguno que nos muestre algún intento de los guaraníes para
transmitir sus conocimientos por escrito. El guaraní fue siempre una lengua
exclusivamente oral, pero extraordinariamente precisa, completa y de gran
expansión territorial. Los historiadores concuerdan en decir que desde hace
dos mil años, el idioma del grupo tupí-guaraní era la lingua franca que
cumplía el mismo rol en América del Sur que el latín en Europa. La entendían
hasta los incas, y otros que procedían de diferentes troncos lingüísticos.
El recorrido de tan inmenso territorio permitió a los guaraníes conocer y
nombrar la geografía, la flora y la fauna de la zona. Era especialmente
fascinante el empeño que ponían en conocer la flora en detalle, estudiándola a
fondo para investigar las propiedades medicinales de las plantas. Estos
conocimientos fueron transmitidos verbalmente a los botánicos europeos, y como
resultado de ello, el guaraní ocupa hoy el tercer lugar en cuanto al origen
etimológico de los nombres científicos de las plantas, detrás del griego y del
latín.
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